PREFACIO DEL AUTOR
Pocos españoles, aun contando a los menos sabios y le&icute;dos, desconocerán
la historieta vulgar que sirve de fundamento a la presente obrilla.
Un zafio pastor de cabras, que nunca hab&icute;a salido de la escondida
Cortijada en que nació, fue el primero a quien nosotros se la o&icute;mos
referir.—Era el tal uno de aquellos rústicos sin ningunas letras, pero
naturalmente ladinos y bufones, que tanto papel hacen en nuestra
literatura nacional con el dictado de p&icute;caros. Siempre que en la
Cortijada hab&icute;a fiesta, con motivo de boda o bautizo, o de solemne visita
de los amos, tocábale a él poner los juegos de chasco y pantomima, hacer
las payasadas y recitar los romances y relaciones;—y precisamente en una
ocasión de éstas hace ya casi toda una vida..., es decir, (hace ya más de
treinta y cinco años), tuvo a bien deslumbrar y embelesar cierta noche
nuestra inocencia (relativa) con el cuento en verso de El Corregidor y
la Molinera, o sea de El Molinero y la Corregidora, que hoy
ofrecemos nosotros al público bajo el nombre más trascendental y
filosófico (pues as&icute; lo requiere la gravedad de estos tiempos) de El
Sombrero de tres picos.
Recordamos, por señas, que cuando el pastor nos dio tan buen rato, las
muchachas casaderas all&icute; reunidas se pusieron muy coloradas, de donde
sus madres dedujeron que la historia era algo verde, por lo cual pusieron
ellas al pastor de oro y azul; pero el pobre Repela (as&icute; se llamaba el
pastor) no se mordió la lengua, y contestó diciendo: que no hab&icute;a por qué
escandalizarse de aquel modo, pues nada resultaba de su relación que no
supiesen hasta las monjas y hasta las niñas de cuatro años....
—Y si no, vamos a ver (preguntó el cabrero): ¿:qué se saca en claro de
la historia de El Corregidor y la Molinera? ¡Que los casados
duermen juntos, y que a ningún marido le acomoda que otro hombre duerma
con su mujer!—¡Me parece que la noticia!...
—¡Pues es verdad!—respondieron las madres, oyendo las carcajadas de sus
hijas.
—La prueba de que el t&icute;o Repela tiene razón (observó en esto el padre
del novio), es que todos los chicos y grandes aqu&icute; presentes se han
enterado ya de que esta noche, as&icute; que se acabe el baile, Juanete y
Manolilla estrenarán esa hermosa cama de matrimonio que la t&icute;a Gabriela
acaba de enseñar a nuestras hijas para que admiren los bordados de los
almohadones....
—¡Hay más! (dijo el abuelo de la novia): hasta en el libro de la
Doctrina y en los mismos Sermones se habla a los niños de todas estas
cosas tan naturales, al ponerlos al corriente de la larga esterilidad
de Nuestra Señora Santa Ana, de la virtud del casto José, de la
estratagema de Judit, y de otros muchos milagros que no recuerdo
ahora.—Por consiguiente, señores....
—¡Nada, nada, t&icute;o Repela! (exclamaron valerosamente las muchachas.)
¡Diga V. otra vez su relación; que es muy divertida!
—¡Y hasta muy decente! (continuó el abuelo). Pues en ella no se
aconseja a nadie que sea malo; ni se le enseña a serlo; ni queda sin
castigo el que lo es....
—¡Vaya! ¡rep&icute;tala V.!—dijeron al fin consistorialmente las madres de
familia.
El t&icute;o Repela volvió entonces a recitar el romance, y, considerado ya
su texto por todos a la luz de aquella cr&icute;tica tan ingenua, hallaron que
no hab&icute;a pero que ponerle; lo cual equivale a decir que le
concedieron las licencias necesarias.
***
Andando los años, hemos o&icute;do muchas y muy diversas versiones de aquella
misma aventura de El Molinero y la Corregidora, siempre de labios
de graciosos de aldea y de cortijo, por el orden del ya difunto
Repela, y además la hemos le&icute;do en letras de molde en diferentes
Romances de ciego y hasta en el famoso Romancero del
inolvidable D. Agust&icute;n Durán.
El fondo del asunto resulta idéntico: tragi-cómico, zumbón y
terriblemente epigramático, como todas las lecciones dramáticas de moral
de que se enamora nuestro pueblo; pero la forma, el mecanismo accidental,
los procedimientos casuales, difieren mucho, much&icute;simo, del relato de
nuestro pastor, tanto, que éste no hubiera podido recitar en la Cortijada
ninguna de dichas versiones, ni aun aquellas que corren impresas, sin que
antes se tapasen los o&icute;dos las muchachas en estado honesto, o sin
exponerse a que sus madres le sacaran los ojos.—¡A tal punto han
extremado y pervertido los groseros patanes de otras provincias el caso
tradicional que tan sabroso, discreto y pulcro resultaba en la versión
del clásico Repela!
Hace, pues, mucho tiempo que concebimos el propósito de restablecer la
verdad de las cosas, devolviendo a la peregrina historia de que se trata
su primitivo carácter, que nunca dudamos fuera aquel en que sal&icute;a mejor
librado el decoro.—Ni ¿:cómo dudarlo? Esta clase de relaciones, al rodar
por las manos del vulgo, nunca se desnaturalizan para hacerse más bellas,
delicadas y decentes, sino para estropearse y percudirse al contacto de
la ordinariez y la chabacaner&icute;a.
Tal es la historia del presente libro.... Conque métamenos ya en
harina; quiero decir, demos comienzo a la relación de El Corregidor y
la Molinera, no sin esperar de tu sano juicio (¡oh respetable
público!) que «después de haberla le&icute;do y héchote más cruces que si
hubieras visto al demonio (como dijo Estebanillo González al principiar
la suya), la tendrás por digna y merecedora de haber salido a luz.»
Julio de 1874.
——————————————————— @§
I
DE CUáNDO SUCEDIó LA COSA
Comenzaba este largo siglo, que ya va de
vencida.—No se sabe fijamente el año: sólo consta que era después del de
4 y antes del de 8.
Reinaba, pues, todav&icute;a en España Don Carlos IV de Borbón; por la
gracia de Dios, según las monedas, y por olvido o gracia especial
de Bonaparte, según los boletines franceses.—Los demás soberanos europeos
descendientes de hab&icute;an perdido ya la corona (y el jefe de ellos la
cabeza) en la deshecha borrasca que corr&icute;a esta envejecida parte del
mundo desde 1789.
Ni paraba aqu&icute; la singularidad de nuestra patria en aquellos tiempos.
El Soldado de la Revolución, el hijo de un obscuro abogado corso, el
vencedor en R&icute;voli, en las Pirámides, en Marengo y en otras cien
batallas, acababa de ceñirse la corona de Carlo Magno y de transfigurar
completamente la Europa, creando y suprimiendo naciones, borrando
fronteras, inventando dinast&icute;as y haciendo mudar de forma, de nombre, de
sitio, de costumbres y hasta de traje a los pueblos por donde pasaba en
su corcel de guerra como un terremoto animado, o como el
"Antecristo," que le llamaban las potencias del norte...—Sin
embargo, nuestros padres (¡Dios los tenga en su santa gloria!), lejos de
odiarlo o de temerle, complac&icute;anse aún en ponderar sus descomunales
hazañas, como si se tratase del héroe de un libro de caballer&icute;as, o de
cosas que suced&icute;an en otro planeta, sin que ni por asomos recelasen que
pensara nunca en venir por acá a intentar las atrocidades que hab&icute;a hecho
en Francia, Italia, Alemania y otros pa&icute;ses. Una vez por semana (y dos a
lo sumo) llegaba el correo de Madrid a la mayor parte de las
poblaciones importantes de la Pen&icute;nsula, llevando algún número de la
Gaceta (que tampoco era diaria), y por ella sab&icute;an las personas
principales (suponiendo que la Gaceta hablase del particular) si
exist&icute;a un estado más o menos allende el Pirineo, si se hab&icute;a reñido otra
batalla en que peleasen seis ú ocho reyes y emperadores, y si Napoleón se
hallaba en Milán, en Bruselas o en Varsovia...—Por lo demás, nuestros
mayores segu&icute;an viviendo a la antigua española, sumamente despacio,
apegados a sus rancias costumbres, en paz y en gracia de Dios, con su
Inquisición y sus frailes, con su pintoresca desigualdad ante la ley, con
sus privilegios, fueros y exenciones personales, con su carencia de toda
libertad municipal o pol&icute;tica, gobernados simultáneamente por insignes
obispos y poderosos corregidores (cuyas respectivas potestades no era
muy fácil deslindar, pues unos y otros se met&icute;an en lo temporal y en lo
eterno), y pagando un sinnúmero de contribuciones y tributos, cuya
nomenclatura no viene a cuento ahora.
Y aqu&icute; termina todo lo que la presente historia tiene que ver con la
militar y pol&icute;tica de aquella época; pues nuestro único objeto, al
referir lo que entonces suced&icute;a en el mundo, ha sido venir a parar a que
el año de que se trata (supongamos que el de 1805) imperaba todav&icute;a en
España el antiguo régimen en todas las esferas de la vida pública
y particular, como si, en medio de tantas novedades y trastornos, el
Pirineo se hubiese convertido en otra Muralla de la China. @§
II
DE CóMO VIV&icute;A ENTONCES LA GENTE
En Andaluc&icute;a, por ejemplo (pues precisamente aconteció en una ciudad
de Andaluc&icute;a lo que vais a o&icute;r), las personas de suposición
continuaban levantándose muy temprano; yendo a la Catedral a misa de
prima, aunque no fuese d&icute;a de precepto, almorzando, a las
nueve, un huevo frito y una j&icute;cara de chocolate con picatostes;
comiendo, de una a dos de la tarde, puchero y principio, si hab&icute;a caza,
y, si no, puchero solo; durmiendo la siesta después de comer; paseando
luego por el campo; yendo al Rosario, entre dos luces, a su respectiva
parroquia; tomando otro chocolate a la Oración (éste con bizcochos);
asistiendo los muy encopetados a la tertulia del corregidor, del deán, o
del t&icute;tulo que resid&icute;a en el pueblo; retirándose a casa a las ánimas;
cerrando el portón antes del toque de la queda, cenando ensalada
y guisado por antonomasia, si no hab&icute;an entrado boquerones
frescos, y acostándose incontinenti con su señora (los que la ten&icute;an), no
sin hacerse calentar primero la cama durante nueve meses del año...
¡Dichos&icute;simo tiempo aquel en que nuestra tierra segu&icute;a en quieta y
pac&icute;fica posesión de todas las telarañas, de todo el polvo, de toda la
polilla, de todos los respetos, de todas las creencias, de todas las
tradiciones, de todos los usos y de todos los abusos santificados por
los siglos! ¡Dichos&icute;simo tiempo aquel en que hab&icute;a en la sociedad humana
variedad de clases, de afectos y de costumbres! ¡Dichos&icute;simo tiempo,
digo..., para los poetas especialmente, que encontraban un entremés, un
sainete, una comedia, un drama, un auto sacramental o una epopeya detrás
de cada esquina, en vez de esta prosaica uniformidad y desabrido realismo
que nos legó al cabo la Revolución Francesa!—¡Dichos&icute;simo tiempo,
s&icute;!...
Pero esto es volver a las andadas. Basta ya de generalidades y de
circunloquios, y entremos resueltamente en la historia del Sombrero de
tres picos. @§
III
DO UT DES
En aquel tiempo, pues, hab&icute;a cerca de la ciudad de *** un famoso
molino, harinero (que ya no existe), situado como a un cuarto de legua de
la población, entre el pie de suave colina poblada de guindos y cerezos y
una fertil&icute;sima huerta que serv&icute;a de margen (y algunas veces de lecho) al
titular, intermitente y traicionero r&icute;o.
Por varias y diversas razones, hac&icute;a ya algún tiempo que aquel molino
era el predilecto punto de llegada y descanso de los paseantes más
caracterizados de la mencionada ciudad...—Primeramente, conduc&icute;a a él
un camino carretero, menos intransitable que los restantes de aquellos
contornos.—En segundo lugar, delante del molino hab&icute;a una plazoletilla
empedrada, cubierta por un parral enorme, debajo del cual se tomaba muy
bien el fresco en el verano y el sol en el invierno, merced a la
alternada ida y venida de los pámpanos....—En tercer lugar, el molinero
era un hombre muy respetuoso, muy discreto, muy fino, que ten&icute;a lo que se
llama don de gentes, y que obsequiaba a los señorones que sol&icute;an
honrarlo con su tertulia vespertina, ofreciéndoles... lo que daba el
tiempo, ora habas verdes, ora cerezas y guindas, ora lechugas en rama y
sin sazonar (que están muy buenas cuando se las acompaña de macarros de
pan y aceite; macarros que se encargaban de enviar por delante sus
señor&icute;as), ora melones, ora uvas de aquella misma parra que les serv&icute;a de
dosel, ora rosetas de ma&icute;z, si era invierno, y castañas asadas, y
almendras, y nueces, y de vez en cuando, en las tardes muy fr&icute;as, un
trago de vino de pulso (dentro ya de la casa y al amor de la lumbre), a
lo que por Pascuas se sol&icute;a añadir algún pestiño, algún mantecado, algún
rosco o alguna lonja de jamón alpujarreño.
—¿:Tan rico era el molinero, o tan imprudentes sus
tertulianos?—exclamaréis, interrumpiéndome.
Ni lo uno ni lo otro. El molinero sólo ten&icute;a un pasar, y aquellos
caballeros eran la delicadeza y el orgullo personificados. Pero en unos
tiempos en que se pagaban cincuenta y tantas contribuciones diferentes a
la Iglesia y al Estado, poco arriesgaba un rústico de tan claras luces
como aquél en tenerse ganada la voluntad de regidores, canónigos,
frailes, escribanos y demás personas de campanillas. As&icute; es que no
faltaba quien dijese que el t&icute;o Lucas (tal era el nombre del molinero) se
ahorraba un dineral al año a fuerza de agasajar a todo el mundo.
—«Vuestra Merced me va a dar una puertecilla vieja de la casa que ha
derribado,» dec&icute;ale a uno.—«Vuestra Señor&icute;a (dec&icute;ale a otro) va a mandar
que me rebajen el subsidio, o la alcabala, o la contribución de
frutos-civiles.»—«Vuestra Reverencia me va a dejar coger en la huerta del
convento una poca hoja para mis gusanos de seda.»—«Vuestra Ilustr&icute;sima me
va a dar permiso para traer una poca leña del monte X.»—«Vuestra
Paternidad me va a poner dos letras para que me permitan cortar una
poca madera en el pinar H.»—«Es menester que me haga Usarcé una
escriturilla que no me cueste nada.»—«Este año no puedo pagar el
censo.»—«Espero que el pleito se falle a mi favor.»—«Hoy le he dado de
bofetadas a uno, y creo que debe ir a la cárcel por haberme
provocado.»—«¿:Tendr&icute;a su Merced tal cosa de sobra?»—«¿:Le sirve a Usted de
algo tal otra?»—«¿:Me puede prestar la mula?»—«¿:Tiene ocupado mañana el
carro?»—«¿:Le parece que env&icute;e por el burro?»
Y estas canciones se repet&icute;an a todas horas, obteniendo siempre por
contestación un generoso y desinteresado... «Como se pide.»
Conque ya veis que el t&icute;o Lucas no estaba en camino de arruinarse.
@§
IV
UNA MUJER VISTA POR FUERA
La última y acaso la más poderosa razón que ten&icute;a el señor&icute;o de
la ciudad para frecuentar por las tardes el molino del t&icute;o Lucas, era...
que, as&icute; los clérigos como los seglares, empezando por el Sr. Obispo y el
Sr. Corregidor, pod&icute;an contemplar all&icute; a sus anchas una de las obras más
bellas, graciosas y admirables que hayan salido jamás de las manos de
Dios, llamado entonces el Ser Supremo por Jovellanos y toda la
escuela afrancesada de nuestro pa&icute;s....
Esta obra... se denominaba «la señá Frasquita.»
Empiezo por responderos de que la señá Frasquita, leg&icute;tima esposa del
t&icute;o Lucas, era una mujer de bien, y de que as&icute; lo sab&icute;an todos los
ilustres visitantes del molino. Digo más: ninguno de éstos daba muestras
de considerarla con ojos de varón ni con trastienda pecaminosa.
Admirábanla, s&icute;, y requebrábanla en ocasiones (delante de su marido, por
supuesto), lo mismo los frailes que los caballeros, los canónigos que los
golillas, como un prodigio de belleza que honraba a su Criador, y como
una diablesa de travesura y coqueter&icute;a, que alegraba inocentemente los
esp&icute;ritus más melancólicos.—«Es un hermoso animal,» sol&icute;a decir el
virtuos&icute;simo Prelado.—«Es una estatua de la antigüedad helénica,»
observaba un Abogado muy erudito, Académico correspondiente de la
Historia.—«Es la propia estampa de Eva,» prorrump&icute;a el Prior de los
Franciscanos.—«Es una real moza,» exclamaba el Coronel de milicias.—«Es
una sierpe, una sirena, ¡un demonio!» añad&icute;a el Corregidor.—«Pero es una
buena mujer, es un ángel, es una criatura, es una chiquilla de cuatro
años,» acababan por decir todos, al regresar del molino atiborrados de
uvas o de nueces, en busca de sus tétricos y metódicos hogares.
La chiquilla de cuatro años, esto es, la señá Frasquita, frisar&icute;a en
los treinta. Ten&icute;a más de dos varas de estatura, y era recia a
proporción, o quizás más gruesa todav&icute;a de lo correspondiente a su
arrogante talla. Parec&icute;a una Niobe colosal, y eso que no hab&icute;a tenido
hijos: parec&icute;a un Hércules... hembra: parec&icute;a una matrona romana de las
que aún hay ejemplares en el Trastévere.—Pero lo más notable en ella era
la movilidad, la ligereza, la animación, la gracia de su respetable mole.
Para ser una estatua, como pretend&icute;a el Académico, le faltaba el reposo
monumental. Se cimbraba como un junco, giraba como una veleta, bailaba
como una peonza.—Su rostro era más movible todav&icute;a, y, por tanto, menos
escultural. Avivábanlo donosamente hasta cinco hoyuelos: dos en una
mejilla; otro en otra; otro, muy chico, cerca de la comisura izquierda de
sus rientes labios, y el último, muy grande, en medio de su redonda
barba. Añadid a esto los picarescos mohines, los graciosos guiños y las
variadas posturas de cabeza que amenizaban su conversación, y formaréis
idea de aquella cara llena de sal y de hermosura y radiante siempre de
salud y alegr&icute;a.
Ni la señá Frasquita ni el t&icute;o Lucas eran andaluces: ella era navarra y
él murciano. él hab&icute;a ido a la ciudad de ***, a la edad de quince años,
como medio paje, medio criado del obispo anterior al que entonces
gobernaba aquella iglesia. Educábalo su protector para clérigo, y tal vez
con esta mira y para que no careciese de congrua, dejole en su
testamento el molino; pero el t&icute;o Lucas, que a la muerte de Su
Ilustr&icute;sima no estaba ordenado más que de menores, ahorcó los
hábitos en aquel punto y hora, y sentó plaza de soldado, más ganoso de
ver mundo y correr aventuras que de decir misa o de moler trigo.—En 1793
hizo la campaña de los Pirineos Occidentales, como ordenanza del valiente
General Don Ventura Caro; asistió al asalto de Castillo Piñón, y
permaneció luego largo tiempo en las provincias del Norte, donde tomó la
licencia absoluta.—En Estella conoció a la señá Frasquita, que entonces
sólo se llamaba Frasquita; la enamoró; se casó con ella, y se la
llevó a Andaluc&icute;a en busca de aquel molino que hab&icute;a de verlos tan
pac&icute;ficos y dichosos durante el resto de su peregrinación por este valle
de lágrimas y risas.
La señá Frasquita, pues, trasladada de Navarra a aquella soledad, no
hab&icute;a adquirido ningún hábito andaluz, y se diferenciaba mucho de las
mujeres campesinas de los contornos. Vest&icute;a con más sencillez, desenfado
y elegancia que ellas, lavaba más sus carnes, y permit&icute;a al sol y al aire
acariciar sus arremangados brazos y su descubierta garganta. Usaba, hasta
cierto punto, el traje de las señoras de aquella época, el traje de
las mujeres de Goya, el traje de la reina Mar&icute;a Luisa: si no falda de
medio paso, falda de un paso solo, sumamente corta, que dejaba ver sus
menudos pies y el arranque de su soberana pierna: llevaba el escote
redondo y bajo, al estilo de Madrid, donde se detuvo dos meses con su
Lucas al trasladarse de Navarra a Andaluc&icute;a; todo el pelo recogido en lo
alto de la coronilla, lo cual dejaba campear la gallard&icute;a de su cabeza y
de su cuello; sendas arracadas en las diminutas orejas, y muchas sortijas
en los afilados dedos de sus duras pero limpias manos.—Por último: la
voz de la señá Frasquita ten&icute;a todos los tonos del más extenso y
melodioso instrumento, y su carcajada era tan alegre y argentina, que
parec&icute;a un repique de Sábado de Gloria.
Retratemos ahora al t&icute;o Lucas. @§
V
UN HOMBRE VISTO POR FUERA Y POR DENTRO
El t&icute;o Lucas era más feo que Picio. Lo hab&icute;a sido toda su vida, y ya
ten&icute;a cerca de cuarenta años. Sin embargo, pocos hombres tan simpáticos y
agradables habrá echado Dios al mundo. Prendado de su viveza, de su
ingenio y de su gracia, el difunto obispo se lo pidió a sus padres, que
eran pastores, no de almas, sino de verdaderas ovejas. Muerto Su
Ilustr&icute;sima, y dejado que hubo el mozo el seminario por el cuartel,
distinguiolo entre todo su ejército el General Caro, y lo hizo su
ordenanza más &icute;ntimo, su verdadero criado de campaña. Cumplido, en fin,
el empeño militar, fuele tan fácil al t&icute;o Lucas rendir el corazón de la
señá Frasquita, como fácil le hab&icute;a sido captarse el aprecio del general
y del prelado. La navarra, que ten&icute;a a la sazón veinte abriles, y era el
ojo derecho de todos los mozos de Estella, algunos de ellos bastante
ricos, no pudo resistir a los continuos donaires, a las chistosas
ocurrencias, a los ojillos de enamorado mono y a la bufona y constante
sonrisa, llena de malicia, pero también de dulzura, de aquel murciano tan
atrevido, tan locuaz, tan avisado, tan dispuesto, tan valiente y tan
gracioso, que acabó por trastornar el juicio, no sólo a la codiciada
beldad, sino también a su padre y a su madre.
Lucas era en aquel entonces, y segu&icute;a siendo en la fecha a que nos
referimos, de pequeña estatura (a lo menos con relación a su mujer), un
poco cargado de espaldas, muy moreno, barbilampiño, narigón, orejudo y
picado de viruelas.—En cambio, su boca era regular y su dentadura
inmejorable. Dijérase que sólo la corteza de aquel hombre era tosca y
fea; que tan pronto como empezaba a penetrarse dentro de él aparec&icute;an sus
perfecciones, y que estas perfecciones principiaban en los dientes. Luego
ven&icute;a la voz, vibrante, elástica, atractiva; varonil y grave algunas
veces, dulce y melosa cuando ped&icute;a algo, y siempre dif&icute;cil de resistir.
Llegaba después lo que aquella voz dec&icute;a: todo oportuno, discreto,
ingenioso, persuasivo... Y, por último, en el alma del t&icute;o Lucas hab&icute;a
valor, lealtad, honradez, sentido común, deseo de saber y conocimientos
instintivos o emp&icute;ricos de muchas cosas, profundo desdén a los necios,
cualquiera que fuese su categor&icute;a social, y cierto esp&icute;ritu de iron&icute;a, de
burla y de sarcasmo, que le hac&icute;an pasar, a los ojos del Académico, por
un D. Francisco de Quevedo en bruto.
Tal era por dentro y por fuera el t&icute;o Lucas. @§
VI
HABILIDADES DE LOS DOS CóNYUGES
Amaba, pues, locamente la señá Frasquita al t&icute;o Lucas, y considerábase
la mujer más feliz del mundo al verse adorada por él. No ten&icute;an hijos,
según que ya sabemos, y hab&icute;ase consagrado cada uno a cuidar y mimar al
otro con esmero indecible, pero sin que aquella tierna solicitud
ostentase el carácter sentimental y empalagoso, por lo zalamero, de casi
todos los matrimonios sin sucesión. Al contrario: tratábanse con una
llaneza, una alegr&icute;a, una broma y una confianza semejantes a las de
aquellos niños, camaradas de juegos y de diversiones, que se quieren con
toda el alma sin dec&icute;rselo jamás, ni darse a s&icute; mismos cuenta de lo que
sienten.
¡Imposible que haya habido sobre la tierra molinero mejor peinado,
mejor vestido, más regalado en la mesa, rodeado de más comodidades en su
casa, que el t&icute;o Lucas! ¡Imposible que ninguna molinera ni ninguna
reina haya sido objeto de tantas atenciones, de tantos agasajos, de
tantas finezas como la señá Frasquita! ¡Imposible también que ningún
molino haya encerrado tantas cosas necesarias, útiles, agradables,
recreativas y hasta superfluas, como el que va a servir de teatro a casi
toda la presente historia!
Contribu&icute;a mucho a ello que la señá Frasquita, la pulcra, hacendosa,
fuerte y saludable navarra, sab&icute;a, quer&icute;a y pod&icute;a guisar, coser,
bordar, barrer, hacer dulces, lavar, planchar, blanquear la casa, fregar
el cobre, amasar, tejer, hacer media, cantar, bailar, tocar la guitarra y
los palillos, jugar a la brisca y al tute, y otras much&icute;simas cosas cuya
relación fuera interminable.—Y contribu&icute;a no menos al mismo resultado
el que el t&icute;o Lucas sab&icute;a, quer&icute;a y pod&icute;a dirigir la molienda, cultivar
el campo, cazar, pescar, trabajar de carpintero, de herrero y de albañil,
ayudar a su mujer en todos los quehaceres de la casa, leer, escribir,
contar, etc., etc.
Y esto sin hacer mención de los ramos de lujo, o sea de sus habilidades
extraordinarias...
Por ejemplo: el t&icute;o Lucas adoraba las flores (lo mismo que su mujer), y
era floricultor tan consumado, que hab&icute;a conseguido producir
ejemplares nuevos, por medio de laboriosas combinaciones. Ten&icute;a
algo de ingeniero natural, y lo hab&icute;a demostrado construyendo una presa,
un sifón y un acueducto que triplicaron el agua del molino. Hab&icute;a
enseñado a bailar a un perro, domesticado una culebra, y hecho que un
loro diese la hora por medio de gritos, según las iba marcando un reloj
de sol que el molinero hab&icute;a trazado en una pared; de cuyas resultas el
loro daba ya la hora con toda precisión, hasta en los d&icute;as nublados y
durante la noche.
Finalmente: en el molino hab&icute;a una huerta que produc&icute;a toda clase de
frutas y legumbres; un estanque encerrado en una especie de kiosko de
jazmines, donde se bañaban en verano el t&icute;o Lucas y la señá Frasquita, un
jard&icute;n; una estufa o invernadero para las plantas exóticas; una fuente de
agua potable; dos burras, en que el matrimonio iba a la Ciudad o a los
pueblos de las cercan&icute;as; gallinero, palomar, pajarera, criadero de
peces; criadero de gusanos de seda; colmenas, cuyas abejas libaban en los
jazmines; jaraiz o lagar, con su bodega correspondiente, ambas cosas en
miniatura; horno, telar, fragua, taller de carpinter&icute;a, etc., etc.;
todo ello reducido a una casa de ocho habitaciones y a dos fanegas de
tierra, y tasado en la cantidad de diez mil reales. @§
VII
EL FONDO DE LA FELICIDAD
Adorábanse, s&icute;, locamente el molinero y la molinera, y aun se hubiera
cre&icute;do que ella lo quer&icute;a más a él que él a ella, no obstante ser él tan
feo y ella tan hermosa. D&icute;golo porque la señá Frasquita sol&icute;a tener celos
y pedirle cuentas al t&icute;o Lucas cuando éste tardaba mucho en regresar de
la Ciudad o de los pueblos adonde iba por grano, mientras que el t&icute;o
Lucas ve&icute;a hasta con gusto las atenciones de que era objeto la señá
Frasquita por parte de los señores que frecuentaban el molino; se ufanaba
y regocijaba de que a todos les agradase tanto como a él: y, aunque
comprend&icute;a que en el fondo del corazón se la envidiaban algunos de ellos,
la codiciaban como simples mortales y hubieran dado cualquier cosa porque
fuese menos mujer de bien, la dejaba sola d&icute;as enteros sin el menor
cuidado, y nunca le preguntaba luego qué hab&icute;a hecho ni quién hab&icute;a
estado all&icute; durante su ausencia...
No consist&icute;a aquello, sin embargo, en que el amor del t&icute;o Lucas fuese
menos vivo que el de la señá Frasquita. Consist&icute;a en que él ten&icute;a más
confianza en la virtud de ella que ella en la de él; consist&icute;a en que
él la aventajaba en penetración, y sab&icute;a hasta qué punto era amado y
cuánto se respetaba su mujer a s&icute; misma; y consist&icute;a principalmente en
que el t&icute;o Lucas era todo un hombre: un hombre como el de Shakespeare,
de pocos e indivisibles sentimientos; incapaz de dudas; que cre&icute;a o
mor&icute;a; que amaba o mataba; que no admit&icute;a gradación ni tránsito entre la
suprema felicidad y el exterminio de su dicha.
Era, en fin, un Otelo de Murcia, con alpargatas y montera, en el
primer acto de una tragedia posible...
Pero ¿:a qué estas notas lúgubres en una tonadilla tan alegre? ¿:A qué
estos relámpagos fat&icute;dicos en una atmósfera tan serena? ¿:A qué estas
actitudes melodramáticas en un cuadro de género?
Vais a saberlo inmediatamente. @§
VIII
EL HOMBRE DEL SOMBRERO DE TRES PICOS
Eran las dos de una tarde de Octubre.
El esquilón de la Catedral tocaba a v&icute;speras,—lo cual equivale a decir
que ya hab&icute;an comido todas las personas principales de la ciudad.
Los canónigos se dirig&icute;an al coro, y los seglares a sus alcobas a
dormir la siesta, sobre todo aquellos que, por razón de oficio, v. gr.,
las autoridades, hab&icute;an pasado la mañana entera trabajando.
Era, pues, muy de extrañar que a aquella hora, impropia además para dar
un paseo, pues todav&icute;a hac&icute;a demasiado calor, saliese de la Ciudad, a
pie, y seguido de un solo alguacil, el ilustre señor Corregidor de la
misma,—a quien no pod&icute;a confundirse con ninguna otra persona ni de d&icute;a ni
de noche, as&icute; por la enormidad de su sombrero de tres picos y por lo
vistoso de su capa de grana, como por lo particular&icute;simo de su grotesco
donaire...
De la capa de grana y del sombrero de tres picos, son muchas todav&icute;a
las personas que pudieran hablar con pleno conocimiento de causa.
Nosotros, entre ellas, lo mismo que todos los nacidos en aquella ciudad
en las postrimer&icute;as del reinado del Señor Don Fernando VII, recordamos
haber visto colgados de un clavo, único adorno de desmantelada pared, en
la ruinosa torre de la casa que habitó Su Señor&icute;a (torre destinada a
la sazón a los infantiles juegos de sus nietos), aquellas dos anticuadas
prendas, aquella capa y aquel sombrero,—el negro sombrero encima, y la
roja capa debajo,—formando una especie de espectro del absolutismo; una
especie de sudario del Corregidor, una especie de caricatura
retrospectiva de su poder, pintada con carbón y almagre, como tantas
otras, por los párvulos constitucionales de la de 1837 que all&icute;
nos reun&icute;amos; una especie, en fin, de espantapájaros, que en otro
tiempo hab&icute;a sido espanta-hombres, y que hoy me da miedo de haber
contribuido a escarnecer, paseándolo por aquella histórica ciudad, en
d&icute;as de carnestolendas, en lo alto de un deshollinador, o sirviendo de
disfraz irrisorio al idiota que más hac&icute;a re&icute;r a la plebe...—¡Pobre
principio de autoridad! ¡As&icute; te hemos puesto los mismos que hoy te
invocamos tanto!
En cuanto al indicado grotesco donaire del señor Corregidor, consist&icute;a
(dicen) en que era cargado de espaldas..., todav&icute;a más cargado de
espaldas que el t&icute;o Lucas..., casi jorobado, por decirlo de una vez; de
estatura menos que mediana; endeblillo; de mala salud; con las piernas
arqueadas y una manera de andar sui generis (balanceándose de un
lado a otro y de atrás hacia adelante), que sólo se puede describir con
la absurda fórmula de que parec&icute;a cojo de los dos pies.—En cambio (añade
la tradición), su rostro era regular, aunque ya bastante arrugado por la
falta absoluta de dientes y muelas; moreno verdoso, como el de casi todos
los hijos de las Castillas; con grandes ojos obscuros, en que
relampagueaban la cólera, el despotismo y la lujuria; con finas y
traviesas facciones, que no ten&icute;an la expresión del valor personal, pero
s&icute; la de una malicia artera capaz de todo, y con cierto aire de
satisfacción, medio aristocrático, medio libertino, que revelaba que
aquel hombre habr&icute;a sido, en su remota juventud, muy agradable y acepto a
las mujeres, no obstante sus piernas y su joroba.
D. Eugenio de Zúñiga y Ponce de León (que as&icute; se llamaba Su Señor&icute;a)
hab&icute;a nacido en Madrid, de familia ilustre; frisar&icute;a a la sazón en los
cincuenta y cinco años, y llevaba cuatro de corregidor en la ciudad de
que tratamos, donde se casó, a poco de llegar, con la principal&icute;sima
señora que diremos más adelante.
Las medias de D. Eugenio (única parte que, además de los zapatos,
dejaba ver de su vestido la extens&icute;sima capa de grana) eran blancas, y
los zapatos negros, con hebilla de oro. Pero luego que el calor del campo
lo obligó a desembozarse, v&icute;dose que llevaba gran corbata de batista;
chupa de sarga de color de tórtola, muy festoneada de ramillos verdes,
bordados de realce; calzón corto, negro, de seda; una enorme casaca de la
misma estofa que la chupa; espad&icute;n con guarnición de acero; bastón con
borlas, y un respetable par de guantes (o quirotecas) de gamuza pajiza,
que no se pon&icute;a nunca y que empuñaba a guisa de cetro.
El alguacil, que segu&icute;a a veinte pasos de distancia al señor
Corregidor, se llamaba Garduña, y era la propia estampa de su
nombre.—Flaco, agil&icute;simo; mirando adelante y atrás y a derecha e
izquierda al propio tiempo que andaba; de largo cuello; de diminuto y
repugnante rostro, y con dos manos como dos manojos de disciplinas,
parec&icute;a juntamente un hurón en busca de criminales, la cuerda que hab&icute;a
de atarlos, y el instrumento destinado a su castigo.
El primer corregidor que le echó la vista encima, le dijo sin más
informes: «Tú serás mi verdadero alguacil...»—Y ya lo hab&icute;a sido
de cuatro corregidores.
Ten&icute;a cuarenta y ocho años, y llevaba sombrero de tres picos, mucho
más pequeño que el de su señor (pues repetimos que el de éste era
descomunal), capa negra como las medias y todo el traje, bastón sin
borlas, y una especie de asador por espada.
Aquel espantajo negro parec&icute;a la sombra de su vistoso amo.
@§
IX
¡ARRE, BURRA!
Por dondequiera que pasaban el personaje y su apéndice, los labradores
dejaban sus faenas y se descubr&icute;an hasta los pies, con más miedo que
respeto; después de lo cual se dec&icute;an en voz baja:
—¡Temprano va esta tarde el señor Corregidor a ver a la señá
Frasquita!
—¡Temprano... y solo!—añad&icute;an algunos, acostumbrados a verlo siempre
dar aquel paseo en compañ&icute;a de otras varias personas.
—Oye, tú, Manuel: ¿:por qué irá solo esta tarde el señor Corregidor a
ver a la navarra?—le preguntó una lugareña a su marido, el cual la
llevaba a grupas en la bestia.
Y, al mismo tiempo que la pregunta, le hizo cosquillas, por v&icute;a de
retint&icute;n.
—¡No seas mal pensada, Josefa! (exclamó el buen hombre). La señá
Frasquita es incapaz...
—No digo yo lo contrario... Pero el Corregidor no es por eso incapaz de
estar enamorado de ella... Yo he o&icute;do decir que, de todos los que van a
las francachelas del molino, el único que lleva mal fin es ese
madrileño tan aficionado a faldas...
—¿:Y qué sabes tú si es o no aficionado a faldas?—preguntó a su vez el
marido.
—No lo digo por m&icute;...¡Ya se hubiera guardado, por más corregidor que
sea, de decirme los ojos tienes negros!
La que as&icute; hablaba era fea en grado superlativo.
—Pues mira, hija, ¡allá ellos! (replicó el llamado Manuel). Yo no creo
al t&icute;o Lucas hombre de consentir...¡Bonito genio tiene el t&icute;o Lucas
cuando se enfada!...
—Pero, en fin, ¡si ve que le conviene!...—añadió la t&icute;a Josefa,
retorciendo el hocico.
—El t&icute;o Lucas es hombre de bien...(repuso el lugareño); y a un hombre
de bien nunca pueden convenirle ciertas cosas...
—Pues entonces, tienes razón...¡Allá ellos!—¡Si yo fuera la señá
Frasquita!...
—¡Arre, burra!—gritó el marido, para mudar la conversación.
Y la burra salió al trote; con lo que no pudo o&icute;rse el resto del
diálogo. @§
X
DESDE LA PARRA
Mientras as&icute; discurr&icute;an los labriegos que saludaban al señor
Corregidor, la señá Frasquita regaba y barr&icute;a cuidadosamente la
plazoletilla empedrada que serv&icute;a de atrio o compás al molino, y colocaba
media docena de sillas debajo de lo más espeso del emparrado, en el cual
estaba subido el t&icute;o Lucas, cortando los mejores racimos y arreglándolos
art&icute;sticamente en una cesta.
—¡Pues s&icute;, Frasquita! (dec&icute;a el t&icute;o Lucas desde lo alto de la parra):
el señor Corregidor está enamorado de ti de muy mala manera...
—Ya te lo dije yo hace tiempo (contestó la mujer del Norte)... Pero
¡déjalo que pene!—¡Cuidado, Lucas, no te vayas a caer!
—Descuida: estoy bien agarrado...—También le gustas mucho al señor...
—¡Mira! ¡no me des más noticias! (interrumpió ella). ¡Demasiado sé yo a
quién le gusto y a quién no le gusto! ¡Ojalá supiera del mismo modo por
qué no te gusto a ti!
—¡Toma! Porque eres muy fea...—contestó el t&icute;o Lucas.
—Pues, oye..., ¡fea y todo, soy capaz de subir a la parra y echarte de
cabeza al suelo!..
—Más fácil ser&icute;a que yo no te dejase bajar de la parra sin comerte
viva...
—¡Eso es!...¡y cuando vinieran mis galanes y nos viesen ah&icute;, dir&icute;an que
éramos un mono y una mona!...
—Y acertar&icute;an; porque tú eres muy mona y muy rebonita, y yo parezco un
mono con esta joroba...
—Que a m&icute; me gusta much&icute;simo...
—Entonces te gustará más la del Corregidor, que es mayor que la
m&icute;a...
—¡Vamos! ¡Vamos! Sr. D. Lucas...¡No tenga V. tantos celos!...
—¿:Celos yo de ese viejo petate?—¡Al contrario; me alegro much&icute;simo de
que te quiera!...
—¿:Por qué?
—Porque en el pecado lleva la penitencia. ¡Tú no has de quererlo nunca,
y yo soy entretanto el verdadero Corregidor de la ciudad!
—¡Miren el vanidoso!—Pues figúrate que llegase a quererlo...—¡Cosas más
raras se ven en el mundo!
—Tampoco me dar&icute;a gran cuidado...
—¿:Por qué?
—¡Porque entonces tú no ser&icute;as ya tú; y, no siendo tú quien eres, o
como yo creo que eres, maldito lo que me importar&icute;a que te llevasen los
demonios!
—Pero bien; ¿:qué har&icute;as en semejante caso?
—¿:Yo? ¡Mira lo que no sé!... Porque, como entonces yo ser&icute;a otro y no
el que soy ahora, no puedo figurarme lo que pensar&icute;a...
—¿:Y por qué ser&icute;as entonces otro?—insistió valientemente la señá
Frasquita, dejando de barrer y poniéndose en jarras para mirar hacia
arriba.
El t&icute;o Lucas se rascó la cabeza, como si escarbara para sacar de
ella alguna idea muy profunda, hasta que al fin dijo con más seriedad y
pulidez que de costumbre:
—Ser&icute;a otro, porque yo soy ahora un hombre que cree en ti como en s&icute;
mismo, y que no tiene más vida que esta fe. De consiguiente, al dejar de
creer en ti, me morir&icute;a o me convertir&icute;a en un nuevo hombre; vivir&icute;a de
otro modo; me parecer&icute;a que acababa de nacer; ¡tendr&icute;a otras entrañas!
Ignoro, pues, lo que har&icute;a entonces contigo... Puede que me echara a re&icute;r
y te volviera la espalda... Puede que ni siquiera te conociese... Puede
que...—Pero ¡vaya un gusto que tenemos en ponernos de mal humor sin
necesidad! ¿:Qué nos importa a nosotros que te quieran todos los
corregidores del mundo? ¿:No eres tú mi Frasquita?
—¡S&icute;, pedazo de bárbaro! (contestó la navarra, riendo a más no poder).
Yo soy tu Frasquita, y tú eres mi Lucas de mi alma, más feo que el bú,
con más talento que todos los hombres, más bueno que el pan, y más
querido...—¡Ah! ¡lo que es eso de querido, cuando bajes de la
parra lo verás! ¡Prepárate a llevar más bofetadas y pellizcos que pelos
tienes en la cabeza!—Pero ¡calla! ¿:Qué es lo que veo? El señor Corregidor
viene por all&icute; completamente solo...¡Y tan tempranito!...—Ese trae
plan...—¡Por lo visto, tú ten&icute;as razón!...
—Pues aguántate, y no le digas que estoy subido en la parra. ¡Ese viene
a declararse a solas contigo, creyendo pillarme durmiendo la
siesta!...—Quiero divertirme oyendo su explicación.
As&icute; dijo el t&icute;o Lucas, alargando la cesta a su mujer.
—¡No está mal pensado! (exclamó ella, lanzando nuevas carcajadas). ¡El
demonio del madrileño! ¿:Qué se habrá cre&icute;do que es un corregidor para
m&icute;?—Pero aqu&icute; llega...—Por cierto que Garduña, que lo segu&icute;a a alguna
distancia, se ha sentado en la ramblilla a la sombra...¡Qué
majader&icute;a!—Ocúltate tú bien entre los pámpanos, que nos vamos a re&icute;r más
de lo que te figuras...
Y, dicho esto, la hermosa navarra rompió a cantar el fandango, que ya
le era tan familiar como las canciones de su tierra. @§
XI
EL BOMBARDEO DE PAMPLONA
Dios te guarde, Frasquita...—dijo el Corregidor a media voz,
apareciendo bajo el emparrado y andando de puntillas.
—¡Tanto bueno, señor Corregidor! (respondió ella en voz natural,
haciéndole mil reverencias). ¡Us&icute;a por aqu&icute; a estas horas! ¡Y con el
calor que hace! ¡Vaya, siéntese Su Señor&icute;a!... Esto está fresquito.—¿:Cómo
no ha aguardado Su Señor&icute;a a los demás señores?—Aqu&icute; tienen ya preparados
sus asientos... Esta tarde esperamos al señor Obispo en persona, que le
ha prometido a mi Lucas venir a probar las primeras uvas de la parra.—¿:Y
cómo lo pasa Su Señor&icute;a? ¿:Cómo está la Señora?
El Corregidor se hab&icute;a turbado.—La ansiada soledad en que encontraba a
la señá Frasquita le parec&icute;a un sueño, o un lazo que le tend&icute;a la enemiga
suerte para hacerle caer en el abismo de un desengaño.
Limitose, pues, a contestar:
—No es tan temprano como dices... Serán las tres y media...
El loro dio en aquel momento un chillido.
—Son las dos y cuarto,—dijo la navarra, mirando de hito en hito al
madrileño.
éste calló, como reo convicto que renuncia a la defensa.
—¿:Y Lucas? ¿:Duerme?—preguntó al cabo de un rato.
(Debemos advertir aqu&icute; que el Corregidor, lo mismo que todos los que no
tienen dientes, hablaba con una pronunciación floja y sibilante, como si
se estuviese comiendo sus propios labios.)
—¡De seguro! (contestó la señá Frasquita).—En llegando estas horas se
queda dormido donde primero le coge, aunque sea en el borde de un
precipicio...
—Pues mira... ¡déjalo dormir!... (exclamó el viejo Corregidor,
poniéndose más pálido de lo que ya era).—Y tú, mi querida Frasquita,
escúchame..., oye..., ven acá... ¡Siéntate aqu&icute;; a mi lado!... Tengo
muchas cosas que decirte...
—Ya estoy sentada,—respondió la Molinera, agarrando una silla baja y
plantándola delante del Corregidor, a cort&icute;sima distancia de la suya.
Sentado que se hubo, Frasquita echó una pierna sobre la otra, inclinó
el cuerpo hacia adelante, apoyó un codo sobre la rodilla cabalgadora, y
la fresca y hermosa cara en una de sus manos; y as&icute;, con la cabeza un
poco ladeada, la sonrisa en los labios, los cinco hoyos en actividad, y
las serenas pupilas clavadas en el Corregidor, aguardó la declaración de
Su Señor&icute;a.—Hubiera podido comparársela con Pamplona esperando un
bombardeo.
El pobre hombre fue a hablar, y se quedó con la boca abierta,
embelesado ante aquella grandiosa hermosura, ante aquella esplendidez de
gracias, ante aquella formidable mujer, de alabastrino color, de lujosas
carnes, de limpia y riente boca, de azules e insondables ojos, que
parec&icute;a creada por el pincel de Rubens.
—¡Frasquita!... (murmuró al fin el delegado del rey, con acento
desfallecido, mientras que su marchito rostro, cubierto de sudor,
destacándose sobre su joroba, expresaba una inmensa angustia).
¡Frasquita!...
—¡Me llamo! (contestó la hija de los Pirineos).—¿:Y qué?
—Lo que tú quieras...—repuso el viejo con una ternura sin l&icute;mites.
—Pues lo que yo quiero... (dijo la Molinera), ya lo sabe Us&icute;a. Lo que
yo quiero es que Us&icute;a nombre secretario del ayuntamiento de la Ciudad a
un sobrino m&icute;o que tengo en Estella..., y que as&icute; podrá venirse de
aquellas montañas, donde está pasando muchos apuros...
—Te he dicho, Frasquita, que eso es imposible. El secretario
actual...
—¡Es un ladrón, un borracho y un bestia!
—Ya lo sé... Pero tiene buenas aldabas entre los regidores perpetuos,
y yo no puedo nombrar otro sin acuerdo del Cabildo. De lo contrario, me
expongo...
—¡Me expongo!... ¡Me expongo!... ¿:A qué no nos expondr&icute;amos por Vuestra
Señor&icute;a hasta los gatos de esta casa?
—¿:Me querr&icute;as a ese precio?—tartamudeó el Corregidor.
—No, señor; que lo quiero a Us&icute;a de balde.
—¡Mujer, no me des tratamiento! Háblame de V. o como se te
antoje...—¿:Conque vas a quererme? Di.
—¿:No le digo a V. que lo quiero ya?
—Pero...
—No hay pero que valga. ¡Verá V. qué guapo y qué hombre de bien es mi
sobrino!
—¡Tú s&icute; que eres guapa, Frascuela!...
—¿:Le gusto a V.?
—¡Que si me gustas!... ¡No hay mujer como tú!
—Pues mire V... Aqu&icute; no hay nada postizo...—contestó la señá Frasquita,
acabando de arrollar la manga de su jubón, y mostrando al Corregidor el
resto de su brazo, digno de una cariátide y más blanco que una
azucena.
—¡Que si me gustas!... (prosiguió el Corregidor). ¡De d&icute;a, de noche, a
todas horas, en todas partes, sólo pienso en ti!...
—¡Pues qué! ¿:No le gusta a V. la señora Corregidora? (preguntó la señá
Frasquita con tan mal fingida compasión, que hubiera hecho re&icute;r a un
hipocondr&icute;aco).—¡Qué lástima! Mi Lucas me ha dicho que tuvo el gusto de
verla y de hablarle cuando fue a componerle a V. el reloj de la alcoba,
y que es muy guapa, muy buena y de un trato muy cariñoso.
—¡No tanto! ¡No tanto!—murmuró el Corregidor con cierta amargura.
—En cambio, otros me han dicho (prosiguió la Molinera) que tiene muy
mal genio, que es muy celosa, y que V. le tiembla más que a una vara
verde...
—¡No tanto, mujer!... (repitió Don Eugenio de Zúñiga y Ponce de León,
poniéndose colorado). ¡Ni tanto ni tan poco! La Señora tiene sus man&icute;as,
es cierto...; mas de ello a hacerme temblar, hay mucha diferencia.
¡Yo soy el Corregidor!...
—Pero, en fin, ¿:la quiere V., o no la quiere?
—Te diré...—Yo la quiero mucho.... o, por mejor decir, la quer&icute;a antes
de conocerte. Pero desde que te vi, no sé lo que me pasa, y ella misma
conoce que me pasa algo... Bástete saber que hoy..., tomarle, por
ejemplo, la cara a mi mujer me hace la misma operación que si me la
tomara a m&icute; propio...—¡Ya ves, que no puedo quererla más ni sentir
menos!...—¡Mientras que por coger esa mano, ese brazo, esa cara, esa
cintura, dar&icute;a lo que no tengo!
Y, hablando as&icute;, el Corregidor trató de apoderarse del brazo desnudo
que la señá Frasquita le estaba refregando materialmente por los ojos;
pero ésta, sin descomponerse, extendió la mano, tocó el pecho de Su
Señor&icute;a con la pac&icute;fica violencia e incontrastable rigidez de la trompa
de un elefante, y lo tiró de espaldas con silla y todo.
—¡Ave Mar&icute;a Pur&icute;sima! (exclamó entonces la navarra, riéndose a más no
poder). Por lo visto, esa silla estaba rota...
—¿:Qué pasa ah&icute;?—exclamó en esto el t&icute;o Lucas, asomando su feo rostro
entre los pámpanos de la parra.
El Corregidor estaba todav&icute;a en el suelo boca arriba, y miraba con un
terror indecible a aquel hombre que aparec&icute;a en los aires boca abajo.
Hubiérase dicho que Su Señor&icute;a era el diablo, vencido, no por San
Miguel, sino por otro demonio del infierno.
—¿:Qué ha de pasar? (se apresuró a responder la señá Frasquita). ¡Que el
señor Corregidor puso la silla en vago, fue a mecerse, y se ha ca&icute;do!
—¡Jesús, Mar&icute;a y José! (exclamó a su vez el Molinero). ¿:Y se ha hecho
daño Su Señor&icute;a? ¿:Quiere un poco de agua y vinagre?
—¡No me he hecho nada!—dijo el Corregidor, levantándose como pudo.
Y luego añadió por lo bajo, pero de modo que pudiera o&icute;rlo la señá
Frasquita:
—¡Me la pagaréis!
—Pues, en cambio, Su Señor&icute;a me ha salvado a m&icute; la vida (repuso el t&icute;o
Lucas sin moverse de lo alto de la parra).—Figúrate, mujer, que estaba yo
aqu&icute; sentado contemplando las uvas, cuando me quedé dormido sobre una
red de sarmientos y palos que dejaban claros suficientes para que pasase
mi cuerpo... Por consiguiente, si la ca&icute;da de Su Señor&icute;a no me hubiese
despertado tan a tiempo, esta tarde me habr&icute;a yo roto la cabeza contra
esas piedras.
—Conque s&icute;... ¿:eh?... (replicó el Corregidor). Pues, ¡vaya, hombre! me
alegro... ¡Te digo que me alegro mucho de haberme ca&icute;do!
—¡Me la pagarás!—agregó en seguida, dirigiéndose a la Molinera.
Y pronunció estas palabras con tal expresión de reconcentrada furia,
que la señá Frasquita se puso triste.
Ve&icute;a claramente que el Corregidor se asustó al principio, creyendo que
el Molinero lo hab&icute;a o&icute;do todo; pero que, persuadido ya de que no hab&icute;a
o&icute;do nada (pues la calma y el disimulo del t&icute;o Lucas hubieran
engañado al más lince), empezaba a abandonarse a toda su iracundia y a
concebir planes de venganza.
—¡Vamos! ¡Bájate ya de ah&icute;, y ayúdame a limpiar a Su Señor&icute;a, que se ha
puesto perdido de polvo!—exclamó entonces la Molinera.
Y, mientras el t&icute;o Lucas bajaba, d&icute;jole ella al Corregidor, dándole
golpes con el delantal en la chupa y alguno que otro en las orejas:
—El pobre no ha o&icute;do nada... Estaba dormido como un tronco...
Más que estas frases, la circunstancia de haber sido dichas en voz
baja, afectando complicidad y secreto, produjo un efecto maravilloso.
—¡Picara! ¡Proterva!—balbuceó Don Eugenio de Zúñiga con la boca hecha
un agua, pero gruñendo todav&icute;a...
—¿:Me guardará Us&icute;a rencor?—replicó la navarra zalameramente.
Viendo el Corregidor que la severidad le daba buenos resultados,
intentó mirar a la señá Frasquita con mucha rabia; pero se encontró con
su tentadora risa y sus divinos ojos, en los cuales brillaba la caricia
de una súplica, y, derritiéndosele la gacha en el acto, le dijo con un
acento baboso y sibilante, en que se descubr&icute;a más que nunca la ausencia
total de dientes y muelas:
—¡De ti depende, amor m&icute;o!
En aquel momento se descolgó de la parra el t&icute;o Lucas. @§
XII
DIEZMOS Y PRIMICIAS
Repuesto el Corregidor en su silla, la Molinera dirigió una rápida
mirada a su esposo, y viole, no sólo tan sosegado como siempre, sino
reventando de ganas de re&icute;r por resultas de aquella ocurrencia: cambió
con él desde lejos un beso tirado, aprovechando el primer descuido de Don
Eugenio, y d&icute;jole, en fin, a éste con una voz de sirena que le hubiera
envidiado Cleopatra:
—¡Ahora va Su Señor&icute;a a probar mis uvas!
Entonces fue de ver a la hermosa navarra (y as&icute; la pintar&icute;a yo, si
tuviese el pincel de Ticiano), plantada enfrente del embelesado
Corregidor, fresca, magn&icute;fica, incitante, con sus nobles formas, con su
angosto vestido, con su elevada estatura, con sus desnudos brazos
levantados sobre la cabeza, y con un transparente racimo en cada mano,
diciéndole, entre una sonrisa irresistible y una mirada suplicante en que
titilaba el miedo:
—Todav&icute;a no las ha probado el señor Obispo... Son las primeras que se
cogen este año...
Parec&icute;a una gigantesca Pomona, brindando frutos a un dios campestre;—a
un sátiro, v. gr.
En esto apareció al extremo de la plazoleta empedrada el venerable
Obispo de la diócesis, acompañado del Abogado Académico y de dos
Canónigos de avanzada edad, y seguido de su Secretario, de dos familiares
y de dos pajes.
Detúvose un rato Su Ilustr&icute;sima a contemplar aquel cuadro tan cómico y
tan bello, hasta que, por último, dijo, con el reposado acento propio de
los prelados de entonces:
—El Quinto... pagar diezmos y primicias a la iglesia de
Dios, nos enseña la doctrina cristiana; pero V., señor Corregidor, no
se contenta con administrar el diezmo, sino que también trata de comerse
las primicias.
—¡El señor Obispo!—exclamaron los Molineros, dejando al Corregidor y
corriendo a besar el anillo al Prelado.
—¡Dios se lo pague a Su Ilustr&icute;sima, por venir a honrar esta pobre
choza!—dijo el t&icute;o Lucas, besando el primero, y con acento de muy sincera
veneración.
—¡Qué señor Obispo tengo tan hermoso! (exclamó la señá Frasquita,
besando después). ¡Dios lo bendiga y me lo conserve más años que le
conservó el suyo a mi Lucas!
—¡No sé qué falta puedo hacerte, cuando tú me echas las bendiciones, en
vez de ped&icute;rmelas!—contestó riéndose el bondadoso Pastor.
Y, extendiendo dos dedos, bendijo a la señá Frasquita y después a los
demás circunstantes.
—¡Aqu&icute; tiene Us&icute;a Ilustr&icute;sima las primicias! (dijo el
Corregidor, tomando un racimo de manos de la Molinera y presentándoselo
cortésmente al Obispo).—Todav&icute;a no hab&icute;a yo probado las uvas...
El Corregidor pronunció estas palabras, dirigiendo de paso una rápida y
c&icute;nica mirada a la espléndida hermosura de la Molinera.
—¡Pues no será porque estén verdes, como las de la fábula!—observó el
Académico.
—Las de la fábula (expuso el Obispo) no estaban verdes, señor
Licenciado; sino fuera del alcance de la zorra.
Ni el uno ni el otro hab&icute;an querido acaso aludir al Corregidor; pero
ambas frases fueron casualmente tan adecuadas a lo que acababa de suceder
all&icute; que Don Eugenio de Zúñiga se puso l&icute;vido de cólera, y dijo besando
el anillo del Prelado:
—¡Eso es llamarme zorro, señor ilustr&icute;simo!
—¡Tu dixisti! (replicó éste, con la afable severidad de un
Santo, como diz que lo era en efecto).—Excusatio non petita, accusatio
manifesta.—Qualis vir, talis oratio.—Pero satis jam dictum, nullus
ultra sit sermo. O, lo que es lo mismo, dejémonos de latines, y
veamos estas famosas uvas.
Y picó... una sola vez... en el racimo que le presentaba el
Corregidor.
—¡Están muy buenas! (exclamó, mirando aquella uva al trasluz y
alargándosela en seguida a su secretario).—¡Lástima que a m&icute; me sienten
mal!
El Secretario contempló también la uva; hizo un gesto de cortesana
admiración, y la entregó a uno de los familiares.
El familiar repitió la acción del Obispo y el gesto del Secretario,
propasándose hasta oler la uva, y luego... la colocó en la cesta con
escrupuloso cuidado, no sin decir en voz baja a la concurrencia:
—Su Ilustr&icute;sima ayuna...
El t&icute;o Lucas, que hab&icute;a seguido la uva con la vista, la cogió entonces
disimuladamente, y se la comió sin que nadie lo viera.
Después de esto, sentáronse todos: hablose de la otoñada (que segu&icute;a
siendo muy seca, no obstante haber pasado el cordonazo de San
Francisco); discurriose algo sobre la probabilidad de una nueva guerra
entre Napoleón y el Austria: insistiose en la creencia de que las tropas
imperiales no invadir&icute;an nunca el territorio español; quejose el Abogado
de lo revuelto y calamitoso de aquella época, envidiando los tranquilos
tiempos de sus padres (como sus padres habr&icute;an envidiado los de sus
abuelos); dio las cinco el loro..., y a una seña del reverendo Obispo, el
menor de los pajes fue al coche episcopal (que se hab&icute;a quedado en la
misma ramblilla que el Alguacil), y volvió con una magn&icute;fica torta
sobada, de pan de aceite, polvoreada de sal, que apenas har&icute;a una hora
hab&icute;a salido del horno: colocose una mesilla en medio del concurso;
descuartizose la torta; se dio su parte correspondiente, sin embargo de
que se resistieron mucho, al t&icute;o Lucas y a la señá Frasquita..., y una
igualdad verdaderamente democrática reinó durante media hora bajo
aquellos pámpanos que filtraban los últimos resplandores del sol
poniente... @§
XIII
LE DIJO EL GRAJO AL CUERVO.
Hora y media después todos los ilustres compañeros de merienda estaban
de vuelta en la ciudad. El señor obispo y su familia hab&icute;an llegado con
bastante anticipación, gracias al coche, y hallábanse ya en palacio,
donde los dejaremos rezando sus devociones.
El insigne abogado, que era muy seco, y los dos canónigos, a cual más
grueso y respetable, acompañaron al Corregidor hasta la puerta del
ayuntamiento, donde su señor&icute;a dijo tener que trabajar, y tomaron luego
el camino de sus respectivas casas, guiándose por las estrellas como los
navegantes, o sorteando a tientas las esquinas como los ciegos: pues ya
hab&icute;a cerrado la noche; aun no hab&icute;a salido la luna, y el alumbrado
público, lo mismo que las demás luces de este siglo, todav&icute;a estaba all&icute;
en la mente divina.
En cambio, no era raro ver discurrir por algunas calles tal o cual
linterna o farolillo con que respetuoso servidor alumbraba a sus
magn&icute;ficos amos, quienes se dirig&icute;an a la habitual tertulia o de visita a
casa de sus parientes...
Cerca de casi todas las rejas bajas se ve&icute;a, o se olfateaba, por mejor
decir, un silencioso bulto negro. Eran galanes que al sentir pasos,
hab&icute;an dejado por un momento de pelar la pava...
—¡Somos unos calaveras!—iban diciéndose el abogado y los dos
canónigos.—¿:Qué pensarán en nuestras casas al vernos llegar a estas
horas?
—Pues ¿:qué dirán los que nos encuentren en la calle, de este modo, a
las siete y pico de la noche, como unos bandoleros amparados de las
tinieblas?
—Hay que mejorar de conducta...
—¡Ah, s&icute;... pero ese dichoso molino!...
—Mi mujer lo tiene sentado en la boca del estómago...—dijo el
académico, con un tono en que se trasluc&icute;a mucho miedo a próxima pelotera
conyugal.
—Pues ¿:y mi sobrina?—exclamó uno de los canónigos, que por cierto era
penitenciario.—Mi sobrina dice que los sacerdotes no deben visitar
comadres...
Y sin embargo, interrumpió su compañero, que era magistral, lo que
all&icute; pasa no puede ser más inocente...
—¡Toma! Como que va el mism&icute;simo señor obispo!
—Y luego, señores, ¡a nuestra edad!... repuso el penitenciario. Yo he
cumplido ayer los setenta y cinco.
—¡Es claro!—replicó el magistral.—Pero hablemos de otra cosa: ¡qué
guapa estaba esta tarde la señá Frasquita!
—¡Oh, lo que es eso... como guapa, es guapa!—dijo el abogado, afectando
imparcialidad.
—Muy guapa... repitió el penitenciario dentro del embozo.
—Y si no,—añadió el predicador de oficio,—que se lo pregunten al
Corregidor...
—¡El pobre hombre está enamorado de ella!...
—¡Ya lo creo!—exclamó el Confesor de la catedral.
—¡De seguro! (agregó el Académico... correspondiente).—Conque, señores,
yo tomo por aqu&icute; para llegar antes a casa... ¡Muy buenas noches!
—Buenas noches...—le contestaron los Capitulares.
Y anduvieron algunos pasos en silencio.
—¡También le gusta a ese la Molinera!—murmuró entonces el Magistral,
dándole con el codo al Penitenciario.
—¡Como si lo viera! (respondió éste, parándose a la puerta de su
casa).—¡Y qué bruto es!—Conque hasta mañana, compañero.—Que le sienten a
V. muy bien las uvas.
—Hasta mañana, si Dios quiere...—Que pase V. muy buena noche.
—¡Buenas noches nos dé Dios!—rezó el Penitenciario, ya desde el portal,
que por más señas ten&icute;a farol y Virgen.
Y llamó a la aldaba.
Una vez solo en la calle, el otro Canónigo (que era más ancho que alto,
y que parec&icute;a que rodaba al andar) siguió avanzando lentamente hacia su
casa; pero, antes de llegar a ella, se paró, y murmuró, pensando sin duda
en su cofrade de coro:
—¡También te gusta a ti la señá Frasquita!...—¡Y la verdad es (añadió
al cabo de un momento) que, como guapa, es guapa! @§
XIV
LOS CONSEJOS DE GARDUñA
Entretanto, el Corregidor hab&icute;a subido al Ayuntamiento, acompañado de
Garduña con quien manten&icute;a hac&icute;a rato, en el salón de sesiones, una
conversación más familiar de lo correspondiente a persona de su calidad y
oficio.
—¡Crea Us&icute;a a un perro perdiguero que conoce la caza! (dec&icute;a el innoble
Alguacil). La señá Frasquita está perdidamente enamorada de Us&icute;a, y todo
lo que Us&icute;a acaba de contarme contribuye a hacérmelo ver más claro que
esa luz...
Y señalaba a un velón de Lucena, que apenas si esclarec&icute;a la octava
parte del salón.
—¡No estoy yo tan seguro como tú, Garduña!—contestó D. Eugenio,
suspirando lánguidamente.
—¡Pues no sé por qué!—Y, si no, hablemos con franqueza.—Us&icute;a... (dicho
sea con perdón) tiene una tacha en su cuerpo... ¿:No es verdad?
—¡Bien, s&icute;! (repuso el Corregidor). Pero esa tacha la tiene también el
t&icute;o Lucas. ¡él es más jorobado que yo!
—¡Mucho más! ¡much&icute;simo más! ¡sin comparación de ninguna especie!—Pero
en cambio (y es a lo que iba), Us&icute;a tiene una cara de muy buen ver..., lo
que se llama una bella cara..., mientras que el t&icute;o Lucas se parece al
sargento Utrera, que reventó de feo.
El Corregidor sonrió con cierta ufan&icute;a.
—Además (prosiguió el Alguacil), la señá Frasquita es capaz de tirarse
por una ventana con tal de agarrar el nombramiento de su sobrino...
—Hasta ah&icute; estamos de acuerdo. ¡Ese nombramiento es mi única
esperanza!
—¡Pues manos a la obra, señor! Ya le he explicado a Us&icute;a mi plan... ¡No
hay más que ponerlo en ejecución esta misma noche!
—¡Te he dicho muchas veces que no necesito consejos!—gritó D. Eugenio,
acordándose de pronto de que hablaba con un inferior.
—Cre&icute; que Us&icute;a me los hab&icute;a pedido...—balbuceó Garduña.
—¡No me repliques!
Garduña saludó.
—¿:Conque dec&icute;as (prosiguió el de Zúñiga, volviendo a amansarse) que
esta misma noche puede arreglarse todo eso?—Pues ¡mira, hijo! me parece
bien.—¡Qué diablos! ¡As&icute; saldré pronto de esta cruel incertidumbre!
Garduña guardó silencio.
El Corregidor se dirigió al bufete y escribió algunas l&icute;neas en un
pliego de papel sellado, que selló también por su parte, guardándoselo
luego en la faltriquera.
—¡Ya está hecho el nombramiento del sobrino! (dijo entonces, tomando
un polvo de rapé). ¡Mañana me las compondré yo con los Regidores..., y, o
lo ratifican con un acuerdo, o habrá la de San Quint&icute;n!—¿:No te parece que
hago bien?
—¡Eso! ¡eso! (exclamó Garduña entusiasmado, metiendo la zarpa en
la caja del Corregidor y arrebatándole un polvo). ¡Eso! ¡eso! El
antecesor de Us&icute;a no se paraba tampoco en barras. Cierta vez...
—¡Déjate de bachiller&icute;as! (repuso el Corregidor, sacudiéndole una
guantada en la ratera mano).—Mi antecesor era un bestia, cuando te tuvo
de alguacil.—Pero vamos a lo que importa. Acabas de decirme que el molino
del t&icute;o Lucas pertenece al término del lugarcillo inmediato, y no al de
esta población... ¿:Estás seguro de ello?
—¡Segur&icute;simo! La jurisdicción de la ciudad acaba en la ramblilla donde
yo me senté esta tarde a esperar que Vuestra Señor&icute;a... ¡Voto a Lucifer!
¡Si yo hubiera estado en su caso!
—¡Basta! (gritó D. Eugenio).—¡Eres un insolente!
Y, cogiendo media cuartilla de papel, escribió una esquela, cerrola,
doblándole un pico, y se la entregó a Garduña.
—Ah&icute; tienes (le dijo al mismo tiempo) la carta que me has pedido para
el alcalde del Lugar. Tú le explicarás de palabra todo lo que tiene que
hacer.—¡Ya ves que sigo tu plan al pie de la letra! ¡Desgraciado de ti si
me metes en un callejón sin salida!
—¡No hay cuidado! (contestó Garduña). El señor Juan López tiene mucho
que temer, y en cuanto vea la firma de Us&icute;a, hará todo lo que yo le
mande.—¡Lo menos le debe mil fanegas de grano al Pósito Real, y otro
tanto al Pósito P&icute;o!... Esto último contra toda ley, pues no es ninguna
viuda ni ningún labrador pobre para recibir el trigo sin abonar creces ni
recargo, sino un jugador, un borracho y un sin vergüenza, muy amigo de
faldas, que trae escandalizado el pueblecillo...—¡Y aquel hombre ejerce
autoridad!... ¡As&icute; anda el mundo!
—¡Te he dicho que calles! ¡Me estás distrayendo! (bramó el
Corregidor).—Conque vamos al asunto (anadió luego, mudando de tono). Son
las siete y cuarto... Lo primero que tienes que hacer es ir a casa y
advertirle a la señora que no me espere a cenar ni a dormir. Dile que
esta noche me estaré trabajando aqu&icute; hasta la hora de la queda, y
que después saldré de ronda secreta contigo, a ver si atrapamos a ciertos
malhechores... En fin, engáñala bien para que se acueste descuidada.—De
camino, dile a otro alguacil que me traiga la cena... ¡Yo no me atrevo a
parecer esta noche delante de la señora, pues me conoce tanto, que es
capaz de leer en mis pensamientos!—Encárgale a la cocinera que ponga unos
pestiños de los que se hicieron hoy, y dile a Juanete que, sin que lo vea
nadie, me alargue de la taberna medio cuartillo de vino blanco.—En
seguida te marchas al Lugar, donde puedes hallarte muy bien a las ocho y
media...
—¡A las ocho en punto estoy all&icute;!—exclamó Garduña.
—¡No me contradigas!—rugió el Corregidor, acordándose otra vez de lo
que era.
Garduña saludó.
—Hemos dicho (continuó aquél, humanizándose de nuevo) que a las ocho en
punto estás en el Lugar. Del Lugar al molino habrá... Yo creo que habrá
una media legua...
—Corta.
—¡No me interrumpas!
El Alguacil volvió a saludar.
—Corta... (prosiguió el Corregidor). Por consiguiente, a las diez...
¿:Crees tú que a las diez?...
—¡Antes de las diez! ¡A las nueve y media puede Us&icute;a llamar descuidado
a la puerta del molino!
—¡Hombre! ¡No me digas a m&icute; lo que tengo que hacer!...—Por supuesto que
tú estarás...
—Yo estaré en todas partes... Pero mi cuartel general será la
ramblilla.—¡Ah, se me olvidaba!... Vaya Us&icute;a a pie, y no lleve
linterna...
—¡Maldita la falta que me hac&icute;an tampoco esos consejos! ¿:Si creerás tú
que es la primera vez que salgo a campaña?
—Perdone Us&icute;a...—¡Ah! Otra cosa. No llame Us&icute;a a la puerta grande que
da a la plazoleta del emparrado, sino a la puertecilla que hay encima del
caz...
—¿:Encima del caz hay otra puerta?—¡Mira tú una cosa que nunca se me
hubiera ocurrido!
—S&icute;, señor. La puertecilla del caz da al mism&icute;simo dormitorio de los
Molineros..., y el t&icute;o Lucas no entra ni sale nunca por ella. De forma
que, aunque volviese de pronto...
—Comprendo, comprendo... ¡No me aturdas más los o&icute;dos!
—Por último: procure Us&icute;a escurrir el bulto antes del amanecer.—Ahora
amanece a las seis...
—¡Mira otro consejo inútil!—A las cinco estaré de vuelta en mi
casa...—Pero bastante hemos hablado ya... ¡Qu&icute;tate de mi presencia!
—Pues entonces, señor...¡buena suerte!—exclamó el Alguacil, alargando
lateralmente una mano al Corregidor y mirando al techo al mismo
tiempo.
El Corregidor puso en aquella mano una peseta, y Garduña desapareció
como por ensalmo.
—¡Por vida de!...(murmuró el viejo al cabo de un instante). Se me ha
olvidado decirle a ese bachillero que me trajesen también una baraja!
¡Con ella me hubiera entretenido hasta las nueve y media, viendo si me
sal&icute;a aquel solitario!... @§
XV
DESPEDIDA EN PROSA
Ser&icute;an las nueve de aquella misma noche, cuando el t&icute;o Lucas y la señá
Frasquita, terminadas todas las haciendas del molino y de la casa, se
cenaron una fuente de ensalada de escarola, una libreja de carne guisada
con tomates, y algunas uvas de las que quedaban en la consabida cesta;
todo ello rociado con un poco de vino y con grandes risotadas a costa del
Corregidor: después de lo cual miráronse afablemente los dos esposos,
como muy contentos de Dios y de s&icute; mismos, y se dijeron, entre un par de
bostezos que revelaban toda la paz y tranquilidad de sus corazones:
—Pues, señor, vamos a acostarnos, y mañana será otro d&icute;a.
En aquel momento sonaron dos fuertes y ejecutivos golpes aplicados a la
puerta grande del molino.
El marido y la mujer se miraron sobresaltados.
Era la primera vez que o&icute;an llamar a su puerta a semejante hora.
—Voy a ver...—dijo la intrépida navarra, encaminándose hacia la
plazoletilla.
—¡Quita! ¡Eso me toca a m&icute;! (exclamó el t&icute;o Lucas con tal dignidad, que
la señá Frasquita le cedió el paso).—¡Te he dicho que no salgas!—añadió
luego con dureza, viendo que la obstinada Molinera quer&icute;a seguirle.
ésta obedeció, y se quedó dentro de la casa.
—¿:Quién es?—preguntó el t&icute;o Lucas desde en medio de la plazoleta.
—¡La Justicia!—contestó una voz al otro lado del portón.
—¿:Qué Justicia?
—La del Lugar.—¡Abra V. al señor Alcalde!
El t&icute;o Lucas hab&icute;a aplicado entretanto un ojo a cierta mirilla muy
disimulada que ten&icute;a el portón, y reconocido a la luz de la luna al
rústico Alguacil del Lugar inmediato.
—¡Dirás que le abra al borrachón del Alguacil!—repuso el Molinero,
retirando la tranca.
—¡Es lo mismo...(contestó el de afuera); pues que traigo una orden
escrita de su Merced!—Tenga V. muy buenas noches, t&icute;o Lucas...—agregó
luego entrando, con voz menos oficial, más baja y más gorda, como si ya
fuera otro hombre.
—¡Dios te guarde, Toñuelo! (respondió el murciano).—Veamos qué orden es
esa...¡Y bien pod&icute;a el señor Juan López escoger otra hora más oportuna
de dirigirse a los hombres de bien!—Por supuesto, que la culpa será
tuya.—¡Como si lo viera, te has estado emborrachando en las huertas del
camino!—¿:Quieres un trago?
—No, señor; no hay tiempo para nada. ¡Tiene V. que seguirme
inmediatamente! Lea V. la orden.
—¿:Cómo seguirte? (exclamó el t&icute;o Lucas, penetrando en el molino,
después de tomar el papel).—¡A ver, Frasquita! ¡alumbra!
La señá Frasquita soltó una cosa que ten&icute;a en la mano, y descolgó el
candil.
El t&icute;o Lucas miró rápidamente el objeto que hab&icute;a soltado su mujer, y
reconoció su bocacha, o sea un enorme trabuco que calzaba balas de a
media libra.
El Molinero dirigió entonces a la navarra una mirada llena de gratitud
y ternura, y le dijo, tomándole la cara:
—¡Cuánto vales!
La señá Frasquita, pálida y serena como una estatua de mármol, levantó
el candil, cogido con dos dedos, sin que el más leve temblor agitase su
pulso, y contestó secamente:
—¡Vaya, lee!
La orden dec&icute;a as&icute;:
«Para el mejor servicio de S. M. el Rey Nuestro Señor (Q. D. G.),
prevengo a Lucas Fernández, molinero, de estos vecinos, que tan luego
como reciba la presente orden, comparezca ante mi autoridad sin excusa ni
pretexto alguno; advirtiéndole que, por ser asunto reservado, no lo
pondrá en conocimiento de nadie: todo ello bajo las penas
correspondientes, caso de desobediencia.—El Alcalde:
Juan López.»
Y hab&icute;a una cruz en vez de rúbrica.
—Oye, tú. ¿:Y qué es esto? (le preguntó el t&icute;o Lucas al Alguacil). ¿:A
qué viene esta orden?
—No lo sé...(contestó el rústico; hombre de unos treinta años, cuyo
rostro esquinado y avieso, propio de ladrón o de asesino, daba muy triste
idea de su sinceridad).
Creo que se trata de averiguar algo de brujer&icute;a, o de moneda falsa...
Pero la cosa no va con V.... Lo llaman como testigo o como perito.—En
fin, yo no me he enterado bien del particular... El señor Juan López se
lo explicará a V. con más pelos y señales.
—¡Corriente! (exclamó el Molinero). Dile que iré mañana.
—¡Ca! ¡no, señor!... Tiene V. que venirse ahora mismo, sin perder un
minuto.—Tal es la orden que me ha dado el señor Alcalde.
Hubo un instante de silencio.
Los ojos de la señá Frasquita echaban llamas.
El t&icute;o Lucas no separaba los suyos del suelo, como si buscara alguna
cosa.
—Me concederás cuando menos (exclamó al fin, levantando la cabeza) el
tiempo preciso para ir a la cuadra y aparejar una burra...
—¡Qué burra ni qué demontre! (replicó el Alguacil). ¡Cualquiera se anda
a pie media legua! La noche está muy hermosa, y hace luna...
—Ya he visto que ha salido...—Pero yo tengo los pies muy
hinchados...
—Pues entonces no perdamos tiempo. Yo le ayudaré a V. a aparejar la
bestia.
—¡Hola! ¡Hola! ¿:Temes que me escape?
—Yo no temo nada, t&icute;o Lucas...(respondió Toñuelo con la frialdad de un
desalmado). Yo soy la Justicia.
Y, hablando as&icute;, descansó armas; con lo que dejó ver el retaco
que llevaba debajo del capote.
—Pues mira, Toñuelo... (dijo la Molinera). Ya que vas a la cuadra... a
ejercer tu verdadero oficio..., hazme el favor de aparejar también la
otra burra.
—¿:Para qué?—interrogó el Molinero.
—¡Para m&icute;!—Yo voy con vosotros.
—¡No puede ser, señá Frasquita! (objetó el Alguacil). Tengo orden de
llevarme a su marido de V. nada más, y de impedir que V. lo siga.—En ello
me van «el destino y el pescuezo.»—As&icute; me lo advirtió el señor Juan
López.—Conque... vamos, t&icute;o Lucas...
Y se dirigió hacia la puerta.
—¡Cosa más rara!—dijo a media voz el murciano sin moverse.
—¡Muy rara!—contestó la señá Frasquita.
—Esto es algo... que yo me sé...—continuó murmurando el t&icute;o Lucas, de
modo que no pudiese o&icute;rlo Toñuelo.
—¿:Quieres que vaya yo a la ciudad (cuchicheó la navarra), y le dé aviso
al Corregidor de lo que nos sucede?...
—¡No! (respondió en alta voz el t&icute;o Lucas). ¡Eso no!
—¿:Pues qué quieres que haga?—dijo la Molinera con gran &icute;mpetu.
—Que me mires...—respondió el antiguo soldado.
Los dos esposos se miraron en silencio, y quedaron tan satisfechos
ambos de la tranquilidad, la resolución y la energ&icute;a que se comunicaron
sus almas, que acabaron por encogerse de hombros y re&icute;rse.
Después de esto, el t&icute;o Lucas encendió otro candil y se dirigió a
la cuadra, diciendo al paso a Toñuelo con socarroner&icute;a:
—¡Vaya, hombre! ¡Ven y ayúdame... supuesto que eres tan amable!
Toñuelo lo siguió, canturriando una copla entre dientes.
Pocos minutos después, el t&icute;o Lucas sal&icute;a del molino, caballero en una
hermosa jumenta y seguido del Alguacil.
La despedida de los esposos se hab&icute;a reducido a lo siguiente:
—Cierra bien...—dijo el t&icute;o Lucas.
—Embózate, que hace fresco...—dijo la señá Frasquita, cerrando con
llave, tranca y cerrojo.
Y no hubo más adiós, ni más beso, ni más abrazo, ni más mirada.
¿:Para qué? @§
XVI
UN AVE DE MAL AGüERO
Sigamos por nuestra parte al t&icute;o Lucas.
Ya hab&icute;an andado un cuarto de legua sin hablar palabra, el Molinero
subido en la borrica, y el Alguacil arreándola con su bastón de
autoridad, cuando divisaron delante de s&icute;, en lo alto de un repecho que
hac&icute;a el camino, la sombra de un enorme pajarraco que se dirig&icute;a hacia
ellos.
Aquella sombra se destacó enérgicamente sobre el cielo, esclarecido por
la luna, dibujándose en él con tanta precisión, que el Molinero exclamó
en el acto:
—Toñuelo, ¡aquel es Garduña, con su sombrero de tres picos y sus patas
de alambre!
Mas, antes de que contestara el interpelado, la sombra, deseosa sin
duda de eludir aquel encuentro, hab&icute;a dejado el camino y echado a correr
a campo travieso con la velocidad de una verdadera garduña.
—No veo a nadie...—respondió entonces Toñuelo con la mayor
naturalidad.
—Ni yo tampoco,—replicó el t&icute;o Lucas, comiéndose la partida.
Y la sospecha que ya se le ocurrió en el molino principió a adquirir
cuerpo y consistencia en el esp&icute;ritu receloso del jorobado.
—Este viaje m&icute;o (d&icute;jose interiormente) es una estratagema amorosa del
Corregidor. La declaración que le o&icute; esta tarde desde lo alto del
emparrado me demuestra que el vejete madrileño no puede esperar más.
Indudablemente, esta noche va a volver de visita al molino, y por eso ha
principiado quitándome de en medio... Pero ¿:qué importa? ¡Frasquita es
Frasquita..., y no abrirá la puerta aunque le peguen fuego a la casa!...
Digo más: aunque la abriese; aunque el Corregidor lograse, por medio de
cualquier ardid, sorprender a mi excelente navarra, el p&icute;caro viejo
saldr&icute;a con las manos en la cabeza. ¡Frasquita es Frasquita!—Sin
embargo (añadió al cabo de un momento), ¡bueno será volverme esta noche a
casa lo más temprano que pueda!
Llegaron con esto al Lugar el t&icute;o Lucas y el Alguacil, y dirigiéronse
a casa del señor Alcalde. @§
XVII
UN ALCALDE DE MONTERILLA
El Sr. Juan López, que como particular y como Alcalde era la tiran&icute;a,
la ferocidad y el orgullo personificados (cuando trataba con sus
inferiores), dignábase, sin embargo, a aquellas horas, después de
despachar los asuntos oficiales y los de su labranza y de pegarle a su
mujer la cotidiana paliza, beberse un cántaro de vino en compañ&icute;a del
secretario y del sacristán, operación que iba más de mediada aquella
noche, cuando el Molinero compareció en su presencia.
—¡Hola, t&icute;o Lucas! (le dijo, rascándose la cabeza para excitar en ella
la vena de los embustes). ¿:Cómo va de salud?—¡A ver, Secretario; échele
V. un vaso de vino al t&icute;o Lucas!—¿:Y la señá Frasquita? ¿:Se conserva tan
guapa? ¡Ya hace mucho tiempo que no la he visto!—Pero, hombre..., ¡qué
bien sale ahora la molienda! ¡El pan de centeno parece de trigo
candeal!—Conque..., vaya... Siéntese V., y descanse; que, gracias a Dios,
no tenemos prisa.
—¡Por mi parte, maldita aquella!—contestó el t&icute;o Lucas, que hasta
entonces no hab&icute;a despegado los labios, pero cuyas sospechas eran cada
vez mayores al ver el amistoso recibimiento que se le hac&icute;a, después de
una orden tan terrible y apremiante.
—Pues entonces, t&icute;o Lucas (continuó el Alcalde), supuesto que no tiene
V. gran prisa, dormirá V. acá esta noche, y mañana temprano
despacharemos nuestro asuntillo...
—Me parece bien... (respondió el t&icute;o Lucas con una iron&icute;a y un disimulo
que nada ten&icute;an que envidiar a la diplomacia del Sr. Juan
López).—Supuesto que la cosa no es urgente..., pasaré la noche fuera de
mi casa.
—Ni urgente, ni de peligro para V. (añadió el Alcalde, engañado por
aquel a quien cre&icute;a engañar). Puede V. estar completamente tranquilo.—Oye
tú, Toñuelo... Alarga esa media-fanega, para que se siente el t&icute;o
Lucas.
—Entonces... ¡venga otro trago!—exclamó el Molinero, sentándose.
—¡Venga de ah&icute;!—repuso el Alcalde, alargándole el vaso lleno.
—Está en buena mano... Médielo V.
—¡Pues, por su salud!—dijo el señor Juan López, bebiéndose la mitad del
vino.
—Por la de V..., señor Alcalde,—replicó el t&icute;o Lucas, apurando la otra
mitad.
—¡A ver, Manuela! (gritó entonces el Alcalde de monterilla). Dile a tu
ama que el t&icute;o Lucas se queda a dormir aqu&icute;. Que le ponga una cabecera en
el granero...
—¡Ca! no... ¡De ningún modo! Yo duermo en el pajar como un rey.
—Mire V. que tenemos cabeceras...
—¡Ya lo creo! Pero ¿:a qué quiere V. incomodar a la familia? Yo traigo
mi capote...
—Pues, señor, como V. guste.—¡Manuela! dile a tu ama que no la
ponga...
—Lo que s&icute; va V. a permitirme (continuó el t&icute;o Lucas, bostezando de un
modo atroz) es que me acueste en seguida. Anoche he tenido mucha
molienda, y no he pegado todav&icute;a los ojos...
—¡Concedido! (respondió majestuosamente el Alcalde).—Puede V.
recogerse cuando quiera.
—Creo que también es hora de que nos recojamos nosotros (dijo el
Sacristán, asomándose al cántaro de vino para graduar lo que quedaba). Ya
deben de ser las diez... o poco menos.
—Las diez menos cuartillo...—notificó el Secretario, después de
repartir en los vasos el resto del vino correspondiente a aquella
noche.
—¡Pues a dormir, caballeros!—exclamó el anfitrión, apurando su parte.
—Hasta mañana, señores,—añadió el Molinero, bebiéndose la suya.
—Espere V. que le alumbren...—¡Toñuelo! Lleva al t&icute;o Lucas al
pajar.
—¡Por aqu&icute;, t&icute;o Lucas!...—dijo Toñuelo, llevándose también el cántaro,
por si le quedaban algunas gotas.
—Hasta mañana, si Dios quiere,—agregó el Sacristán, después de escurrir
todos los vasos.
Y se marchó, tambaleándose y cantando alegremente el De
profundis.
. . . . . . . . . . .
—Pues, señor... (d&icute;jole el Alcalde al Secretario cuando se quedaron
solos). El t&icute;o Lucas no ha sospechado nada. Nos podemos acostar
descansadamente, y... ¡buena pro le haga al Corregidor! @§
XVIII
DONDE SE VERá QUE EL T&icute;O LUCAS TEN&icute;A EL SUEñO MUY
LIGERO
Cinco minutos después, un hombre se descolgaba por la ventana del
pajar del señor Alcalde; ventana que daba a un corralón y que no distar&icute;a
cuatro varas del suelo.
En el corralón hab&icute;a un cobertizo sobre una gran pesebrera, a la cual
hallábanse atadas seis ú ocho caballer&icute;as de diversa alcurnia, bien que
todas ellas del sexo débil.—Los caballos, mulos y burros del sexo fuerte
formaban rancho aparte en otro local contiguo.
El hombre desató una borrica, que por cierto estaba aparejada, y se
encaminó, llevándola del diestro, hacia la puerta del corral; retiró la
tranca y desechó el cerrojo que la aseguraban; abriola con mucho tiento,
y se encontró en medio del campo.
Una vez all&icute;, montó en la borrica, metiole los talones, y salió como
una flecha con dirección a la Ciudad;—mas no por el carril ordinario,
sino atravesando siembras y cañadas, como quien se precave contra algún
mal encuentro.
Era el t&icute;o Lucas, que se dirig&icute;a a su molino. @§
XIX
VOCES CLAMANTES IN DESERTO
¡Alcaldes a m&icute;, que soy de Archena! (iba diciéndose el murciano).
¡Mañana por la mañana pasaré a ver al señor Obispo, como medida
preventiva, y le contaré todo lo que me ha ocurrido esta noche!—¡Llamarme
con tanta prisa y reserva, a hora tan desusada; decirme que venga solo;
hablarme del servicio del rey, y de moneda falsa, y de brujas, y de
duendes, para echarme luego dos vasos de vino y mandarme a dormir!... ¡La
cosa no puede ser más clara! Garduña trajo al Lugar esas instrucciones de
parte del Corregidor, y esta es la hora en que el Corregidor estará ya
en campaña contra mi mujer... ¡Quién sabe si me lo encontraré llamando a
la puerta del molino! ¡Quién sabe si me lo encontraré ya
dentro!...—¡Quién sabe!...—Pero ¿:qué voy a decir? ¡Dudar de mi
navarra!... ¡Oh, esto es ofender a Dios! ¡Imposible que ella!...
¡Imposible que mi Frasquita!... ¡Imposible!...—Mas ¿:qué estoy diciendo?
¿:Acaso hay algo imposible en el mundo? ¿:No se casó conmigo, siendo ella
tan hermosa y yo tan feo?
Y, al hacer esta última reflexión, el pobre jorobado se echó a
llorar...
Entonces paró la burra para serenarse; se enjugó las lágrimas: suspiró
hondamente; sacó los av&icute;os de fumar; picó y lió un cigarro de tabaco
negro; empuñó luego pedernal, yesca y eslabón, y, al cabo de algunos
golpes, consiguió encender candela.
En aquel mismo momento sintió rumor de pasos hacia el camino,—que
distar&icute;a de all&icute; unas trescientas varas.
—¡Qué imprudente soy! (dijo). ¡Si me andará ya buscando la Justicia, y
yo me habré vendido al echar estas yescas!
Escondió, pues, la lumbre, y se apeó, ocultándose detrás de la borrica.
Pero la borrica entendió las cosas de diferente modo, y lanzó un
rebuzno de satisfacción.
—¡Maldita seas!—exclamó el t&icute;o Lucas, tratando de cerrarle la boca con
las manos.
Al propio tiempo resonó otro rebuzno en el camino, por v&icute;a de galante
respuesta.
—¡Estamos aviados! (prosiguió pensando el molinero). ¡Bien dice el
refrán: el mayor mal de los males es tratar con animales!
Y, as&icute; discurriendo, volvió a montar, arreó la bestia y salió
disparado en dirección contraria al sitio en que hab&icute;a sonado el segundo
rebuzno.
Y lo más particular fue que la persona que iba en el jumento
interlocutor, debió de asustarse del t&icute;o Lucas tanto como el t&icute;o Lucas se
hab&icute;a asustado de ella. Lo digo, porque apartose también del camino,
recelando sin duda que fuese un alguacil o un malhechor pagado por D.
Eugenio, y salió a escape por los sembrados de la otra banda.
El murciano, entretanto, continuó cavilando de este modo:
—¡Qué noche! ¡Qué mundo! ¡Qué vida la m&icute;a desde hace una hora!
¡Alguaciles metidos a alcahuetes; alcaldes que conspiran contra mi honra;
burros que rebuznan cuando no es menester; y aqu&icute;, en mi pecho, un
miserable corazón que se ha atrevido a dudar de la mujer más noble que
Dios ha criado!—¡Oh! ¡Dios m&icute;o, Dios m&icute;o! ¡Haz que llegue pronto a mi
casa y que encuentre all&icute; a mi Frasquita!
Siguió caminando el t&icute;o Lucas, atravesando siembras y matorrales, hasta
que al fin, a eso de las once de la noche, llegó sin novedad a la
puerta grande del molino...
¡Condenación! ¡La puerta del molino estaba abierta! @§
XX
LA DUDA Y LA REALIDAD
Estaba abierta... ¡y él, al marcharse, hab&icute;a o&icute;do a su mujer cerrarla
con llave, tranca y cerrojo!
Por consiguiente, nadie más que su propia mujer hab&icute;a podido
abrirla.
Pero ¿:cómo? ¿:cuándo? ¿:por qué?—¿:De resultas de un engaño? ¿:A
consecuencia de una orden?—¿:O bien deliberada y voluntariamente, en
virtud de previo acuerdo con el Corregidor?
¿:Qué iba a ver? ¿:Qué iba a saber? ¿:Qué le aguardaba dentro de su
casa?—¿:Se habr&icute;a fugado la señá Frasquita? ¿:Se la habr&icute;an robado?
¿:Estar&icute;a muerta?—¿:O estar&icute;a en brazos de su rival?
—El Corregidor contaba con que yo no podr&icute;a venir en toda la noche...
(se dijo lúgubremente el t&icute;o Lucas). El Alcalde del Lugar tendr&icute;a orden
hasta de encadenarme, antes que permitirme volver...—¿:Sab&icute;a todo esto
Frasquita? ¿:Estaba en el complot?—¿:O ha sido v&icute;ctima de un engaño, de una
violencia, de una infamia?
No empleó más tiempo el sin ventura en hacer todas estas crueles
reflexiones que el que tardó en atravesar la plazoletilla del
emparrado.
También estaba abierta la puerta de la casa, cuyo primer aposento (como
en todas las viviendas rústicas) era la cocina...
Dentro de la cocina no hab&icute;a nadie.
Sin embargo, una enorme fogata ard&icute;a en la chimenea...; ¡chimenea que
él dejó apagada, y que no se encend&icute;a nunca hasta muy entrado el mes de
Diciembre!
Por último, de uno de los ganchos de la espetera pend&icute;a un candil
encendido...
¿:Qué significaba todo aquello? ¿:Y cómo se compadec&icute;a semejante aparato
de vigilia y de sociedad con el silencio de muerte que reinaba en la
casa?
¿:Qué hab&icute;a sido de su mujer?
Entonces, y sólo entonces, reparó el t&icute;o Lucas en unas ropas que hab&icute;a
colgadas en los espaldares de dos o tres sillas puestas alrededor de la
chimenea...
Fijó la vista en aquellas ropas, y lanzó un rugido tan intenso, que se
le quedó atravesado en la garganta, convertido en sollozo mudo y
sofocante.
Creyó el infortunado que se ahogaba, y se llevó las manos al cuello,
mientras que, l&icute;vido, convulso, con los ojos desencajados, contemplaba
aquella vestimenta, pose&icute;do de tanto horror como el reo en capilla a
quien le presentan la hopa.
Porque lo que all&icute; ve&icute;a era la capa de grana, el sombrero de tres
picos, la casaca y la chupa de color de tórtola, el calzón de seda negra,
las medias blancas, los zapatos con hebilla y hasta el bastón, el espad&icute;n
y los guantes del execrable Corregidor... ¡Lo que all&icute; ve&icute;a era la hopa
de su ignominia, la mortaja de su honra, el sudario de su ventura!
El terrible trabuco segu&icute;a en el mismo rincón en que dos horas antes lo
dejó la navarra...
El t&icute;o Lucas dio un salto de tigre, y se apoderó de él.—Sondeó el cañón
con la baqueta, y vio que estaba cargado. Miró la piedra, y halló que
estaba en su lugar.
Volviose entonces hacia la escalera que conduc&icute;a a la cámara en que
hab&icute;a dormido tantos años con la señá Frasquita, y murmuró
sordamente:
—¡All&icute; están!
Avanzó, pues, un paso en aquella dirección; pero en seguida se detuvo
para mirar en torno de s&icute; y ver si alguien lo estaba observando...
—¡Nadie! (dijo mentalmente). ¡Sólo Dios..., y Ese... ha querido
esto!
Confirmada as&icute; la sentencia, fue a dar otro paso, cuando su errante
mirada distinguió un pliego que hab&icute;a sobre la mesa...
Verlo, y haber ca&icute;do sobre él, y tenerlo entre sus garras, fue todo
cosa de un segundo.
¡Aquel papel era el nombramiento del sobrino de la señá Frasquita,
firmado por D. Eugenio de Zúñiga y Ponce de León!
—¡Este ha sido el precio de la venta! (pensó el t&icute;o Lucas, metiéndose
el papel en la boca para sofocar sus gritos y dar alimento a su rabia).
¡Siempre recelé que quisiera a su familia más que a m&icute;!—¡Ah! ¡No hemos
tenido hijos!... ¡He aqu&icute; la causa de todo!
Y el infortunado estuvo a punto de volver a llorar.
Pero luego se enfureció nuevamente, y dijo con un ademán terrible, ya
que no con la voz:
—¡Arriba! ¡Arriba!
Y empezó a subir la escalera, andando a gatas con una mano,
llevando el trabuco en la otra, y con el papel infame entre los
dientes.
En corroboración de sus lógicas sospechas, al llegar a la puerta del
dormitorio (que estaba cerrada), vio que sal&icute;an algunos rayos de luz por
las junturas de las tablas y por el ojo de la llave.
—¡Aqu&icute; están!—volvió a decir.
Y se paró un instante, como para pasar aquel nuevo trago de
amargura.
Luego continuó subiendo... hasta llegar a la puerta misma del
dormitorio.
Dentro de él no se o&icute;a ningún ruido.
—¡Si no hubiera nadie!—le dijo t&icute;midamente la esperanza.
Pero en aquel mismo instante el infeliz oyó toser dentro del
cuarto...
¡Era la tos medio asmática del Corregidor!
¡No cab&icute;a duda! ¡No hab&icute;a tabla de salvación en aquel naufragio!
El Molinero sonrió en las tinieblas de un modo horroroso.—¿:Cómo no
brillan en la obscuridad semejantes relámpagos? ¿:Qué es todo el fuego de
las tormentas comparado con el que arde a veces en el corazón del
hombre?
Sin embargo, el t&icute;o Lucas (tal era su alma, como ya dijimos en otro
lugar) principió a tranquilizarse, no bien oyó la tos de su
enemigo...
La realidad le hac&icute;a menos daño que la duda.—Según le anunció él mismo
aquella tarde a la señá Frasquita, desde el punto y hora en que perd&icute;a la
única fe que era vida de su alma, empezaba a convertirse en un
hombre nuevo.
Semejante al moro de Venecia (con quien ya lo comparamos al describir
su carácter), el desengaño mataba en él de un solo golpe todo el amor,
transfigurando de paso la &icute;ndole de su esp&icute;ritu y haciéndole ver el
mundo como una región extraña a que acabara de llegar. La única
diferencia consist&icute;a en que el t&icute;o Lucas era por idiosincrasia menos
trágico, menos austero y más ego&icute;sta que el insensato sacrificador de
Desdémona.
¡Cosa rara, pero propia de tales situaciones! La duda, o sea la
esperanza (que para el caso es lo mismo), volvió todav&icute;a a mortificarle
un momento...
—¡Si me hubiera equivocado! (pensó). ¡Si la tos hubiese sido de
Frasquita!...
En la tribulación de su infortunio, olvidábasele que hab&icute;a visto las
ropas del Corregidor cerca de la chimenea; que hab&icute;a encontrado abierta
la puerta del molino; que hab&icute;a le&icute;do la credencial de su infamia...
Agachose, pues, y miró por el ojo de la llave, temblando de
incertidumbre y de zozobra.
El rayo visual no alcanzaba a descubrir más que un pequeño triángulo de
cama, por la parte del cabecero... ¡Pero precisamente en aquel pequeño
triángulo se ve&icute;a un extremo de las almohadas, y sobre las almohadas la
cabeza del Corregidor!
Otra risa diabólica contrajo el rostro del Molinero.
Dijérase que volv&icute;a a ser feliz...
—¡Soy dueño de la verdad!... ¡Meditemos!—murmuró, irguiéndose
tranquilamente.
Y volvió a bajar la escalera con el mismo tiento que empleó para
subirla...
—El asunto es delicado... Necesito reflexionar. Tengo tiempo de sobra
para todo...—iba pensando mientras bajaba.
Llegado que hubo a la cocina, sentose en medio de ella, y ocultó la
frente entre las manos.
As&icute; permaneció mucho tiempo, hasta que lo despertó de su meditación un
leve golpe que sintió en un pie...
Era el trabuco que se hab&icute;a deslizado de sus rodillas, y que le hac&icute;a
aquella especie de seña...
—¡No¡ ¡Te digo que no! (murmuró el t&icute;o Lucas, encarándose con el
arma).—¡No me convienes! Todo el mundo tendr&icute;a lástima de
ellos..., ¡y a m&icute; me ahorcar&icute;an! ¡Se trata de un Corregidor..., y
matar a un Corregidor es todav&icute;a en España cosa indisculpable! Dir&icute;an
que lo maté por infundados celos, y que luego lo desnudé y lo met&icute; en mi
cama... Dir&icute;an, además, que maté a mi mujer por simples sospechas... ¡Y
me ahorcar&icute;an! ¡Vaya si me ahorcar&icute;an!—Además, yo habr&icute;a dado muestras de
tener muy poca alma, muy poco talento, si al remate de mi vida fuera
digno de compasión! ¡Todos se reir&icute;an de m&icute;! ¡Dir&icute;an que mi desventura
era muy natural, siendo yo jorobado y Frasquita tan hermosa!—¡Nada! ¡no!
Lo que yo necesito es vengarme, y, después de vengarme, triunfar,
despreciar, re&icute;r, re&icute;rme mucho, re&icute;rme de todos..., evitando por tal
medio que nadie pueda burlarse nunca de esta jiba que yo he llegado a
hacer hasta envidiable, y que tan grotesca ser&icute;a en una horca!
As&icute; discurrió el t&icute;o Lucas, tal vez sin darse cuenta de ello
puntualmente, y, en virtud de semejante discurso, colocó el arma en su
sitio, y principió a pasearse con los brazos atrás y la cabeza baja, como
buscando su venganza en el suelo, en la tierra, en las ruindades de la
vida, en alguna bufonada ignominiosa y rid&icute;cula para su mujer y para el
Corregidor, lejos de buscar aquella misma venganza en la justicia, en el
desaf&icute;o, en el perdón, en el cielo..., como hubiera hecho en su lugar
cualquier otro hombre de condición menos rebelde que la suya a toda
imposición de la naturaleza, de la sociedad o de sus propios
sentimientos.
De repente, paráronse sus ojos en la vestimenta del Corregidor...
Luego se paró él mismo...
Después fue demostrando poco a poco en su semblante una alegr&icute;a, un
gozo, un triunfo indefinibles...; hasta que, por último, se echó a re&icute;r
de una manera formidable..., esto es, a grandes carcajadas, pero sin
hacer ningún ruido (a fin de que no lo oyesen desde arriba), metiéndose
los puños por los ijares para no reventar, estremeciéndose todo como un
epiléptico, y teniendo que concluir por dejarse caer en una silla hasta
que le pasó aquella convulsión de sarcástico regocijo.—Era la propia risa
de Mefistófeles.
No bien se sosegó, principió a desnudarse con una celeridad febril;
colocó toda su ropa en las mismas sillas que ocupaba la del Corregidor;
púsose cuantas prendas pertenec&icute;an a éste, desde los zapatos de hebilla
hasta el sombrero de tres picos; ciñose el espad&icute;n; embozose en la
capa de grana; cogió el bastón y los guantes, y salió del molino y se
encaminó a la Ciudad, balanceándose de la propia manera que sol&icute;a D.
Eugenio de Zúñiga, y diciéndose de vez en cuando esta frase, que
compendiaba su pensamiento:
¡También la Corregidora es guapa! @§
XXI
¡EN GUARDIA, CABALLERO!
Abandonemos por ahora al t&icute;o Lucas, y enterémonos de lo que hab&icute;a
ocurrido en el molino desde que dejamos all&icute; sola a la señá Frasquita
hasta que su esposo volvió a él y se encontró con tan estupendas
novedades.
Una hora habr&icute;a pasado después que el t&icute;o Lucas se marchó con Toñuelo,
cuando la afligida navarra, que se hab&icute;a propuesto no acostarse hasta que
regresara su marido, y que estaba haciendo calceta en su dormitorio,
situado en el piso de arriba, oyó lastimeros gritos fuera de la casa,
hacia el paraje, all&icute; muy próximo, por donde corr&icute;a el agua del caz.
—¡Socorro, que me ahogo! ¡Frasquita! ¡Frasquita!...—exclamaba una voz
de hombre, con el lúgubre acento de la desesperación.
—¿:Si será Lucas?—pensó la navarra, llena de un terror que no
necesitamos describir.
En el mismo dormitorio hab&icute;a una puertecilla, de que ya nos habló
Garduña, y que daba efectivamente sobre la parte alta del caz.—Abriola
sin vacilación la señá Frasquita, por más que no hubiera reconocido la
voz que ped&icute;a auxilio, y encontrose de manos a boca con el Corregidor,
que en aquel momento sal&icute;a todo chorreando de la impetuos&icute;sima
acequia...
—¡Dios me perdone! ¡Dios me perdone! (balbuceaba el infame
viejo).—¡Cre&icute; que me ahogaba!
—¡Cómo! ¿:Es V.? ¿:Qué significa? ¿:Cómo se atreve? ¿:A qué viene V. a
estas horas?...—gritó la Molinera con más indignación que espanto, pero
retrocediendo maquinalmente.
—¡Calla! ¡Calla, mujer! (tartamudeó el Corregidor, colándose en el
aposento detrás de ella). Yo te lo diré todo... ¡He estado para ahogarme!
¡El agua me llevaba ya como a una pluma!—¡Mira, mira cómo me he
puesto!
—¡Fuera, fuera de aqu&icute;! (replicó la señá Frasquita con mayor
violencia). ¡No tiene V. nada que explicarme!... ¡Demasiado lo comprendo
todo! ¿:Qué me importa a m&icute; que V. se ahogue? ¿:Lo he llamado yo a V.?—¡Ah!
¡Qué infamia! ¡Para esto ha mandado V. prender a mi marido!
—Mujer, escucha...
—¡No escucho! ¡Márchese V. inmediatamente, señor Corregidor!...
¡Márchese V., o no respondo de su vida!...
—¿:Qué dices?
—¡Lo que V. oye!—Mi marido no está en casa; pero yo me basto para
hacerla respetar. ¡Márchese V. por donde ha venido, si no quiere que yo
le arroje otra vez al agua con mis propias manos!
—¡Chica, chica! ¡no grites tanto, que no soy sordo!... (exclamó el
viejo libertino). ¡Cuando yo estoy aqu&icute;, por algo será!... Vengo a
libertar al t&icute;o Lucas, a quien ha preso por equivocación un alcalde de
monterilla...—Pero, ante todo, necesito que me seques estas ropas...
¡Estoy calado hasta los huesos!
—¡Le digo a V. que se marche!
—¡Calla, tonta!... ¿:Qué sabes tú?—Mira... aqu&icute; te traigo el
nombramiento de tu sobrino...—Enciende la lumbre, y hablaremos...—Por lo
demás, mientras se seca la ropa, yo me acostaré en esta cama...
—¡Ah, ya! ¿:Conque declara V. que ven&icute;a por m&icute;? ¿:Conque declara V. que
para eso ha mandado arrestar a mi Lucas? ¿:Conque tra&icute;a V. su nombramiento
y todo?—¡Santos y Santas del cielo! ¿:Qué se habrá figurado de m&icute; este
mamarracho?
—¡Frasquita! ¡soy el Corregidor!
—¡Aunque fuera V. el Rey! A m&icute;, ¿:qué?—¡Yo soy la mujer de mi marido, y
el ama de mi casa!—¿:Cree V. que yo me asusto de los Corregidores? ¡Yo sé
ir a Madrid, y al fin del mundo, a pedir justicia contra el viejo
insolente que as&icute; arrastra su autoridad por los suelos! Y, sobre todo, yo
sabré mañana ponerme la mantilla, e ir a ver a la señora
Corregidora...
—¡No harás nada de eso! (repuso el Corregidor, perdiendo la paciencia,
o mudando de táctica). No harás nada de eso; porque yo te pegaré un
tiro, si veo que no entiendes de razones...
—¡Un tiro!—exclamó la señá Frasquita con voz sorda.
—Un tiro, s&icute;... Y de ello no me resultará perjuicio alguno.
Casualmente he dejado dicho en la ciudad que sal&icute;a esta noche a caza de
criminales...—¡Conque no seas necia... y quiéreme... como yo te
adoro!
—Señor Corregidor; ¿:un tiro?—volvió a decir la navarra, echando los
brazos atrás y el cuerpo hacia adelante, como para lanzarse sobre su
adversario.
—Si te empeñas, te lo pegaré, y as&icute; me veré libre de tus amenazas y de
tu hermosura...—respondió el Corregidor, lleno de miedo y sacando un par
de cachorrillos.
—¿:Conque pistolas también? ¡Y en la otra faltriquera el nombramiento
de mi sobrino! (dijo la señá Frasquita, moviendo la cabeza de arriba
abajo).—Pues, señor, la elección no es dudosa.—Espere Us&icute;a un momento;
que voy a encender la lumbre.
Y, as&icute; hablando, se dirigió rápidamente a la escalera, y la bajó en
tres brincos.
El Corregidor cogió la luz, y salió detrás de la Molinera, temiendo que
se escapara; pero tuvo que bajar mucho más despacio, de cuyas resultas,
cuando llegó a la cocina, tropezó con la navarra, que volv&icute;a ya en su
busca.
—¿:Conque dec&icute;a V. que me iba a pegar un tiro? (exclamó aquella
indomable mujer dando un paso atrás).—Pues, ¡en guardia, caballero; que
yo ya lo estoy!
Dijo, y se echó a la cara el formidable trabuco que tanto papel
representa en esta historia.
—¡Detente, desgraciada! ¿:Qué vas a hacer? (gritó el Corregidor, muerto
de susto). Lo de mi tiro era una broma... Mira... Los cachorrillos están
descargados.—En cambio, es verdad lo del nombramiento...—Aqu&icute; lo
tienes... Tómalo... Te lo regalo... Tuyo es... de balde, enteramente de
balde...
Y lo colocó temblando sobre la mesa.
—¡Ah&icute; está bien! (repuso la navarra). Mañana me servirá para encender
la lumbre, cuando le guise el almuerzo a mi marido.—¡De V. no quiero
ya ni la gloria; y, si mi sobrino viniese alguna vez de Estella, ser&icute;a
para pisotearle a V. la fea mano con que ha escrito su nombre en ese
papel indecente!—¡Ea, lo dicho! ¡Márchese V. de mi casa!—¡Aire! ¡aire!
¡pronto!... ¡que ya se me sube la pólvora a la cabeza!
El Corregidor no contestó a este discurso. Hab&icute;ase puesto l&icute;vido, casi
azul; ten&icute;a los ojos torcidos, y un temblor como de terciana agitaba todo
su cuerpo. Por último, principió a castañetear los dientes, y cayó al
suelo, presa de una convulsión espantosa.
El susto del caz, lo muy mojadas que segu&icute;an todas sus ropas, la
violenta escena del dormitorio, y el miedo al trabuco con que le apuntaba
la navarra, hab&icute;an agotado las fuerzas del enfermizo anciano.
—¡Me muero! (balbuceó).—¡Llama a Garduña!... Llama a Garduña, que
estará ah&icute;... en la ramblilla...—¡Yo no debo morirme en esta casa!...
No pudo continuar. Cerró los ojos, y se quedó como muerto.
—¡Y se morirá como lo dice! (prorrumpió la señá Frasquita).—Pues,
señor, ¡esta es la más negra! ¿:Qué hago yo ahora con este hombre en mi
casa? ¿:Qué dir&icute;an de m&icute;, si se muriese? ¿:Qué dir&icute;a Lucas?... ¿:Cómo podr&icute;a
justificarme, cuando yo misma le he abierto la puerta?—¡Oh! no... Yo no
debo quedarme aqu&icute; con él. ¡Yo debo buscar a mi marido; yo debo
escandalizar el mundo antes de comprometer mi honra!
Tomada esta resolución, soltó el trabuco, fuese al corral, cogió la
burra que quedaba en él, la aparejó de cualquier modo, abrió la
puerta grande de la cerca, montó de un salto, a pesar de sus carnes, y se
dirigió a la ramblilla.
—¡Garduña! ¡Garduña!—iba gritando la navarra, conforme se acercaba a
aquel sitio.
—¡Presente! (respondió al cabo el Alguacil, apareciendo detrás de un
seto).—¿:Es V., señá Frasquita?
—S&icute;, soy yo.—¡Ve al molino, y socorre a tu amo, que se está
muriendo!...
—¿:Qué dice V.?—¡Vaya un maula!
—Lo que oyes, Garduña...
—¿:Y V., alma m&icute;a? ¿:Adónde va a estas horas?
—¿:Yo?...—¡Quita allá, badulaque!—Yo voy... ¡a la Ciudad por un
médico!—contestó la señá Frasquita, arreando la burra con un talonazo y a
Garduña con un puntapié.
Y tomó..., no el camino de la Ciudad, como acababa de decir, sino el
del Lugar inmediato.
Garduña no reparó en esta última circunstancia; pues iba ya dando
zancajadas hacia el molino y discurriendo al par de esta manera:
—¡Va por un médico!... ¡La infeliz no puede hacer más!—¡Pero él es un
pobre hombre!—¡Famosa ocasión de ponerse malo!... ¡Dios le da confites a
quien no puede roerlos! @§
XXII
GARDUñA SE MULTIPLICA
Cuando Garduña llegó al molino, el Corregidor principiaba a volver en
s&icute;, procurando levantarse del suelo.
En el suelo también, y a su lado, estaba el velón encendido que bajó Su
Señor&icute;a del dormitorio.
—¿:Se ha marchado ya?—fue la primera frase de D. Eugenio.
—¿:Quién?
—¡El demonio!... Quiero decir, la Molinera....
—S&icute;, señor... Ya se ha marchado..., y no creo que iba de muy buen
humor...
—¡Ay, Garduña! Me estoy muriendo....
—Pero ¿:qué tiene Us&icute;a?—¡Por vida de los hombres!...
Me he ca&icute;do en el caz, y estoy hecho una sopa.... ¡Los huesos se me
parten de fr&icute;o!
—¡Toma, toma! ¡ahora salimos con eso!
—¡Garduña!... ¡ve lo que te dices!...
—Yo no digo nada, señor....
—Pues bien: sácame de este apuro....
—Voy volando.... ¡Verá Us&icute;a qué pronto lo arreglo todo!
As&icute; dijo el Alguacil, y, en un periquete, cogió la luz con una mano, y
con la otra se metió al Corregidor debajo del brazo; subiolo al
dormitorio; púsolo en cueros; acostolo en la cama; corrió al jaraiz;
reunió un brazado de leña; fue a la cocina; hizo una gran lumbre; bajó
todas las ropas de su amo; colocolas en los espaldares de dos o tres
sillas; encendió un candil; lo colgó de la espetera, y tornó a subir a la
cámara.
—¿:Qué tal vamos?—preguntole entonces a D. Eugenio, levantando en alto
el velón para verle mejor el rostro.
—¡Admirablemente! ¡Conozco que voy a sudar!—¡Mañana te ahorco, Garduña!
—¿:Por qué, señor?
—¿:Y te atreves a preguntármelo? ¿:Crees tú que, al seguir el plan que me
trazaste, esperaba yo acostarme solo en esta cama, después de recibir por
segunda vez el sacramento del bautismo?—¡Mañana mismo te ahorco!
—Pero cuénteme Us&icute;a algo...—¿:La señá Frasquita?...
—La señá Frasquita ha querido asesinarme. ¡Es todo lo que he logrado
con tus consejos!—Te digo que te ahorco mañana por la mañana.
—¡Algo menos será, señor Corregidor!—repuso el Alguacil.
—¿:Por qué lo dices, insolente? ¿:Porque me ves aqu&icute; postrado?
—No, señor. Lo digo, porque la señá Frasquita no ha debido de mostrarse
tan inhumana como Us&icute;a cuenta, cuando ha ido a la Ciudad a buscarle un
médico....
—¡Dios santo! ¿:Estás seguro de que ha ido a la Ciudad?—exclamó D.
Eugenio más aterrado que nunca.
—A lo menos, eso me ha dicho ella....
—¡Corre, corre, Garduña!—¡Ah! ¡estoy perdido sin remedio!—¿:Sabes a qué
va la señá Frasquita a la Ciudad? ¡A contárselo todo a mi mujer!... ¡A
decirle que estoy aqu&icute;!—¡Oh, Dios m&icute;o, Dios m&icute;o! ¿:Cómo hab&icute;a yo de
figurarme esto? ¡Yo cre&icute; que se habr&icute;a ido al Lugar en busca de su
marido; y, como lo tengo all&icute; a buen recaudo, nada me importaba su viaje!
Pero ¡irse a la Ciudad!...—¡Garduña, corre, corre..., tú que eres
andar&icute;n, y evita mi perdición! ¡Evita que la terrible Molinera entre en
mi casa!
—¿:Y no me ahorcará Us&icute;a si lo consigo?—preguntó irónicamente el
Alguacil.
—¡Al contrario! Te regalaré unos zapatos en buen uso, que me están
grandes. ¡Te regalaré todo lo que quieras!
—Pues voy volando. Duérmase Us&icute;a tranquilo. Dentro de media hora estoy
aqu&icute; de vuelta, después de dejar en la cárcel a la navarra.—¡Para algo
soy más ligero que una borrica!
Dijo Garduña, y desapareció por la escalera abajo.
Se cae de su peso que, durante aquella ausencia del Alguacil, fue
cuando el Molinero estuvo en el molino y vio visiones por el ojo de la
llave.
Dejemos, pues, al Corregidor sudando en el lecho ajeno, y a Garduña
corriendo hacia la Ciudad (adonde tan pronto hab&icute;a de seguirle el t&icute;o
Lucas con sombrero de tres picos y capa de grana), y, convertidos también
nosotros en andarines, volemos con dirección al Lugar, en seguimiento de
la valerosa señá Frasquita. @§
XXIII
OTRA VEZ EL DESIERTO Y LAS CONSABIDAS VOCES
La única aventura que le ocurrió a la navarra en su viaje desde el
molino al pueblo, fue asustarse un poco al notar que alguien echaba
yescas en medio de un sembrado.
—¿:Si será un esbirro del Corregidor? ¿:Si irá a detenerme?—pensó la
Molinera.
En esto se oyó un rebuzno hacia aquel mismo lado.
—¡Burros en el campo a estas horas! (siguió pensando la señá
Frasquita.)—Pues lo que es por aqu&icute; no hay ninguna huerta ni
cortijo....—¡Vive Dios que los duendes se están despachando esta noche
a su gusto! Porque la borrica de mi marido no puede ser....—¿:Qué har&icute;a mi
Lucas, a media noche, parado fuera de camino?
—¡Nada! ¡nada! ¡Indudablemente es un esp&icute;a!
La burra que montaba la señá Frasquita creyó oportuno rebuznar también
en aquel instante.
—¡Calla, demonio!—le dijo la navarra, clavándole un alfiler de a ochavo
en mitad de la cruz.
Y, temiendo algún encuentro que no le conviniese, sacó también su
bestia fuera del camino y la hizo trotar por otros sembrados.
Sin más accidente, llegó a las puertas del Lugar, a tiempo que ser&icute;an
las once de la noche. @§
XXIV
UN REY DE ENTONCES
Hallábase ya durmiendo la mona el señor Alcalde, vuelta la espalda a
la espalda de su mujer (y formando as&icute; con ésta la figura de águila
austriaca de dos cabezas que dice nuestro inmortal Quevedo), cuando
Toñuelo llamó a la puerta de la cámara nupcial, y avisó al Sr. Juan
López que la señá Frasquita, la del molino, quer&icute;a hablarle.
No tenemos para qué referir todos los gruñidos y juramentos inherentes
al acto de despertar y vestirse el Alcalde de monterilla, y nos
trasladamos desde luego al instante en que la Molinera lo vio llegar,
desperezándose como un gimnasta que ejercita la musculatura, y exclamando
en medio de un bostezo interminable:
—¡Téngalas V. muy buenas, señá Frasquita!—¿:Qué le trae a V. por aqu&icute;?
¿:No le dijo a V. Toñuelo que se quedase en el molino? ¿:As&icute; desobedece
V. a la Autoridad?
—¡Necesito ver a mi Lucas! (respondió la navarra). ¡Necesito verlo al
instante!—¡Que le digan que está aqu&icute; su mujer!
—¡Necesito! ¡necesito!—Señora, ¡a V. se le olvida que está hablando con
el Rey!...
—¡Déjeme V. a m&icute; de reyes, Sr. Juan, que no estoy para bromas!
¡Demasiado sabe V. lo que me sucede!
¡Demasiado sabe para qué ha preso a mi marido!
—Yo no sé nada, señá Frasquita.... Y en cuanto a su marido de V., no
está preso, sino durmiendo tranquilamente en esta su casa, y tratado como
yo trato a las personas.—¡A ver, Toñuelo! ¡Toñuelo! Anda al pajar, y
dile al t&icute;o Lucas que se despierte y venga corriendo....—Conque vamos...
¡cuénteme V. lo que pasa!... ¿:Ha tenido V. miedo de dormir sola?
—¡No sea V. desvergonzado, señor Juan! ¡Demasiado sabe V. que a m&icute; no
me gustan sus bromas ni sus veras! Lo que me pasa es una cosa muy
sencilla: que V. y el señor Corregidor han querido perderme; ¡pero que se
han llevado un solemne chasco! ¡Yo estoy aqu&icute; sin tener de qué
abochornarme, y el señor Corregidor se queda en el molino muriéndose!...
—¡Muriéndose el Corregidor! (exclamó su subordinado). Señora, ¿:sabe V.
lo que se dice?
—¡Lo que V. oye! Se ha ca&icute;do en el caz, y casi se ha ahogado, o ha
cogido una pulmon&icute;a, o yo no sé... ¡Eso es cuenta de la Corregidora! Yo
vengo a buscar a mi marido, sin perjuicio de salir mañana mismo para
Madrid, donde le contaré al Rey....
—¡Demonio, demonio! (murmuró el Sr. Juan López).—¡A ver, Manuela!...
¡muchacha!... Anda y aparéjame la mulilla....—Señá Frasquita al molino
voy.... ¡Desgraciada de V. si le ha hecho algún daño al señor
Corregidor!
—¡Señor Alcalde, señor Alcalde! (exclamó en esto Toñuelo, entrando más
muerto que vivo). El t&icute;o Lucas no está en el pajar. Su burra no se halla
tampoco en los pesebres, y la puerta del corral esta abierta.... ¡De
modo que el pájaro se ha escapado!
—¿:Qué estás diciendo?—gritó el señor Juan López.
—¡Virgen del Carmen! ¿:Qué va a pasar en mi casa? (exclamó la señá
Frasquita). ¡Corramos, señor Alcalde; no perdamos tiempo!... Mi marido
va a matar al Corregidor al encontrarlo all&icute; a estas horas....
—¿:Luego V. cree que el t&icute;o Lucas está en el molino?
—¿:Pues no lo he de creer?—Digo más... cuando yo ven&icute;a me he cruzado con
él sin conocerlo. ¡él era sin duda uno que echaba yescas en medio de un
sembrado!—¡Dios m&icute;o! ¡Cuando piensa una que los animales tienen más
entendimiento que las personas!—Porque ha de saber V., señor Juan, que
indudablemente nuestras dos burras se reconocieron y se saludaron,
mientras que mi Lucas y yo ni nos saludamos ni nos reconocimos.... ¡Antes
bien huimos el uno del otro, tomándonos mutuamente por esp&icute;as!...
—¡Bueno está su Lucas de V.! (replicó el Alcalde).—En fin, vamos
andando, y ya veremos lo que hay que hacer con todos Vds. ¡Conmigo no
se juega! ¡Yo soy el Rey!... Pero no un rey como el que ahora tenemos en
Madrid, o sea en el Pardo, sino como aquel que hubo en Sevilla, a quien
llamaban D. Pedro el Cruel.—¡A ver, Manuela! ¡Tráeme el bastón, y dile a
tu ama que me marcho!
Obedeció la sirvienta (que era por cierto más buena moza de lo que
conven&icute;a a la Alcaldesa y a la moral), y, como la mulilla del Sr. Juan
López estuviese ya aparejada, la señá Frasquita y él salieron para el
molino, seguidos del indispensable Toñuelo. @§
XXV
LA ESTRELLA DE GARDUñA
Precedámosles nosotros, supuesto que tenemos carta blanca para andar
más de prisa que nadie.
Garduña se hallaba ya de vuelta en el molino, después de haber buscado
a la señá Frasquita por todas las calles de la Ciudad.
El astuto Alguacil hab&icute;a tocado de camino en el Corregimiento, donde lo
encontró todo muy sosegado. Las puertas segu&icute;an abiertas como en medio
del d&icute;a, según es costumbre cuando la Autoridad está en la calle
ejerciendo sus sagradas funciones. Dormitaban en la meseta de la
escalera y en el recibimiento otros alguaciles y ministros, esperando
descansadamente a su amo; mas, cuando sintieron llegar a Garduña,
desperezáronse dos o tres de ellos, y le preguntaron al que era su decano
y jefe inmediato:
—¿:Viene ya el señor?
—¡Ni por asomo!—Estaos quietos.—Vengo a saber si ha habido novedad en
la casa....
—Ninguna.
—¿:Y la Señora?
—Recogida en sus aposentos.
—¿:No ha entrado una mujer por estas puertas hace poco?
—Nadie ha parecido por aqu&icute; en toda la noche....
—Pues no dejéis entrar a persona alguna, sea quien sea y diga lo que
diga. ¡Al contrario! Echadle mano al mismo lucero del alba que venga a
preguntar por el Señor o por la Señora, y llevadlo a la cárcel.
—¿:Parece que esta noche se anda a caza de pájaros de cuenta?—preguntó
uno de los esbirros.
—¡Caza mayor!—añadió otro.
—¡Mayúscula! (respondió Garduña solemnemente.) ¡Figuraos si la cosa
será delicada, cuando el señor Corregidor y yo hacemos la batida por
nosotros mismos!...—Conque... hasta luego, buenas piezas, y ¡mucho
ojo!
—Vaya V. con Dios, señor Bastián,—repusieron todos, saludando a
Garduña.
—¡Mi estrella se eclipsa! (murmuró éste al salir del Corregimiento.)
¡Hasta las mujeres me engañan! La Molinera se encaminó al Lugar en busca
de su esposo, en vez de venirse a la Ciudad...—¡Pobre Garduña! ¿:Qué se ha
hecho de tu olfato?
Y, discurriendo de este modo, tomó la vuelta del molino.
Razón ten&icute;a el Alguacil para echar de menos su antiguo olfato, pues que
no venteó a un hombre que se escond&icute;a en aquel momento detrás de unos
mimbres, a poca distancia de la ramblilla, y el cual exclamó para su
capote, o más bien para su capa de grana:
—¡Guarda, Pablo! ¡Por all&icute; viene Garduña!... Es menester que no me
vea....
Era el t&icute;o Lucas, vestido de Corregidor, que se dirig&icute;a
a la Ciudad, repitiendo de vez en cuando su diabólica frase:
—¡También la Corregidora es guapa!
Pasó Garduña sin verlo, y el falso Corregidor dejó su escondite y
penetró en la población...
Poco después llegaba el Alguacil al molino, según dejamos indicado.
@§
XXVI
REACCIóN
El Corregidor segu&icute;a en la cama, tal y como acababa de verlo el t&icute;o
Lucas por el ojo de la llave.
—¡Qué bien sudo, Garduña! ¡Me he salvado de una enfermedad! (exclamó
tan luego como penetró el Alguacil en la estancia).—¿:Y la señá Frasquita?
¿:Has dado con ella? ¿:Viene contigo? ¿:Ha hablado con la Señora?
—La Molinera, señor (respondió Garduña con angustiado acento), me
engañó como a un pobre hombre; pues no se fue a la Ciudad, sino al
pueblecillo..., en busca de su esposo.—Perdone Us&icute;a la torpeza...
—¡Mejor! ¡mejor! (dijo el madrileño, con los ojos chispeantes de
maldad). ¡Todo se ha salvado entonces! Antes de que amanezca estarán
caminando para las cárceles de la Inquisición, atados codo con codo, el
t&icute;o Lucas y la señá Frasquita, y all&icute; se pudrirán sin tener a quien
contarle sus aventuras de esta noche.—Tráeme la ropa, Garduña, que ya
estará seca... ¡Tráemela, y v&icute;steme! ¡El amante se va a convertir en
Corregidor!...
Garduña bajó a la cocina por la ropa.
. . . . . . . . . . .
@§
XXVII
¡FAVOR AL REY!
Entretanto, la señá Frasquita, el Sr. Juan López y Toñuelo avanzaban
hacia el molino, al cual llegaron pocos minutos después.
—¡Yo entraré delante! (exclamó el Alcalde de monterilla). ¡Para algo
soy la Autoridad!—S&icute;gueme, Toñuelo, y V., sená Frasquita, espérese a la
puerta hasta que yo la llame.
Penetró, pues, el Sr. Juan López bajo la parra, donde vio a la luz de
la luna un hombre casi jorobado, vestido como sol&icute;a el Molinero, con
chupet&icute;n y calzón de paño pardo, faja negra, medias azules, montera
murciana de felpa, y el capote de monte al hombro.
—¡él es! (gritó el Alcalde). ¡Favor al Rey!—¡Entréguese V., t&icute;o
Lucas!
El hombre de la montera intentó meterse en el molino.
—¡Date!—gritó a su vez Toñuelo, saltando sobre él, cogiéndolo por el
pescuezo, aplicándole una rodilla al espinazo y haciéndole rodar por
tierra.
Al mismo tiempo, otra especie de fiera saltó sobre Toñuelo, y,
agarrándolo de la cintura, lo tiró sobre el empedrado y principió a
darle de bofetones.
Era la señá Frasquita, que exclamaba:
—¡Tunante! ¡Deja a mi Lucas!
Pero, en esto, otra persona, que hab&icute;a aparecido llevando del diestro
una borrica, metiose resueltamente entre los dos, y trató de salvar a
Toñuelo...
Era Garduña, que, tomando al Alguacil del Lugar por D. Eugenio de
Zúñiga, le dec&icute;a a la Molinera:
—¡Señora, respete V. a mi amo!
Y la derribó de espaldas sobre el lugareño.
La seña Frasquita, viéndose entre dos fuegos, descargó entonces a
Garduña tal revés en medio del estómago, que le hizo caer de boca tan
largo como era.
Y, con él, ya eran cuatro las personas que rodaban por el suelo.
El Sr. Juan López imped&icute;a entretanto levantarse al supuesto t&icute;o Lucas,
teniéndole plantado un pie sobre los riñones.
—¡Garduña! ¡Socorro! ¡Favor al Rey! ¡Yo soy el Corregidor!—gritó al
fin Don Eugenio, sintiendo que la pezuña del Alcalde, calzada con albarca
de piel de toro, lo reventaba materialmente.
—¡El Corregidor! ¡Pues es verdad!—dijo el Sr. Juan López, lleno de
asombro...
—¡El Corregidor!—repitieron todos.
Y pronto estuvieron de pie los cuatro derribados.
—¡Todo el mundo a la cárcel! (exclamó D. Eugenio de Zúñiga). ¡Todo el
mundo a la horca!
—Pero, señor... (observó el Sr. Juan López, poniéndose de
rodillas).—¡Perdone Us&icute;a que lo haya maltratado! ¿:Cómo hab&icute;a de conocer a
Us&icute;a con esa ropa tan ordinaria?
—¡Bárbaro! (replicó el Corregidor): ¡alguna hab&icute;a de ponerme! ¿:No sabes
que me han robado la m&icute;a? ¿:No sabes que una compañ&icute;a de ladrones,
mandada por el t&icute;o Lucas...
—¡Miente V.!—gritó la navarra.
—Escúcheme V., señá Frasquita (le dijo Garduña, llamándola aparte).—Con
permiso del señor Corregidor y la compaña...—¡Si V. no arregla esto,
nos van a ahorcar a todos, empezando por el t&icute;o Lucas!...
—Pues ¿:qué ocurre?—preguntó la señá Frasquita.
—Que el t&icute;o Lucas anda a estas horas por la Ciudad vestido de
Corregidor..., y que Dios sabe si habrá llegado con su disfraz hasta el
propio dormitorio de la Corregidora.
Y el Alguacil le refirió en cuatro palabras todo lo que ya sabemos.
—¡Jesús! (exclamó la Molinera). ¡Conque mi marido me cree deshonrada!
¡Conque ha ido a la Ciudad a vengarse!—¡Vamos, vamos a la Ciudad, y
justificadme a los ojos de mi Lucas!
—¡Vamos a la Ciudad, e impidamos que ese hombre hable con mi mujer y le
cuente todas las majader&icute;as que se haya figurado! (dijo el Corregidor,
arrimándose a una de las burras).—Deme V. un pie para montar, señor
Alcalde.
—Vamos a la Ciudad, s&icute;... (añadió Garduña); ¡y quiera el cielo, señor
Corregidor, que el t&icute;o Lucas, amparado por su vestimenta, se haya
contentado con hablarle a la Señora!
—¿:Qué dices, desgraciado? (prorrumpió D. Eugenio de Zúñiga). ¿:Crees tú
a ese villano capaz?...
—¡De todo!—contestó la señá Frasquita. @§
XXVIII
¡AVE MAR&icute;A PUR&icute;SIMA! ¡LAS DOCE Y MEDIA Y SERENO!
As&icute; gritaba por las calles de la Ciudad quien ten&icute;a facultades para
tanto, cuando la Molinera y el Corregidor, cada cual en una de las burras
del molino, el Sr. Juan López en su mula, y los dos alguaciles andando,
llegaron a la puerta del Corregimiento.
La puerta estaba cerrada.
Dijérase que para el Gobierno, lo mismo que para los gobernados, hab&icute;a
concluido todo por aquel d&icute;a.
—¡Malo!—pensó Garduña.
Y llamó con el aldabón dos o tres veces.
Pasó mucho tiempo, y ni abrieron, ni contestaron.
La señá Frasquita estaba más amarilla que la cera.
El Corregidor se hab&icute;a comido ya todas las uñas de ambas manos.
Nadie dec&icute;a una palabra.
¡Pum!... ¡Pum!... ¡Pum!...—golpes y más golpes a la puerta del
Corregimiento (aplicados sucesivamente por los dos alguaciles y por el
Sr. Juan López)...—Y ¡nada! ¡No respond&icute;a nadie! ¡No abr&icute;an! ¡No se mov&icute;a
una mosca!
Sólo se o&icute;a el claro rumor de los caños de una fuente que hab&icute;a en el
patio de la casa.
Y de esta manera transcurr&icute;an minutos, largos como eternidades.
Al fin, cerca de la una, abriose un ventanillo del piso segundo, y dijo
una voz femenina:
—¿:Quién?
—Es la voz del ama de leche...—murmuró Garduña.
—¡Yo! (respondió D. Eugenio de Zúñiga).—¡Abrid!
Pasó un instante de silencio.
—¿:Y quién es V.?—replicó luego la nodriza.
—¿:Pues no me está V. oyendo?—¡Soy el amo!... ¡el Corregidor!...
Hubo otra pausa.
—¡Vaya V. mucho con Dios! (repuso la buena mujer).—Mi amo vino hace una
hora, y se acostó en seguida.—¡Acuéstense Vds. también, y duerman el vino
que tendrán en el cuerpo!
Y la ventana se cerró de golpe.
La señá Frasquita se cubrió el rostro con las manos.
—¡Ama! (tronó el Corregidor, fuera de s&icute;). ¿:No oye V. que le digo que
abra la puerta? ¿:No oye V. que soy yo? ¿:Quiere V. que la ahorque también?
La ventana volvió a abrirse.
—Pero vamos a ver... (expuso el ama). ¿:Quién es V. para dar esos
gritos?
—¡Soy el Corregidor!
—¡Dale, bola! ¿:No le digo a V. que el señor Corregidor vino antes de
las doce..., y que yo lo vi con mis propios ojos encerrarse en las
habitaciones de la Señora? ¿:Se quiere V. divertir conmigo?—¡Pues espere
V..., y verá lo que le pasa!
Al mismo tiempo se abrió repentinamente la puerta, y una nube de
criados y ministriles, provistos de sendos garrotes, se lanzó sobre los
de afuera, exclamando furiosamente:
—¡A ver! ¿:Dónde está ese que dice que es el Corregidor? ¿:Dónde está ese
chusco? ¿:Dónde está ese borracho?
Y se armó un l&icute;o de todos los demonios en medio de la obscuridad, sin
que nadie pudiera entenderse, y no dejando de recibir algunos palos el
Corregidor, Garduña, el Sr. Juan López y Toñuelo.
Era la segunda paliza que le costaba a D. Eugenio su aventura de
aquella noche, además del remojón que se dio en el caz del molino.
La señá Frasquita, apartada de aquel laberinto, lloraba por la primera
vez de su vida...
—¡Lucas! ¡Lucas! (dec&icute;a). ¡Y has podido dudar de m&icute;! ¡Y has podido
estrechar en tus brazos a otra!
—¡Ah! ¡Nuestra desventura no tiene ya remedio! @§
XXIX
POST NUBILA... DIANA
—¿:Qué escándalo es este?—dijo al fin una voz
tranquila, majestuosa y de gracioso timbre, resonando encima de aquella
baraúnda.
Todos levantaron la cabeza, y vieron a una mujer vestida de negro,
asomada al balcón principal del edificio.
—¡La Señora!—dijeron los criados, suspendiendo la retreta de palos.
—¡Mi mujer!—tartamudeó D. Eugenio.
—Que pasen esos rústicos...—El señor Corregidor dice que lo
permite...—agregó la Corregidora.
Los criados cedieron el paso, y el de Zúñiga y sus acompañantes
penetraron en el portal y tomaron por la escalera arriba.
Ningún reo ha subido al pat&icute;bulo con paso tan inseguro y semblante tan
demudado como el Corregidor sub&icute;a las escaleras de su casa.—Sin
embargo, la idea de su deshonra principiaba ya a descollar, con noble
ego&icute;smo, por encima de todos los infortunios que hab&icute;a causado y que lo
aflig&icute;an y sobre las demás ridiculeces de la situación en que se
hallaba...
—¡Antes que todo (iba pensando), soy un Zúñiga y un Ponce de León!...
¡Ay de aquellos que lo hayan echado en olvido! ¡Ay de mi mujer, si ha
mancillado mi nombre! @§
XXX
UNA SEñORA DE CLASE
La Corregidora recibió a su esposo y a la rústica comitiva en el salón
principal del Corregimiento.
Estaba sola, de pie, y con los ojos clavados en la puerta.
érase una principal&icute;sima dama, bastante joven todav&icute;a, de plácida y
severa hermosura, más propia del pincel cristiano que del cincel
gent&icute;lico, y estaba vestida con toda la nobleza y seriedad que consent&icute;a
el gusto de la época. Su traje, de corta y estrecha falda y mangas huecas
y subidas, era de alep&icute;n negro: una pañoleta de blonda blanca, algo
amarillenta, velaba sus admirables hombros, y largu&icute;simos maniquetes o
mitones de tul negro cubr&icute;an la mayor parte de sus alabastrinos brazos.
Abanicábase majestuosamente con un pericón enorme, tra&icute;do de las islas
Filipinas, y empuñaba con la otra mano un pañuelo de encaje, cuyos
cuatro picos colgaban simétricamente con una regularidad sólo comparable
a la de su actitud y menores movimientos.
Aquella hermosa mujer ten&icute;a algo de reina y mucho de abadesa, e
infund&icute;a por ende veneración y miedo a cuantos la miraban. Por lo demás,
el atildamiento de su traje a semejante hora, la gravedad de su
continente y las muchas luces que alumbraban el salón, demostraban que
la Corregidora se hab&icute;a esmerado en dar a aquella escena una solemnidad
teatral y un tinte ceremonioso que contrastasen con el carácter villano y
grosero de la aventura de su marido.
Advertiremos, finalmente, que aquella señora se llamaba Doña Mercedes
Carrillo de Albornoz y Espinosa de los Monteros, y que era hija, nieta,
biznieta, tataranieta y hasta vigésima nieta de la Ciudad, como
descendiente de sus ilustres conquistadores.—Su familia, por razones de
vanidad mundana, la hab&icute;a inducido a casarse con el viejo y acaudalado
Corregidor, y ella, que de otro modo hubiera sido monja, pues su vocación
natural la iba llevando al claustro, consintió en aquel doloroso
sacrificio.
A la sazón ten&icute;a ya dos vástagos del arriscado madrileño, y aún se
susurraba que hab&icute;a otra vez moros en la costa...
Conque volvamos a nuestro cuento.
XXXI
LA PENA DEL TALIóN
¡Mercedes! (exclamó el Corregidor al
comparecer delante de su esposa). Necesito saber inmediatamente....
—¡Hola, t&icute;o Lucas! ¿:V. por aqu&icute;? (dijo la Corregidora,
interrumpiéndole).—¿:Ocurre alguna desgracia en el molino?
—¡Señora! ¡no estoy para chanzas! (repuso el Corregidor hecho una
fiera).—Antes de entrar en explicaciones por mi parte, necesito saber qué
ha sido de mi honor....
—¡Esa no es cuenta m&icute;a! ¿:Acaso me lo ha dejado V. a m&icute; en depósito?
—S&icute;, Señora.... ¡A V.! (replicó D. Eugenio).—¡Las mujeres son
depositarias del honor de sus maridos!
—Pues entonces, mi querido t&icute;o Lucas, pregúntele V. a su
mujer....—Precisamente nos está escuchando.
La señá Frasquita, que se hab&icute;a quedado a la puerta del salón, lanzó
una especie de rugido.
—Pase V., señora, y siéntese...—añadió la Corregidora, dirigiéndose a
la Molinera con dignidad soberana.
Y, por su parte, encaminose al sofá.
La generosa navarra supo comprender desde luego toda la grandeza de la
actitud de aquella esposa injuriada..., e injuriada acaso doblemente....
As&icute; es que, alzándose en el acto a igual altura, dominó sus naturales
&icute;mpetus, y guardó un silencio decoroso.—Esto sin contar con que la señá
Frasquita, segura de su inocencia y de su fuerza, no ten&icute;a prisa de
defenderse.—Ten&icute;ala, s&icute;, de acusar; y mucha...; pero no ciertamente a la
Corregidora.—¡Con quien ella deseaba ajustar cuentas era con el t&icute;o
Lucas..., y el t&icute;o Lucas no estaba all&icute;!
—Señá Frasquita... (repitió la noble dama, al ver que la Molinera no se
hab&icute;a movido de su sitio):—le he dicho a V. que puede pasar y
sentarse.
Esta segunda indicación fue hecha con voz más afectuosa y sentida que
la primera....—Dijérase que la Corregidora hab&icute;a adivinado también por
instinto, al fijarse en el reposado continente y en la varonil hermosura
de aquella mujer, que no iba a habérselas con un ser bajo y despreciable,
sino quizá más bien con otra infortunada como ella;—¡infortunada, s&icute;, por
el solo hecho de haber conocido al Corregidor!
Cruzaron, pues, sendas miradas de paz y de indulgencia aquellas dos
mujeres que se consideraban dos veces rivales, y notaron con gran
sorpresa que sus almas se aplacieron la una en la otra, como dos
hermanos que se reconocen.
No de otro modo se divisan y saludan a lo lejos las castas nieves de
las encumbradas montañas.
Saboreando estas dulces emociones, la Molinera entró
majestuosamente en el salón, y se sentó en el filo de una silla.
A su paso por el molino, previendo que en la Ciudad tendr&icute;a que hacer
visitas de importancia, se hab&icute;a arreglado un poco y puéstose una
mantilla de franela negra, con grandes felpones, que le sentaba
divinamente.—Parec&icute;a toda una señora.
Por lo que toca al Corregidor, dicho se está que hab&icute;a guardado
silencio durante aquel episodio.—El rugido de la señá Frasquita y su
aparición en la escena no hab&icute;an podido menos de
sobresaltarlo.—¡Aquella mujer le causaba ya más terror que la suya
propia!
—Conque vamos, t&icute;o Lucas... (prosiguió Doña Mercedes, dirigiéndose a su
marido). Ah&icute; tiene V. a la señá Frasquita.... ¡Puede V. volver a formular
su demanda! ¡Puede V. preguntarle aquello de su honra!
—Mercedes, ¡por los clavos de Cristo! (gritó el Corregidor). ¡Mira que
tú no sabes de lo que soy capaz! ¡Nuevamente te conjuro a que dejes la
broma y me digas todo lo que ha pasado aqu&icute; durante mi ausencia!—¿:Dónde
está ese hombre?
—¿:Quién? ¿:Mi marido?... Mi marido se está levantando, y ya no puede
tardar en venir.
—¡Levantándose!—bramó D. Eugenio.
—¿:Se asombra V.? ¿:Pues dónde quer&icute;a V. que estuviese a estas horas un
hombre de bien, sino en su casa, en su cama, y durmiendo con su leg&icute;tima
consorte, como manda Dios?
—¡Merceditas! ¡Ve lo que te dices! ¡Repara en que nos están oyendo!
¡Repara en que soy el Corregidor!...
—¡A m&icute; no me dé V. voces, t&icute;o Lucas, o mandaré a los alguaciles que lo
lleven a la cárcel!—replicó la Corregidora, poniéndose de pie.
—¡Yo a la cárcel! ¡Yo! ¡El Corregidor de la Ciudad!
—El Corregidor de la Ciudad, el representante de la Justicia, el
apoderado del Rey (repuso la gran señora con una severidad y una energ&icute;a
que ahogaron la voz del fingido Molinero), llegó a su casa a la hora
debida, a descansar de las nobles tareas de su oficio, para seguir mañana
amparando la honra y la vida de los ciudadanos, la santidad del hogar y
el recato de las mujeres, impidiendo de este modo que nadie pueda entrar,
disfrazado de Corregidor ni de ninguna otra cosa, en la alcoba de la
mujer ajena; que nadie pueda sorprender a la virtud en su descuidado
reposo; que nadie pueda abusar de su casto sueño....
—¡Merceditas! ¿:Qué es lo que profieres? (silbó el Corregidor con
labios y enc&icute;as). ¡Si es verdad que ha pasado eso en mi casa, diré que
eres una p&icute;cara, una pérfida, una licenciosa!
—¿:Con quién habla este hombre? (prorrumpió la Corregidora
desdeñosamente, y paseando la vista por todos los circunstantes).
¿:Quién es este loco? ¿:Quién es este ebrio?... ¡Ni siquiera puedo ya creer
que sea un honrado molinero como el t&icute;o Lucas, a pesar de que viste su
traje de villano!—Sr. Juan López, créame V. (continuó, encarándose con el
Alcalde de monterilla, que estaba aterrado): mi marido, el Corregidor
de la Ciudad, llegó a esta su casa hace dos horas, con su sombrero de
tres picos, su capa de grana, su espad&icute;n de caballero y su bastón de
autoridad.... Los criados y alguaciles que me escuchan se levantaron, y
lo saludaron al verlo pasar por el portal, por la escalera, y por el
recibimiento. Cerráronse en seguida todas las puertas, y desde entonces
no ha penetrado nadie en mi hogar hasta que llegaron Vds.—¿:Es esto
cierto?—Responded vosotros....
—¡Es verdad! ¡Es muy verdad!—contestaron la nodriza, los domésticos y
los ministriles; todos los cuales, agrupados a la puerta del salón,
presenciaban aquella singular escena.
—¡Fuera de aqu&icute; todo el mundo! (gritó D. Eugenio, echando espumarajos
de rabia).—¡Garduña! ¡Garduña! ¡Ven y prende a estos viles que me están
faltando al respeto! ¡Todos a la cárcel! ¡Todos a la horca!
Garduña no parec&icute;a por ningún lado.
—Además, señor... (continuó Doña Mercedes, cambiando de tono y
dignándose ya mirar a su marido y tratarle como a tal, temerosa de que
las chanzas llegaran a irremediables extremos). Supongamos que V. es mi
esposo.... Supongamos que V. es D. Eugenio de Zúñiga y Ponce de
León....
—¡Lo soy!
—Supongamos, además, que me cupiese alguna culpa en haber tomado por V.
al hombre que penetró en mi alcoba vestido de Corregidor....
—¡Infames!—gritó el viejo, echando mano a la espada, y encontrándose
sólo con el sitio o sea con la faja de molinero murciano.
La navarra se tapó el rostro con un lado de la mantilla para ocultar
las llamaradas de sus celos.
—Supongamos todo lo que V. quiera... (continuó Doña Mercedes con una
impasibilidad inexplicable). Pero d&icute;game V. ahora, señor m&icute;o: ¿:Tendr&icute;a
derecho a quejarse? ¿:Podr&icute;a V. acusarme como fiscal? ¿:Podr&icute;a V.
sentenciarme como juez? ¿:Viene V. acaso del sermón? ¿:Viene V. de
confesar? ¿:Viene V. de o&icute;r misa? ¿:O de dónde viene V. con ese traje? ¿:De
dónde viene V. con esa señora? ¿:Dónde ha pasado V. la mitad de la
noche?
—Con permiso...—exclamó la señá Frasquita, poniéndose de pie como
empujada por un resorte, y atravesándose arrogantemente entre la
Corregidora y su marido.
éste, que iba a hablar, se quedó con la boca abierta al ver que la
navarra entraba en fuego.
Pero Doña Mercedes se anticipó, y dijo:
—Señora, no se fatigue V. en darme a m&icute; explicaciones... ¡Yo no se las
pido a V., ni mucho menos!—All&icute; viene quien puede ped&icute;rselas a justo
t&icute;tulo... ¡Entiéndase V. con él!
Al mismo tiempo se abrió la puerta de un gabinete, y apareció en ella
el t&icute;o Lucas, vestido de Corregidor de pies a cabeza, y con bastón,
guantes y espad&icute;n, como si se presentase en las Salas de Cabildo.
@§
XXXII
LA FE MUEVE LAS MONTAñAS
Tengan Vds. muy buenas noches,—pronunció el recién llegado, quitándose
el sombrero de tres picos, y hablando con la boca sumida, como sol&icute;a D.
Eugenio de Zúñiga.
En seguida se adelantó por el salón, balanceándose en todos sentidos,
y fue a besar la mano de la Corregidora.
Todos se quedaron estupefactos.—El parecido del t&icute;o Lucas con el
verdadero Corregidor era maravilloso.
As&icute; es que la servidumbre, y hasta el mismo Sr. Juan López, no
pudieron contener una carcajada.
D. Eugenio sintió aquel nuevo agravio, y se lanzó sobre el t&icute;o Lucas
como un basilisco.
Pero la señá Frasquita metió el montante, apartando al Corregidor con
el brazo de marras, y Su Señor&icute;a, en evitación de otra voltereta y del
consiguiente ludibrio, se dejó atropellar sin decir oxte ni moxte.—Estaba
visto que aquella mujer hab&icute;a nacido para domadora del pobre viejo.
El t&icute;o Lucas se puso más pálido que la muerte al ver que su mujer se
le acercaba; pero luego se dominó, y, con una risa tan horrible que tuvo
que llevarse la mano al corazón para que no se le hiciese pedazos, dijo,
remedando siempre al Corregidor:
—¡Dios te guarde, Frasquita! ¿:Le has enviado ya a tu sobrino el
nombramiento?
¡Hubo que ver entonces a la navarra!—Tirose la mantilla atrás, levantó
la frente con soberan&icute;a de leona, y, clavando en el falso Corregidor dos
ojos como dos puñales:
—¡Te desprecio, Lucas!—le dijo en mitad de la cara.
Todos creyeron que le hab&icute;a escupido.
¡Tal gesto, tal ademán y tal tono de voz acentuaron aquella frase!
El rostro del Molinero se transfiguró al o&icute;r la voz de su mujer. Una
especie de inspiración, semejante a la de la fe religiosa, hab&icute;a
penetrado en su alma, inundándola de luz y de alegr&icute;a... As&icute; es que,
olvidándose por un momento de cuanto hab&icute;a visto y cre&icute;do ver en el
molino, exclamó, con las lágrimas en los ojos y la sinceridad en los
labios:
—¿:Conque tú eres mi Frasquita?
—¡No! (respondió la navarra fuera de s&icute;). ¡Yo no soy ya tu
Frasquita!—Yo soy... ¡Pregúntaselo a tus hazañas de esta noche, y ellas
te dirán lo que has hecho del corazón que tanto te quer&icute;a!...
Y se echó a llorar, como una montaña de hielo que se hunde y principia
a derretirse.
La Corregidora se adelantó hacia ella sin poder contenerse, y la
estrechó en sus brazos con el mayor cariño.
La señá Frasquita se puso entonces a besarla, sin saber tampoco lo que
se hac&icute;a, diciéndole entre sus sollozos, como una niña que busca amparo
en su madre:
—¡Señora, señora! ¡Qué desgraciada soy!
—¡No tanto como V. se figura!—contestábale la Corregidora, llorando
también generosamente.
—¡Yo s&icute; que soy desgraciado!—gem&icute;a al mismo tiempo el t&icute;o Lucas,
andando a puñetazos con sus lágrimas, como avergonzado de
verterlas.
—Pues ¿:y yo? (prorrumpió al fin Don Eugenio, sintiéndose ablandado por
el contagioso lloro de los demás, o esperando salvarse también por la v&icute;a
húmeda; quiero decir, por la v&icute;a del llanto).—¡Ah, yo soy un p&icute;caro! ¡un
monstruo! ¡un calavera deshecho, que ha llevado su merecido!
Y rompió a berrear tristemente, abrazado a la barriga del Sr. Juan
López.
Y éste y los criados lloraban de igual manera, y todo parec&icute;a
concluido, y, sin embargo, nadie se hab&icute;a explicado. @§
XXXIII
PUES ¿:Y Tú?
El t&icute;o Lucas fue el primero que salió a flote en aquel mar de
lágrimas.
Era que empezaba a acordarse otra vez de lo que hab&icute;a visto por el ojo
de la llave.
—¡Señores, vamos a cuentas!... dijo de pronto.
—No hay cuentas que valgan, t&icute;o Lucas... (exclamó la Corregidora).—¡Su
mujer de V. es una bendita!
—Bien..., s&icute;..; pero...
—¡Nada de pero!... Déjela V. hablar, y verá cómo se justifica.—Desde
que la vi, me dio el corazón que era una santa, a pesar de todo lo que
V. me hab&icute;a contado...
—¡Bueno; que hable!...—dijo el t&icute;o Lucas.
—¡Yo no hablo! (contestó la Molinera). ¡El que tiene que hablar eres
tú!... Porque la verdad es que tú...
Y la señá Frasquita no dijo más, por imped&icute;rselo el invencible respeto
que le inspiraba la Corregidora.
—Pues ¿:y tú?—respondió el t&icute;o Lucas, perdiendo de nuevo toda fe.
—Ahora no se trata de ella... (gritó el Corregidor, tornando también a
sus celos). ¡Se trata de V. y de esta señora!—¡Ah, Merceditas!... ¿:Quién
hab&icute;a de decirme que tú?...
—Pues ¿:y tú?—repuso la Corregidora midiéndolo con la vista.
Y durante algunos momentos, los dos matrimonios repitieron cien veces
las mismas frases:
—¿:Y tú?
—Pues ¿:y tú?
—¡Vaya que tú!
—¡No que tú!
—Pero ¿:cómo has podido tú?...
Etc., etc., etc.
La cosa hubiera sido interminable, si la Corregidora, revistiéndose de
dignidad, no dijese por último a D. Eugenio:
—¡Mira, cállate tú ahora! Nuestra cuestión particular la ventilaremos
más adelante. Lo que urge en este momento es devolver la paz al corazón
del t&icute;o Lucas: cosa muy fácil, a mi juicio; pues all&icute; distingo al Sr.
Juan López y a Toñuelo, que están saltando por justificar a la señá
Frasquita.
—¡Yo no necesito que me justifiquen los hombres! (respondió
ésta).—Tengo dos testigos de mayor crédito, a quienes no se dirá que he
seducido ni sobornado...
—Y ¿:dónde están?—preguntó el Molinero.
—Están abajo, en la puerta...
—Pues diles que suban, con permiso de esta señora.
—Las pobres no podr&icute;an subir...
—¡Ah! ¡Son dos mujeres!... ¡Vaya un testimonio fidedigno!
—Tampoco son dos mujeres. Sólo son dos hembras...
—¡Peor que peor! ¡Serán dos niñas!... Hazme el favor de decirme sus
nombres.
—La una se llama Piñona y la otra Liviana.
—¡Nuestras dos burras!—Frasquita: ¿:te estás riendo de m&icute;?
—No: que estoy hablando muy formal. Yo puedo probarte, con el
testimonio de nuestras burras, que no me hallaba en el molino cuando tú
viste en él al señor Corregidor.
—¡Por Dios te pido que te expliques!...
—¡Oye, Lucas!..., y muérete de vergüenza por haber dudado de mi
honradez. Mientras tú ibas esta noche desde el Lugar a nuestra casa, yo
me dirig&icute;a desde nuestra casa al Lugar, y, por consiguiente, nos cruzamos
en el camino. Pero tú marchabas fuera de él, o, por mejor decir, te
hab&icute;as detenido a echar unas yescas en medio de un sembrado...
—¡Es verdad que me detuve!...—Continúa.
—En esto rebuznó tu borrica...
—¡Justamente!—¡Ah, qué feliz soy!... ¡Habla, habla; que cada palabra
tuya me devuelve un año de vida!
—Y a aquel rebuzno le contestó otro en el camino...
—¡Oh! s&icute;... s&icute;...—¡Bendita seas! ¡Me parece estarlo oyendo!
—Eran Liviana y Piñona, que se hab&icute;an reconocido y se saludaban como
buenas amigas, mientras que nosotros dos ni nos saludamos ni nos
reconocimos...
—¡No me digas más!... ¡No me digas más!...
—Tan no nos reconocimos (continuó la señá Frasquita), que los dos
nos asustamos y salimos huyendo en direcciones contrarias...—¡Conque ya
ves que yo no estaba en el molino!—Si quieres saber ahora por qué
encontraste al señor Corregidor en nuestra cama, tienta esas ropas que
llevas puestas, y que todav&icute;a estarán húmedas, y te lo dirán mejor que
yo.—¡Su Señor&icute;a se cayó en el caz del molino, y Garduña lo desnudó y lo
acostó all&icute;!—Si quieres saber por qué abr&icute; la puerta..., fue porque cre&icute;
que eras tú el que se ahogaba y me llamaba a gritos. Y, en fin, si
quieres saber lo del nombramiento...—Pero no tengo más que decir por la
presente. Cuando estemos solos, te enteraré de ese y otros
particulares... que no debo referir delante de esta señora.
—¡Todo lo que ha dicho la señá Frasquita es la pura verdad!—gritó el
señor Juan López, deseando congraciarse con Doña Mercedes, visto que ella
imperaba en el Corregimiento.
—¡Todo! ¡Todo!—añadió Toñuelo, siguiendo la corriente de su amo.
—¡Hasta ahora..., todo!—agregó el Corregidor, muy complacido de que las
explicaciones de la navarra no hubieran ido más lejos...
—¡Conque eres inocente! (exclamaba en tanto el t&icute;o Lucas, rindiéndose a
la evidencia).—¡Frasquita m&icute;a, Frasquita de mi alma! ¡Perdóname la
injusticia, y deja que te dé un abrazo!...
—Esa es harina de otro costal... (contestó la Molinera, hurtando el
cuerpo).—Antes de abrazarte, necesito o&icute;r tus explicaciones...
—Yo las daré por él y por m&icute;...—dijo Doña Mercedes.
—¡Hace una hora que las estoy esperando!—profirió el Corregidor,
tratando de erguirse.
—Pero no las daré (continuó la Corregidora, volviendo la espalda
desdeñosamente a su marido) hasta que estos señores hayan descambiado
vestimentas...; y, aun entonces, se las daré tan sólo a quien merezca
o&icute;rlas.
—Vamos... Vamos a descambiar... (d&icute;jole el murciano a D. Eugenio,
alegrándose mucho de no haberlo asesinado, pero mirándolo todav&icute;a con un
odio verdaderamente morisco).—¡El traje de Vuestra Señor&icute;a me ahoga! ¡He
sido muy desgraciado mientras lo he tenido puesto!...
—¡Porque no lo entiendes! (respondiole el Corregidor). ¡Yo estoy, en
cambio, deseando ponérmelo, para ahorcarte a ti y a medio mundo, si no me
satisfacen las exculpaciones de mi mujer!
La Corregidora, que oyó esta palabras, tranquilizó a la reunión con
una suave sonrisa, propia de aquellos afanados ángeles cuyo ministerio es
guardar a los hombres. @§
XXXIV
TAMBIéN LA CORREGIDORA ES GUAPA
Salido que hubieron de la sala el Corregidor y el t&icute;o Lucas, sentose
de nuevo la Corregidora en el sofá; colocó a su lado a la señá Frasquita,
y, dirigiéndose a los domésticos y ministriles que obstru&icute;an la puerta,
les dijo con afable sencillez:
—¡Vaya, muchachos!... Contad ahora vosotros a esta excelente mujer todo
lo malo que sepáis de m&icute;.
Avanzó el cuarto estado, y diez voces quisieron hablar a un mismo
tiempo; pero el ama de leche, como la persona que más alas ten&icute;a en la
casa, impuso silencio a los demás, y dijo de esta manera:
—Ha de saber V., señá Frasquita, que estábamos yo y mi Señora esta
noche al cuidado de los niños, esperando a ver si ven&icute;a el amo y rezando
el tercer Rosario para hacer tiempo (pues la razón tra&icute;da por Garduña
hab&icute;a sido que andaba el señor Corregidor detrás de unos facinerosos muy
terribles, y no era cosa de acostarse hasta verlo entrar sin novedad),
cuando sentimos ruido de gente en la alcoba inmediata, que es donde mis
señores tienen su cama de matrimonio. Cogimos la luz, muertas de miedo, y
fuimos a ver quién andaba en la alcoba, cuando ¡ay, Virgen del Carmen! al
entrar, vimos que un hombre, vestido como mi señor, pero que no era él
(¡como que era su marido de V.!), trataba de esconderse debajo de la
cama.—«¡Ladrones!» principiamos a gritar desaforadamente, y un
momento después la habitación estaba llena de gente, y los alguaciles
sacaban arrastrando de su escondite al fingido Corregidor.—Mi Señora,
que, como todos, hab&icute;a reconocido al t&icute;o Lucas, y que lo vio con aquel
traje, temió que hubiese matado al amo, y empezó a dar unos lamentos que
part&icute;an las piedras...—«¡A la cárcel! ¡A la cárcel!» dec&icute;amos
entre tanto los demás.—«¡Ladrón! ¡Asesino!» era la mejor palabra
que o&icute;a el t&icute;o Lucas; y as&icute; es que estaba como un difunto, arrimado a la
pared, sin decir esta boca es m&icute;a.—Pero, viendo luego que se lo llevaban
a la cárcel, dijo... lo que voy a repetir, aunque verdaderamente mejor
ser&icute;a para callado:—«Señora, yo no soy ladrón ni asesino: el ladrón y el
asesino... de mi honra está en mi casa, acostado con mi mujer.»
—¡Pobre Lucas!—suspiró la señá Frasquita.
—¡Pobre de m&icute;!—murmuró la Corregidora tranquilamente.
—Eso dijimos todos... «¡Pobre t&icute;o Lucas y pobre Señora!»—Porque... la
verdad, señá Frasquita, ya ten&icute;amos idea de que mi señor hab&icute;a puesto los
ojos en V..., y, aunque nadie se figuraba que V....
—¡Ama! (exclamó severamente la Corregidora). ¡No siga V. por ese
camino!...
—Continuaré yo por el otro... (dijo un alguacil, aprovechando aquella
coyuntura para apoderarse de la palabra).—El t&icute;o Lucas (que nos engañó de
lo lindo con su traje y su manera de andar cuando entró en la casa;
tanto que todos lo tomamos por el señor Corregidor), no hab&icute;a venido con
muy buenas intenciones que digamos, y si la Señora no hubiera estado
levantada..., figúrese V. lo que habr&icute;a sucedido...
—¡Vamos! ¡Cállate tú también! (interrumpió la cocinera).—¡No estás
diciendo más que tonter&icute;as!—Pues, s&icute;, señá Frasquita: el t&icute;o Lucas, para
explicar su presencia en la alcoba de mi ama, tuvo que confesar las
intenciones que tra&icute;a... ¡Por cierto que la Señora no se pudo contener al
o&icute;rlo, y le arrimó una bofetada en medio de la boca, que le dejó la
mitad de las palabras dentro del cuerpo!—Yo misma lo llené de insultos y
denuestos, y quise sacarle los ojos... Porque ya conoce V., señá
Frasquita, que, aunque sea su marido de V., eso de venir con sus manos
lavadas...
—¡Eres una bachillera! (gritó el portero, poniéndose delante de la
oradora).—¿:Qué más hubieras querido tú?...—En fin, señá Frasquita; óigame
V. a m&icute;, y vamos al asunto.—La Señora hizo y dijo lo que deb&icute;a...; pero
luego, calmado ya su enojo, compadeciose del t&icute;o Lucas y paró mientes en
el mal proceder del señor Corregidor, viniendo a pronunciar estas o
parecidas palabras:—«Por infame que haya sido su pensamiento de V., t&icute;o
Lucas, y aunque nunca podré perdonar tanta insolencia, es menester que su
mujer de V. y mi esposo crean durante algunas horas que han sido cogidos
en sus propias redes, y que V., auxiliado por ese disfraz, les ha
devuelto afrenta por afrenta. ¡Ninguna venganza mejor podemos tomar de
ellos que este engaño, tan fácil de desvanecer cuando nos
acomode!»—Adoptada tan graciosa resolución, la Señora y el t&icute;o Lucas nos
aleccionaron a todos de lo que ten&icute;amos que hacer y decir cuando volviese
Su Señor&icute;a; y por cierto que yo le he pegado a Sebastián Garduña tal palo
en la rabadilla, que creo no se le olvidará en mucho tiempo la noche de
San Simón y San Judas!...
Cuando el portero dejó de hablar, ya hac&icute;a rato que la Corregidora y la
Molinera cuchicheaban al o&icute;do, abrazándose y besándose a cada momento, y
no pudiendo en ocasiones contener la risa.
¡Lástima que no se oyera lo que hablaban!...—Pero el lector se lo
figurará sin gran esfuerzo: y, si no el lector, la lectora. @§
XXXV
DECRETO IMPERIAL
Regresaron en esto a la sala el Corregidor y el t&icute;o Lucas, vestido
cada cual con su propia ropa.
—¡Ahora me toca a m&icute;!—entró diciendo el insigne D. Eugenio de
Zúñiga.
Y, después de dar en el suelo un par de bastonazos como para recobrar
su energ&icute;a (a guisa de Anteo oficial, que no se sent&icute;a fuerte hasta que
su caña de Indias tocaba en la tierra), d&icute;jole a la Corregidora con un
énfasis y una frescura indescriptibles:
—¡Merceditas..., estoy esperando tus explicaciones!...
Entretanto, la Molinera se hab&icute;a levantado y le tiraba al t&icute;o Lucas un
pellizco de paz, que le hizo ver estrellas, mirándolo al mismo tiempo con
desenojados y hechiceros ojos.
El Corregidor, que observara aquella pantomima, quedose hecho una
pieza, sin acertar a explicarse una reconciliación tan
inmotivada.
Dirigiose, pues, de nuevo a su mujer, y le dijo, hecho un vinagre:
—¡Señora! ¡Todos se entienden menos nosotros! Sáqueme V. de dudas...
¡Se lo mando como marido y como Corregidor!
Y dio otro bastonazo en el suelo.
—¿:Conque se marcha V.? (exclamó Doña Mercedes, acercándose a la señá
Frasquita y sin hacer caso de D. Eugenio).—Pues vaya V. descuidada, que
este escándalo no tendrá ningunas consecuencias.—¡Rosa!: alumbra a estos
señores, que dicen que se marchan...—Vaya V. con Dios, t&icute;o Lucas.
—¡Oh... no! (gritó el de Zúñiga, interponiéndose). ¡Lo que es el t&icute;o
Lucas no se marcha! ¡El t&icute;o Lucas queda arrestado hasta que sepa yo toda
la verdad!—¡Hola, alguaciles! ¡Favor al Rey!...
Ni un solo ministro obedeció a D. Eugenio.—Todos miraban a la
Corregidora.
—¡A ver, hombre! ¡Deja el paso libre!—añadió ésta, pasando casi sobre
su marido, y despidiendo a todo el mundo con la mayor finura; es decir,
con la cabeza ladeada, cogiéndose la falda con la punta de los dedos, y
agachándose graciosamente, hasta completar la reverencia que a la sazón
estaba de moda, y que se llamaba la pompa.
—Pero yo... Pero tú... Pero nosotros... Pero aquellos...—segu&icute;a
mascujando el vejete, tirándole a su mujer del vestido y perturbando sus
cortes&icute;as mejor iniciadas.
¡Inútil afán! ¡Nadie hac&icute;a caso de Su Señor&icute;a!
Marchado que se hubieron todos, y solos ya en el salón los desavenidos
cónyuges, la Corregidora se dignó al fin decirle a su esposo, con el
acento que hubiera empleado una Czarina de todas las Rusias para fulminar
sobre un Ministro ca&icute;do la orden de perpetuo destierro a la Siberia:
—Mil años que vivas, ignorarás lo que ha pasado esta noche en mi
alcoba... Si hubieras estado en ella, como era regular, no tendr&icute;as
necesidad de preguntárselo a nadie.—Por lo que a m&icute; toca, no hay ya, ni
habrá jamás, razón ninguna que me obligue a satisfacerte; pues te
desprecio de tal modo, que si no fueras el padre de mis hijos, te
arrojar&icute;a ahora mismo por ese balcón, como te arrojo para siempre de mi
dormitorio.—Conque, buenas noches, caballero.
Pronunciadas estas palabras, que Don Eugenio oyó sin pestañear (pues
lo que es a solas no se atrev&icute;a con su mujer), la Corregidora penetró en
el gabinete, y del gabinete pasó a la alcoba, cerrando las puertas detrás
de s&icute;; y el pobre hombre se quedó plantado en medio de la sala,
murmurando entre enc&icute;as (que no entre dientes) y con un cinismo de que
no habrá habido otro ejemplo:
—¡Pues, señor, no esperaba yo escapar tan bien!...—¡Garduña me buscará
otra! @§
XXXVI
CONCLUSIóN, MORALEJA Y EP&icute;LOGO
Piaban los pajarillos saludando el alba, cuando el t&icute;o Lucas y la señá
Frasquita sal&icute;an de la Ciudad con dirección a su molino.
Los esposos iban a pie, y delante de ellos caminaban apareadas las dos
burras.
—El domingo tienes que ir a confesar (le dec&icute;a la Molinera a su
marido); pues necesitas limpiarte de todos tus malos juicios y criminales
propósitos de esta noche...
—Has pensado muy bien... (contestó el Molinero). Pero tú, entretanto,
vas a hacerme otro favor, y es dar a los pobres los colchones y ropa de
nuestra cama, y ponerla toda de nuevo.—¡Yo no me acuesto donde ha sudado
aquel bicho venenoso!
—¡No me lo nombres, Lucas! (replicó la señá Frasquita).—Conque
hablemos de otra cosa. Quisiera merecerte un segundo favor...
—Pide por esa boca...
—El verano que viene vas a llevarme a tomar los baños del Solán de
Cabras.
—¿:Para qué?
—Para ver si tenemos hijos.
—¡Felic&icute;sima idea!—Te llevaré, si Dios nos da vida.
Y con esto llegaron al molino, a punto que el sol, sin haber salido
todav&icute;a, doraba ya las cúspides de las montañas.
. . . . . . . . . . .
A la tarde, con gran sorpresa de los esposos, que no esperaban nuevas
visitas de altos personajes después de un escándalo como el de la
precedente noche, concurrió al molino más señor&icute;o que nunca. El venerable
Prelado, muchos Canónigos, el Jurisconsulto, dos Priores de frailes y
otras varias personas (que luego se supo hab&icute;an sido convocadas all&icute; por
Su Señor&icute;a Ilustr&icute;sima) ocuparon materialmente la plazoletilla del
emparrado.
Sólo faltaba el Corregidor.
Una vez reunida la tertulia, el señor Obispo tomó la palabra, y dijo:
que, por lo mismo que hab&icute;an pasado ciertas cosas en aquella casa, sus
Canónigos y él seguir&icute;an yendo a ella lo mismo que antes, para que ni los
honrados Molineros ni las demás personas all&icute; presentes participasen de
la censura pública, sólo merecida por aquel que hab&icute;a profanado con su
torpe conducta una reunión tan morigerada y tan honesta. Exhortó
paternalmente a la señá Frasquita para que en lo sucesivo fuese menos
provocativa y tentadora en sus dichos y ademanes, y procurase llevar más
cubiertos los brazos y más alto el escote del jubón: aconsejó al t&icute;o
Lucas más desinterés, mayor circunspección y menos inmodestia en su
trato con los superiores; y acabó dando la bendición a todos y diciendo:
que, como aquel d&icute;a no ayunaba, se comer&icute;a con mucho gusto un par de
racimos de uvas.
Lo mismo opinaron todos... respecto de este último particular..., y la
parra se quedó temblando aquella tarde.—¡En dos arrobas de uvas apreció
el gasto el Molinero!
. . . . . . . . . . .
Cerca de tres años continuaron estas sabrosas reuniones, hasta que,
contra la previsión de todo el mundo, entraron en España los ejércitos de
Napoleón y se armó la Guerra de la Independencia.
El señor Obispo, el Magistral y el Penitenciario murieron el año de 8,
y el Abogado y los demás contertulios en los de 9, 10, 11 y 12, por no
poder sufrir la vista de los franceses, polacos y otras alimañas que
invadieron aquella tierra ¡y que fumaban en pipa, en el presbiterio de
las iglesias, durante la misa de la tropa!
El Corregidor, que nunca más tornó al molino, fue destituido por un
mariscal francés, y murió en la Cárcel de Corte, por no haber querido ni
un solo instante (dicho sea en honra suya) transigir con la dominación
extranjera.
Doña Mercedes no se volvió a casar, y educó perfectamente a sus hijos,
retirándose a la vejez a un convento, donde acabó sus d&icute;as en opinión de
santa.
Garduña se hizo afrancesado.
El Sr. Juan López fue guerrillero, y mandó una partida, y murió, lo
mismo que su alguacil, en la famosa batalla de Baza, después de haber
matado much&icute;simos franceses.
Finalmente: el t&icute;o Lucas y la señá Frasquita (aunque no llegaron a
tener hijos, a pesar de haber ido al Solán de Cabras y de haber hecho
muchos votos y rogativas) siguieron siempre amándose del propio modo, y
alcanzaron una edad muy avanzada, viendo desaparecer el Absolutismo en
1812 y 1820, y reaparecer en 1814 y 1823, hasta que, por último, se
estableció de veras el sistema Constitucional a la muerte del Rey
Absoluto, y ellos pasaron a mejor vida (precisamente al estallar la
Guerra Civil de los Siete años), sin que los sombreros de copa
que ya usaba todo el mundo pudiesen hacerles olvidar aquellos
tiempos simbolizados por el sombrero de tres picos.
FIN.
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