PREFACIO DEL AUTOR
Pocos
españoles, aun contando a los menos sabios y le&icute;dos, desconocerán
la historieta vulgar que sirve de fundamento a la presente obrilla.
Un
zafio pastor de cabras, que nunca hab&icute;a salido de la escondida
Cortijada en que nació, fue el primero a quien nosotros se la o&icute;mos
referir.—Era el tal uno de aquellos rústicos sin ningunas letras, pero
naturalmente ladinos y bufones, que tanto papel hacen en nuestra literatura
nacional con el dictado de p&icute;caros. Siempre que en la
Cortijada hab&icute;a fiesta, con motivo de boda o bautizo, o de solemne
visita de los amos, tocábale a él poner los juegos de chasco y pantomima,
hacer las payasadas y recitar los romances y relaciones;—y precisamente en
una ocasión de éstas hace ya casi toda una vida..., es decir, (hace ya más de
treinta y cinco años), tuvo a bien deslumbrar y embelesar cierta noche
nuestra inocencia (relativa) con el cuento en verso de El Corregidor y la
Molinera, o sea de El Molinero y la Corregidora, que hoy ofrecemos
nosotros al público bajo el nombre más trascendental y filosófico (pues
as&icute; lo requiere la gravedad de estos tiempos) de El Sombrero de
tres picos.
Recordamos,
por señas, que cuando el pastor nos dio tan buen rato, las muchachas
casaderas all&icute; reunidas se pusieron muy coloradas, de donde sus
madres dedujeron que la historia era algo verde, por lo cual pusieron ellas
al pastor de oro y azul; pero el pobre Repela (as&icute; se llamaba el
pastor) no se mordió la lengua, y contestó diciendo: que no hab&icute;a
por qué escandalizarse de aquel modo, pues nada resultaba de su relación que
no supiesen hasta las monjas y hasta las niñas de cuatro años....
—Y
si no, vamos a ver (preguntó el cabrero): ¿::qué se saca en claro de la
historia de El Corregidor y la Molinera? ¡ Que los casados duermen
juntos, y que a ningún marido le acomoda que otro hombre duerma con su
mujer!—¡ Me parece que la noticia!...
—¡
Pues es verdad!—respondieron las madres, oyendo las carcajadas de sus hijas.
—La
prueba de que el t&icute;o Repela tiene razón (observó en esto el padre
del novio), es que todos los chicos y grandes aqu&icute; presentes se han
enterado ya de que esta noche, as&icute; que se acabe el baile, Juanete y
Manolilla estrenarán esa hermosa cama de matrimonio que la t&icute;a
Gabriela acaba de enseñar a nuestras hijas para que admiren los bordados de
los almohadones....
—¡
Hay más! (dijo el abuelo de la novia): hasta en el libro de la Doctrina y en
los mismos Sermones se habla a los niños de todas estas cosas tan naturales,
al ponerlos al corriente de la larga esterilidad de Nuestra Señora Santa Ana,
de la virtud del casto José, de la estratagema de Judit, y de otros muchos
milagros que no recuerdo ahora.—Por consiguiente, señores....
—¡
Nada, nada, t&icute;o Repela! (exclamaron valerosamente las muchachas.) ¡
Diga V. otra vez su relación; que es muy divertida!
—¡
Y hasta muy decente! (continuó el abuelo). Pues en ella no se aconseja a
nadie que sea malo; ni se le enseña a serlo; ni queda sin castigo el que lo
es....
—¡
Vaya! ¡ rep&icute;tala V.!—dijeron al fin consistorialmente las madres de
familia.
El
t&icute;o Repela volvió entonces a recitar el romance, y, considerado ya
su texto por todos a la luz de aquella cr&icute;tica tan ingenua,
hallaron que no hab&icute;a pero que ponerle; lo cual equivale a
decir que le concedieron las licencias necesarias.
***
Andando
los años, hemos o&icute;do muchas y muy diversas versiones de aquella
misma aventura de El Molinero y la Corregidora, siempre de labios de graciosos
de aldea y de cortijo, por el orden del ya difunto Repela, y además la hemos
le&icute;do en letras de molde en diferentes Romances de ciego y
hasta en el famoso Romancero del inolvidable D. Agust&icute;n
Durán.
El
fondo del asunto resulta idéntico: tragi-cómico, zumbón y terriblemente
epigramático, como todas las lecciones dramáticas de moral de que se enamora
nuestro pueblo; pero la forma, el mecanismo accidental, los procedimientos
casuales, difieren mucho, much&icute;simo, del relato de nuestro pastor,
tanto, que éste no hubiera podido recitar en la Cortijada ninguna de dichas
versiones, ni aun aquellas que corren impresas, sin que antes se tapasen los
o&icute;dos las muchachas en estado honesto, o sin exponerse a que sus
madres le sacaran los ojos.—¡ A tal punto han extremado y pervertido los
groseros patanes de otras provincias el caso tradicional que tan sabroso,
discreto y pulcro resultaba en la versión del clásico Repela!
Hace,
pues, mucho tiempo que concebimos el propósito de restablecer la verdad de
las cosas, devolviendo a la peregrina historia de que se trata su primitivo
carácter, que nunca dudamos fuera aquel en que sal&icute;a mejor librado
el decoro.—Ni ¿::cómo dudarlo? Esta clase de relaciones, al rodar por las
manos del vulgo, nunca se desnaturalizan para hacerse más bellas, delicadas y
decentes, sino para estropearse y percudirse al contacto de la ordinariez y
la chabacaner&icute;a.
Tal
es la historia del presente libro.... Conque métamenos ya en harina; quiero
decir, demos comienzo a la relación de El Corregidor y la Molinera, no
sin esperar de tu sano juicio (¡ oh respetable público!) que «después de
haberla le&icute;do y héchote más cruces que si hubieras visto al demonio
(como dijo Estebanillo González al principiar la suya), la tendrás por digna
y merecedora de haber salido a luz.»
Julio
de 1874.
———————————————————
@§
I
DE CUáNDO SUCEDIó LA COSA
Comenzaba este largo
siglo, que ya va de vencida.—No se sabe fijamente el año: sólo consta que era
después del de 4 y antes del de 8.
Reinaba,
pues, todav&icute;a en España Don Carlos IV de Borbón; por la gracia
de Dios, según las monedas, y por olvido o gracia especial de Bonaparte,
según los boletines franceses.—Los demás soberanos europeos descendientes de
hab&icute;an perdido ya la corona (y el jefe de ellos la cabeza) en la
deshecha borrasca que corr&icute;a esta envejecida parte del mundo desde
1789.
Ni
paraba aqu&icute; la singularidad de nuestra patria en aquellos tiempos.
El Soldado de la Revolución, el hijo de un obscuro abogado corso, el vencedor
en R&icute;voli, en las Pirámides, en Marengo y en otras cien batallas,
acababa de ceñirse la corona de Carlo Magno y de transfigurar completamente
la Europa, creando y suprimiendo naciones, borrando fronteras, inventando dinast&icute;as
y haciendo mudar de forma, de nombre, de sitio, de costumbres y hasta de
traje a los pueblos por donde pasaba en su corcel de guerra como un terremoto
animado, o como el "Antecristo," que le llamaban las
potencias del norte...—Sin embargo, nuestros padres (¡ Dios los tenga en su
santa gloria!), lejos de odiarlo o de temerle, complac&icute;anse aún en
ponderar sus descomunales hazañas, como si se tratase del héroe de un libro
de caballer&icute;as, o de cosas que suced&icute;an en otro planeta,
sin que ni por asomos recelasen que pensara nunca en venir por acá a intentar
las atrocidades que hab&icute;a hecho en Francia, Italia, Alemania y
otros pa&icute;ses. Una vez por semana (y dos a lo sumo) llegaba el
correo de Madrid a la mayor parte de las poblaciones importantes de la
Pen&icute;nsula, llevando algún número de la Gaceta (que tampoco
era diaria), y por ella sab&icute;an las personas principales (suponiendo
que la Gaceta hablase del particular) si exist&icute;a un estado
más o menos allende el Pirineo, si se hab&icute;a reñido otra batalla en
que peleasen seis ú ocho reyes y emperadores, y si Napoleón se hallaba en
Milán, en Bruselas o en Varsovia...—Por lo demás, nuestros mayores
segu&icute;an viviendo a la antigua española, sumamente despacio, apegados
a sus rancias costumbres, en paz y en gracia de Dios, con su Inquisición y
sus frailes, con su pintoresca desigualdad ante la ley, con sus privilegios,
fueros y exenciones personales, con su carencia de toda libertad municipal o
pol&icute;tica, gobernados simultáneamente por insignes obispos y
poderosos corregidores (cuyas respectivas potestades no era muy fácil
deslindar, pues unos y otros se met&icute;an en lo temporal y en lo
eterno), y pagando un sinnúmero de contribuciones y tributos, cuya nomenclatura
no viene a cuento ahora.
Y
aqu&icute; termina todo lo que la presente historia tiene que ver con la
militar y pol&icute;tica de aquella época; pues nuestro único objeto, al
referir lo que entonces suced&icute;a en el mundo, ha sido venir a parar
a que el año de que se trata (supongamos que el de 1805) imperaba
todav&icute;a en España el antiguo régimen en todas las esferas de
la vida pública y particular, como si, en medio de tantas novedades y
trastornos, el Pirineo se hubiese convertido en otra Muralla de la China.
@§
II
DE CóMO VIV&icute;A
ENTONCES LA GENTE
En
Andaluc&icute;a, por ejemplo (pues precisamente aconteció en una ciudad
de Andaluc&icute;a lo que vais a o&icute;r), las personas de suposición
continuaban levantándose muy temprano; yendo a la Catedral a misa de prima,
aunque no fuese d&icute;a de precepto, almorzando, a las nueve, un
huevo frito y una j&icute;cara de chocolate con picatostes; comiendo, de
una a dos de la tarde, puchero y principio, si hab&icute;a caza, y, si
no, puchero solo; durmiendo la siesta después de comer; paseando luego por el
campo; yendo al Rosario, entre dos luces, a su respectiva parroquia; tomando
otro chocolate a la Oración (éste con bizcochos); asistiendo los muy
encopetados a la tertulia del corregidor, del deán, o del t&icute;tulo
que resid&icute;a en el pueblo; retirándose a casa a las ánimas; cerrando
el portón antes del toque de la queda, cenando ensalada y guisado
por antonomasia, si no hab&icute;an entrado boquerones frescos, y
acostándose incontinenti con su señora (los que la ten&icute;an), no sin
hacerse calentar primero la cama durante nueve meses del año...
¡
Dichos&icute;simo tiempo aquel en que nuestra tierra segu&icute;a en
quieta y pac&icute;fica posesión de todas las telarañas, de todo el polvo,
de toda la polilla, de todos los respetos, de todas las creencias, de todas
las tradiciones, de todos los usos y de todos los abusos santificados por los
siglos! ¡ Dichos&icute;simo tiempo aquel en que hab&icute;a en la
sociedad humana variedad de clases, de afectos y de costumbres! ¡
Dichos&icute;simo tiempo, digo..., para los poetas especialmente, que
encontraban un entremés, un sainete, una comedia, un drama, un auto
sacramental o una epopeya detrás de cada esquina, en vez de esta prosaica
uniformidad y desabrido realismo que nos legó al cabo la Revolución
Francesa!—¡ Dichos&icute;simo tiempo, s&icute;!...
Pero
esto es volver a las andadas. Basta ya de generalidades y de circunloquios, y
entremos resueltamente en la historia del Sombrero de tres picos.
@§
III
DO UT DES
En
aquel tiempo, pues, hab&icute;a cerca de la ciudad de *** un famoso
molino, harinero (que ya no existe), situado como a un cuarto de legua de la
población, entre el pie de suave colina poblada de guindos y cerezos y una
fertil&icute;sima huerta que serv&icute;a de margen (y algunas veces
de lecho) al titular, intermitente y traicionero r&icute;o.
Por
varias y diversas razones, hac&icute;a ya algún tiempo que aquel molino
era el predilecto punto de llegada y descanso de los paseantes más
caracterizados de la mencionada ciudad...—Primeramente, conduc&icute;a a
él un camino carretero, menos intransitable que los restantes de aquellos
contornos.—En segundo lugar, delante del molino hab&icute;a una
plazoletilla empedrada, cubierta por un parral enorme, debajo del cual se
tomaba muy bien el fresco en el verano y el sol en el invierno, merced a la
alternada ida y venida de los pámpanos....—En tercer lugar, el molinero era
un hombre muy respetuoso, muy discreto, muy fino, que ten&icute;a lo que
se llama don de gentes, y que obsequiaba a los señorones que sol&icute;an
honrarlo con su tertulia vespertina, ofreciéndoles... lo que daba el tiempo,
ora habas verdes, ora cerezas y guindas, ora lechugas en rama y sin sazonar
(que están muy buenas cuando se las acompaña de macarros de pan y aceite;
macarros que se encargaban de enviar por delante sus señor&icute;as), ora
melones, ora uvas de aquella misma parra que les serv&icute;a de dosel,
ora rosetas de ma&icute;z, si era invierno, y castañas asadas, y
almendras, y nueces, y de vez en cuando, en las tardes muy fr&icute;as,
un trago de vino de pulso (dentro ya de la casa y al amor de la lumbre), a lo
que por Pascuas se sol&icute;a añadir algún pestiño, algún mantecado,
algún rosco o alguna lonja de jamón alpujarreño.
—¿::Tan
rico era el molinero, o tan imprudentes sus tertulianos?—exclamaréis,
interrumpiéndome.
Ni
lo uno ni lo otro. El molinero sólo ten&icute;a un pasar, y aquellos
caballeros eran la delicadeza y el orgullo personificados. Pero en unos tiempos
en que se pagaban cincuenta y tantas contribuciones diferentes a la Iglesia y
al Estado, poco arriesgaba un rústico de tan claras luces como aquél en
tenerse ganada la voluntad de regidores, canónigos, frailes, escribanos y
demás personas de campanillas. As&icute; es que no faltaba quien dijese
que el t&icute;o Lucas (tal era el nombre del molinero) se ahorraba un
dineral al año a fuerza de agasajar a todo el mundo.
—«Vuestra
Merced me va a dar una puertecilla vieja de la casa que ha derribado,»
dec&icute;ale a uno.—«Vuestra Señor&icute;a (dec&icute;ale a
otro) va a mandar que me rebajen el subsidio, o la alcabala, o la
contribución de frutos-civiles.»—«Vuestra Reverencia me va a dejar coger en
la huerta del convento una poca hoja para mis gusanos de seda.»—«Vuestra
Ilustr&icute;sima me va a dar permiso para traer una poca leña del monte
X.»—«Vuestra
Paternidad
me va a poner dos letras para que me permitan cortar una poca madera en el
pinar H.»—«Es menester que me haga Usarcé una escriturilla que no me cueste
nada.»—«Este año no puedo pagar el censo.»—«Espero que el pleito se falle a
mi favor.»—«Hoy le he dado de bofetadas a uno, y creo que debe ir a la cárcel
por haberme provocado.»—«¿::Tendr&icute;a su Merced tal cosa de
sobra?»—«¿::Le sirve a Usted de algo tal otra?»—«¿::Me puede prestar la
mula?»—«¿::Tiene ocupado mañana el carro?»—«¿::Le parece que env&icute;e
por el burro?»
Y
estas canciones se repet&icute;an a todas horas, obteniendo siempre por
contestación un generoso y desinteresado... «Como se pide.»
Conque
ya veis que el t&icute;o Lucas no estaba en camino de arruinarse.
@§
IV
UNA MUJER VISTA POR FUERA
La
última y acaso la más poderosa razón que ten&icute;a el señor&icute;o
de la ciudad para frecuentar por las tardes el molino del t&icute;o
Lucas, era... que, as&icute; los clérigos como los seglares, empezando
por el Sr. Obispo y el Sr. Corregidor, pod&icute;an contemplar
all&icute; a sus anchas una de las obras más bellas, graciosas y
admirables que hayan salido jamás de las manos de Dios, llamado entonces el Ser
Supremo por Jovellanos y toda la escuela afrancesada de nuestro
pa&icute;s....
Esta
obra... se denominaba «la señá Frasquita.»
Empiezo
por responderos de que la señá Frasquita, leg&icute;tima esposa del
t&icute;o Lucas, era una mujer de bien, y de que as&icute; lo
sab&icute;an todos los ilustres visitantes del molino. Digo más: ninguno
de éstos daba muestras de considerarla con ojos de varón ni con trastienda
pecaminosa. Admirábanla, s&icute;, y requebrábanla en ocasiones (delante
de su marido, por supuesto), lo mismo los frailes que los caballeros, los
canónigos que los golillas, como un prodigio de belleza que honraba a su
Criador, y como una diablesa de travesura y coqueter&icute;a, que
alegraba inocentemente los esp&icute;ritus más melancólicos.—«Es un hermoso
animal,» sol&icute;a decir el virtuos&icute;simo Prelado.—«Es una
estatua de la antigÜedad helénica,» observaba un Abogado muy erudito,
Académico correspondiente de la Historia.—«Es la propia estampa de Eva,»
prorrump&icute;a el Prior de los Franciscanos.—«Es una real moza,»
exclamaba el Coronel de milicias.—«Es una sierpe, una sirena, ¡ un demonio!»
añad&icute;a el Corregidor.—«Pero es una buena mujer, es un ángel, es una
criatura, es una chiquilla de cuatro años,» acababan por decir todos, al
regresar del molino atiborrados de uvas o de nueces, en busca de sus tétricos
y metódicos hogares.
La
chiquilla de cuatro años, esto es, la señá Frasquita, frisar&icute;a en
los treinta. Ten&icute;a más de dos varas de estatura, y era recia a
proporción, o quizás más gruesa todav&icute;a de lo correspondiente a su
arrogante talla. Parec&icute;a una Niobe colosal, y eso que no
hab&icute;a tenido hijos: parec&icute;a un Hércules... hembra:
parec&icute;a una matrona romana de las que aún hay ejemplares en el
Trastévere.—Pero lo más notable en ella era la movilidad, la ligereza, la
animación, la gracia de su respetable mole. Para ser una estatua, como
pretend&icute;a el Académico, le faltaba el reposo monumental. Se
cimbraba como un junco, giraba como una veleta, bailaba como una peonza.—Su
rostro era más movible todav&icute;a, y, por tanto, menos escultural.
Avivábanlo donosamente hasta cinco hoyuelos: dos en una mejilla; otro en
otra; otro, muy chico, cerca de la comisura izquierda de sus rientes labios,
y el último, muy grande, en medio de su redonda barba. Añadid a esto los
picarescos mohines, los graciosos guiños y las variadas posturas de cabeza
que amenizaban su conversación, y formaréis idea de aquella cara llena de sal
y de hermosura y radiante siempre de salud y alegr&icute;a.
Ni
la señá Frasquita ni el t&icute;o Lucas eran andaluces: ella era navarra
y él murciano. él hab&icute;a ido a la ciudad de ***, a la edad de quince
años, como medio paje, medio criado del obispo anterior al que entonces
gobernaba aquella iglesia. Educábalo su protector para clérigo, y tal vez con
esta mira y para que no careciese de congrua, dejole en su testamento
el molino; pero el t&icute;o Lucas, que a la muerte de Su Ilustr&icute;sima
no estaba ordenado más que de menores, ahorcó los hábitos en aquel
punto y hora, y sentó plaza de soldado, más ganoso de ver mundo y correr
aventuras que de decir misa o de moler trigo.—En 1793 hizo la campaña de los
Pirineos Occidentales, como ordenanza del valiente General Don Ventura Caro;
asistió al asalto de Castillo Piñón, y permaneció luego largo tiempo en las
provincias del Norte, donde tomó la licencia absoluta.—En Estella conoció a
la señá Frasquita, que entonces sólo se llamaba Frasquita; la enamoró;
se casó con ella, y se la llevó a Andaluc&icute;a en busca de aquel
molino que hab&icute;a de verlos tan pac&icute;ficos y dichosos
durante el resto de su peregrinación por este valle de lágrimas y risas.
La
señá Frasquita, pues, trasladada de Navarra a aquella soledad, no
hab&icute;a adquirido ningún hábito andaluz, y se diferenciaba mucho de
las mujeres campesinas de los contornos. Vest&icute;a con más sencillez,
desenfado y elegancia que ellas, lavaba más sus carnes, y permit&icute;a
al sol y al aire acariciar sus arremangados brazos y su descubierta garganta.
Usaba, hasta cierto punto, el traje de las señoras de aquella época, el traje
de las mujeres de Goya, el traje de la reina Mar&icute;a Luisa: si no
falda de medio paso, falda de un paso solo, sumamente corta, que dejaba ver
sus menudos pies y el arranque de su soberana pierna: llevaba el escote
redondo y bajo, al estilo de Madrid, donde se detuvo dos meses con su Lucas
al trasladarse de Navarra a Andaluc&icute;a; todo el pelo recogido en lo
alto de la coronilla, lo cual dejaba campear la gallard&icute;a de su
cabeza y de su cuello; sendas arracadas en las diminutas orejas, y muchas
sortijas en los afilados dedos de sus duras pero limpias manos.—Por último:
la voz de la señá Frasquita ten&icute;a todos los tonos del más extenso y
melodioso instrumento, y su carcajada era tan alegre y argentina, que
parec&icute;a un repique de Sábado de Gloria.
Retratemos
ahora al t&icute;o Lucas.
@§
V
UN HOMBRE VISTO POR FUERA Y POR
DENTRO
El
t&icute;o Lucas era más feo que Picio. Lo hab&icute;a sido toda su
vida, y ya ten&icute;a cerca de cuarenta años. Sin embargo, pocos hombres
tan simpáticos y agradables habrá echado Dios al mundo. Prendado de su
viveza, de su ingenio y de su gracia, el difunto obispo se lo pidió a sus
padres, que eran pastores, no de almas, sino de verdaderas ovejas. Muerto Su
Ilustr&icute;sima, y dejado que hubo el mozo el seminario por el cuartel,
distinguiolo entre todo su ejército el General Caro, y lo hizo su ordenanza más
&icute;ntimo, su verdadero criado de campaña. Cumplido, en fin, el empeño
militar, fuele tan fácil al t&icute;o Lucas rendir el corazón de la señá
Frasquita, como fácil le hab&icute;a sido captarse el aprecio del general
y del prelado. La navarra, que ten&icute;a a la sazón veinte abriles, y
era el ojo derecho de todos los mozos de Estella, algunos de ellos bastante
ricos, no pudo resistir a los continuos donaires, a las chistosas
ocurrencias, a los ojillos de enamorado mono y a la bufona y constante sonrisa,
llena de malicia, pero también de dulzura, de aquel murciano tan atrevido,
tan locuaz, tan avisado, tan dispuesto, tan valiente y tan gracioso, que
acabó por trastornar el juicio, no sólo a la codiciada beldad, sino también a
su padre y a su madre.
Lucas
era en aquel entonces, y segu&icute;a siendo en la fecha a que nos
referimos, de pequeña estatura (a lo menos con relación a su mujer), un poco
cargado de espaldas, muy moreno, barbilampiño, narigón, orejudo y picado de
viruelas.—En cambio, su boca era regular y su dentadura inmejorable. Dijérase
que sólo la corteza de aquel hombre era tosca y fea; que tan pronto como
empezaba a penetrarse dentro de él aparec&icute;an sus perfecciones, y
que estas perfecciones principiaban en los dientes. Luego ven&icute;a la
voz, vibrante, elástica, atractiva; varonil y grave algunas veces, dulce y
melosa cuando ped&icute;a algo, y siempre dif&icute;cil de resistir.
Llegaba después lo que aquella voz dec&icute;a: todo oportuno, discreto,
ingenioso, persuasivo... Y, por último, en el alma del t&icute;o Lucas
hab&icute;a valor, lealtad, honradez, sentido común, deseo de saber y
conocimientos instintivos o emp&icute;ricos de muchas cosas, profundo
desdén a los necios, cualquiera que fuese su categor&icute;a social, y
cierto esp&icute;ritu de iron&icute;a, de burla y de sarcasmo, que le
hac&icute;an pasar, a los ojos del Académico, por un D. Francisco de
Quevedo en bruto.
Tal
era por dentro y por fuera el t&icute;o Lucas.
@§
VI
HABILIDADES DE LOS DOS CóNYUGES
Amaba,
pues, locamente la señá Frasquita al t&icute;o Lucas, y considerábase la
mujer más feliz del mundo al verse adorada por él. No ten&icute;an hijos,
según que ya sabemos, y hab&icute;ase consagrado cada uno a cuidar y
mimar al otro con esmero indecible, pero sin que aquella tierna solicitud
ostentase el carácter sentimental y empalagoso, por lo zalamero, de casi
todos los matrimonios sin sucesión. Al contrario: tratábanse con una llaneza,
una alegr&icute;a, una broma y una confianza semejantes a las de aquellos
niños, camaradas de juegos y de diversiones, que se quieren con toda el alma
sin dec&icute;rselo jamás, ni darse a s&icute; mismos cuenta de lo
que sienten.
¡
Imposible que haya habido sobre la tierra molinero mejor peinado, mejor
vestido, más regalado en la mesa, rodeado de más comodidades en su casa, que
el t&icute;o Lucas! ¡ Imposible que ninguna molinera ni ninguna reina
haya sido objeto de tantas atenciones, de tantos agasajos, de tantas finezas
como la señá Frasquita! ¡ Imposible también que ningún molino haya encerrado
tantas cosas necesarias, útiles, agradables, recreativas y hasta superfluas,
como el que va a servir de teatro a casi toda la presente historia!
Contribu&icute;a
mucho a ello que la señá Frasquita, la pulcra, hacendosa, fuerte y saludable
navarra, sab&icute;a, quer&icute;a y pod&icute;a guisar, coser,
bordar, barrer, hacer dulces, lavar, planchar, blanquear la casa, fregar el
cobre, amasar, tejer, hacer media, cantar, bailar, tocar la guitarra y los
palillos, jugar a la brisca y al tute, y otras much&icute;simas cosas
cuya relación fuera interminable.—Y contribu&icute;a no menos al mismo
resultado el que el t&icute;o Lucas sab&icute;a, quer&icute;a y
pod&icute;a dirigir la molienda, cultivar el campo, cazar, pescar,
trabajar de carpintero, de herrero y de albañil, ayudar a su mujer en todos
los quehaceres de la casa, leer, escribir, contar, etc., etc.
Y
esto sin hacer mención de los ramos de lujo, o sea de sus habilidades
extraordinarias...
Por
ejemplo: el t&icute;o Lucas adoraba las flores (lo mismo que su mujer), y
era floricultor tan consumado, que hab&icute;a conseguido producir ejemplares
nuevos, por medio de laboriosas combinaciones. Ten&icute;a algo de
ingeniero natural, y lo hab&icute;a demostrado construyendo una presa, un
sifón y un acueducto que triplicaron el agua del molino. Hab&icute;a
enseñado a bailar a un perro, domesticado una culebra, y hecho que un loro
diese la hora por medio de gritos, según las iba marcando un reloj de sol que
el molinero hab&icute;a trazado en una pared; de cuyas resultas el loro
daba ya la hora con toda precisión, hasta en los d&icute;as nublados y
durante la noche.
Finalmente:
en el molino hab&icute;a una huerta que produc&icute;a toda clase de
frutas y legumbres; un estanque encerrado en una especie de kiosko de
jazmines, donde se bañaban en verano el t&icute;o Lucas y la señá
Frasquita, un jard&icute;n; una estufa o invernadero para las plantas
exóticas; una fuente de agua potable; dos burras, en que el matrimonio iba a
la Ciudad o a los pueblos de las cercan&icute;as; gallinero, palomar,
pajarera, criadero de peces; criadero de gusanos de seda; colmenas, cuyas
abejas libaban en los jazmines; jaraiz o lagar, con su bodega
correspondiente, ambas cosas en miniatura; horno, telar, fragua, taller de
carpinter&icute;a, etc., etc.; todo ello reducido a una casa de ocho
habitaciones y a dos fanegas de tierra, y tasado en la cantidad de diez mil
reales.
@§
VII
EL FONDO DE LA FELICIDAD
Adorábanse,
s&icute;, locamente el molinero y la molinera, y aun se hubiera
cre&icute;do que ella lo quer&icute;a más a él que él a ella, no
obstante ser él tan feo y ella tan hermosa. D&icute;golo porque la señá
Frasquita sol&icute;a tener celos y pedirle cuentas al t&icute;o Lucas
cuando éste tardaba mucho en regresar de la Ciudad o de los pueblos adonde
iba por grano, mientras que el t&icute;o Lucas ve&icute;a hasta con
gusto las atenciones de que era objeto la señá Frasquita por parte de los
señores que frecuentaban el molino; se ufanaba y regocijaba de que a todos
les agradase tanto como a él: y, aunque comprend&icute;a que en el fondo
del corazón se la envidiaban algunos de ellos, la codiciaban como simples
mortales y hubieran dado cualquier cosa porque fuese menos mujer de bien, la
dejaba sola d&icute;as enteros sin el menor cuidado, y nunca le
preguntaba luego qué hab&icute;a hecho ni quién hab&icute;a estado
all&icute; durante su ausencia...
No
consist&icute;a aquello, sin embargo, en que el amor del t&icute;o
Lucas fuese menos vivo que el de la señá Frasquita. Consist&icute;a en
que él ten&icute;a más confianza en la virtud de ella que ella en la de
él; consist&icute;a en que él la aventajaba en penetración, y
sab&icute;a hasta qué punto era amado y cuánto se respetaba su mujer a
s&icute; misma; y consist&icute;a principalmente en que el
t&icute;o Lucas era todo un hombre: un hombre como el de Shakespeare, de
pocos e indivisibles sentimientos; incapaz de dudas; que cre&icute;a o
mor&icute;a; que amaba o mataba; que no admit&icute;a gradación ni tránsito
entre la suprema felicidad y el exterminio de su dicha.
Era,
en fin, un Otelo de Murcia, con alpargatas y montera, en el primer
acto de una tragedia posible...
Pero
¿::a qué estas notas lúgubres en una tonadilla tan alegre? ¿::A qué estos
relámpagos fat&icute;dicos en una atmósfera tan serena? ¿::A qué estas
actitudes melodramáticas en un cuadro de género?
Vais
a saberlo inmediatamente.
@§
VIII
EL HOMBRE DEL SOMBRERO DE TRES
PICOS
Eran
las dos de una tarde de Octubre.
El
esquilón de la Catedral tocaba a v&icute;speras,—lo cual equivale a decir
que ya hab&icute;an comido todas las personas principales de la ciudad.
Los
canónigos se dirig&icute;an al coro, y los seglares a sus alcobas a
dormir la siesta, sobre todo aquellos que, por razón de oficio, v. gr., las
autoridades, hab&icute;an pasado la mañana entera trabajando.
Era,
pues, muy de extrañar que a aquella hora, impropia además para dar un paseo,
pues todav&icute;a hac&icute;a demasiado calor, saliese de la Ciudad,
a pie, y seguido de un solo alguacil, el ilustre señor Corregidor de la
misma,—a quien no pod&icute;a confundirse con ninguna otra persona ni de
d&icute;a ni de noche, as&icute; por la enormidad de su sombrero de
tres picos y por lo vistoso de su capa de grana, como por lo
particular&icute;simo de su grotesco donaire...
De
la capa de grana y del sombrero de tres picos, son muchas todav&icute;a
las personas que pudieran hablar con pleno conocimiento de causa. Nosotros,
entre ellas, lo mismo que todos los nacidos en aquella ciudad en las postrimer&icute;as
del reinado del Señor Don Fernando VII, recordamos haber visto colgados de un
clavo, único adorno de desmantelada pared, en la ruinosa torre de la casa que
habitó Su Señor&icute;a (torre destinada a la sazón a los infantiles juegos
de sus nietos), aquellas dos anticuadas prendas, aquella capa y aquel
sombrero,—el negro sombrero encima, y la roja capa debajo,—formando una
especie de espectro del absolutismo; una especie de sudario del Corregidor,
una especie de caricatura retrospectiva de su poder, pintada con carbón y
almagre, como tantas otras, por los párvulos constitucionales de la de
1837 que all&icute; nos reun&icute;amos; una especie, en fin, de espantapájaros,
que en otro tiempo hab&icute;a sido espanta-hombres, y que hoy me
da miedo de haber contribuido a escarnecer, paseándolo por aquella histórica
ciudad, en d&icute;as de carnestolendas, en lo alto de un deshollinador,
o sirviendo de disfraz irrisorio al idiota que más hac&icute;a
re&icute;r a la plebe...—¡ Pobre principio de autoridad! ¡
As&icute; te hemos puesto los mismos que hoy te invocamos tanto!
En
cuanto al indicado grotesco donaire del señor Corregidor, consist&icute;a
(dicen) en que era cargado de espaldas..., todav&icute;a más cargado de
espaldas que el t&icute;o Lucas..., casi jorobado, por decirlo de una
vez; de estatura menos que mediana; endeblillo; de mala salud; con las
piernas arqueadas y una manera de andar sui generis (balanceándose de
un lado a otro y de atrás hacia adelante), que sólo se puede describir con la
absurda fórmula de que parec&icute;a cojo de los dos pies.—En cambio
(añade la tradición), su rostro era regular, aunque ya bastante arrugado por
la falta absoluta de dientes y muelas; moreno verdoso, como el de casi todos
los hijos de las Castillas; con grandes ojos obscuros, en que relampagueaban
la cólera, el despotismo y la lujuria; con finas y traviesas facciones, que
no ten&icute;an la expresión del valor personal, pero s&icute; la de
una malicia artera capaz de todo, y con cierto aire de satisfacción, medio
aristocrático, medio libertino, que revelaba que aquel hombre
habr&icute;a sido, en su remota juventud, muy agradable y acepto a las
mujeres, no obstante sus piernas y su joroba.
D.
Eugenio de Zúñiga y Ponce de León (que as&icute; se llamaba Su Señor&icute;a)
hab&icute;a nacido en Madrid, de familia ilustre; frisar&icute;a a la
sazón en los cincuenta y cinco años, y llevaba cuatro de corregidor en la
ciudad de que tratamos, donde se casó, a poco de llegar, con la
principal&icute;sima señora que diremos más adelante.
Las
medias de D. Eugenio (única parte que, además de los zapatos, dejaba ver de
su vestido la extens&icute;sima capa de grana) eran blancas, y los
zapatos negros, con hebilla de oro. Pero luego que el calor del campo lo
obligó a desembozarse, v&icute;dose que llevaba gran corbata de batista;
chupa de sarga de color de tórtola, muy festoneada de ramillos verdes,
bordados de realce; calzón corto, negro, de seda; una enorme casaca de la
misma estofa que la chupa; espad&icute;n con guarnición de acero; bastón
con borlas, y un respetable par de guantes (o quirotecas) de gamuza pajiza,
que no se pon&icute;a nunca y que empuñaba a guisa de cetro.
El
alguacil, que segu&icute;a a veinte pasos de distancia al señor
Corregidor, se llamaba Garduña, y era la propia estampa de su
nombre.—Flaco, agil&icute;simo; mirando adelante y atrás y a derecha e
izquierda al propio tiempo que andaba; de largo cuello; de diminuto y
repugnante rostro, y con dos manos como dos manojos de disciplinas,
parec&icute;a juntamente un hurón en busca de criminales, la cuerda que
hab&icute;a de atarlos, y el instrumento destinado a su castigo.
El
primer corregidor que le echó la vista encima, le dijo sin más informes: «Tú
serás mi verdadero alguacil...»—Y ya lo hab&icute;a sido de cuatro
corregidores.
Ten&icute;a
cuarenta y ocho años, y llevaba sombrero de tres picos, mucho más pequeño que
el de su señor (pues repetimos que el de éste era descomunal), capa negra
como las medias y todo el traje, bastón sin borlas, y una especie de asador
por espada.
Aquel
espantajo negro parec&icute;a la sombra de su vistoso amo.
@§
IX
¡ ARRE, BURRA!
Por
dondequiera que pasaban el personaje y su apéndice, los labradores dejaban
sus faenas y se descubr&icute;an hasta los pies, con más miedo que
respeto; después de lo cual se dec&icute;an en voz baja:
—¡
Temprano va esta tarde el señor Corregidor a ver a la señá Frasquita!
—¡
Temprano... y solo!—añad&icute;an algunos, acostumbrados a verlo siempre
dar aquel paseo en compañ&icute;a de otras varias personas.
—Oye,
tú, Manuel: ¿::por qué irá solo esta tarde el señor Corregidor a ver a la
navarra?—le preguntó una lugareña a su marido, el cual la llevaba a grupas en
la bestia.
Y,
al mismo tiempo que la pregunta, le hizo cosquillas, por v&icute;a de
retint&icute;n.
—¡
No seas mal pensada, Josefa! (exclamó el buen hombre). La señá Frasquita es
incapaz...
—No
digo yo lo contrario... Pero el Corregidor no es por eso incapaz de estar
enamorado de ella... Yo he o&icute;do decir que, de todos los que van a
las francachelas del molino, el único que lleva mal fin es ese madrileño tan
aficionado a faldas...
—¿::Y
qué sabes tú si es o no aficionado a faldas?—preguntó a su vez el marido.
—No
lo digo por m&icute;...¡ Ya se hubiera guardado, por más corregidor que
sea, de decirme los ojos tienes negros!
La
que as&icute; hablaba era fea en grado superlativo.
—Pues
mira, hija, ¡ allá ellos! (replicó el llamado Manuel). Yo no creo al
t&icute;o Lucas hombre de consentir...¡ Bonito genio tiene el
t&icute;o Lucas cuando se enfada!...
—Pero,
en fin, ¡ si ve que le conviene!...—añadió la t&icute;a Josefa,
retorciendo el hocico.
—El
t&icute;o Lucas es hombre de bien...(repuso el lugareño); y a un hombre
de bien nunca pueden convenirle ciertas cosas...
—Pues
entonces, tienes razón...¡ Allá ellos!—¡ Si yo fuera la señá Frasquita!...
—¡
Arre, burra!—gritó el marido, para mudar la conversación.
Y
la burra salió al trote; con lo que no pudo o&icute;rse el resto del
diálogo.
@§
X
DESDE LA PARRA
Mientras
as&icute; discurr&icute;an los labriegos que saludaban al señor
Corregidor, la señá Frasquita regaba y barr&icute;a cuidadosamente la
plazoletilla empedrada que serv&icute;a de atrio o compás al molino, y
colocaba media docena de sillas debajo de lo más espeso del emparrado, en el
cual estaba subido el t&icute;o Lucas, cortando los mejores racimos y
arreglándolos art&icute;sticamente en una cesta.
—¡
Pues s&icute;, Frasquita! (dec&icute;a el t&icute;o Lucas desde
lo alto de la parra): el señor Corregidor está enamorado de ti de muy mala
manera...
—Ya
te lo dije yo hace tiempo (contestó la mujer del Norte)... Pero ¡ déjalo que
pene!—¡ Cuidado, Lucas, no te vayas a caer!
—Descuida:
estoy bien agarrado...—También le gustas mucho al señor...
—¡
Mira! ¡ no me des más noticias! (interrumpió ella). ¡ Demasiado sé yo a quién
le gusto y a quién no le gusto! ¡ Ojalá supiera del mismo modo por qué no te
gusto a ti!
—¡
Toma! Porque eres muy fea...—contestó el t&icute;o Lucas.
—Pues,
oye..., ¡ fea y todo, soy capaz de subir a la parra y echarte de cabeza al
suelo!..
—Más
fácil ser&icute;a que yo no te dejase bajar de la parra sin comerte
viva...
—¡
Eso es!...¡ y cuando vinieran mis galanes y nos viesen ah&icute;,
dir&icute;an que éramos un mono y una mona!...
—Y
acertar&icute;an; porque tú eres muy mona y muy rebonita, y yo parezco un
mono con esta joroba...
—Que
a m&icute; me gusta much&icute;simo...
—Entonces
te gustará más la del Corregidor, que es mayor que la m&icute;a...
—¡
Vamos! ¡ Vamos! Sr. D. Lucas...¡ No tenga V. tantos celos!...
—¿::Celos
yo de ese viejo petate?—¡ Al contrario; me alegro much&icute;simo de que
te quiera!...
—¿::Por
qué?
—Porque
en el pecado lleva la penitencia. ¡ Tú no has de quererlo nunca, y yo soy
entretanto el verdadero Corregidor de la ciudad!
—¡
Miren el vanidoso!—Pues figúrate que llegase a quererlo...—¡ Cosas más raras
se ven en el mundo!
—Tampoco
me dar&icute;a gran cuidado...
—¿::Por
qué?
—¡
Porque entonces tú no ser&icute;as ya tú; y, no siendo tú quien eres, o
como yo creo que eres, maldito lo que me importar&icute;a que te llevasen
los demonios!
—Pero
bien; ¿::qué har&icute;as en semejante caso?
—¿::Yo?
¡ Mira lo que no sé!... Porque, como entonces yo ser&icute;a otro y no el
que soy ahora, no puedo figurarme lo que pensar&icute;a...
—¿::Y
por qué ser&icute;as entonces otro?—insistió valientemente la señá
Frasquita, dejando de barrer y poniéndose en jarras para mirar hacia arriba.
El
t&icute;o Lucas se rascó la cabeza, como si escarbara para sacar de ella
alguna idea muy profunda, hasta que al fin dijo con más seriedad y pulidez
que de costumbre:
—Ser&icute;a
otro, porque yo soy ahora un hombre que cree en ti como en s&icute;
mismo, y que no tiene más vida que esta fe. De consiguiente, al dejar de
creer en ti, me morir&icute;a o me convertir&icute;a en un nuevo
hombre; vivir&icute;a de otro modo; me parecer&icute;a que acababa de
nacer; ¡ tendr&icute;a otras entrañas! Ignoro, pues, lo que
har&icute;a entonces contigo... Puede que me echara a re&icute;r y te
volviera la espalda... Puede que ni siquiera te conociese... Puede
que...—Pero ¡ vaya un gusto que tenemos en ponernos de mal humor sin
necesidad! ¿::Qué nos importa a nosotros que te quieran todos los corregidores
del mundo? ¿::No eres tú mi Frasquita?
—¡
S&icute;, pedazo de bárbaro! (contestó la navarra, riendo a más no
poder). Yo soy tu Frasquita, y tú eres mi Lucas de mi alma, más feo que el
bú, con más talento que todos los hombres, más bueno que el pan, y más
querido...—¡ Ah! ¡ lo que es eso de querido, cuando bajes de la parra
lo verás! ¡ Prepárate a llevar más bofetadas y pellizcos que pelos tienes en
la cabeza!—Pero ¡ calla! ¿::Qué es lo que veo? El señor Corregidor viene por
all&icute; completamente solo...¡ Y tan tempranito!...—Ese trae plan...—¡
Por lo visto, tú ten&icute;as razón!...
—Pues
aguántate, y no le digas que estoy subido en la parra. ¡ Ese viene a
declararse a solas contigo, creyendo pillarme durmiendo la siesta!...—Quiero
divertirme oyendo su explicación.
As&icute;
dijo el t&icute;o Lucas, alargando la cesta a su mujer.
—¡
No está mal pensado! (exclamó ella, lanzando nuevas carcajadas). ¡ El demonio
del madrileño! ¿::Qué se habrá cre&icute;do que es un corregidor para
m&icute;?—Pero aqu&icute; llega...—Por cierto que Garduña, que lo
segu&icute;a a alguna distancia, se ha sentado en la ramblilla a la
sombra...¡ Qué majader&icute;a!—Ocúltate tú bien entre los pámpanos, que
nos vamos a re&icute;r más de lo que te figuras...
Y,
dicho esto, la hermosa navarra rompió a cantar el fandango, que ya le era tan
familiar como las canciones de su tierra.
@§
XI
EL BOMBARDEO DE PAMPLONA
Dios
te guarde, Frasquita...—dijo el Corregidor a media voz, apareciendo bajo el
emparrado y andando de puntillas.
—¡
Tanto bueno, señor Corregidor! (respondió ella en voz natural, haciéndole mil
reverencias). ¡ Us&icute;a por aqu&icute; a estas horas! ¡ Y con el
calor que hace! ¡ Vaya, siéntese Su Señor&icute;a!... Esto está
fresquito.—¿::Cómo no ha aguardado Su Señor&icute;a a los demás señores?—Aqu&icute;
tienen ya preparados sus asientos... Esta tarde esperamos al señor Obispo en
persona, que le ha prometido a mi Lucas venir a probar las primeras uvas de
la parra.—¿::Y cómo lo pasa Su Señor&icute;a? ¿::Cómo está la Señora?
El
Corregidor se hab&icute;a turbado.—La ansiada soledad en que encontraba a
la señá Frasquita le parec&icute;a un sueño, o un lazo que le
tend&icute;a la enemiga suerte para hacerle caer en el abismo de un
desengaño.
Limitose,
pues, a contestar:
—No
es tan temprano como dices... Serán las tres y media...
El
loro dio en aquel momento un chillido.
—Son
las dos y cuarto,—dijo la navarra, mirando de hito en hito al madrileño.
éste
calló, como reo convicto que renuncia a la defensa.
—¿::Y
Lucas? ¿::Duerme?—preguntó al cabo de un rato.
(Debemos
advertir aqu&icute; que el Corregidor, lo mismo que todos los que no
tienen dientes, hablaba con una pronunciación floja y sibilante, como si se
estuviese comiendo sus propios labios.)
—¡
De seguro! (contestó la señá Frasquita).—En llegando estas horas se queda dormido
donde primero le coge, aunque sea en el borde de un precipicio...
—Pues
mira... ¡ déjalo dormir!... (exclamó el viejo Corregidor, poniéndose más
pálido de lo que ya era).—Y tú, mi querida Frasquita, escúchame..., oye...,
ven acá... ¡ Siéntate aqu&icute;; a mi lado!... Tengo muchas cosas que
decirte...
—Ya
estoy sentada,—respondió la Molinera, agarrando una silla baja y plantándola
delante del Corregidor, a cort&icute;sima distancia de la suya.
Sentado
que se hubo, Frasquita echó una pierna sobre la otra, inclinó el cuerpo hacia
adelante, apoyó un codo sobre la rodilla cabalgadora, y la fresca y hermosa
cara en una de sus manos; y as&icute;, con la cabeza un poco ladeada, la
sonrisa en los labios, los cinco hoyos en actividad, y las serenas pupilas clavadas
en el Corregidor, aguardó la declaración de Su Señor&icute;a.—Hubiera
podido comparársela con Pamplona esperando un bombardeo.
El
pobre hombre fue a hablar, y se quedó con la boca abierta, embelesado ante
aquella grandiosa hermosura, ante aquella esplendidez de gracias, ante
aquella formidable mujer, de alabastrino color, de lujosas carnes, de limpia
y riente boca, de azules e insondables ojos, que parec&icute;a creada por
el pincel de Rubens.
—¡
Frasquita!... (murmuró al fin el delegado del rey, con acento desfallecido,
mientras que su marchito rostro, cubierto de sudor, destacándose sobre su
joroba, expresaba una inmensa angustia). ¡ Frasquita!...
—¡
Me llamo! (contestó la hija de los Pirineos).—¿::Y qué?
—Lo
que tú quieras...—repuso el viejo con una ternura sin l&icute;mites.
—Pues
lo que yo quiero... (dijo la Molinera), ya lo sabe Us&icute;a. Lo que yo
quiero es que Us&icute;a nombre secretario del ayuntamiento de la Ciudad
a un sobrino m&icute;o que tengo en Estella..., y que as&icute; podrá
venirse de aquellas montañas, donde está pasando muchos apuros...
—Te
he dicho, Frasquita, que eso es imposible. El secretario actual...
—¡
Es un ladrón, un borracho y un bestia!
—Ya
lo sé... Pero tiene buenas aldabas entre los regidores perpetuos, y yo no
puedo nombrar otro sin acuerdo del Cabildo. De lo contrario, me expongo...
—¡
Me expongo!... ¡ Me expongo!... ¿::A qué no nos expondr&icute;amos por
Vuestra Señor&icute;a hasta los gatos de esta casa?
—¿::Me
querr&icute;as a ese precio?—tartamudeó el Corregidor.
—No,
señor; que lo quiero a Us&icute;a de balde.
—¡
Mujer, no me des tratamiento! Háblame de V. o como se te antoje...—¿::Conque
vas a quererme? Di.
—¿::No
le digo a V. que lo quiero ya?
—Pero...
—No
hay pero que valga. ¡ Verá V. qué guapo y qué hombre de bien es mi sobrino!
—¡
Tú s&icute; que eres guapa, Frascuela!...
—¿::Le
gusto a V.?
—¡
Que si me gustas!... ¡ No hay mujer como tú!
—Pues
mire V... Aqu&icute; no hay nada postizo...—contestó la señá Frasquita,
acabando de arrollar la manga de su jubón, y mostrando al Corregidor el resto
de su brazo, digno de una cariátide y más blanco que una azucena.
—¡
Que si me gustas!... (prosiguió el Corregidor). ¡ De d&icute;a, de noche,
a todas horas, en todas partes, sólo pienso en ti!...
—¡
Pues qué! ¿::No le gusta a V. la señora Corregidora? (preguntó la señá
Frasquita con tan mal fingida compasión, que hubiera hecho re&icute;r a
un hipocondr&icute;aco).—¡ Qué lástima! Mi Lucas me ha dicho que tuvo el
gusto de verla y de hablarle cuando fue a componerle a V. el reloj de la
alcoba, y que es muy guapa, muy buena y de un trato muy cariñoso.
—¡
No tanto! ¡ No tanto!—murmuró el Corregidor con cierta amargura.
—En
cambio, otros me han dicho (prosiguió la Molinera) que tiene muy mal genio,
que es muy celosa, y que V. le tiembla más que a una vara verde...
—¡
No tanto, mujer!... (repitió Don Eugenio de Zúñiga y Ponce de León,
poniéndose colorado). ¡ Ni tanto ni tan poco! La Señora tiene sus
man&icute;as, es cierto...; mas de ello a hacerme temblar, hay mucha
diferencia. ¡ Yo soy el Corregidor!...
—Pero,
en fin, ¿::la quiere V., o no la quiere?
—Te
diré...—Yo la quiero mucho.... o, por mejor decir, la quer&icute;a antes
de conocerte. Pero desde que te vi, no sé lo que me pasa, y ella misma conoce
que me pasa algo... Bástete saber que hoy..., tomarle, por ejemplo, la cara a
mi mujer me hace la misma operación que si me la tomara a m&icute;
propio...—¡ Ya ves, que no puedo quererla más ni sentir menos!...—¡ Mientras
que por coger esa mano, ese brazo, esa cara, esa cintura, dar&icute;a lo
que no tengo!
Y,
hablando as&icute;, el Corregidor trató de apoderarse del brazo desnudo
que la señá Frasquita le estaba refregando materialmente por los ojos; pero
ésta, sin descomponerse, extendió la mano, tocó el pecho de Su Señor&icute;a
con la pac&icute;fica violencia e incontrastable rigidez de la trompa de
un elefante, y lo tiró de espaldas con silla y todo.
—¡
Ave Mar&icute;a Pur&icute;sima! (exclamó entonces la navarra,
riéndose a más no poder). Por lo visto, esa silla estaba rota...
—¿::Qué
pasa ah&icute;?—exclamó en esto el t&icute;o Lucas, asomando su feo
rostro entre los pámpanos de la parra.
El
Corregidor estaba todav&icute;a en el suelo boca arriba, y miraba con un
terror indecible a aquel hombre que aparec&icute;a en los aires boca
abajo.
Hubiérase
dicho que Su Señor&icute;a era el diablo, vencido, no por San Miguel,
sino por otro demonio del infierno.
—¿::Qué
ha de pasar? (se apresuró a responder la señá Frasquita). ¡ Que el señor
Corregidor puso la silla en vago, fue a mecerse, y se ha ca&icute;do!
—¡
Jesús, Mar&icute;a y José! (exclamó a su vez el Molinero). ¿::Y se ha
hecho daño Su Señor&icute;a? ¿::Quiere un poco de agua y vinagre?
—¡
No me he hecho nada!—dijo el Corregidor, levantándose como pudo.
Y
luego añadió por lo bajo, pero de modo que pudiera o&icute;rlo la señá
Frasquita:
—¡
Me la pagaréis!
—Pues,
en cambio, Su Señor&icute;a me ha salvado a m&icute; la vida (repuso
el t&icute;o Lucas sin moverse de lo alto de la parra).—Figúrate, mujer,
que estaba yo aqu&icute; sentado contemplando las uvas, cuando me quedé
dormido sobre una red de sarmientos y palos que dejaban claros suficientes
para que pasase mi cuerpo... Por consiguiente, si la ca&icute;da de Su
Señor&icute;a no me hubiese despertado tan a tiempo, esta tarde me habr&icute;a
yo roto la cabeza contra esas piedras.
—Conque
s&icute;... ¿::eh?... (replicó el Corregidor). Pues, ¡ vaya, hombre! me
alegro... ¡ Te digo que me alegro mucho de haberme ca&icute;do!
—¡
Me la pagarás!—agregó en seguida, dirigiéndose a la Molinera.
Y
pronunció estas palabras con tal expresión de reconcentrada furia, que la
señá Frasquita se puso triste.
Ve&icute;a
claramente que el Corregidor se asustó al principio, creyendo que el Molinero
lo hab&icute;a o&icute;do todo; pero que, persuadido ya de que no
hab&icute;a o&icute;do nada (pues la calma y el disimulo del
t&icute;o Lucas hubieran engañado al más lince), empezaba a abandonarse a
toda su iracundia y a concebir planes de venganza.
—¡
Vamos! ¡ Bájate ya de ah&icute;, y ayúdame a limpiar a Su
Señor&icute;a, que se ha puesto perdido de polvo!—exclamó entonces la
Molinera.
Y,
mientras el t&icute;o Lucas bajaba, d&icute;jole ella al Corregidor,
dándole golpes con el delantal en la chupa y alguno que otro en las orejas:
—El
pobre no ha o&icute;do nada... Estaba dormido como un tronco...
Más
que estas frases, la circunstancia de haber sido dichas en voz baja,
afectando complicidad y secreto, produjo un efecto maravilloso.
—¡
Picara! ¡ Proterva!—balbuceó Don Eugenio de Zúñiga con la boca hecha un agua,
pero gruñendo todav&icute;a...
—¿::Me
guardará Us&icute;a rencor?—replicó la navarra zalameramente.
Viendo
el Corregidor que la severidad le daba buenos resultados, intentó mirar a la
señá Frasquita con mucha rabia; pero se encontró con su tentadora risa y sus
divinos ojos, en los cuales brillaba la caricia de una súplica, y,
derritiéndosele la gacha en el acto, le dijo con un acento baboso y
sibilante, en que se descubr&icute;a más que nunca la ausencia total de
dientes y muelas:
—¡
De ti depende, amor m&icute;o!
En
aquel momento se descolgó de la parra el t&icute;o Lucas.
@§
XII
DIEZMOS Y PRIMICIAS
Repuesto
el Corregidor en su silla, la Molinera dirigió una rápida mirada a su esposo,
y viole, no sólo tan sosegado como siempre, sino reventando de ganas de
re&icute;r por resultas de aquella ocurrencia: cambió con él desde lejos
un beso tirado, aprovechando el primer descuido de Don Eugenio, y
d&icute;jole, en fin, a éste con una voz de sirena que le hubiera
envidiado Cleopatra:
—¡
Ahora va Su Señor&icute;a a probar mis uvas!
Entonces
fue de ver a la hermosa navarra (y as&icute; la pintar&icute;a yo, si
tuviese el pincel de Ticiano), plantada enfrente del embelesado Corregidor,
fresca, magn&icute;fica, incitante, con sus nobles formas, con su angosto
vestido, con su elevada estatura, con sus desnudos brazos levantados sobre la
cabeza, y con un transparente racimo en cada mano, diciéndole, entre una
sonrisa irresistible y una mirada suplicante en que titilaba el miedo:
—Todav&icute;a
no las ha probado el señor Obispo... Son las primeras que se cogen este
año...
Parec&icute;a
una gigantesca Pomona, brindando frutos a un dios campestre;—a un sátiro, v.
gr.
En
esto apareció al extremo de la plazoleta empedrada el venerable Obispo de la
diócesis, acompañado del Abogado Académico y de dos Canónigos de avanzada
edad, y seguido de su Secretario, de dos familiares y de dos pajes.
Detúvose
un rato Su Ilustr&icute;sima a contemplar aquel cuadro tan cómico y tan
bello, hasta que, por último, dijo, con el reposado acento propio de los
prelados de entonces:
—El
Quinto... pagar diezmos y primicias a la iglesia de Dios, nos enseña la
doctrina cristiana; pero V., señor Corregidor, no se contenta con administrar
el diezmo, sino que también trata de comerse las primicias.
—¡
El señor Obispo!—exclamaron los Molineros, dejando al Corregidor y corriendo
a besar el anillo al Prelado.
—¡
Dios se lo pague a Su Ilustr&icute;sima, por venir a honrar esta pobre
choza!—dijo el t&icute;o Lucas, besando el primero, y con acento de muy sincera
veneración.
—¡
Qué señor Obispo tengo tan hermoso! (exclamó la señá Frasquita, besando
después). ¡ Dios lo bendiga y me lo conserve más años que le conservó el suyo
a mi Lucas!
—¡
No sé qué falta puedo hacerte, cuando tú me echas las bendiciones, en vez de
ped&icute;rmelas!—contestó riéndose el bondadoso Pastor.
Y,
extendiendo dos dedos, bendijo a la señá Frasquita y después a los demás
circunstantes.
—¡
Aqu&icute; tiene Us&icute;a Ilustr&icute;sima las primicias!
(dijo el Corregidor, tomando un racimo de manos de la Molinera y
presentándoselo cortésmente al Obispo).—Todav&icute;a no hab&icute;a
yo probado las uvas...
El
Corregidor pronunció estas palabras, dirigiendo de paso una rápida y
c&icute;nica mirada a la espléndida hermosura de la Molinera.
—¡
Pues no será porque estén verdes, como las de la fábula!—observó el
Académico.
—Las
de la fábula (expuso el Obispo) no estaban verdes, señor Licenciado; sino
fuera del alcance de la zorra.
Ni
el uno ni el otro hab&icute;an querido acaso aludir al Corregidor; pero
ambas frases fueron casualmente tan adecuadas a lo que acababa de suceder
all&icute; que Don Eugenio de Zúñiga se puso l&icute;vido de cólera,
y dijo besando el anillo del Prelado:
—¡
Eso es llamarme zorro, señor ilustr&icute;simo!
—¡
Tu dixisti! (replicó éste, con la afable severidad de un Santo, como diz
que lo era en efecto).—Excusatio non petita, accusatio manifesta.—Qualis
vir, talis oratio.—Pero satis jam dictum, nullus ultra sit sermo.
O, lo que es lo mismo, dejémonos de latines, y veamos estas famosas uvas.
Y
picó... una sola vez... en el racimo que le presentaba el Corregidor.
—¡
Están muy buenas! (exclamó, mirando aquella uva al trasluz y alargándosela en
seguida a su secretario).—¡ Lástima que a m&icute; me sienten mal!
El
Secretario contempló también la uva; hizo un gesto de cortesana admiración, y
la entregó a uno de los familiares.
El
familiar repitió la acción del Obispo y el gesto del Secretario, propasándose
hasta oler la uva, y luego... la colocó en la cesta con escrupuloso cuidado,
no sin decir en voz baja a la concurrencia:
—Su
Ilustr&icute;sima ayuna...
El
t&icute;o Lucas, que hab&icute;a seguido la uva con la vista, la
cogió entonces disimuladamente, y se la comió sin que nadie lo viera.
Después
de esto, sentáronse todos: hablose de la otoñada (que segu&icute;a siendo
muy seca, no obstante haber pasado el cordonazo de San Francisco);
discurriose algo sobre la probabilidad de una nueva guerra entre Napoleón y
el Austria: insistiose en la creencia de que las tropas imperiales no
invadir&icute;an nunca el territorio español; quejose el Abogado de lo
revuelto y calamitoso de aquella época, envidiando los tranquilos tiempos de
sus padres (como sus padres habr&icute;an envidiado los de sus abuelos); dio
las cinco el loro..., y a una seña del reverendo Obispo, el menor de los
pajes fue al coche episcopal (que se hab&icute;a quedado en la misma
ramblilla que el Alguacil), y volvió con una magn&icute;fica torta
sobada, de pan de aceite, polvoreada de sal, que apenas har&icute;a una
hora hab&icute;a salido del horno: colocose una mesilla en medio del
concurso; descuartizose la torta; se dio su parte correspondiente, sin
embargo de que se resistieron mucho, al t&icute;o Lucas y a la señá Frasquita...,
y una igualdad verdaderamente democrática reinó durante media hora bajo
aquellos pámpanos que filtraban los últimos resplandores del sol poniente...
@§
XIII
LE DIJO EL GRAJO AL CUERVO.
Hora
y media después todos los ilustres compañeros de merienda estaban de vuelta
en la ciudad. El señor obispo y su familia hab&icute;an llegado con
bastante anticipación, gracias al coche, y hallábanse ya en palacio, donde
los dejaremos rezando sus devociones.
El
insigne abogado, que era muy seco, y los dos canónigos, a cual más grueso y
respetable, acompañaron al Corregidor hasta la puerta del ayuntamiento, donde
su señor&icute;a dijo tener que trabajar, y tomaron luego el camino de
sus respectivas casas, guiándose por las estrellas como los navegantes, o
sorteando a tientas las esquinas como los ciegos: pues ya hab&icute;a
cerrado la noche; aun no hab&icute;a salido la luna, y el alumbrado
público, lo mismo que las demás luces de este siglo, todav&icute;a estaba
all&icute; en la mente divina.
En
cambio, no era raro ver discurrir por algunas calles tal o cual linterna o
farolillo con que respetuoso servidor alumbraba a sus magn&icute;ficos
amos, quienes se dirig&icute;an a la habitual tertulia o de visita a casa
de sus parientes...
Cerca
de casi todas las rejas bajas se ve&icute;a, o se olfateaba, por mejor
decir, un silencioso bulto negro. Eran galanes que al sentir pasos,
hab&icute;an dejado por un momento de pelar la pava...
—¡
Somos unos calaveras!—iban diciéndose el abogado y los dos canónigos.—¿::Qué
pensarán en nuestras casas al vernos llegar a estas horas?
—Pues
¿::qué dirán los que nos encuentren en la calle, de este modo, a las siete y
pico de la noche, como unos bandoleros amparados de las tinieblas?
—Hay
que mejorar de conducta...
—¡
Ah, s&icute;... pero ese dichoso molino!...
—Mi
mujer lo tiene sentado en la boca del estómago...—dijo el académico, con un
tono en que se trasluc&icute;a mucho miedo a próxima pelotera conyugal.
—Pues
¿::y mi sobrina?—exclamó uno de los canónigos, que por cierto era
penitenciario.—Mi sobrina dice que los sacerdotes no deben visitar
comadres...
Y
sin embargo, interrumpió su compañero, que era magistral, lo que
all&icute; pasa no puede ser más inocente...
—¡
Toma! Como que va el mism&icute;simo señor obispo!
—Y
luego, señores, ¡ a nuestra edad!... repuso el penitenciario. Yo he cumplido
ayer los setenta y cinco.
—¡
Es claro!—replicó el magistral.—Pero hablemos de otra cosa: ¡ qué guapa
estaba esta tarde la señá Frasquita!
—¡
Oh, lo que es eso... como guapa, es guapa!—dijo el abogado, afectando
imparcialidad.
—Muy
guapa... repitió el penitenciario dentro del embozo.
—Y
si no,—añadió el predicador de oficio,—que se lo pregunten al Corregidor...
—¡
El pobre hombre está enamorado de ella!...
—¡
Ya lo creo!—exclamó el Confesor de la catedral.
—¡
De seguro! (agregó el Académico... correspondiente).—Conque, señores, yo tomo
por aqu&icute; para llegar antes a casa... ¡ Muy buenas noches!
—Buenas
noches...—le contestaron los Capitulares.
Y
anduvieron algunos pasos en silencio.
—¡
También le gusta a ese la Molinera!—murmuró entonces el Magistral, dándole
con el codo al Penitenciario.
—¡
Como si lo viera! (respondió éste, parándose a la puerta de su casa).—¡ Y qué
bruto es!—Conque hasta mañana, compañero.—Que le sienten a V. muy bien las uvas.
—Hasta
mañana, si Dios quiere...—Que pase V. muy buena noche.
—¡
Buenas noches nos dé Dios!—rezó el Penitenciario, ya desde el portal, que por
más señas ten&icute;a farol y Virgen.
Y
llamó a la aldaba.
Una
vez solo en la calle, el otro Canónigo (que era más ancho que alto, y que
parec&icute;a que rodaba al andar) siguió avanzando lentamente hacia su
casa; pero, antes de llegar a ella, se paró, y murmuró, pensando sin duda en
su cofrade de coro:
—¡
También te gusta a ti la señá Frasquita!...—¡ Y la verdad es (añadió al cabo
de un momento) que, como guapa, es guapa!
@§
XIV
LOS CONSEJOS DE GARDUñA
Entretanto,
el Corregidor hab&icute;a subido al Ayuntamiento, acompañado de Garduña
con quien manten&icute;a hac&icute;a rato, en el salón de sesiones,
una conversación más familiar de lo correspondiente a persona de su calidad y
oficio.
—¡
Crea Us&icute;a a un perro perdiguero que conoce la caza!
(dec&icute;a el innoble Alguacil). La señá Frasquita está perdidamente
enamorada de Us&icute;a, y todo lo que Us&icute;a acaba de contarme
contribuye a hacérmelo ver más claro que esa luz...
Y
señalaba a un velón de Lucena, que apenas si esclarec&icute;a la octava
parte del salón.
—¡
No estoy yo tan seguro como tú, Garduña!—contestó D. Eugenio, suspirando
lánguidamente.
—¡
Pues no sé por qué!—Y, si no, hablemos con franqueza.—Us&icute;a...
(dicho sea con perdón) tiene una tacha en su cuerpo... ¿::No es verdad?
—¡
Bien, s&icute;! (repuso el Corregidor). Pero esa tacha la tiene también
el t&icute;o Lucas. ¡ él es más jorobado que yo!
—¡
Mucho más! ¡ much&icute;simo más! ¡ sin comparación de ninguna
especie!—Pero en cambio (y es a lo que iba), Us&icute;a tiene una cara de
muy buen ver..., lo que se llama una bella cara..., mientras que el
t&icute;o Lucas se parece al sargento Utrera, que reventó de feo.
El
Corregidor sonrió con cierta ufan&icute;a.
—Además
(prosiguió el Alguacil), la señá Frasquita es capaz de tirarse por una
ventana con tal de agarrar el nombramiento de su sobrino...
—Hasta
ah&icute; estamos de acuerdo. ¡ Ese nombramiento es mi única esperanza!
—¡
Pues manos a la obra, señor! Ya le he explicado a Us&icute;a mi plan... ¡
No hay más que ponerlo en ejecución esta misma noche!
—¡
Te he dicho muchas veces que no necesito consejos!—gritó D. Eugenio, acordándose
de pronto de que hablaba con un inferior.
—Cre&icute;
que Us&icute;a me los hab&icute;a pedido...—balbuceó Garduña.
—¡
No me repliques!
Garduña
saludó.
—¿::Conque
dec&icute;as (prosiguió el de Zúñiga, volviendo a amansarse) que esta
misma noche puede arreglarse todo eso?—Pues ¡ mira, hijo! me parece bien.—¡
Qué diablos! ¡ As&icute; saldré pronto de esta cruel incertidumbre!
Garduña
guardó silencio.
El
Corregidor se dirigió al bufete y escribió algunas l&icute;neas en un
pliego de papel sellado, que selló también por su parte, guardándoselo luego
en la faltriquera.
—¡
Ya está hecho el nombramiento del sobrino! (dijo entonces, tomando un polvo
de rapé). ¡ Mañana me las compondré yo con los Regidores..., y, o lo
ratifican con un acuerdo, o habrá la de San Quint&icute;n!—¿::No te parece
que hago bien?
—¡
Eso! ¡ eso! (exclamó Garduña entusiasmado, metiendo la zarpa en la caja del
Corregidor y arrebatándole un polvo). ¡ Eso! ¡ eso! El antecesor de
Us&icute;a no se paraba tampoco en barras. Cierta vez...
—¡
Déjate de bachiller&icute;as! (repuso el Corregidor, sacudiéndole una
guantada en la ratera mano).—Mi antecesor era un bestia, cuando te tuvo de
alguacil.—Pero vamos a lo que importa. Acabas de decirme que el molino del
t&icute;o Lucas pertenece al término del lugarcillo inmediato, y no al de
esta población... ¿::Estás seguro de ello?
—¡
Segur&icute;simo! La jurisdicción de la ciudad acaba en la ramblilla
donde yo me senté esta tarde a esperar que Vuestra Señor&icute;a... ¡
Voto a Lucifer! ¡ Si yo hubiera estado en su caso!
—¡
Basta! (gritó D. Eugenio).—¡ Eres un insolente!
Y,
cogiendo media cuartilla de papel, escribió una esquela, cerrola, doblándole
un pico, y se la entregó a Garduña.
—Ah&icute;
tienes (le dijo al mismo tiempo) la carta que me has pedido para el alcalde
del Lugar. Tú le explicarás de palabra todo lo que tiene que hacer.—¡ Ya ves
que sigo tu plan al pie de la letra! ¡ Desgraciado de ti si me metes en un
callejón sin salida!
—¡
No hay cuidado! (contestó Garduña). El señor Juan López tiene mucho que
temer, y en cuanto vea la firma de Us&icute;a, hará todo lo que yo le
mande.—¡ Lo menos le debe mil fanegas de grano al Pósito Real, y otro tanto
al Pósito P&icute;o!... Esto último contra toda ley, pues no es ninguna
viuda ni ningún labrador pobre para recibir el trigo sin abonar creces ni
recargo, sino un jugador, un borracho y un sin vergÜenza, muy amigo de
faldas, que trae escandalizado el pueblecillo...—¡ Y aquel hombre ejerce
autoridad!... ¡ As&icute; anda el mundo!
—¡
Te he dicho que calles! ¡ Me estás distrayendo! (bramó el Corregidor).—Conque
vamos al asunto (anadió luego, mudando de tono). Son las siete y cuarto... Lo
primero que tienes que hacer es ir a casa y advertirle a la señora que no me
espere a cenar ni a dormir. Dile que esta noche me estaré trabajando
aqu&icute; hasta la hora de la queda, y que después saldré de
ronda secreta contigo, a ver si atrapamos a ciertos malhechores... En fin,
engáñala bien para que se acueste descuidada.—De camino, dile a otro alguacil
que me traiga la cena... ¡ Yo no me atrevo a parecer esta noche delante de la
señora, pues me conoce tanto, que es capaz de leer en mis
pensamientos!—Encárgale a la cocinera que ponga unos pestiños de los que se
hicieron hoy, y dile a Juanete que, sin que lo vea nadie, me alargue de la
taberna medio cuartillo de vino blanco.—En seguida te marchas al Lugar, donde
puedes hallarte muy bien a las ocho y media...
—¡
A las ocho en punto estoy all&icute;!—exclamó Garduña.
—¡
No me contradigas!—rugió el Corregidor, acordándose otra vez de lo que era.
Garduña
saludó.
—Hemos
dicho (continuó aquél, humanizándose de nuevo) que a las ocho en punto estás
en el Lugar. Del Lugar al molino habrá... Yo creo que habrá una media
legua...
—Corta.
—¡
No me interrumpas!
El
Alguacil volvió a saludar.
—Corta...
(prosiguió el Corregidor). Por consiguiente, a las diez... ¿::Crees tú que a
las diez?...
—¡
Antes de las diez! ¡ A las nueve y media puede Us&icute;a llamar
descuidado a la puerta del molino!
—¡
Hombre! ¡ No me digas a m&icute; lo que tengo que hacer!...—Por supuesto
que tú estarás...
—Yo
estaré en todas partes... Pero mi cuartel general será la ramblilla.—¡ Ah, se
me olvidaba!... Vaya Us&icute;a a pie, y no lleve linterna...
—¡
Maldita la falta que me hac&icute;an tampoco esos consejos! ¿::Si creerás
tú que es la primera vez que salgo a campaña?
—Perdone
Us&icute;a...—¡ Ah! Otra cosa. No llame Us&icute;a a la puerta grande
que da a la plazoleta del emparrado, sino a la puertecilla que hay encima del
caz...
—¿::Encima
del caz hay otra puerta?—¡ Mira tú una cosa que nunca se me hubiera ocurrido!
—S&icute;,
señor. La puertecilla del caz da al mism&icute;simo dormitorio de los
Molineros..., y el t&icute;o Lucas no entra ni sale nunca por ella. De
forma que, aunque volviese de pronto...
—Comprendo,
comprendo... ¡ No me aturdas más los o&icute;dos!
—Por
último: procure Us&icute;a escurrir el bulto antes del amanecer.—Ahora
amanece a las seis...
—¡
Mira otro consejo inútil!—A las cinco estaré de vuelta en mi casa...—Pero
bastante hemos hablado ya... ¡ Qu&icute;tate de mi presencia!
—Pues
entonces, señor...¡ buena suerte!—exclamó el Alguacil, alargando lateralmente
una mano al Corregidor y mirando al techo al mismo tiempo.
El
Corregidor puso en aquella mano una peseta, y Garduña desapareció como por
ensalmo.
—¡
Por vida de!...(murmuró el viejo al cabo de un instante). Se me ha olvidado
decirle a ese bachillero que me trajesen también una baraja! ¡ Con ella me
hubiera entretenido hasta las nueve y media, viendo si me sal&icute;a
aquel solitario!...
@§
XV
DESPEDIDA EN PROSA
Ser&icute;an
las nueve de aquella misma noche, cuando el t&icute;o Lucas y la señá
Frasquita, terminadas todas las haciendas del molino y de la casa, se cenaron
una fuente de ensalada de escarola, una libreja de carne guisada con tomates,
y algunas uvas de las que quedaban en la consabida cesta; todo ello rociado
con un poco de vino y con grandes risotadas a costa del Corregidor: después
de lo cual miráronse afablemente los dos esposos, como muy contentos de Dios
y de s&icute; mismos, y se dijeron, entre un par de bostezos que
revelaban toda la paz y tranquilidad de sus corazones:
—Pues,
señor, vamos a acostarnos, y mañana será otro d&icute;a.
En
aquel momento sonaron dos fuertes y ejecutivos golpes aplicados a la puerta
grande del molino.
El
marido y la mujer se miraron sobresaltados.
Era
la primera vez que o&icute;an llamar a su puerta a semejante hora.
—Voy
a ver...—dijo la intrépida navarra, encaminándose hacia la plazoletilla.
—¡
Quita! ¡ Eso me toca a m&icute;! (exclamó el t&icute;o Lucas con tal
dignidad, que la señá Frasquita le cedió el paso).—¡ Te he dicho que no
salgas!—añadió luego con dureza, viendo que la obstinada Molinera
quer&icute;a seguirle.
ésta
obedeció, y se quedó dentro de la casa.
—¿::Quién
es?—preguntó el t&icute;o Lucas desde en medio de la plazoleta.
—¡
La Justicia!—contestó una voz al otro lado del portón.
—¿::Qué
Justicia?
—La
del Lugar.—¡ Abra V. al señor Alcalde!
El
t&icute;o Lucas hab&icute;a aplicado entretanto un ojo a cierta
mirilla muy disimulada que ten&icute;a el portón, y reconocido a la luz
de la luna al rústico Alguacil del Lugar inmediato.
—¡
Dirás que le abra al borrachón del Alguacil!—repuso el Molinero, retirando la
tranca.
—¡
Es lo mismo...(contestó el de afuera); pues que traigo una orden escrita de
su Merced!—Tenga V. muy buenas noches, t&icute;o Lucas...—agregó luego
entrando, con voz menos oficial, más baja y más gorda, como si ya fuera otro
hombre.
—¡
Dios te guarde, Toñuelo! (respondió el murciano).—Veamos qué orden es esa...¡
Y bien pod&icute;a el señor Juan López escoger otra hora más oportuna de
dirigirse a los hombres de bien!—Por supuesto, que la culpa será tuya.—¡ Como
si lo viera, te has estado emborrachando en las huertas del camino!—¿::Quieres
un trago?
—No,
señor; no hay tiempo para nada. ¡ Tiene V. que seguirme inmediatamente! Lea
V. la orden.
—¿::Cómo
seguirte? (exclamó el t&icute;o Lucas, penetrando en el molino, después
de tomar el papel).—¡ A ver, Frasquita! ¡ alumbra!
La
señá Frasquita soltó una cosa que ten&icute;a en la mano, y descolgó el
candil.
El
t&icute;o Lucas miró rápidamente el objeto que hab&icute;a soltado su
mujer, y reconoció su bocacha, o sea un enorme trabuco que calzaba balas de a
media libra.
El
Molinero dirigió entonces a la navarra una mirada llena de gratitud y
ternura, y le dijo, tomándole la cara:
—¡
Cuánto vales!
La
señá Frasquita, pálida y serena como una estatua de mármol, levantó el
candil, cogido con dos dedos, sin que el más leve temblor agitase su pulso, y
contestó secamente:
—¡
Vaya, lee!
La
orden dec&icute;a as&icute;:
«Para
el mejor servicio de S. M. el Rey Nuestro Señor (Q. D. G.), prevengo a Lucas
Fernández, molinero, de estos vecinos, que tan luego como reciba la presente
orden, comparezca ante mi autoridad sin excusa ni pretexto alguno;
advirtiéndole que, por ser asunto reservado, no lo pondrá en conocimiento de
nadie: todo ello bajo las penas correspondientes, caso de desobediencia.—El
Alcalde:
Juan
López.»
Y
hab&icute;a una cruz en vez de rúbrica.
—Oye,
tú. ¿::Y qué es esto? (le preguntó el t&icute;o Lucas al Alguacil). ¿::A
qué viene esta orden?
—No
lo sé...(contestó el rústico; hombre de unos treinta años, cuyo rostro
esquinado y avieso, propio de ladrón o de asesino, daba muy triste idea de su
sinceridad).
Creo
que se trata de averiguar algo de brujer&icute;a, o de moneda falsa...
Pero la cosa no va con V.... Lo llaman como testigo o como perito.—En fin, yo
no me he enterado bien del particular... El señor Juan López se lo explicará
a V. con más pelos y señales.
—¡
Corriente! (exclamó el Molinero). Dile que iré mañana.
—¡
Ca! ¡ no, señor!... Tiene V. que venirse ahora mismo, sin perder un
minuto.—Tal es la orden que me ha dado el señor Alcalde.
Hubo
un instante de silencio.
Los
ojos de la señá Frasquita echaban llamas.
El
t&icute;o Lucas no separaba los suyos del suelo, como si buscara alguna
cosa.
—Me
concederás cuando menos (exclamó al fin, levantando la cabeza) el tiempo
preciso para ir a la cuadra y aparejar una burra...
—¡
Qué burra ni qué demontre! (replicó el Alguacil). ¡ Cualquiera se anda a pie
media legua! La noche está muy hermosa, y hace luna...
—Ya
he visto que ha salido...—Pero yo tengo los pies muy hinchados...
—Pues
entonces no perdamos tiempo. Yo le ayudaré a V. a aparejar la bestia.
—¡
Hola! ¡ Hola! ¿::Temes que me escape?
—Yo
no temo nada, t&icute;o Lucas...(respondió Toñuelo con la frialdad de un
desalmado). Yo soy la Justicia.
Y,
hablando as&icute;, descansó armas; con lo que dejó ver el retaco
que llevaba debajo del capote.
—Pues
mira, Toñuelo... (dijo la Molinera). Ya que vas a la cuadra... a ejercer tu
verdadero oficio..., hazme el favor de aparejar también la otra burra.
—¿::Para
qué?—interrogó el Molinero.
—¡
Para m&icute;!—Yo voy con vosotros.
—¡
No puede ser, señá Frasquita! (objetó el Alguacil). Tengo orden de llevarme a
su marido de V. nada más, y de impedir que V. lo siga.—En ello me van «el
destino y el pescuezo.»—As&icute; me lo advirtió el señor Juan
López.—Conque... vamos, t&icute;o Lucas...
Y
se dirigió hacia la puerta.
—¡
Cosa más rara!—dijo a media voz el murciano sin moverse.
—¡
Muy rara!—contestó la señá Frasquita.
—Esto
es algo... que yo me sé...—continuó murmurando el t&icute;o Lucas, de
modo que no pudiese o&icute;rlo Toñuelo.
—¿::Quieres
que vaya yo a la ciudad (cuchicheó la navarra), y le dé aviso al Corregidor
de lo que nos sucede?...
—¡
No! (respondió en alta voz el t&icute;o Lucas). ¡ Eso no!
—¿::Pues
qué quieres que haga?—dijo la Molinera con gran &icute;mpetu.
—Que
me mires...—respondió el antiguo soldado.
Los
dos esposos se miraron en silencio, y quedaron tan satisfechos ambos de la
tranquilidad, la resolución y la energ&icute;a que se comunicaron sus
almas, que acabaron por encogerse de hombros y re&icute;rse.
Después
de esto, el t&icute;o Lucas encendió otro candil y se dirigió a la
cuadra, diciendo al paso a Toñuelo con socarroner&icute;a:
—¡
Vaya, hombre! ¡ Ven y ayúdame... supuesto que eres tan amable!
Toñuelo
lo siguió, canturriando una copla entre dientes.
Pocos
minutos después, el t&icute;o Lucas sal&icute;a del molino, caballero
en una hermosa jumenta y seguido del Alguacil.
La
despedida de los esposos se hab&icute;a reducido a lo siguiente:
—Cierra
bien...—dijo el t&icute;o Lucas.
—Embózate,
que hace fresco...—dijo la señá Frasquita, cerrando con llave, tranca y
cerrojo.
Y
no hubo más adiós, ni más beso, ni más abrazo, ni más mirada.
¿::Para
qué?
@§
XVI
UN AVE DE MAL AGÜERO
Sigamos
por nuestra parte al t&icute;o Lucas.
Ya
hab&icute;an andado un cuarto de legua sin hablar palabra, el Molinero
subido en la borrica, y el Alguacil arreándola con su bastón de autoridad,
cuando divisaron delante de s&icute;, en lo alto de un repecho que
hac&icute;a el camino, la sombra de un enorme pajarraco que se
dirig&icute;a hacia ellos.
Aquella
sombra se destacó enérgicamente sobre el cielo, esclarecido por la luna,
dibujándose en él con tanta precisión, que el Molinero exclamó en el acto:
—Toñuelo,
¡ aquel es Garduña, con su sombrero de tres picos y sus patas de alambre!
Mas,
antes de que contestara el interpelado, la sombra, deseosa sin duda de eludir
aquel encuentro, hab&icute;a dejado el camino y echado a correr a campo
travieso con la velocidad de una verdadera garduña.
—No
veo a nadie...—respondió entonces Toñuelo con la mayor naturalidad.
—Ni
yo tampoco,—replicó el t&icute;o Lucas, comiéndose la partida.
Y
la sospecha que ya se le ocurrió en el molino principió a adquirir cuerpo y
consistencia en el esp&icute;ritu receloso del jorobado.
—Este
viaje m&icute;o (d&icute;jose interiormente) es una estratagema
amorosa del Corregidor. La declaración que le o&icute; esta tarde desde
lo alto del emparrado me demuestra que el vejete madrileño no puede esperar
más. Indudablemente, esta noche va a volver de visita al molino, y por eso ha
principiado quitándome de en medio... Pero ¿::qué importa? ¡ Frasquita es
Frasquita..., y no abrirá la puerta aunque le peguen fuego a la casa!... Digo
más: aunque la abriese; aunque el Corregidor lograse, por medio de cualquier
ardid, sorprender a mi excelente navarra, el p&icute;caro viejo
saldr&icute;a con las manos en la cabeza. ¡ Frasquita es Frasquita!—Sin
embargo (añadió al cabo de un momento), ¡ bueno será volverme esta noche a
casa lo más temprano que pueda!
Llegaron
con esto al Lugar el t&icute;o Lucas y el Alguacil, y dirigiéronse a casa
del señor Alcalde.
@§
XVII
UN ALCALDE DE MONTERILLA
El
Sr. Juan López, que como particular y como Alcalde era la tiran&icute;a,
la ferocidad y el orgullo personificados (cuando trataba con sus inferiores),
dignábase, sin embargo, a aquellas horas, después de despachar los asuntos
oficiales y los de su labranza y de pegarle a su mujer la cotidiana paliza,
beberse un cántaro de vino en compañ&icute;a del secretario y del sacristán,
operación que iba más de mediada aquella noche, cuando el Molinero compareció
en su presencia.
—¡
Hola, t&icute;o Lucas! (le dijo, rascándose la cabeza para excitar en
ella la vena de los embustes). ¿::Cómo va de salud?—¡ A ver, Secretario;
échele V. un vaso de vino al t&icute;o Lucas!—¿::Y la señá Frasquita? ¿::Se
conserva tan guapa? ¡ Ya hace mucho tiempo que no la he visto!—Pero,
hombre..., ¡ qué bien sale ahora la molienda! ¡ El pan de centeno parece de
trigo candeal!—Conque..., vaya... Siéntese V., y descanse; que, gracias a
Dios, no tenemos prisa.
—¡
Por mi parte, maldita aquella!—contestó el t&icute;o Lucas, que hasta
entonces no hab&icute;a despegado los labios, pero cuyas sospechas eran
cada vez mayores al ver el amistoso recibimiento que se le hac&icute;a,
después de una orden tan terrible y apremiante.
—Pues
entonces, t&icute;o Lucas (continuó el Alcalde), supuesto que no tiene V.
gran prisa, dormirá V. acá esta noche, y mañana temprano despacharemos
nuestro asuntillo...
—Me
parece bien... (respondió el t&icute;o Lucas con una iron&icute;a y
un disimulo que nada ten&icute;an que envidiar a la diplomacia del Sr.
Juan López).—Supuesto que la cosa no es urgente..., pasaré la noche fuera de
mi casa.
—Ni
urgente, ni de peligro para V. (añadió el Alcalde, engañado por aquel a quien
cre&icute;a engañar). Puede V. estar completamente tranquilo.—Oye tú,
Toñuelo... Alarga esa media-fanega, para que se siente el t&icute;o
Lucas.
—Entonces...
¡ venga otro trago!—exclamó el Molinero, sentándose.
—¡
Venga de ah&icute;!—repuso el Alcalde, alargándole el vaso lleno.
—Está
en buena mano... Médielo V.
—¡
Pues, por su salud!—dijo el señor Juan López, bebiéndose la mitad del vino.
—Por
la de V..., señor Alcalde,—replicó el t&icute;o Lucas, apurando la otra
mitad.
—¡
A ver, Manuela! (gritó entonces el Alcalde de monterilla). Dile a tu ama que
el t&icute;o Lucas se queda a dormir aqu&icute;. Que le ponga una
cabecera en el granero...
—¡
Ca! no... ¡ De ningún modo! Yo duermo en el pajar como un rey.
—Mire
V. que tenemos cabeceras...
—¡
Ya lo creo! Pero ¿::a qué quiere V. incomodar a la familia? Yo traigo mi
capote...
—Pues,
señor, como V. guste.—¡ Manuela! dile a tu ama que no la ponga...
—Lo
que s&icute; va V. a permitirme (continuó el t&icute;o Lucas,
bostezando de un modo atroz) es que me acueste en seguida. Anoche he tenido
mucha molienda, y no he pegado todav&icute;a los ojos...
—¡
Concedido! (respondió majestuosamente el Alcalde).—Puede V. recogerse cuando
quiera.
—Creo
que también es hora de que nos recojamos nosotros (dijo el Sacristán,
asomándose al cántaro de vino para graduar lo que quedaba). Ya deben de ser
las diez... o poco menos.
—Las
diez menos cuartillo...—notificó el Secretario, después de repartir en los
vasos el resto del vino correspondiente a aquella noche.
—¡
Pues a dormir, caballeros!—exclamó el anfitrión, apurando su parte.
—Hasta
mañana, señores,—añadió el Molinero, bebiéndose la suya.
—Espere
V. que le alumbren...—¡ Toñuelo! Lleva al t&icute;o Lucas al pajar.
—¡
Por aqu&icute;, t&icute;o Lucas!...—dijo Toñuelo, llevándose también
el cántaro, por si le quedaban algunas gotas.
—Hasta
mañana, si Dios quiere,—agregó el Sacristán, después de escurrir todos los
vasos.
Y
se marchó, tambaleándose y cantando alegremente el De profundis.
. . . . . . . . . . .
—Pues,
señor... (d&icute;jole el Alcalde al Secretario cuando se quedaron
solos). El t&icute;o Lucas no ha sospechado nada. Nos podemos acostar
descansadamente, y... ¡ buena pro le haga al Corregidor!
@§
XVIII
DONDE SE VERá QUE EL
T&icute;O LUCAS TEN&icute;A EL SUEñO MUY LIGERO
Cinco
minutos después, un hombre se descolgaba por la ventana del pajar del señor
Alcalde; ventana que daba a un corralón y que no distar&icute;a cuatro
varas del suelo.
En
el corralón hab&icute;a un cobertizo sobre una gran pesebrera, a la cual
hallábanse atadas seis ú ocho caballer&icute;as de diversa alcurnia, bien
que todas ellas del sexo débil.—Los caballos, mulos y burros del sexo fuerte
formaban rancho aparte en otro local contiguo.
El
hombre desató una borrica, que por cierto estaba aparejada, y se encaminó,
llevándola del diestro, hacia la puerta del corral; retiró la tranca y
desechó el cerrojo que la aseguraban; abriola con mucho tiento, y se encontró
en medio del campo.
Una
vez all&icute;, montó en la borrica, metiole los talones, y salió como
una flecha con dirección a la Ciudad;—mas no por el carril ordinario, sino
atravesando siembras y cañadas, como quien se precave contra algún mal
encuentro.
Era
el t&icute;o Lucas, que se dirig&icute;a a su molino.
@§
XIX
VOCES CLAMANTES IN DESERTO
¡
Alcaldes a m&icute;, que soy de Archena! (iba diciéndose el murciano). ¡
Mañana por la mañana pasaré a ver al señor Obispo, como medida preventiva, y
le contaré todo lo que me ha ocurrido esta noche!—¡ Llamarme con tanta prisa
y reserva, a hora tan desusada; decirme que venga solo; hablarme del servicio
del rey, y de moneda falsa, y de brujas, y de duendes, para echarme luego dos
vasos de vino y mandarme a dormir!... ¡ La cosa no puede ser más clara! Garduña
trajo al Lugar esas instrucciones de parte del Corregidor, y esta es la hora
en que el Corregidor estará ya en campaña contra mi mujer... ¡ Quién sabe si
me lo encontraré llamando a la puerta del molino! ¡ Quién sabe si me lo
encontraré ya dentro!...—¡ Quién sabe!...—Pero ¿::qué voy a decir? ¡ Dudar de
mi navarra!... ¡ Oh, esto es ofender a Dios! ¡ Imposible que ella!... ¡
Imposible que mi Frasquita!... ¡ Imposible!...—Mas ¿::qué estoy diciendo?
¿::Acaso hay algo imposible en el mundo? ¿::No se casó conmigo, siendo ella tan
hermosa y yo tan feo?
Y,
al hacer esta última reflexión, el pobre jorobado se echó a llorar...
Entonces
paró la burra para serenarse; se enjugó las lágrimas: suspiró hondamente;
sacó los av&icute;os de fumar; picó y lió un cigarro de tabaco negro;
empuñó luego pedernal, yesca y eslabón, y, al cabo de algunos golpes,
consiguió encender candela.
En
aquel mismo momento sintió rumor de pasos hacia el camino,—que
distar&icute;a de all&icute; unas trescientas varas.
—¡
Qué imprudente soy! (dijo). ¡ Si me andará ya buscando la Justicia, y yo me
habré vendido al echar estas yescas!
Escondió,
pues, la lumbre, y se apeó, ocultándose detrás de la borrica.
Pero
la borrica entendió las cosas de diferente modo, y lanzó un rebuzno de
satisfacción.
—¡
Maldita seas!—exclamó el t&icute;o Lucas, tratando de cerrarle la boca
con las manos.
Al
propio tiempo resonó otro rebuzno en el camino, por v&icute;a de galante
respuesta.
—¡
Estamos aviados! (prosiguió pensando el molinero). ¡ Bien dice el refrán: el
mayor mal de los males es tratar con animales!
Y,
as&icute; discurriendo, volvió a montar, arreó la bestia y salió
disparado en dirección contraria al sitio en que hab&icute;a sonado el
segundo rebuzno.
Y
lo más particular fue que la persona que iba en el jumento interlocutor,
debió de asustarse del t&icute;o Lucas tanto como el t&icute;o Lucas
se hab&icute;a asustado de ella. Lo digo, porque apartose también del
camino, recelando sin duda que fuese un alguacil o un malhechor pagado por D.
Eugenio, y salió a escape por los sembrados de la otra banda.
El
murciano, entretanto, continuó cavilando de este modo:
—¡
Qué noche! ¡ Qué mundo! ¡ Qué vida la m&icute;a desde hace una hora! ¡
Alguaciles metidos a alcahuetes; alcaldes que conspiran contra mi honra;
burros que rebuznan cuando no es menester; y aqu&icute;, en mi pecho, un
miserable corazón que se ha atrevido a dudar de la mujer más noble que Dios
ha criado!—¡ Oh! ¡ Dios m&icute;o, Dios m&icute;o! ¡ Haz que llegue
pronto a mi casa y que encuentre all&icute; a mi Frasquita!
Siguió
caminando el t&icute;o Lucas, atravesando siembras y matorrales, hasta
que al fin, a eso de las once de la noche, llegó sin novedad a la puerta
grande del molino...
¡
Condenación! ¡ La puerta del molino estaba abierta!
@§
XX
LA DUDA Y LA REALIDAD
Estaba
abierta... ¡ y él, al marcharse, hab&icute;a o&icute;do a su mujer
cerrarla con llave, tranca y cerrojo!
Por
consiguiente, nadie más que su propia mujer hab&icute;a podido abrirla.
Pero
¿::cómo? ¿::cuándo? ¿::por qué?—¿::De resultas de un engaño? ¿::A consecuencia de
una orden?—¿::O bien deliberada y voluntariamente, en virtud de previo acuerdo
con el Corregidor?
¿::Qué
iba a ver? ¿::Qué iba a saber? ¿::Qué le aguardaba dentro de su casa?—¿::Se
habr&icute;a fugado la señá Frasquita? ¿::Se la habr&icute;an robado?
¿::Estar&icute;a muerta?—¿::O estar&icute;a en brazos de su rival?
—El
Corregidor contaba con que yo no podr&icute;a venir en toda la noche...
(se dijo lúgubremente el t&icute;o Lucas). El Alcalde del Lugar
tendr&icute;a orden hasta de encadenarme, antes que permitirme
volver...—¿::Sab&icute;a todo esto Frasquita? ¿::Estaba en el complot?—¿::O
ha sido v&icute;ctima de un engaño, de una violencia, de una infamia?
No
empleó más tiempo el sin ventura en hacer todas estas crueles reflexiones que
el que tardó en atravesar la plazoletilla del emparrado.
También
estaba abierta la puerta de la casa, cuyo primer aposento (como en todas las
viviendas rústicas) era la cocina...
Dentro
de la cocina no hab&icute;a nadie.
Sin
embargo, una enorme fogata ard&icute;a en la chimenea...; ¡ chimenea que
él dejó apagada, y que no se encend&icute;a nunca hasta muy entrado el
mes de Diciembre!
Por
último, de uno de los ganchos de la espetera pend&icute;a un candil
encendido...
¿::Qué
significaba todo aquello? ¿::Y cómo se compadec&icute;a semejante aparato
de vigilia y de sociedad con el silencio de muerte que reinaba en la casa?
¿::Qué
hab&icute;a sido de su mujer?
Entonces,
y sólo entonces, reparó el t&icute;o Lucas en unas ropas que
hab&icute;a colgadas en los espaldares de dos o tres sillas puestas
alrededor de la chimenea...
Fijó
la vista en aquellas ropas, y lanzó un rugido tan intenso, que se le quedó
atravesado en la garganta, convertido en sollozo mudo y sofocante.
Creyó
el infortunado que se ahogaba, y se llevó las manos al cuello, mientras que,
l&icute;vido, convulso, con los ojos desencajados, contemplaba aquella
vestimenta, pose&icute;do de tanto horror como el reo en capilla a quien
le presentan la hopa.
Porque
lo que all&icute; ve&icute;a era la capa de grana, el sombrero de
tres picos, la casaca y la chupa de color de tórtola, el calzón de seda
negra, las medias blancas, los zapatos con hebilla y hasta el bastón, el
espad&icute;n y los guantes del execrable Corregidor... ¡ Lo que
all&icute; ve&icute;a era la hopa de su ignominia, la mortaja de su
honra, el sudario de su ventura!
El
terrible trabuco segu&icute;a en el mismo rincón en que dos horas antes
lo dejó la navarra...
El
t&icute;o Lucas dio un salto de tigre, y se apoderó de él.—Sondeó el
cañón con la baqueta, y vio que estaba cargado. Miró la piedra, y halló que
estaba en su lugar.
Volviose
entonces hacia la escalera que conduc&icute;a a la cámara en que
hab&icute;a dormido tantos años con la señá Frasquita, y murmuró
sordamente:
—¡
All&icute; están!
Avanzó,
pues, un paso en aquella dirección; pero en seguida se detuvo para mirar en
torno de s&icute; y ver si alguien lo estaba observando...
—¡
Nadie! (dijo mentalmente). ¡ Sólo Dios..., y Ese... ha querido esto!
Confirmada
as&icute; la sentencia, fue a dar otro paso, cuando su errante mirada
distinguió un pliego que hab&icute;a sobre la mesa...
Verlo,
y haber ca&icute;do sobre él, y tenerlo entre sus garras, fue todo cosa
de un segundo.
¡
Aquel papel era el nombramiento del sobrino de la señá Frasquita, firmado por
D. Eugenio de Zúñiga y Ponce de León!
—¡
Este ha sido el precio de la venta! (pensó el t&icute;o Lucas, metiéndose
el papel en la boca para sofocar sus gritos y dar alimento a su rabia). ¡
Siempre recelé que quisiera a su familia más que a m&icute;!—¡ Ah! ¡ No
hemos tenido hijos!... ¡ He aqu&icute; la causa de todo!
Y
el infortunado estuvo a punto de volver a llorar.
Pero
luego se enfureció nuevamente, y dijo con un ademán terrible, ya que no con
la voz:
—¡
Arriba! ¡ Arriba!
Y
empezó a subir la escalera, andando a gatas con una mano, llevando el trabuco
en la otra, y con el papel infame entre los dientes.
En
corroboración de sus lógicas sospechas, al llegar a la puerta del dormitorio
(que estaba cerrada), vio que sal&icute;an algunos rayos de luz por las
junturas de las tablas y por el ojo de la llave.
—¡
Aqu&icute; están!—volvió a decir.
Y
se paró un instante, como para pasar aquel nuevo trago de amargura.
Luego
continuó subiendo... hasta llegar a la puerta misma del dormitorio.
Dentro
de él no se o&icute;a ningún ruido.
—¡
Si no hubiera nadie!—le dijo t&icute;midamente la esperanza.
Pero
en aquel mismo instante el infeliz oyó toser dentro del cuarto...
¡
Era la tos medio asmática del Corregidor!
¡
No cab&icute;a duda! ¡ No hab&icute;a tabla de salvación en aquel
naufragio!
El
Molinero sonrió en las tinieblas de un modo horroroso.—¿::Cómo no brillan en
la obscuridad semejantes relámpagos? ¿::Qué es todo el fuego de las tormentas
comparado con el que arde a veces en el corazón del hombre?
Sin
embargo, el t&icute;o Lucas (tal era su alma, como ya dijimos en otro
lugar) principió a tranquilizarse, no bien oyó la tos de su enemigo...
La
realidad le hac&icute;a menos daño que la duda.—Según le anunció él mismo
aquella tarde a la señá Frasquita, desde el punto y hora en que
perd&icute;a la única fe que era vida de su alma, empezaba a convertirse
en un hombre nuevo.
Semejante
al moro de Venecia (con quien ya lo comparamos al describir su carácter), el
desengaño mataba en él de un solo golpe todo el amor, transfigurando de paso
la &icute;ndole de su esp&icute;ritu y haciéndole ver el mundo como
una región extraña a que acabara de llegar. La única diferencia
consist&icute;a en que el t&icute;o Lucas era por idiosincrasia menos
trágico, menos austero y más ego&icute;sta que el insensato sacrificador
de Desdémona.
¡
Cosa rara, pero propia de tales situaciones! La duda, o sea la esperanza (que
para el caso es lo mismo), volvió todav&icute;a a mortificarle un
momento...
—¡
Si me hubiera equivocado! (pensó). ¡ Si la tos hubiese sido de Frasquita!...
En
la tribulación de su infortunio, olvidábasele que hab&icute;a visto las
ropas del Corregidor cerca de la chimenea; que hab&icute;a encontrado
abierta la puerta del molino; que hab&icute;a le&icute;do la credencial
de su infamia...
Agachose,
pues, y miró por el ojo de la llave, temblando de incertidumbre y de zozobra.
El
rayo visual no alcanzaba a descubrir más que un pequeño triángulo de cama,
por la parte del cabecero... ¡ Pero precisamente en aquel pequeño triángulo
se ve&icute;a un extremo de las almohadas, y sobre las almohadas la
cabeza del Corregidor!
Otra
risa diabólica contrajo el rostro del Molinero.
Dijérase
que volv&icute;a a ser feliz...
—¡
Soy dueño de la verdad!... ¡ Meditemos!—murmuró, irguiéndose tranquilamente.
Y
volvió a bajar la escalera con el mismo tiento que empleó para subirla...
—El
asunto es delicado... Necesito reflexionar. Tengo tiempo de sobra para todo...—iba
pensando mientras bajaba.
Llegado
que hubo a la cocina, sentose en medio de ella, y ocultó la frente entre las
manos.
As&icute;
permaneció mucho tiempo, hasta que lo despertó de su meditación un leve golpe
que sintió en un pie...
Era
el trabuco que se hab&icute;a deslizado de sus rodillas, y que le
hac&icute;a aquella especie de seña...
—¡
No¡ ¡ Te digo que no! (murmuró el t&icute;o Lucas, encarándose con el
arma).—¡ No me convienes! Todo el mundo tendr&icute;a lástima de ellos...,
¡ y a m&icute; me ahorcar&icute;an! ¡ Se trata de un Corregidor..., y
matar a un Corregidor es todav&icute;a en España cosa indisculpable!
Dir&icute;an que lo maté por infundados celos, y que luego lo desnudé y
lo met&icute; en mi cama... Dir&icute;an, además, que maté a mi mujer
por simples sospechas... ¡ Y me ahorcar&icute;an! ¡ Vaya si me ahorcar&icute;an!—Además,
yo habr&icute;a dado muestras de tener muy poca alma, muy poco talento,
si al remate de mi vida fuera digno de compasión! ¡ Todos se
reir&icute;an de m&icute;! ¡ Dir&icute;an que mi desventura era
muy natural, siendo yo jorobado y Frasquita tan hermosa!—¡ Nada! ¡ no! Lo que
yo necesito es vengarme, y, después de vengarme, triunfar, despreciar,
re&icute;r, re&icute;rme mucho, re&icute;rme de todos...,
evitando por tal medio que nadie pueda burlarse nunca de esta jiba que yo he
llegado a hacer hasta envidiable, y que tan grotesca ser&icute;a en una
horca!
As&icute;
discurrió el t&icute;o Lucas, tal vez sin darse cuenta de ello
puntualmente, y, en virtud de semejante discurso, colocó el arma en su sitio,
y principió a pasearse con los brazos atrás y la cabeza baja, como buscando
su venganza en el suelo, en la tierra, en las ruindades de la vida, en alguna
bufonada ignominiosa y rid&icute;cula para su mujer y para el Corregidor,
lejos de buscar aquella misma venganza en la justicia, en el desaf&icute;o,
en el perdón, en el cielo..., como hubiera hecho en su lugar cualquier otro
hombre de condición menos rebelde que la suya a toda imposición de la
naturaleza, de la sociedad o de sus propios sentimientos.
De
repente, paráronse sus ojos en la vestimenta del Corregidor...
Luego
se paró él mismo...
Después
fue demostrando poco a poco en su semblante una alegr&icute;a, un gozo,
un triunfo indefinibles...; hasta que, por último, se echó a re&icute;r
de una manera formidable..., esto es, a grandes carcajadas, pero sin hacer
ningún ruido (a fin de que no lo oyesen desde arriba), metiéndose los puños
por los ijares para no reventar, estremeciéndose todo como un epiléptico, y
teniendo que concluir por dejarse caer en una silla hasta que le pasó aquella
convulsión de sarcástico regocijo.—Era la propia risa de Mefistófeles.
No
bien se sosegó, principió a desnudarse con una celeridad febril; colocó toda
su ropa en las mismas sillas que ocupaba la del Corregidor; púsose cuantas
prendas pertenec&icute;an a éste, desde los zapatos de hebilla hasta el
sombrero de tres picos; ciñose el espad&icute;n; embozose en la capa de
grana; cogió el bastón y los guantes, y salió del molino y se encaminó a la
Ciudad, balanceándose de la propia manera que sol&icute;a D. Eugenio de
Zúñiga, y diciéndose de vez en cuando esta frase, que compendiaba su
pensamiento:
¡
También la Corregidora es guapa!
@§
XXI
¡ EN GUARDIA, CABALLERO!
Abandonemos
por ahora al t&icute;o Lucas, y enterémonos de lo que hab&icute;a
ocurrido en el molino desde que dejamos all&icute; sola a la señá
Frasquita hasta que su esposo volvió a él y se encontró con tan estupendas
novedades.
Una
hora habr&icute;a pasado después que el t&icute;o Lucas se marchó con
Toñuelo, cuando la afligida navarra, que se hab&icute;a propuesto no
acostarse hasta que regresara su marido, y que estaba haciendo calceta en su
dormitorio, situado en el piso de arriba, oyó lastimeros gritos fuera de la
casa, hacia el paraje, all&icute; muy próximo, por donde corr&icute;a
el agua del caz.
—¡
Socorro, que me ahogo! ¡ Frasquita! ¡ Frasquita!...—exclamaba una voz de
hombre, con el lúgubre acento de la desesperación.
—¿::Si
será Lucas?—pensó la navarra, llena de un terror que no necesitamos
describir.
En
el mismo dormitorio hab&icute;a una puertecilla, de que ya nos habló
Garduña, y que daba efectivamente sobre la parte alta del caz.—Abriola sin
vacilación la señá Frasquita, por más que no hubiera reconocido la voz que
ped&icute;a auxilio, y encontrose de manos a boca con el Corregidor, que
en aquel momento sal&icute;a todo chorreando de la
impetuos&icute;sima acequia...
—¡
Dios me perdone! ¡ Dios me perdone! (balbuceaba el infame viejo).—¡
Cre&icute; que me ahogaba!
—¡
Cómo! ¿::Es V.? ¿::Qué significa? ¿::Cómo se atreve? ¿::A qué viene V. a estas
horas?...—gritó la Molinera con más indignación que espanto, pero
retrocediendo maquinalmente.
—¡
Calla! ¡ Calla, mujer! (tartamudeó el Corregidor, colándose en el aposento
detrás de ella). Yo te lo diré todo... ¡ He estado para ahogarme! ¡ El agua
me llevaba ya como a una pluma!—¡ Mira, mira cómo me he puesto!
—¡
Fuera, fuera de aqu&icute;! (replicó la señá Frasquita con mayor
violencia). ¡ No tiene V. nada que explicarme!... ¡ Demasiado lo comprendo
todo! ¿::Qué me importa a m&icute; que V. se ahogue? ¿::Lo he llamado yo a
V.?—¡ Ah! ¡ Qué infamia! ¡ Para esto ha mandado V. prender a mi marido!
—Mujer,
escucha...
—¡
No escucho! ¡ Márchese V. inmediatamente, señor Corregidor!... ¡ Márchese V.,
o no respondo de su vida!...
—¿::Qué
dices?
—¡
Lo que V. oye!—Mi marido no está en casa; pero yo me basto para hacerla
respetar. ¡ Márchese V. por donde ha venido, si no quiere que yo le arroje
otra vez al agua con mis propias manos!
—¡
Chica, chica! ¡ no grites tanto, que no soy sordo!... (exclamó el viejo
libertino). ¡ Cuando yo estoy aqu&icute;, por algo será!... Vengo a
libertar al t&icute;o Lucas, a quien ha preso por equivocación un alcalde
de monterilla...—Pero, ante todo, necesito que me seques estas ropas... ¡
Estoy calado hasta los huesos!
—¡
Le digo a V. que se marche!
—¡
Calla, tonta!... ¿::Qué sabes tú?—Mira... aqu&icute; te traigo el
nombramiento de tu sobrino...—Enciende la lumbre, y hablaremos...—Por lo
demás, mientras se seca la ropa, yo me acostaré en esta cama...
—¡
Ah, ya! ¿::Conque declara V. que ven&icute;a por m&icute;? ¿::Conque
declara V. que para eso ha mandado arrestar a mi Lucas? ¿::Conque
tra&icute;a V. su nombramiento y todo?—¡ Santos y Santas del cielo! ¿::Qué
se habrá figurado de m&icute; este mamarracho?
—¡
Frasquita! ¡ soy el Corregidor!
—¡
Aunque fuera V. el Rey! A m&icute;, ¿::qué?—¡ Yo soy la mujer de mi
marido, y el ama de mi casa!—¿::Cree V. que yo me asusto de los Corregidores?
¡ Yo sé ir a Madrid, y al fin del mundo, a pedir justicia contra el viejo
insolente que as&icute; arrastra su autoridad por los suelos! Y, sobre
todo, yo sabré mañana ponerme la mantilla, e ir a ver a la señora
Corregidora...
—¡
No harás nada de eso! (repuso el Corregidor, perdiendo la paciencia, o
mudando de táctica). No harás nada de eso; porque yo te pegaré un tiro, si
veo que no entiendes de razones...
—¡
Un tiro!—exclamó la señá Frasquita con voz sorda.
—Un
tiro, s&icute;... Y de ello no me resultará perjuicio alguno. Casualmente
he dejado dicho en la ciudad que sal&icute;a esta noche a caza de
criminales...—¡ Conque no seas necia... y quiéreme... como yo te adoro!
—Señor
Corregidor; ¿::un tiro?—volvió a decir la navarra, echando los brazos atrás y
el cuerpo hacia adelante, como para lanzarse sobre su adversario.
—Si
te empeñas, te lo pegaré, y as&icute; me veré libre de tus amenazas y de
tu hermosura...—respondió el Corregidor, lleno de miedo y sacando un par de
cachorrillos.
—¿::Conque
pistolas también? ¡ Y en la otra faltriquera el nombramiento de mi sobrino!
(dijo la señá Frasquita, moviendo la cabeza de arriba abajo).—Pues, señor, la
elección no es dudosa.—Espere Us&icute;a un momento; que voy a encender
la lumbre.
Y,
as&icute; hablando, se dirigió rápidamente a la escalera, y la bajó en
tres brincos.
El
Corregidor cogió la luz, y salió detrás de la Molinera, temiendo que se
escapara; pero tuvo que bajar mucho más despacio, de cuyas resultas, cuando
llegó a la cocina, tropezó con la navarra, que volv&icute;a ya en su
busca.
—¿::Conque
dec&icute;a V. que me iba a pegar un tiro? (exclamó aquella indomable
mujer dando un paso atrás).—Pues, ¡ en guardia, caballero; que yo ya lo
estoy!
Dijo,
y se echó a la cara el formidable trabuco que tanto papel representa en esta
historia.
—¡
Detente, desgraciada! ¿::Qué vas a hacer? (gritó el Corregidor, muerto de
susto). Lo de mi tiro era una broma... Mira... Los cachorrillos están
descargados.—En cambio, es verdad lo del nombramiento...—Aqu&icute; lo
tienes... Tómalo... Te lo regalo... Tuyo es... de balde, enteramente de
balde...
Y
lo colocó temblando sobre la mesa.
—¡
Ah&icute; está bien! (repuso la navarra). Mañana me servirá para encender
la lumbre, cuando le guise el almuerzo a mi marido.—¡ De V. no quiero ya ni
la gloria; y, si mi sobrino viniese alguna vez de Estella, ser&icute;a
para pisotearle a V. la fea mano con que ha escrito su nombre en ese papel
indecente!—¡ Ea, lo dicho! ¡ Márchese V. de mi casa!—¡ Aire! ¡ aire! ¡
pronto!... ¡ que ya se me sube la pólvora a la cabeza!
El
Corregidor no contestó a este discurso. Hab&icute;ase puesto
l&icute;vido, casi azul; ten&icute;a los ojos torcidos, y un temblor
como de terciana agitaba todo su cuerpo. Por último, principió a castañetear
los dientes, y cayó al suelo, presa de una convulsión espantosa.
El
susto del caz, lo muy mojadas que segu&icute;an todas sus ropas, la
violenta escena del dormitorio, y el miedo al trabuco con que le apuntaba la
navarra, hab&icute;an agotado las fuerzas del enfermizo anciano.
—¡
Me muero! (balbuceó).—¡ Llama a Garduña!... Llama a Garduña, que estará
ah&icute;... en la ramblilla...—¡ Yo no debo morirme en esta casa!...
No
pudo continuar. Cerró los ojos, y se quedó como muerto.
—¡
Y se morirá como lo dice! (prorrumpió la señá Frasquita).—Pues, señor, ¡ esta
es la más negra! ¿::Qué hago yo ahora con este hombre en mi casa? ¿::Qué
dir&icute;an de m&icute;, si se muriese? ¿::Qué dir&icute;a
Lucas?... ¿::Cómo podr&icute;a justificarme, cuando yo misma le he abierto
la puerta?—¡ Oh! no... Yo no debo quedarme aqu&icute; con él. ¡ Yo debo
buscar a mi marido; yo debo escandalizar el mundo antes de comprometer mi
honra!
Tomada
esta resolución, soltó el trabuco, fuese al corral, cogió la burra que
quedaba en él, la aparejó de cualquier modo, abrió la puerta grande de la
cerca, montó de un salto, a pesar de sus carnes, y se dirigió a la ramblilla.
—¡
Garduña! ¡ Garduña!—iba gritando la navarra, conforme se acercaba a aquel
sitio.
—¡
Presente! (respondió al cabo el Alguacil, apareciendo detrás de un
seto).—¿::Es V., señá Frasquita?
—S&icute;,
soy yo.—¡ Ve al molino, y socorre a tu amo, que se está muriendo!...
—¿::Qué
dice V.?—¡ Vaya un maula!
—Lo
que oyes, Garduña...
—¿::Y
V., alma m&icute;a? ¿::Adónde va a estas horas?
—¿::Yo?...—¡
Quita allá, badulaque!—Yo voy... ¡ a la Ciudad por un médico!—contestó la
señá Frasquita, arreando la burra con un talonazo y a Garduña con un
puntapié.
Y
tomó..., no el camino de la Ciudad, como acababa de decir, sino el del Lugar
inmediato.
Garduña
no reparó en esta última circunstancia; pues iba ya dando zancajadas hacia el
molino y discurriendo al par de esta manera:
—¡
Va por un médico!... ¡ La infeliz no puede hacer más!—¡ Pero él es un pobre
hombre!—¡ Famosa ocasión de ponerse malo!... ¡ Dios le da confites a quien no
puede roerlos!
@§
XXII
GARDUñA SE MULTIPLICA
Cuando
Garduña llegó al molino, el Corregidor principiaba a volver en s&icute;,
procurando levantarse del suelo.
En
el suelo también, y a su lado, estaba el velón encendido que bajó Su
Señor&icute;a del dormitorio.
—¿::Se
ha marchado ya?—fue la primera frase de D. Eugenio.
—¿::Quién?
—¡
El demonio!... Quiero decir, la Molinera....
—S&icute;,
señor... Ya se ha marchado..., y no creo que iba de muy buen humor...
—¡
Ay, Garduña! Me estoy muriendo....
—Pero
¿::qué tiene Us&icute;a?—¡ Por vida de los hombres!...
Me
he ca&icute;do en el caz, y estoy hecho una sopa.... ¡ Los huesos se me
parten de fr&icute;o!
—¡
Toma, toma! ¡ ahora salimos con eso!
—¡
Garduña!... ¡ ve lo que te dices!...
—Yo
no digo nada, señor....
—Pues
bien: sácame de este apuro....
—Voy
volando.... ¡ Verá Us&icute;a qué pronto lo arreglo todo!
As&icute;
dijo el Alguacil, y, en un periquete, cogió la luz con una mano, y con la
otra se metió al Corregidor debajo del brazo; subiolo al dormitorio; púsolo
en cueros; acostolo en la cama; corrió al jaraiz; reunió un brazado de leña;
fue a la cocina; hizo una gran lumbre; bajó todas las ropas de su amo;
colocolas en los espaldares de dos o tres sillas; encendió un candil; lo
colgó de la espetera, y tornó a subir a la cámara.
—¿::Qué
tal vamos?—preguntole entonces a D. Eugenio, levantando en alto el velón para
verle mejor el rostro.
—¡
Admirablemente! ¡ Conozco que voy a sudar!—¡ Mañana te ahorco, Garduña!
—¿::Por
qué, señor?
—¿::Y
te atreves a preguntármelo? ¿::Crees tú que, al seguir el plan que me
trazaste, esperaba yo acostarme solo en esta cama, después de recibir por
segunda vez el sacramento del bautismo?—¡ Mañana mismo te ahorco!
—Pero
cuénteme Us&icute;a algo...—¿::La señá Frasquita?...
—La
señá Frasquita ha querido asesinarme. ¡ Es todo lo que he logrado con tus
consejos!—Te digo que te ahorco mañana por la mañana.
—¡
Algo menos será, señor Corregidor!—repuso el Alguacil.
—¿::Por
qué lo dices, insolente? ¿::Porque me ves aqu&icute; postrado?
—No,
señor. Lo digo, porque la señá Frasquita no ha debido de mostrarse tan
inhumana como Us&icute;a cuenta, cuando ha ido a la Ciudad a buscarle un
médico....
—¡
Dios santo! ¿::Estás seguro de que ha ido a la Ciudad?—exclamó D. Eugenio más
aterrado que nunca.
—A
lo menos, eso me ha dicho ella....
—¡
Corre, corre, Garduña!—¡ Ah! ¡ estoy perdido sin remedio!—¿::Sabes a qué va la
señá Frasquita a la Ciudad? ¡ A contárselo todo a mi mujer!... ¡ A decirle
que estoy aqu&icute;!—¡ Oh, Dios m&icute;o, Dios m&icute;o!
¿::Cómo hab&icute;a yo de figurarme esto? ¡ Yo cre&icute; que se
habr&icute;a ido al Lugar en busca de su marido; y, como lo tengo
all&icute; a buen recaudo, nada me importaba su viaje! Pero ¡ irse a la
Ciudad!...—¡ Garduña, corre, corre..., tú que eres andar&icute;n, y evita
mi perdición! ¡ Evita que la terrible Molinera entre en mi casa!
—¿::Y
no me ahorcará Us&icute;a si lo consigo?—preguntó irónicamente el
Alguacil.
—¡
Al contrario! Te regalaré unos zapatos en buen uso, que me están grandes. ¡
Te regalaré todo lo que quieras!
—Pues
voy volando. Duérmase Us&icute;a tranquilo. Dentro de media hora estoy
aqu&icute; de vuelta, después de dejar en la cárcel a la navarra.—¡ Para
algo soy más ligero que una borrica!
Dijo
Garduña, y desapareció por la escalera abajo.
Se
cae de su peso que, durante aquella ausencia del Alguacil, fue cuando el
Molinero estuvo en el molino y vio visiones por el ojo de la llave.
Dejemos,
pues, al Corregidor sudando en el lecho ajeno, y a Garduña corriendo hacia la
Ciudad (adonde tan pronto hab&icute;a de seguirle el t&icute;o Lucas
con sombrero de tres picos y capa de grana), y, convertidos también nosotros
en andarines, volemos con dirección al Lugar, en seguimiento de la valerosa
señá Frasquita.
@§
XXIII
OTRA VEZ EL DESIERTO Y LAS
CONSABIDAS VOCES
La
única aventura que le ocurrió a la navarra en su viaje desde el molino al
pueblo, fue asustarse un poco al notar que alguien echaba yescas en medio de
un sembrado.
—¿::Si
será un esbirro del Corregidor? ¿::Si irá a detenerme?—pensó la Molinera.
En
esto se oyó un rebuzno hacia aquel mismo lado.
—¡
Burros en el campo a estas horas! (siguió pensando la señá Frasquita.)—Pues
lo que es por aqu&icute; no hay ninguna huerta ni cortijo....—¡ Vive Dios
que los duendes se están despachando esta noche a su gusto! Porque la borrica
de mi marido no puede ser....—¿::Qué har&icute;a mi Lucas, a media noche,
parado fuera de camino?
—¡
Nada! ¡ nada! ¡ Indudablemente es un esp&icute;a!
La
burra que montaba la señá Frasquita creyó oportuno rebuznar también en aquel
instante.
—¡
Calla, demonio!—le dijo la navarra, clavándole un alfiler de a ochavo en
mitad de la cruz.
Y,
temiendo algún encuentro que no le conviniese, sacó también su bestia fuera
del camino y la hizo trotar por otros sembrados.
Sin
más accidente, llegó a las puertas del Lugar, a tiempo que ser&icute;an
las once de la noche.
@§
XXIV
UN REY DE ENTONCES
Hallábase
ya durmiendo la mona el señor Alcalde, vuelta la espalda a la espalda de su
mujer (y formando as&icute; con ésta la figura de águila austriaca de
dos cabezas que dice nuestro inmortal Quevedo), cuando Toñuelo llamó a la
puerta de la cámara nupcial, y avisó al Sr. Juan López que la señá Frasquita,
la del molino, quer&icute;a hablarle.
No
tenemos para qué referir todos los gruñidos y juramentos inherentes al acto
de despertar y vestirse el Alcalde de monterilla, y nos trasladamos desde
luego al instante en que la Molinera lo vio llegar, desperezándose como un
gimnasta que ejercita la musculatura, y exclamando en medio de un bostezo
interminable:
—¡
Téngalas V. muy buenas, señá Frasquita!—¿::Qué le trae a V. por
aqu&icute;? ¿::No le dijo a V. Toñuelo que se quedase en el molino?
¿::As&icute; desobedece V. a la Autoridad?
—¡
Necesito ver a mi Lucas! (respondió la navarra). ¡ Necesito verlo al
instante!—¡ Que le digan que está aqu&icute; su mujer!
—¡
Necesito! ¡ necesito!—Señora, ¡ a V. se le olvida que está hablando con el
Rey!...
—¡
Déjeme V. a m&icute; de reyes, Sr. Juan, que no estoy para bromas! ¡
Demasiado sabe V. lo que me sucede!
¡
Demasiado sabe para qué ha preso a mi marido!
—Yo
no sé nada, señá Frasquita.... Y en cuanto a su marido de V., no está preso,
sino durmiendo tranquilamente en esta su casa, y tratado como yo trato a las
personas.—¡ A ver, Toñuelo! ¡ Toñuelo! Anda al pajar, y dile al t&icute;o
Lucas que se despierte y venga corriendo....—Conque vamos... ¡ cuénteme V. lo
que pasa!... ¿::Ha tenido V. miedo de dormir sola?
—¡
No sea V. desvergonzado, señor Juan! ¡ Demasiado sabe V. que a m&icute;
no me gustan sus bromas ni sus veras! Lo que me pasa es una cosa muy
sencilla: que V. y el señor Corregidor han querido perderme; ¡ pero que se
han llevado un solemne chasco! ¡ Yo estoy aqu&icute; sin tener de qué
abochornarme, y el señor Corregidor se queda en el molino muriéndose!...
—¡
Muriéndose el Corregidor! (exclamó su subordinado). Señora, ¿::sabe V. lo que
se dice?
—¡
Lo que V. oye! Se ha ca&icute;do en el caz, y casi se ha ahogado, o ha
cogido una pulmon&icute;a, o yo no sé... ¡ Eso es cuenta de la
Corregidora! Yo vengo a buscar a mi marido, sin perjuicio de salir mañana
mismo para Madrid, donde le contaré al Rey....
—¡
Demonio, demonio! (murmuró el Sr. Juan López).—¡ A ver, Manuela!... ¡
muchacha!... Anda y aparéjame la mulilla....—Señá Frasquita al molino voy....
¡ Desgraciada de V. si le ha hecho algún daño al señor Corregidor!
—¡
Señor Alcalde, señor Alcalde! (exclamó en esto Toñuelo, entrando más muerto
que vivo). El t&icute;o Lucas no está en el pajar. Su burra no se halla
tampoco en los pesebres, y la puerta del corral esta abierta.... ¡ De modo
que el pájaro se ha escapado!
—¿::Qué
estás diciendo?—gritó el señor Juan López.
—¡
Virgen del Carmen! ¿::Qué va a pasar en mi casa? (exclamó la señá Frasquita).
¡ Corramos, señor Alcalde; no perdamos tiempo!... Mi marido va a matar al
Corregidor al encontrarlo all&icute; a estas horas....
—¿::Luego
V. cree que el t&icute;o Lucas está en el molino?
—¿::Pues
no lo he de creer?—Digo más... cuando yo ven&icute;a me he cruzado con él
sin conocerlo. ¡ él era sin duda uno que echaba yescas en medio de un
sembrado!—¡ Dios m&icute;o! ¡ Cuando piensa una que los animales tienen
más entendimiento que las personas!—Porque ha de saber V., señor Juan, que
indudablemente nuestras dos burras se reconocieron y se saludaron, mientras
que mi Lucas y yo ni nos saludamos ni nos reconocimos.... ¡ Antes bien huimos
el uno del otro, tomándonos mutuamente por esp&icute;as!...
—¡
Bueno está su Lucas de V.! (replicó el Alcalde).—En fin, vamos andando, y ya
veremos lo que hay que hacer con todos Vds. ¡ Conmigo no se juega! ¡ Yo soy
el Rey!... Pero no un rey como el que ahora tenemos en Madrid, o sea en el
Pardo, sino como aquel que hubo en Sevilla, a quien llamaban D. Pedro el
Cruel.—¡ A ver, Manuela! ¡ Tráeme el bastón, y dile a tu ama que me marcho!
Obedeció
la sirvienta (que era por cierto más buena moza de lo que conven&icute;a
a la Alcaldesa y a la moral), y, como la mulilla del Sr. Juan López estuviese
ya aparejada, la señá Frasquita y él salieron para el molino, seguidos del
indispensable Toñuelo.
@§
XXV
LA ESTRELLA DE GARDUñA
Precedámosles
nosotros, supuesto que tenemos carta blanca para andar más de prisa que
nadie.
Garduña
se hallaba ya de vuelta en el molino, después de haber buscado a la señá
Frasquita por todas las calles de la Ciudad.
El
astuto Alguacil hab&icute;a tocado de camino en el Corregimiento, donde
lo encontró todo muy sosegado. Las puertas segu&icute;an abiertas como en
medio del d&icute;a, según es costumbre cuando la Autoridad está en la
calle ejerciendo sus sagradas funciones. Dormitaban en la meseta de la
escalera y en el recibimiento otros alguaciles y ministros, esperando
descansadamente a su amo; mas, cuando sintieron llegar a Garduña,
desperezáronse dos o tres de ellos, y le preguntaron al que era su decano y
jefe inmediato:
—¿::Viene
ya el señor?
—¡
Ni por asomo!—Estaos quietos.—Vengo a saber si ha habido novedad en la
casa....
—Ninguna.
—¿::Y
la Señora?
—Recogida
en sus aposentos.
—¿::No
ha entrado una mujer por estas puertas hace poco?
—Nadie
ha parecido por aqu&icute; en toda la noche....
—Pues
no dejéis entrar a persona alguna, sea quien sea y diga lo que diga. ¡ Al
contrario! Echadle mano al mismo lucero del alba que venga a preguntar por el
Señor o por la Señora, y llevadlo a la cárcel.
—¿::Parece
que esta noche se anda a caza de pájaros de cuenta?—preguntó uno de los
esbirros.
—¡
Caza mayor!—añadió otro.
—¡
Mayúscula! (respondió Garduña solemnemente.) ¡ Figuraos si la cosa será
delicada, cuando el señor Corregidor y yo hacemos la batida por nosotros
mismos!...—Conque... hasta luego, buenas piezas, y ¡ mucho ojo!
—Vaya
V. con Dios, señor Bastián,—repusieron todos, saludando a Garduña.
—¡
Mi estrella se eclipsa! (murmuró éste al salir del Corregimiento.) ¡ Hasta
las mujeres me engañan! La Molinera se encaminó al Lugar en busca de su
esposo, en vez de venirse a la Ciudad...—¡ Pobre Garduña! ¿::Qué se ha hecho
de tu olfato?
Y,
discurriendo de este modo, tomó la vuelta del molino.
Razón
ten&icute;a el Alguacil para echar de menos su antiguo olfato, pues que
no venteó a un hombre que se escond&icute;a en aquel momento detrás de
unos mimbres, a poca distancia de la ramblilla, y el cual exclamó para su
capote, o más bien para su capa de grana:
—¡
Guarda, Pablo! ¡ Por all&icute; viene Garduña!... Es menester que no me
vea....
Era
el t&icute;o Lucas, vestido de Corregidor, que se dirig&icute;a
a
la Ciudad, repitiendo de vez en cuando su diabólica frase:
—¡
También la Corregidora es guapa!
Pasó
Garduña sin verlo, y el falso Corregidor dejó su escondite y penetró en la
población...
Poco
después llegaba el Alguacil al molino, según dejamos indicado.
@§
XXVI
REACCIóN
El
Corregidor segu&icute;a en la cama, tal y como acababa de verlo el
t&icute;o Lucas por el ojo de la llave.
—¡
Qué bien sudo, Garduña! ¡ Me he salvado de una enfermedad! (exclamó tan luego
como penetró el Alguacil en la estancia).—¿::Y la señá Frasquita? ¿::Has dado
con ella? ¿::Viene contigo? ¿::Ha hablado con la Señora?
—La
Molinera, señor (respondió Garduña con angustiado acento), me engañó como a
un pobre hombre; pues no se fue a la Ciudad, sino al pueblecillo..., en busca
de su esposo.—Perdone Us&icute;a la torpeza...
—¡
Mejor! ¡ mejor! (dijo el madrileño, con los ojos chispeantes de maldad). ¡
Todo se ha salvado entonces! Antes de que amanezca estarán caminando para las
cárceles de la Inquisición, atados codo con codo, el t&icute;o Lucas y la
señá Frasquita, y all&icute; se pudrirán sin tener a quien contarle sus
aventuras de esta noche.—Tráeme la ropa, Garduña, que ya estará seca... ¡
Tráemela, y v&icute;steme! ¡ El amante se va a convertir en Corregidor!...
Garduña
bajó a la cocina por la ropa.
. . . . . . . . . . .
@§
XXVII
¡ FAVOR AL REY!
Entretanto,
la señá Frasquita, el Sr. Juan López y Toñuelo avanzaban hacia el molino, al
cual llegaron pocos minutos después.
—¡
Yo entraré delante! (exclamó el Alcalde de monterilla). ¡ Para algo soy la
Autoridad!—S&icute;gueme, Toñuelo, y V., sená Frasquita, espérese a la
puerta hasta que yo la llame.
Penetró,
pues, el Sr. Juan López bajo la parra, donde vio a la luz de la luna un
hombre casi jorobado, vestido como sol&icute;a el Molinero, con
chupet&icute;n y calzón de paño pardo, faja negra, medias azules, montera
murciana de felpa, y el capote de monte al hombro.
—¡
él es! (gritó el Alcalde). ¡ Favor al Rey!—¡ Entréguese V., t&icute;o
Lucas!
El
hombre de la montera intentó meterse en el molino.
—¡
Date!—gritó a su vez Toñuelo, saltando sobre él, cogiéndolo por el pescuezo,
aplicándole una rodilla al espinazo y haciéndole rodar por tierra.
Al
mismo tiempo, otra especie de fiera saltó sobre Toñuelo, y, agarrándolo de la
cintura, lo tiró sobre el empedrado y principió a darle de bofetones.
Era
la señá Frasquita, que exclamaba:
—¡
Tunante! ¡ Deja a mi Lucas!
Pero,
en esto, otra persona, que hab&icute;a aparecido llevando del diestro una
borrica, metiose resueltamente entre los dos, y trató de salvar a Toñuelo...
Era
Garduña, que, tomando al Alguacil del Lugar por D. Eugenio de Zúñiga, le
dec&icute;a a la Molinera:
—¡
Señora, respete V. a mi amo!
Y
la derribó de espaldas sobre el lugareño.
La
seña Frasquita, viéndose entre dos fuegos, descargó entonces a Garduña tal
revés en medio del estómago, que le hizo caer de boca tan largo como era.
Y,
con él, ya eran cuatro las personas que rodaban por el suelo.
El
Sr. Juan López imped&icute;a entretanto levantarse al supuesto
t&icute;o Lucas, teniéndole plantado un pie sobre los riñones.
—¡
Garduña! ¡ Socorro! ¡ Favor al Rey! ¡ Yo soy el Corregidor!—gritó al fin Don
Eugenio, sintiendo que la pezuña del Alcalde, calzada con albarca de piel de
toro, lo reventaba materialmente.
—¡
El Corregidor! ¡ Pues es verdad!—dijo el Sr. Juan López, lleno de asombro...
—¡
El Corregidor!—repitieron todos.
Y
pronto estuvieron de pie los cuatro derribados.
—¡
Todo el mundo a la cárcel! (exclamó D. Eugenio de Zúñiga). ¡ Todo el mundo a
la horca!
—Pero,
señor... (observó el Sr. Juan López, poniéndose de rodillas).—¡ Perdone
Us&icute;a que lo haya maltratado! ¿::Cómo hab&icute;a de conocer a
Us&icute;a con esa ropa tan ordinaria?
—¡
Bárbaro! (replicó el Corregidor): ¡ alguna hab&icute;a de ponerme! ¿::No
sabes que me han robado la m&icute;a? ¿::No sabes que una
compañ&icute;a de ladrones, mandada por el t&icute;o Lucas...
—¡
Miente V.!—gritó la navarra.
—Escúcheme
V., señá Frasquita (le dijo Garduña, llamándola aparte).—Con permiso del
señor Corregidor y la compaña...—¡ Si V. no arregla esto, nos van a ahorcar a
todos, empezando por el t&icute;o Lucas!...
—Pues
¿::qué ocurre?—preguntó la señá Frasquita.
—Que
el t&icute;o Lucas anda a estas horas por la Ciudad vestido de
Corregidor..., y que Dios sabe si habrá llegado con su disfraz hasta el
propio dormitorio de la Corregidora.
Y
el Alguacil le refirió en cuatro palabras todo lo que ya sabemos.
—¡
Jesús! (exclamó la Molinera). ¡ Conque mi marido me cree deshonrada! ¡ Conque
ha ido a la Ciudad a vengarse!—¡ Vamos, vamos a la Ciudad, y justificadme a
los ojos de mi Lucas!
—¡
Vamos a la Ciudad, e impidamos que ese hombre hable con mi mujer y le cuente
todas las majader&icute;as que se haya figurado! (dijo el Corregidor,
arrimándose a una de las burras).—Deme V. un pie para montar, señor Alcalde.
—Vamos
a la Ciudad, s&icute;... (añadió Garduña); ¡ y quiera el cielo, señor
Corregidor, que el t&icute;o Lucas, amparado por su vestimenta, se haya
contentado con hablarle a la Señora!
—¿::Qué
dices, desgraciado? (prorrumpió D. Eugenio de Zúñiga). ¿::Crees tú a ese
villano capaz?...
—¡
De todo!—contestó la señá Frasquita.
@§
XXVIII
¡ AVE MAR&icute;A
PUR&icute;SIMA! ¡ LAS DOCE Y MEDIA Y SERENO!
As&icute;
gritaba por las calles de la Ciudad quien ten&icute;a facultades para
tanto, cuando la Molinera y el Corregidor, cada cual en una de las burras del
molino, el Sr. Juan López en su mula, y los dos alguaciles andando, llegaron
a la puerta del Corregimiento.
La
puerta estaba cerrada.
Dijérase
que para el Gobierno, lo mismo que para los gobernados, hab&icute;a
concluido todo por aquel d&icute;a.
—¡
Malo!—pensó Garduña.
Y
llamó con el aldabón dos o tres veces.
Pasó
mucho tiempo, y ni abrieron, ni contestaron.
La
señá Frasquita estaba más amarilla que la cera.
El
Corregidor se hab&icute;a comido ya todas las uñas de ambas manos.
Nadie
dec&icute;a una palabra.
¡
Pum!... ¡ Pum!... ¡ Pum!...—golpes y más golpes a la puerta del Corregimiento
(aplicados sucesivamente por los dos alguaciles y por el Sr. Juan López)...—Y
¡ nada! ¡ No respond&icute;a nadie! ¡ No abr&icute;an! ¡ No se
mov&icute;a una mosca!
Sólo
se o&icute;a el claro rumor de los caños de una fuente que
hab&icute;a en el patio de la casa.
Y
de esta manera transcurr&icute;an minutos, largos como eternidades.
Al
fin, cerca de la una, abriose un ventanillo del piso segundo, y dijo una voz
femenina:
—¿::Quién?
—Es
la voz del ama de leche...—murmuró Garduña.
—¡
Yo! (respondió D. Eugenio de Zúñiga).—¡ Abrid!
Pasó
un instante de silencio.
—¿::Y
quién es V.?—replicó luego la nodriza.
—¿::Pues
no me está V. oyendo?—¡ Soy el amo!... ¡ el Corregidor!...
Hubo
otra pausa.
—¡
Vaya V. mucho con Dios! (repuso la buena mujer).—Mi amo vino hace una hora, y
se acostó en seguida.—¡ Acuéstense Vds. también, y duerman el vino que
tendrán en el cuerpo!
Y
la ventana se cerró de golpe.
La
señá Frasquita se cubrió el rostro con las manos.
—¡
Ama! (tronó el Corregidor, fuera de s&icute;). ¿::No oye V. que le digo
que abra la puerta? ¿::No oye V. que soy yo? ¿::Quiere V. que la ahorque
también?
La
ventana volvió a abrirse.
—Pero
vamos a ver... (expuso el ama). ¿::Quién es V. para dar esos gritos?
—¡
Soy el Corregidor!
—¡
Dale, bola! ¿::No le digo a V. que el señor Corregidor vino antes de las
doce..., y que yo lo vi con mis propios ojos encerrarse en las habitaciones
de la Señora? ¿::Se quiere V. divertir conmigo?—¡ Pues espere V..., y verá lo
que le pasa!
Al
mismo tiempo se abrió repentinamente la puerta, y una nube de criados y
ministriles, provistos de sendos garrotes, se lanzó sobre los de afuera,
exclamando furiosamente:
—¡
A ver! ¿::Dónde está ese que dice que es el Corregidor? ¿::Dónde está ese
chusco? ¿::Dónde está ese borracho?
Y
se armó un l&icute;o de todos los demonios en medio de la obscuridad, sin
que nadie pudiera entenderse, y no dejando de recibir algunos palos el
Corregidor, Garduña, el Sr. Juan López y Toñuelo.
Era
la segunda paliza que le costaba a D. Eugenio su aventura de aquella noche,
además del remojón que se dio en el caz del molino.
La
señá Frasquita, apartada de aquel laberinto, lloraba por la primera vez de su
vida...
—¡
Lucas! ¡ Lucas! (dec&icute;a). ¡ Y has podido dudar de m&icute;! ¡ Y
has podido estrechar en tus brazos a otra!
—¡
Ah! ¡ Nuestra desventura no tiene ya remedio!
@§
XXIX
POST NUBILA... DIANA
—¿::Qué
escándalo es este?—dijo al fin una voz tranquila, majestuosa y de gracioso
timbre, resonando encima de aquella baraúnda.
Todos
levantaron la cabeza, y vieron a una mujer vestida de negro, asomada al
balcón principal del edificio.
—¡ La
Señora!—dijeron los criados, suspendiendo la retreta de palos.
—¡ Mi
mujer!—tartamudeó D. Eugenio.
—Que pasen
esos rústicos...—El señor Corregidor dice que lo permite...—agregó la
Corregidora.
Los criados
cedieron el paso, y el de Zúñiga y sus acompañantes penetraron en el portal y
tomaron por la escalera arriba.
Ningún reo ha
subido al pat&icute;bulo con paso tan inseguro y semblante tan demudado
como el Corregidor sub&icute;a las escaleras de su casa.—Sin embargo, la
idea de su deshonra principiaba ya a descollar, con noble ego&icute;smo,
por encima de todos los infortunios que hab&icute;a causado y que lo
aflig&icute;an y sobre las demás ridiculeces de la situación en que se
hallaba...
—¡ Antes que
todo (iba pensando), soy un Zúñiga y un Ponce de León!... ¡ Ay de aquellos
que lo hayan echado en olvido! ¡ Ay de mi mujer, si ha mancillado mi nombre!
@§
XXX
UNA SEñORA DE CLASE
La Corregidora
recibió a su esposo y a la rústica comitiva en el salón principal del
Corregimiento.
Estaba sola,
de pie, y con los ojos clavados en la puerta.
érase una
principal&icute;sima dama, bastante joven todav&icute;a, de plácida y
severa hermosura, más propia del pincel cristiano que del cincel
gent&icute;lico, y estaba vestida con toda la nobleza y seriedad que
consent&icute;a el gusto de la época. Su traje, de corta y estrecha falda
y mangas huecas y subidas, era de alep&icute;n negro: una pañoleta de
blonda blanca, algo amarillenta, velaba sus admirables hombros, y
largu&icute;simos maniquetes o mitones de tul negro cubr&icute;an la
mayor parte de sus alabastrinos brazos. Abanicábase majestuosamente con un
pericón enorme, tra&icute;do de las islas Filipinas, y empuñaba con la
otra mano un pañuelo de encaje, cuyos cuatro picos colgaban simétricamente con
una regularidad sólo comparable a la de su actitud y menores movimientos.
Aquella
hermosa mujer ten&icute;a algo de reina y mucho de abadesa, e
infund&icute;a por ende veneración y miedo a cuantos la miraban. Por lo
demás, el atildamiento de su traje a semejante hora, la gravedad de su
continente y las muchas luces que alumbraban el salón, demostraban que la
Corregidora se hab&icute;a esmerado en dar a aquella escena una
solemnidad teatral y un tinte ceremonioso que contrastasen con el carácter
villano y grosero de la aventura de su marido.
Advertiremos,
finalmente, que aquella señora se llamaba Doña Mercedes Carrillo de Albornoz
y Espinosa de los Monteros, y que era hija, nieta, biznieta, tataranieta y
hasta vigésima nieta de la Ciudad, como descendiente de sus ilustres
conquistadores.—Su familia, por razones de vanidad mundana, la
hab&icute;a inducido a casarse con el viejo y acaudalado Corregidor, y
ella, que de otro modo hubiera sido monja, pues su vocación natural la iba
llevando al claustro, consintió en aquel doloroso sacrificio.
A la sazón
ten&icute;a ya dos vástagos del arriscado madrileño, y aún se susurraba
que hab&icute;a otra vez moros en la costa...
Conque
volvamos a nuestro cuento.
XXXI
LA PENA DEL TALIóN
¡ Mercedes!
(exclamó el Corregidor al comparecer delante de su esposa). Necesito saber
inmediatamente....
—¡ Hola,
t&icute;o Lucas! ¿::V. por aqu&icute;? (dijo la Corregidora,
interrumpiéndole).—¿::Ocurre alguna desgracia en el molino?
—¡ Señora! ¡
no estoy para chanzas! (repuso el Corregidor hecho una fiera).—Antes de
entrar en explicaciones por mi parte, necesito saber qué ha sido de mi
honor....
—¡ Esa no es
cuenta m&icute;a! ¿::Acaso me lo ha dejado V. a m&icute; en depósito?
—S&icute;,
Señora.... ¡ A V.! (replicó D. Eugenio).—¡ Las mujeres son depositarias del
honor de sus maridos!
—Pues
entonces, mi querido t&icute;o Lucas, pregúntele V. a su
mujer....—Precisamente nos está escuchando.
La señá
Frasquita, que se hab&icute;a quedado a la puerta del salón, lanzó una
especie de rugido.
—Pase V.,
señora, y siéntese...—añadió la Corregidora, dirigiéndose a la Molinera con
dignidad soberana.
Y, por su
parte, encaminose al sofá.
La generosa
navarra supo comprender desde luego toda la grandeza de la actitud de aquella
esposa injuriada..., e injuriada acaso doblemente.... As&icute; es que,
alzándose en el acto a igual altura, dominó sus naturales &icute;mpetus,
y guardó un silencio decoroso.—Esto sin contar con que la señá Frasquita,
segura de su inocencia y de su fuerza, no ten&icute;a prisa de defenderse.—Ten&icute;ala,
s&icute;, de acusar; y mucha...; pero no ciertamente a la Corregidora.—¡
Con quien ella deseaba ajustar cuentas era con el t&icute;o Lucas..., y
el t&icute;o Lucas no estaba all&icute;!
—Señá
Frasquita... (repitió la noble dama, al ver que la Molinera no se
hab&icute;a movido de su sitio):—le he dicho a V. que puede pasar y
sentarse.
Esta segunda
indicación fue hecha con voz más afectuosa y sentida que la
primera....—Dijérase que la Corregidora hab&icute;a adivinado también por
instinto, al fijarse en el reposado continente y en la varonil hermosura de
aquella mujer, que no iba a habérselas con un ser bajo y despreciable, sino
quizá más bien con otra infortunada como ella;—¡ infortunada, s&icute;,
por el solo hecho de haber conocido al Corregidor!
Cruzaron,
pues, sendas miradas de paz y de indulgencia aquellas dos mujeres que se
consideraban dos veces rivales, y notaron con gran sorpresa que sus almas se
aplacieron la una en la otra, como dos hermanos que se reconocen.
No de otro
modo se divisan y saludan a lo lejos las castas nieves de las encumbradas
montañas.
Saboreando
estas dulces emociones, la Molinera entró majestuosamente en el salón, y se
sentó en el filo de una silla.
A su paso por
el molino, previendo que en la Ciudad tendr&icute;a que hacer visitas de
importancia, se hab&icute;a arreglado un poco y puéstose una mantilla de
franela negra, con grandes felpones, que le sentaba
divinamente.—Parec&icute;a toda una señora.
Por lo que
toca al Corregidor, dicho se está que hab&icute;a guardado silencio
durante aquel episodio.—El rugido de la señá Frasquita y su aparición en la
escena no hab&icute;an podido menos de sobresaltarlo.—¡ Aquella mujer le
causaba ya más terror que la suya propia!
—Conque vamos,
t&icute;o Lucas... (prosiguió Doña Mercedes, dirigiéndose a su marido).
Ah&icute; tiene V. a la señá Frasquita.... ¡ Puede V. volver a formular
su demanda! ¡ Puede V. preguntarle aquello de su honra!
—Mercedes, ¡
por los clavos de Cristo! (gritó el Corregidor). ¡ Mira que tú no sabes de lo
que soy capaz! ¡ Nuevamente te conjuro a que dejes la broma y me digas todo
lo que ha pasado aqu&icute; durante mi ausencia!—¿::Dónde está ese hombre?
—¿::Quién? ¿::Mi
marido?... Mi marido se está levantando, y ya no puede tardar en venir.
—¡
Levantándose!—bramó D. Eugenio.
—¿::Se asombra
V.? ¿::Pues dónde quer&icute;a V. que estuviese a estas horas un hombre de
bien, sino en su casa, en su cama, y durmiendo con su leg&icute;tima
consorte, como manda Dios?
—¡ Merceditas!
¡ Ve lo que te dices! ¡ Repara en que nos están oyendo! ¡ Repara en que soy
el Corregidor!...
—¡ A
m&icute; no me dé V. voces, t&icute;o Lucas, o mandaré a los
alguaciles que lo lleven a la cárcel!—replicó la Corregidora, poniéndose de
pie.
—¡ Yo a la
cárcel! ¡ Yo! ¡ El Corregidor de la Ciudad!
—El Corregidor
de la Ciudad, el representante de la Justicia, el apoderado del Rey (repuso
la gran señora con una severidad y una energ&icute;a que ahogaron la voz
del fingido Molinero), llegó a su casa a la hora debida, a descansar de las
nobles tareas de su oficio, para seguir mañana amparando la honra y la vida
de los ciudadanos, la santidad del hogar y el recato de las mujeres,
impidiendo de este modo que nadie pueda entrar, disfrazado de Corregidor ni
de ninguna otra cosa, en la alcoba de la mujer ajena; que nadie pueda
sorprender a la virtud en su descuidado reposo; que nadie pueda abusar de su
casto sueño....
—¡ Merceditas!
¿::Qué es lo que profieres? (silbó el Corregidor con labios y
enc&icute;as). ¡ Si es verdad que ha pasado eso en mi casa, diré que eres
una p&icute;cara, una pérfida, una licenciosa!
—¿::Con quién
habla este hombre? (prorrumpió la Corregidora desdeñosamente, y paseando la
vista por todos los circunstantes). ¿::Quién es este loco? ¿::Quién es este
ebrio?... ¡ Ni siquiera puedo ya creer que sea un honrado molinero como el
t&icute;o Lucas, a pesar de que viste su traje de villano!—Sr. Juan
López, créame V. (continuó, encarándose con el Alcalde de monterilla, que
estaba aterrado): mi marido, el Corregidor de la Ciudad, llegó a esta su casa
hace dos horas, con su sombrero de tres picos, su capa de grana, su
espad&icute;n de caballero y su bastón de autoridad.... Los criados y
alguaciles que me escuchan se levantaron, y lo saludaron al verlo pasar por
el portal, por la escalera, y por el recibimiento. Cerráronse en seguida
todas las puertas, y desde entonces no ha penetrado nadie en mi hogar hasta
que llegaron Vds.—¿::Es esto cierto?—Responded vosotros....
—¡ Es verdad!
¡ Es muy verdad!—contestaron la nodriza, los domésticos y los ministriles;
todos los cuales, agrupados a la puerta del salón, presenciaban aquella
singular escena.
—¡ Fuera de
aqu&icute; todo el mundo! (gritó D. Eugenio, echando espumarajos de
rabia).—¡ Garduña! ¡ Garduña! ¡ Ven y prende a estos viles que me están
faltando al respeto! ¡ Todos a la cárcel! ¡ Todos a la horca!
Garduña no
parec&icute;a por ningún lado.
—Además,
señor... (continuó Doña Mercedes, cambiando de tono y dignándose ya mirar a
su marido y tratarle como a tal, temerosa de que las chanzas llegaran a
irremediables extremos). Supongamos que V. es mi esposo.... Supongamos que V.
es D. Eugenio de Zúñiga y Ponce de León....
—¡ Lo soy!
—Supongamos,
además, que me cupiese alguna culpa en haber tomado por V. al hombre que
penetró en mi alcoba vestido de Corregidor....
—¡
Infames!—gritó el viejo, echando mano a la espada, y encontrándose sólo con
el sitio o sea con la faja de molinero murciano.
La navarra se
tapó el rostro con un lado de la mantilla para ocultar las llamaradas de sus
celos.
—Supongamos
todo lo que V. quiera... (continuó Doña Mercedes con una impasibilidad
inexplicable). Pero d&icute;game V. ahora, señor m&icute;o:
¿::Tendr&icute;a derecho a quejarse? ¿::Podr&icute;a V. acusarme como
fiscal? ¿::Podr&icute;a V. sentenciarme como juez? ¿::Viene V. acaso del
sermón? ¿::Viene V. de confesar? ¿::Viene V. de o&icute;r misa? ¿::O de
dónde viene V. con ese traje? ¿::De dónde viene V. con esa señora? ¿::Dónde ha
pasado V. la mitad de la noche?
—Con
permiso...—exclamó la señá Frasquita, poniéndose de pie como empujada por un
resorte, y atravesándose arrogantemente entre la Corregidora y su marido.
éste, que iba
a hablar, se quedó con la boca abierta al ver que la navarra entraba en
fuego.
Pero Doña
Mercedes se anticipó, y dijo:
—Señora, no se
fatigue V. en darme a m&icute; explicaciones... ¡ Yo no se las pido a V.,
ni mucho menos!—All&icute; viene quien puede ped&icute;rselas a justo
t&icute;tulo... ¡ Entiéndase V. con él!
Al mismo
tiempo se abrió la puerta de un gabinete, y apareció en ella el t&icute;o
Lucas, vestido de Corregidor de pies a cabeza, y con bastón, guantes y
espad&icute;n, como si se presentase en las Salas de Cabildo.
@§
XXXII
LA FE MUEVE LAS MONTAñAS
Tengan Vds.
muy buenas noches,—pronunció el recién llegado, quitándose el sombrero de
tres picos, y hablando con la boca sumida, como sol&icute;a D. Eugenio de
Zúñiga.
En seguida se
adelantó por el salón, balanceándose en todos sentidos, y fue a besar la mano
de la Corregidora.
Todos se
quedaron estupefactos.—El parecido del t&icute;o Lucas con el verdadero
Corregidor era maravilloso.
As&icute;
es que la servidumbre, y hasta el mismo Sr. Juan López, no pudieron contener
una carcajada.
D. Eugenio
sintió aquel nuevo agravio, y se lanzó sobre el t&icute;o Lucas como un basilisco.
Pero la señá
Frasquita metió el montante, apartando al Corregidor con el brazo de marras,
y Su Señor&icute;a, en evitación de otra voltereta y del consiguiente
ludibrio, se dejó atropellar sin decir oxte ni moxte.—Estaba visto que
aquella mujer hab&icute;a nacido para domadora del pobre viejo.
El
t&icute;o Lucas se puso más pálido que la muerte al ver que su mujer se
le acercaba; pero luego se dominó, y, con una risa tan horrible que tuvo que
llevarse la mano al corazón para que no se le hiciese pedazos, dijo,
remedando siempre al Corregidor:
—¡ Dios te
guarde, Frasquita! ¿::Le has enviado ya a tu sobrino el nombramiento?
¡ Hubo que ver
entonces a la navarra!—Tirose la mantilla atrás, levantó la frente con
soberan&icute;a de leona, y, clavando en el falso Corregidor dos ojos
como dos puñales:
—¡ Te
desprecio, Lucas!—le dijo en mitad de la cara.
Todos creyeron
que le hab&icute;a escupido.
¡ Tal gesto,
tal ademán y tal tono de voz acentuaron aquella frase!
El rostro del
Molinero se transfiguró al o&icute;r la voz de su mujer. Una especie de
inspiración, semejante a la de la fe religiosa, hab&icute;a penetrado en
su alma, inundándola de luz y de alegr&icute;a... As&icute; es que,
olvidándose por un momento de cuanto hab&icute;a visto y cre&icute;do
ver en el molino, exclamó, con las lágrimas en los ojos y la sinceridad en
los labios:
—¿::Conque tú
eres mi Frasquita?
—¡ No!
(respondió la navarra fuera de s&icute;). ¡ Yo no soy ya tu Frasquita!—Yo
soy... ¡ Pregúntaselo a tus hazañas de esta noche, y ellas te dirán lo que
has hecho del corazón que tanto te quer&icute;a!...
Y se echó a
llorar, como una montaña de hielo que se hunde y principia a derretirse.
La Corregidora
se adelantó hacia ella sin poder contenerse, y la estrechó en sus brazos con
el mayor cariño.
La señá
Frasquita se puso entonces a besarla, sin saber tampoco lo que se
hac&icute;a, diciéndole entre sus sollozos, como una niña que busca
amparo en su madre:
—¡ Señora,
señora! ¡ Qué desgraciada soy!
—¡ No tanto
como V. se figura!—contestábale la Corregidora, llorando también
generosamente.
—¡ Yo
s&icute; que soy desgraciado!—gem&icute;a al mismo tiempo el
t&icute;o Lucas, andando a puñetazos con sus lágrimas, como avergonzado
de verterlas.
—Pues ¿::y yo?
(prorrumpió al fin Don Eugenio, sintiéndose ablandado por el contagioso lloro
de los demás, o esperando salvarse también por la v&icute;a húmeda;
quiero decir, por la v&icute;a del llanto).—¡ Ah, yo soy un
p&icute;caro! ¡ un monstruo! ¡ un calavera deshecho, que ha llevado su merecido!
Y rompió a
berrear tristemente, abrazado a la barriga del Sr. Juan López.
Y éste y los
criados lloraban de igual manera, y todo parec&icute;a concluido, y, sin
embargo, nadie se hab&icute;a explicado.
@§
XXXIII
PUES ¿::Y Tú?
El
t&icute;o Lucas fue el primero que salió a flote en aquel mar de
lágrimas.
Era que
empezaba a acordarse otra vez de lo que hab&icute;a visto por el ojo de
la llave.
—¡ Señores,
vamos a cuentas!... dijo de pronto.
—No hay
cuentas que valgan, t&icute;o Lucas... (exclamó la Corregidora).—¡ Su
mujer de V. es una bendita!
—Bien...,
s&icute;..; pero...
—¡ Nada de
pero!... Déjela V. hablar, y verá cómo se justifica.—Desde que la vi, me dio
el corazón que era una santa, a pesar de todo lo que V. me hab&icute;a
contado...
—¡ Bueno; que
hable!...—dijo el t&icute;o Lucas.
—¡ Yo no
hablo! (contestó la Molinera). ¡ El que tiene que hablar eres tú!... Porque
la verdad es que tú...
Y la señá
Frasquita no dijo más, por imped&icute;rselo el invencible respeto que le
inspiraba la Corregidora.
—Pues ¿::y tú?—respondió
el t&icute;o Lucas, perdiendo de nuevo toda fe.
—Ahora no se
trata de ella... (gritó el Corregidor, tornando también a sus celos). ¡ Se
trata de V. y de esta señora!—¡ Ah, Merceditas!... ¿::Quién hab&icute;a de
decirme que tú?...
—Pues ¿::y tú?—repuso
la Corregidora midiéndolo con la vista.
Y durante
algunos momentos, los dos matrimonios repitieron cien veces las mismas
frases:
—¿::Y tú?
—Pues ¿::y tú?
—¡ Vaya que
tú!
—¡ No que tú!
—Pero ¿::cómo
has podido tú?...
Etc., etc.,
etc.
La cosa
hubiera sido interminable, si la Corregidora, revistiéndose de dignidad, no
dijese por último a D. Eugenio:
—¡ Mira,
cállate tú ahora! Nuestra cuestión particular la ventilaremos más adelante.
Lo que urge en este momento es devolver la paz al corazón del t&icute;o
Lucas: cosa muy fácil, a mi juicio; pues all&icute; distingo al Sr. Juan
López y a Toñuelo, que están saltando por justificar a la señá Frasquita.
—¡ Yo no
necesito que me justifiquen los hombres! (respondió ésta).—Tengo dos testigos
de mayor crédito, a quienes no se dirá que he seducido ni sobornado...
—Y ¿::dónde
están?—preguntó el Molinero.
—Están abajo,
en la puerta...
—Pues diles
que suban, con permiso de esta señora.
—Las pobres no
podr&icute;an subir...
—¡ Ah! ¡ Son
dos mujeres!... ¡ Vaya un testimonio fidedigno!
—Tampoco son
dos mujeres. Sólo son dos hembras...
—¡ Peor que
peor! ¡ Serán dos niñas!... Hazme el favor de decirme sus nombres.
—La una se
llama Piñona y la otra Liviana.
—¡ Nuestras
dos burras!—Frasquita: ¿::te estás riendo de m&icute;?
—No: que estoy
hablando muy formal. Yo puedo probarte, con el testimonio de nuestras burras,
que no me hallaba en el molino cuando tú viste en él al señor Corregidor.
—¡ Por Dios te
pido que te expliques!...
—¡ Oye,
Lucas!..., y muérete de vergÜenza por haber dudado de mi honradez. Mientras
tú ibas esta noche desde el Lugar a nuestra casa, yo me dirig&icute;a
desde nuestra casa al Lugar, y, por consiguiente, nos cruzamos en el camino.
Pero tú marchabas fuera de él, o, por mejor decir, te hab&icute;as
detenido a echar unas yescas en medio de un sembrado...
—¡ Es verdad
que me detuve!...—Continúa.
—En esto
rebuznó tu borrica...
—¡
Justamente!—¡ Ah, qué feliz soy!... ¡ Habla, habla; que cada palabra tuya me
devuelve un año de vida!
—Y a aquel rebuzno
le contestó otro en el camino...
—¡ Oh!
s&icute;... s&icute;...—¡ Bendita seas! ¡ Me parece estarlo oyendo!
—Eran Liviana
y Piñona, que se hab&icute;an reconocido y se saludaban como buenas
amigas, mientras que nosotros dos ni nos saludamos ni nos reconocimos...
—¡ No me digas
más!... ¡ No me digas más!...
—Tan no nos
reconocimos (continuó la señá Frasquita), que los dos nos asustamos y salimos
huyendo en direcciones contrarias...—¡ Conque ya ves que yo no estaba en el
molino!—Si quieres saber ahora por qué encontraste al señor Corregidor en
nuestra cama, tienta esas ropas que llevas puestas, y que todav&icute;a
estarán húmedas, y te lo dirán mejor que yo.—¡ Su Señor&icute;a se cayó
en el caz del molino, y Garduña lo desnudó y lo acostó all&icute;!—Si
quieres saber por qué abr&icute; la puerta..., fue porque cre&icute;
que eras tú el que se ahogaba y me llamaba a gritos. Y, en fin, si quieres
saber lo del nombramiento...—Pero no tengo más que decir por la presente.
Cuando estemos solos, te enteraré de ese y otros particulares... que no debo
referir delante de esta señora.
—¡ Todo lo que
ha dicho la señá Frasquita es la pura verdad!—gritó el señor Juan López,
deseando congraciarse con Doña Mercedes, visto que ella imperaba en el
Corregimiento.
—¡ Todo! ¡
Todo!—añadió Toñuelo, siguiendo la corriente de su amo.
—¡ Hasta
ahora..., todo!—agregó el Corregidor, muy complacido de que las explicaciones
de la navarra no hubieran ido más lejos...
—¡ Conque eres
inocente! (exclamaba en tanto el t&icute;o Lucas, rindiéndose a la
evidencia).—¡ Frasquita m&icute;a, Frasquita de mi alma! ¡ Perdóname la
injusticia, y deja que te dé un abrazo!...
—Esa es harina
de otro costal... (contestó la Molinera, hurtando el cuerpo).—Antes de
abrazarte, necesito o&icute;r tus explicaciones...
—Yo las daré
por él y por m&icute;...—dijo Doña Mercedes.
—¡ Hace una
hora que las estoy esperando!—profirió el Corregidor, tratando de erguirse.
—Pero no las
daré (continuó la Corregidora, volviendo la espalda desdeñosamente a su marido)
hasta que estos señores hayan descambiado vestimentas...; y, aun entonces, se
las daré tan sólo a quien merezca o&icute;rlas.
—Vamos...
Vamos a descambiar... (d&icute;jole el murciano a D. Eugenio, alegrándose
mucho de no haberlo asesinado, pero mirándolo todav&icute;a con un odio
verdaderamente morisco).—¡ El traje de Vuestra Señor&icute;a me ahoga! ¡
He sido muy desgraciado mientras lo he tenido puesto!...
—¡ Porque no
lo entiendes! (respondiole el Corregidor). ¡ Yo estoy, en cambio, deseando
ponérmelo, para ahorcarte a ti y a medio mundo, si no me satisfacen las
exculpaciones de mi mujer!
La
Corregidora, que oyó esta palabras, tranquilizó a la reunión con una suave
sonrisa, propia de aquellos afanados ángeles cuyo ministerio es guardar a los
hombres.
@§
XXXIV
TAMBIéN LA CORREGIDORA ES GUAPA
Salido que
hubieron de la sala el Corregidor y el t&icute;o Lucas, sentose de nuevo
la Corregidora en el sofá; colocó a su lado a la señá Frasquita, y,
dirigiéndose a los domésticos y ministriles que obstru&icute;an la
puerta, les dijo con afable sencillez:
—¡ Vaya,
muchachos!... Contad ahora vosotros a esta excelente mujer todo lo malo que
sepáis de m&icute;.
Avanzó el
cuarto estado, y diez voces quisieron hablar a un mismo tiempo; pero el ama
de leche, como la persona que más alas ten&icute;a en la casa, impuso
silencio a los demás, y dijo de esta manera:
—Ha de saber
V., señá Frasquita, que estábamos yo y mi Señora esta noche al cuidado de los
niños, esperando a ver si ven&icute;a el amo y rezando el tercer Rosario
para hacer tiempo (pues la razón tra&icute;da por Garduña hab&icute;a
sido que andaba el señor Corregidor detrás de unos facinerosos muy terribles,
y no era cosa de acostarse hasta verlo entrar sin novedad), cuando sentimos
ruido de gente en la alcoba inmediata, que es donde mis señores tienen su
cama de matrimonio. Cogimos la luz, muertas de miedo, y fuimos a ver quién
andaba en la alcoba, cuando ¡ ay, Virgen del Carmen! al entrar, vimos que un
hombre, vestido como mi señor, pero que no era él (¡ como que era su marido
de V.!), trataba de esconderse debajo de la cama.—«¡ Ladrones!»
principiamos a gritar desaforadamente, y un momento después la habitación
estaba llena de gente, y los alguaciles sacaban arrastrando de su escondite
al fingido Corregidor.—Mi Señora, que, como todos, hab&icute;a reconocido
al t&icute;o Lucas, y que lo vio con aquel traje, temió que hubiese
matado al amo, y empezó a dar unos lamentos que part&icute;an las
piedras...—«¡ A la cárcel! ¡ A la cárcel!» dec&icute;amos entre
tanto los demás.—«¡ Ladrón! ¡ Asesino!» era la mejor palabra que
o&icute;a el t&icute;o Lucas; y as&icute; es que estaba como un
difunto, arrimado a la pared, sin decir esta boca es m&icute;a.—Pero,
viendo luego que se lo llevaban a la cárcel, dijo... lo que voy a repetir,
aunque verdaderamente mejor ser&icute;a para callado:—«Señora, yo no soy
ladrón ni asesino: el ladrón y el asesino... de mi honra está en mi casa,
acostado con mi mujer.»
—¡ Pobre
Lucas!—suspiró la señá Frasquita.
—¡ Pobre de
m&icute;!—murmuró la Corregidora tranquilamente.
—Eso dijimos
todos... «¡ Pobre t&icute;o Lucas y pobre Señora!»—Porque... la verdad,
señá Frasquita, ya ten&icute;amos idea de que mi señor hab&icute;a
puesto los ojos en V..., y, aunque nadie se figuraba que V....
—¡ Ama!
(exclamó severamente la Corregidora). ¡ No siga V. por ese camino!...
—Continuaré yo
por el otro... (dijo un alguacil, aprovechando aquella coyuntura para
apoderarse de la palabra).—El t&icute;o Lucas (que nos engañó de lo lindo
con su traje y su manera de andar cuando entró en la casa; tanto que todos lo
tomamos por el señor Corregidor), no hab&icute;a venido con muy buenas
intenciones que digamos, y si la Señora no hubiera estado levantada...,
figúrese V. lo que habr&icute;a sucedido...
—¡ Vamos! ¡
Cállate tú también! (interrumpió la cocinera).—¡ No estás diciendo más que
tonter&icute;as!—Pues, s&icute;, señá Frasquita: el t&icute;o
Lucas, para explicar su presencia en la alcoba de mi ama, tuvo que confesar
las intenciones que tra&icute;a... ¡ Por cierto que la Señora no se pudo
contener al o&icute;rlo, y le arrimó una bofetada en medio de la boca,
que le dejó la mitad de las palabras dentro del cuerpo!—Yo misma lo llené de
insultos y denuestos, y quise sacarle los ojos... Porque ya conoce V., señá Frasquita,
que, aunque sea su marido de V., eso de venir con sus manos lavadas...
—¡ Eres una
bachillera! (gritó el portero, poniéndose delante de la oradora).—¿::Qué más
hubieras querido tú?...—En fin, señá Frasquita; óigame V. a m&icute;, y
vamos al asunto.—La Señora hizo y dijo lo que deb&icute;a...; pero luego,
calmado ya su enojo, compadeciose del t&icute;o Lucas y paró mientes en
el mal proceder del señor Corregidor, viniendo a pronunciar estas o parecidas
palabras:—«Por infame que haya sido su pensamiento de V., t&icute;o
Lucas, y aunque nunca podré perdonar tanta insolencia, es menester que su
mujer de V. y mi esposo crean durante algunas horas que han sido cogidos en
sus propias redes, y que V., auxiliado por ese disfraz, les ha devuelto
afrenta por afrenta. ¡ Ninguna venganza mejor podemos tomar de ellos que este
engaño, tan fácil de desvanecer cuando nos acomode!»—Adoptada tan graciosa
resolución, la Señora y el t&icute;o Lucas nos aleccionaron a todos de lo
que ten&icute;amos que hacer y decir cuando volviese Su
Señor&icute;a; y por cierto que yo le he pegado a Sebastián Garduña tal
palo en la rabadilla, que creo no se le olvidará en mucho tiempo la noche de
San Simón y San Judas!...
Cuando el
portero dejó de hablar, ya hac&icute;a rato que la Corregidora y la
Molinera cuchicheaban al o&icute;do, abrazándose y besándose a cada
momento, y no pudiendo en ocasiones contener la risa.
¡ Lástima que
no se oyera lo que hablaban!...—Pero el lector se lo figurará sin gran
esfuerzo: y, si no el lector, la lectora.
@§
XXXV
DECRETO IMPERIAL
Regresaron en
esto a la sala el Corregidor y el t&icute;o Lucas, vestido cada cual con
su propia ropa.
—¡ Ahora me
toca a m&icute;!—entró diciendo el insigne D. Eugenio de Zúñiga.
Y, después de
dar en el suelo un par de bastonazos como para recobrar su energ&icute;a
(a guisa de Anteo oficial, que no se sent&icute;a fuerte hasta que su
caña de Indias tocaba en la tierra), d&icute;jole a la Corregidora con un
énfasis y una frescura indescriptibles:
—¡
Merceditas..., estoy esperando tus explicaciones!...
Entretanto, la
Molinera se hab&icute;a levantado y le tiraba al t&icute;o Lucas un
pellizco de paz, que le hizo ver estrellas, mirándolo al mismo tiempo con
desenojados y hechiceros ojos.
El Corregidor,
que observara aquella pantomima, quedose hecho una pieza, sin acertar a
explicarse una reconciliación tan inmotivada.
Dirigiose,
pues, de nuevo a su mujer, y le dijo, hecho un vinagre:
—¡ Señora! ¡
Todos se entienden menos nosotros! Sáqueme V. de dudas... ¡ Se lo mando como
marido y como Corregidor!
Y dio otro
bastonazo en el suelo.
—¿::Conque se
marcha V.? (exclamó Doña Mercedes, acercándose a la señá Frasquita y sin
hacer caso de D. Eugenio).—Pues vaya V. descuidada, que este escándalo no
tendrá ningunas consecuencias.—¡ Rosa!: alumbra a estos señores, que dicen
que se marchan...—Vaya V. con Dios, t&icute;o Lucas.
—¡ Oh... no!
(gritó el de Zúñiga, interponiéndose). ¡ Lo que es el t&icute;o Lucas no
se marcha! ¡ El t&icute;o Lucas queda arrestado hasta que sepa yo toda la
verdad!—¡ Hola, alguaciles! ¡ Favor al Rey!...
Ni un solo
ministro obedeció a D. Eugenio.—Todos miraban a la Corregidora.
—¡ A ver,
hombre! ¡ Deja el paso libre!—añadió ésta, pasando casi sobre su marido, y
despidiendo a todo el mundo con la mayor finura; es decir, con la cabeza
ladeada, cogiéndose la falda con la punta de los dedos, y agachándose
graciosamente, hasta completar la reverencia que a la sazón estaba de moda, y
que se llamaba la pompa.
—Pero yo...
Pero tú... Pero nosotros... Pero aquellos...—segu&icute;a mascujando el
vejete, tirándole a su mujer del vestido y perturbando sus
cortes&icute;as mejor iniciadas.
¡ Inútil afán!
¡ Nadie hac&icute;a caso de Su Señor&icute;a!
Marchado que
se hubieron todos, y solos ya en el salón los desavenidos cónyuges, la
Corregidora se dignó al fin decirle a su esposo, con el acento que hubiera
empleado una Czarina de todas las Rusias para fulminar sobre un Ministro
ca&icute;do la orden de perpetuo destierro a la Siberia:
—Mil años que
vivas, ignorarás lo que ha pasado esta noche en mi alcoba... Si hubieras
estado en ella, como era regular, no tendr&icute;as necesidad de
preguntárselo a nadie.—Por lo que a m&icute; toca, no hay ya, ni habrá
jamás, razón ninguna que me obligue a satisfacerte; pues te desprecio de tal
modo, que si no fueras el padre de mis hijos, te arrojar&icute;a ahora
mismo por ese balcón, como te arrojo para siempre de mi dormitorio.—Conque,
buenas noches, caballero.
Pronunciadas
estas palabras, que Don Eugenio oyó sin pestañear (pues lo que es a solas no
se atrev&icute;a con su mujer), la Corregidora penetró en el gabinete, y
del gabinete pasó a la alcoba, cerrando las puertas detrás de s&icute;; y
el pobre hombre se quedó plantado en medio de la sala, murmurando entre enc&icute;as
(que no entre dientes) y con un cinismo de que no habrá habido otro ejemplo:
—¡ Pues,
señor, no esperaba yo escapar tan bien!...—¡ Garduña me buscará otra!
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XXXVI
CONCLUSIóN, MORALEJA Y
EP&icute;LOGO
Piaban los
pajarillos saludando el alba, cuando el t&icute;o Lucas y la señá
Frasquita sal&icute;an de la Ciudad con dirección a su molino.
Los esposos
iban a pie, y delante de ellos caminaban apareadas las dos burras.
—El domingo
tienes que ir a confesar (le dec&icute;a la Molinera a su marido); pues
necesitas limpiarte de todos tus malos juicios y criminales propósitos de
esta noche...
—Has pensado
muy bien... (contestó el Molinero). Pero tú, entretanto, vas a hacerme otro
favor, y es dar a los pobres los colchones y ropa de nuestra cama, y ponerla
toda de nuevo.—¡ Yo no me acuesto donde ha sudado aquel bicho venenoso!
—¡ No me lo
nombres, Lucas! (replicó la señá Frasquita).—Conque hablemos de otra cosa.
Quisiera merecerte un segundo favor...
—Pide por esa
boca...
—El verano que
viene vas a llevarme a tomar los baños del Solán de Cabras.
—¿::Para qué?
—Para ver si
tenemos hijos.
—¡
Felic&icute;sima idea!—Te llevaré, si Dios nos da vida.
Y con esto
llegaron al molino, a punto que el sol, sin haber salido todav&icute;a,
doraba ya las cúspides de las montañas.
. . . . . . .
. . . .
A la tarde,
con gran sorpresa de los esposos, que no esperaban nuevas visitas de altos
personajes después de un escándalo como el de la precedente noche, concurrió
al molino más señor&icute;o que nunca. El venerable Prelado, muchos
Canónigos, el Jurisconsulto, dos Priores de frailes y otras varias personas
(que luego se supo hab&icute;an sido convocadas all&icute; por Su
Señor&icute;a Ilustr&icute;sima) ocuparon materialmente la plazoletilla
del emparrado.
Sólo faltaba
el Corregidor.
Una vez
reunida la tertulia, el señor Obispo tomó la palabra, y dijo: que, por lo
mismo que hab&icute;an pasado ciertas cosas en aquella casa, sus
Canónigos y él seguir&icute;an yendo a ella lo mismo que antes, para que
ni los honrados Molineros ni las demás personas all&icute; presentes
participasen de la censura pública, sólo merecida por aquel que
hab&icute;a profanado con su torpe conducta una reunión tan morigerada y
tan honesta. Exhortó paternalmente a la señá Frasquita para que en lo
sucesivo fuese menos provocativa y tentadora en sus dichos y ademanes, y
procurase llevar más cubiertos los brazos y más alto el escote del jubón:
aconsejó al t&icute;o Lucas más desinterés, mayor circunspección y menos inmodestia
en su trato con los superiores; y acabó dando la bendición a todos y
diciendo: que, como aquel d&icute;a no ayunaba, se comer&icute;a con
mucho gusto un par de racimos de uvas.
Lo mismo
opinaron todos... respecto de este último particular..., y la parra se quedó
temblando aquella tarde.—¡ En dos arrobas de uvas apreció el gasto el
Molinero!
. . . . . . .
. . . .
Cerca de tres
años continuaron estas sabrosas reuniones, hasta que, contra la previsión de
todo el mundo, entraron en España los ejércitos de Napoleón y se armó la
Guerra de la Independencia.
El señor
Obispo, el Magistral y el Penitenciario murieron el año de 8, y el Abogado y
los demás contertulios en los de 9, 10, 11 y 12, por no poder sufrir la vista
de los franceses, polacos y otras alimañas que invadieron aquella tierra ¡ y
que fumaban en pipa, en el presbiterio de las iglesias, durante la misa de la
tropa!
El Corregidor,
que nunca más tornó al molino, fue destituido por un mariscal francés, y
murió en la Cárcel de Corte, por no haber querido ni un solo instante (dicho
sea en honra suya) transigir con la dominación extranjera.
Doña Mercedes
no se volvió a casar, y educó perfectamente a sus hijos, retirándose a la
vejez a un convento, donde acabó sus d&icute;as en opinión de santa.
Garduña se
hizo afrancesado.
El Sr. Juan
López fue guerrillero, y mandó una partida, y murió, lo mismo que su
alguacil, en la famosa batalla de Baza, después de haber matado
much&icute;simos franceses.
Finalmente: el
t&icute;o Lucas y la señá Frasquita (aunque no llegaron a tener hijos, a
pesar de haber ido al Solán de Cabras y de haber hecho muchos votos y
rogativas) siguieron siempre amándose del propio modo, y alcanzaron una edad
muy avanzada, viendo desaparecer el Absolutismo en 1812 y 1820, y reaparecer
en 1814 y 1823, hasta que, por último, se estableció de veras el sistema
Constitucional a la muerte del Rey Absoluto, y ellos pasaron a mejor vida
(precisamente al estallar la Guerra Civil de los Siete años), sin que
los sombreros de copa que ya usaba todo el mundo pudiesen hacerles olvidar aquellos
tiempos simbolizados por el sombrero de tres picos.
FIN.
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