EL RUBÍ |
en AZUL... |
por Rubén Darío |
EL RUBÍ |
-¡Ah, conque es cierto! ¡Conque ese sabio parisiense ha logrado
sacar del fondo de sus retortas, de sus matraces, la púrpura cristalina de que
están incrustados los muros de mi palacio! Y al decir esto el pequeño gnomo iba
y venía, de un lugar a otro, a cortos saltos, por la honda cueva que le servía
de morada; y hacía temblar su larga barba y el cascabel de su gorro azul y
puntiagudo.
En efecto, un amigo del centenario Chevreul - cuasi Althotas
- el químico Fremy, acababa de descubrir la manera de hacer rubíes y
zafiros.
Agitado, conmovido, el gnomo - que era sabido y de genio harto
vivaz - seguía monologando.
-¡Ah, los sabios de la Edad Media! ¡Ah,
Alberto el Grande, Averroes, Raimundo Lulio! Vosotros no pudisteis ver brillar
el gran sol de la piedra filosofal, y he aquí que sin estudiar las fórmulas
aristotélicas, sin saber cábala y nigromancia, llega un hombre del siglo
decimonono a formar a la luz del día lo que nosotros fabricamos en nuestros
subterráneos. Pues el conjuro: fusión por veinte días de una mezcla de sílice y
de aluminato de plomo: coloración con bicromato de potasa, o con óxido de
cobalto. Palabras, en verdad, que parecen lengua
diabólica.
Risa.
Luego se detuvo.
* * * |
El cuerpo del delito estaba ahí, en el centro de la gruta, sobre
una gran roca de oro: un pequeño rubí, redondo, un tanto reluciente, como un
grano de granada al sol.
El gnomo tocó un cuerno, el que llevaba a su
cintura, y el eco resonó por las vastas concavidades. Al rato, un bullicio, un
tropel, una algazara. Todos los gnomos habían llegado.
Era la cueva
ancha, y había en ella una claridad extraña y blanca. Era la claridad de los
carbunclos que en el techo de piedra centelleaban, incrustados, hundidos,
apiñados, en focos múltiples; una dulce luz lo iluminaba todo.
A aquellos
resplandores, podía verse la maravillosa mansión en todo su esplendor. En los
muros, sobre pedazos de plata y oro, entre venas de lapislázuli, formaban
caprichosos dibujos, como los arabescos de una mezquita, gran muchedumbre de
piedras preciosas. Los diamantes, blancos y limpios como gotas de agua, emergían
los iris de sus cristalizaciones; cerca de calcedonias colgantes en
estalactitas, las esmeraldas esparcían sus resplandores verdes, y los zafiros,
en amontonamientos raros, en ramilletes que pendían del cuarzo, semejaban
grandes flores azules y temblorosas.
Los topacios dorados, las amatistas
circundaban en franjas el recinto; y en el pavimento, cuajado de ópalos, sobre
la pulida crisofasía y el ágata, brotaba de trecho en trecho un hilo de agua,
que caía con una dulzura musical, a gotas armónicas, como las de una flauta
metálica soplada muy levemente.
Puck se había entrometido en el asunto,
el pícaro Puck. El había llevado el cuerpo del delito, el rubí falsificado, el
que estaba ahí, sobre la roca de oro, como una profanación entre el centelleo de
todo aquel encanto.
Cuando los gnomos estuvieron juntos, unos con sus
martillos y cortas hachas en las manos, otros de gala, con caperuzas flamantes y
encarnadas, llenas de pedrerías, todos curiosos, Puck dijo así
-Me habeís
pedido que os trajese una muestra de la nueva falsificación humana, y he
satisfecho esos deseos.
Los gnomos, sentados a la turca, se tiraban de
los bigotes; daban las gracias a Puck, con una pausada inclinación de cabeza; y
los más cercanos a él examinaban con gesto de asombro, las lindas alas,
semejantes a las de un hipsipilo.
Continuó:
-¡Oh, Tierra! ¡Oh,
Mujer! Desde el tiempo en que veía a Titania, no he sido sino un esclavo de la
una, un adorador casi místico de la otra.
Y luego, como si hablase en el
placer de un sueño:
-¡Esos rubíes! En la gran ciudad de París, volando
invisibles, les vi por todas partes. Brillaban en los collares de las
cortesanas, en las condecoraciones exóticas de los rastaquers, en los
anillos de los príncipes italianos y en los brazaletes de las primadonas.
Y con pícara sonrisa siempre.
-Yo me colé hasta cierto gabinete
rosado muy en boga... Había una hermosa mujer dormida. Del cuello le arranqué un
medallón y del medallón el rubí. Ahí lo tenéis.
Todos soltaron la
carcajada. ¡Qué cascabeleo!
-¡Eh, amigo Puck!
Y dieron su opinión
después, acerca de aquella piedra falsa, obra de hombre o de sabio, que es
peor.
-!Vidrio!
-!Maleficio!
-!Ponzoña y
cábala!
-¡Química!
-¡Pretender imitar un fragmento de
iris!
-¡El tesoro rubicundo de lo hondo del globo!
-¡Hecho de
rayos del poniente solidificados!
El gnomo más viejo, andando con sus
piernas torcidas, su gran barba nevada, su aspecto de patriarca hecho pasa, su
cara llena de arrugas:
-¡Señores- dijo, -que no sabéis lo que
habláis!
Todos escucharon.
-Yo, yo que soy el más viejo de
vosotros, puesto que apenas sirvo ya para martillar las facetas de los
diamantes; yo he visto formarse estos hondos alcázares, que he cincelado los
huesos de la tierra, que he amasado el oro, que he dado un día un puñetazo a un
muro de piedra, y caí a un lago donde violé a una ninfa; yo, el viejo, os
referiré de cómo se hizo el rubí.
Oíd
* * * |
Puck sonreía curioso. Todos los gnomos rodearon al anciano cuyas
canas palidecían a los resplandores de la pedrería, y cuyas manos extendían su
movible sombra en los muros, cubiertos de piedras preciosas, como un lienzo
lleno de miel donde se arrojase granos de arroz.
-Un día, nosotros, los
escuadrones que tenemos a nuestro cargo las minas de diamantes, tuvimos una
huelga que conmovió toda la tierra y salimos en fuga por los cráteres de los
volcanes.
“El mundo estaba alegre, todo era vigor y juventud; y las
rosas, y las hojas verdes y frescas, y los pájaros en cuyos buches entra el
grano y brota el gorjeo, y el campo todo, saludaban al sol y a la primavera
fragante.
“Estaba el monte armónico y florido, lleno de trinos y de
abejas; era una grande y santa nupcia la que celebraba la luz; y en el árbol la
savia ardía profundamente, y en el animal todo era estremecimiento o balido o
cántico, y en el gnomo había risa y placer.
Yo había salido por un cráter
apagado. Ante mis ojos había un campo extenso. De un salto me puse sobre un gran
árbol, una encina añeja. Luego, bajé el tronco, y me hallé cerca de un arroyo,
un río pequeño y claro donde las aguas charlaban, diciéndose bromas cristalinas.
Yo tenía sed. Quise beber ahí... Ahora, oíd mejor.
Brazos, espaldas,
senos desnudos, azucenas, rosas, panecillos de marfil coronados de cerezas; ecos
de risas áureas, festivas; y allá, entre las espumas, entre las linfas rotas,
bajo las verdes ramas...
-¿:Ninfas?
-No, mujeres.
* * * |
-Yo sabía cuál era mi gruta. Con dar una patada en el suelo,
abría la arena negra y llegaba a mi dominio. Vosotros, pobrecillos,gnomos
jóvenes, tenéis mucho que aprender.
Bajo los retoños de unos helechos
nuevos me escurrí, sobre unas piedras deslavadas por la corriente espumosa y
parlante; y a ella, a la hermosa, a la mujer, la agarré de la cintura, con este
brazo antes tan musculoso; gritó, golpeé el suelo; descendimos. Arriba quedó el
asombro; abajo el gnomo soberbio y vencedor.
Un día yo martillaba un
trozo de diamante inmenso que brillaba como un astro y que al golpe de mi maza
se hacía pedazos.
El pavimento de mi taller se asemejaba a los restos de
un sol hecho trizas. La mujer amada descansaba a un lado, rosa de carne entre
maceteros de zafir, emperatriz del oro, en un lecho de cristal de roca, toda
desnuda y espléndida como una diosa.
Pero en el fondo de mis dominios, mi
reina, mi querida, mi bella, me engañaba. Cuando el hombre ama de veras, su
pasión lo penetra todo y es capaz de traspasar la tierra.
Ella amaba a un
hombre, y desde su prisión le enviaba sus suspiros. Éstos pasaban los poros de
la corteza terrestre y llegaban a él; y él, amándola también, besaba las rosas
de cierto jardín; y ella, la enamorada, tenía - yo lo notaba - convulsiones
súbitas en que estiraba sus labios rosados y frescos como pétalos de centifolia
¿:Cómo ambos así se sentían? Con ser quien soy, no lo sé.
* * * |
Había acabado yo mi trabajo: un gran montón de diamantes hechos
en un día; la tierra abría sus grietas de granito como labios con sed, esperando
el brillante despedazamiento del rico cristal. Al fin de la faena, cansado, di
un martillazo que rompió una roca y me dormí.
Desperté al rato al oír
algo como un gemido.
De su lecho, de su mansión más luminosa y rica que
las de todas las reinas de Oriente, había volado fugitiva, desesperada, la amada
mía, la mujer robada. ¡Ay!, y queriendo huir por el agujero abierto por mi maza
de granito, desnuda y bella, destrozó su cuerpo blanco y suave como de azahar y
mármol y rosa, en los filos de los diamantes rotos. Heridos sus costados,
chorreaba la sangre; los quejidos eran conmovedores hasta las lágrimas. ¡Oh,
dolor!
Yo desperté, la tomé en mis brazos, le di mis besos más ardientes;
mas la sangre corría inundando el recinto, y la gran masa diamantina se teñía de
grana.
Me pareció que sentía, al darle un beso, un perfume salido de
aquella boca encendida: el alma; el cuerpo quedó inerte.
Cuando el gran
patriarca nuestro, el centenario semidiós de las entrañas terrestres pasó por
allí, encontró aquella muchedumbre de diamantes rojos...
* * * |
Pausa.
-¿:Habéis comprendido?
Los gnomos muy graves
se levantaron. Examinaron más de cerca la piedra falsa, hechura del
sabio.
-¡Mirad, no tiene facetas!
-¡Brilla
pálidamente!
-¡Impostura!
-¡Es redonda como la coraza de un
escarabajo!
Y en ronda, uno por aquí, otro por allá fueron a arrancar de
los muros pedazos de arabescos, rubíes grandes como una naranja, rojos y
chispeantes como un diamante hecho sangre, y decían:
-¡He aquí! ¡He aquí
lo nuestro, oh madre Tierra!
Aquella era una orgía de brillo y de
color.
Y lanzaban al aire las gigantescas piedras luminosas y
reían.
De pronto con toda la dignidad de un gnomo:
-¡Y bien! ¡El
desprecio!
Se comprendieron todos. Tomaron el rubí falso, lo despedazaron
y arrojaron los fragmentos - con desdén terrible - a un hoyo que abajo daba a
una antiquísima selva carbonizada.
Después sobre sus rubíes, sobre sus
ópalos, entre aquellas paredes resplandecientes, empezaron a bailar asidos de
las manos una farándula loca y sonora.
¡Y celebraban con risas el verse
grandes en la sombra!
* * * |
Ya Puck volaba afuera, en el abejeo del alba, recién nacida, camino de una pradera en flor. Y murmuraba -¡siempre con una sonrisa sonrosada! - Tierra... Mujer... ¡Por que tú, oh madre Tierra, eres grande, fecunda, de seno inextinguible y sacro!; y de tu vientre moreno brota la savia de los troncos robustos y el oro y el agua diamantina y la casta flor de lis. ¡Lo puro, lo fuerte, lo infalsificable! ¡Y tú, Mujer, eres - espíritu y carne - toda Amor!
AZUL... |
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Última Revisión: 1 de Noviembre del 2002 |
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