LA VIRGEN DE LA PALOMA |
en AZUL... |
por Rubén Darío |
EN CHILE |
ALBUM PORTEÑO |
V |
LA VIRGEN DE LA PALOMA |
Anduvo, anduvo.
Volvía ya a su morada. Dirigíase al
ascensor cuando oyó una risa infantil, armónica, y él, poeta incorregible, buscó
los labios de donde brotaba aquella risa.
Bajo un cortinaje de
madreselvas, entre plantas olorosas y maceteros floridos, estaba una mujer
pálida, augusta, madre, con un niño tierno y risueño. Sosteníale en uno de sus
brazos, el otro lo tenía en alto, y en la mano una paloma, una de esas palomas
albísimas que arrullan a sus pichones de alas tornasoladas, inflando el buche
como un seno de virgen, y abriendo el pico de donde brota la dulce música de su
caricia.
La madre mostraba al niño la paloma, y el niño, en su afán de
cogerla, abría los ojos, estiraba los bracitos, reía gozoso; y su rostro al sol
tenía como un nimbo; y la madre, con la tierna beatitud de sus miradas, con su
esbeltez solemne y gentil, con la aurora en las pupilas y la bendición y el beso
en los labios, era como una azucena sagrada, como una María llena de gracia,
irridiando la luz de un candor inefable. El niño Jesús, real como un dios
infante, precioso como un querubín paradiasíaco, queria asir aquella paloma
blanca, bajo la cúpula inmensa del cielo azul.
Ricardo descendió, y tomó
el camino de su casa.
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Rubén Darío |
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Última Revisión: 1 de Noviembre del 2002 |
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