Noche. Este viento
vagabundo lleva Las alas entumidas Y heladas. El gran
Andes Yergue al inmenso azul su blanca cima. La nieve cae en
copos, Sus rosas transparentes cristaliza, En la ciudad, los
delicados hombros Y gargantas se abrigan; Ruedan y van los
coches, Suenan alegres pianos, el gas brilla; Y, si no hay un
fogón que le caliente, El que es pobre tirita.
Yo estoy
con mis radiantes ilusiones Y mis nostalgias íntimas, Junto a
la chimenea Bien harta de tizones que crepitan. Y me pongo a
pensar:
|
¡Oh, si
estuviese
|
Ella, la de mis ansias
infinitas, La de mis sueños locos, Y mis azules noches
pensativas! ¡Cómo! Mirad:
|
De la apacible
estancia
|
En la extensión
tranquila, Vertería la lámpara reflejos De luces
opalinas. Dentro, el amor que abrasa; Fuera, la noche
fría, El golpe de la lluvia en los cristales, Y el vendedor
que grita Su monótona y triste melopea A las glaciales
brisas; Dentro, la ronda de mis mil delirios Las canciones de
notas cristalinas, Unas manos que toquen mis cabellos, Un
aliento que roce mis mejillas, Un perfume de amor, mil
conmociones, Mil ardientes caricias, Ella y yo: los dos
juntos, los dos solos; La amada y el amado, ¡oh Poesía!, Los
besos de sus labios, La música triunfante de mis rimas, Y en
la negra y cercana chimenea El tuero brillador que estalla en
chispas.
¡Oh, bien haya el brasero Lleno de
pedrería! Topacios y carbunclos, Rubíes y amatistas En la
ancha copa etrusca Repleta de ceniza. Los lechos
abrigados, Las almohadas mullidas, Las pieles de Astrakán, los
besos cálidos Que dan las bocas húmedas y tibias. ¡Oh, viejo
invierno, salve! Puesto que traes con las nieves frígidas El
amor embriagante Y el vino del placer en tu mochila.
Sí,
estaría a mi lado, Dándome sus sonrisas, Ella, la que hace
falta a mis estrofas, Esa que mi cerebro se imagina; La que,
si estoy en sueños, Se acerca y me visita; Ella que, hermosa,
tiene Una carne ideal, grandes pupilas, Algo del mármol,
blanca luz de estrella; Nerviosa, sensitiva, Muestra el cuello
gentil y delicado De las Hebes antiguas; Bellos gestos de
diosa, Tersos brazos de ninfa, Lustrosa cabellera En la
nuca crespada y recogida, Y ojeras que denuncian Ansias
profundas y pasiones vivas. ¡Ah, por verla encarnada, Por
gozar sus caricias, Por sentir en mis labios Los besos de su
amor, diera la vida! Entretanto, hace frío. Yo contemplo las
llamas que se agitan, Cantando alegres con sus lenguas de
oro, Móviles, caprichosas e intranquilas, En la negra y
cercana chimenea Do el tuero brillador estalla en
chispas.
Luego pienso en el coro De las alegres
liras, En la copa labrada el vino negro, La copa hirviente
cuyos bordes brillan Con iris temblorosos y cambiantes Como un
collar de prismas; El vino negro que la sangre enciende Y pone
el corazón con alegría, Y hace escribir a los poetas
locos Sonetos áureos y flamantes silvas. El Invierno es
beodo. Cuando soplan sus brisas, Brotan las viejas cubas La
sangre de las viñas. Sí, yo pintara su cabeza cana Con corona
de pámpanos guarnida. El Invierno es galeoto, Porque en las
noches frías Paolo besa a Francesca En la boca
encendida, Mientras su sangre como fuego corre Y el corazón
ardiendo le palpita. ¡Oh, crudo Invierno, salve! Puesto que
traes con las nieves frígidas El amor embriagante Y el vino
del placer en tu mochila.
Ardor adolescente, Miradas y
caricias: ¡Cómo estaría trémula en mis brazos La dulce amada
mía, Dándome con sus ojos luz sagrada, Con su aroma de flor,
savia divina! En la alcoba la lámpara Derramando sus luces
opalinas; Oyéndose tan sólo Suspiros, ecos, risas; El ruido
de los besos, La música triunfante de mis rimas Y en la negra
y cercana chimenea El tuero brillador que estalla en
chispas. Dentro, el amor que abrasa; Fuera, la noche
fría. | |