Nada más triste que un
titán que llora, Hombre-montaña encadenado a un lirio, Que
gime fuerte, que pujante implora: Víctima propia en su fatal
martirio.
Hércules loco que a los pies de Onfalia La clava
deja y el luchar rehusa, Héroe que calza femenil
sandalia, Vate que olvida a la vibrante musa.
¡Quién
desquijara los robustos leones, Hilando esclavo con la débil
rueca; Sin labor, sin empuje, sin acciones; Puños de fierro y
áspera muñeca!
No es tal poeta para hollar alfombras Por
donde triunfan femeniles danzas: Que vibre rayos para herir las
sombras, Que escriba versos que parezcan
lanzas.
Relampagueando la soberbia estrofa, Su surco deje
de esplendente lumbre, Y el pantano de escándalo y de mofa
Que no lo vea el águila en su cumbre.
Bravo soldado con
su casco de oro Lance el dardo que quema y que desgarra, Que
embiste rudo como embiste el toro, Que clave firme, como el león,
la garra.
Cante valiente y al cantar trabaje; Que ofrezca
robles si se juzga monte; Que su idea, en el mal rompa y desgaje
Como en la selva virgen el bisonte.
Que lo que diga la
inspirada boca Suene en el pueblo con palabra extraña; Ruido
de oleaje al azotar la roca, Voz de caverna y soplo de
montaña.
Deje Sansón de Dalila el regazo: Dalila engaña y
corta los cabellos. No pierda el fuerte el rayo de su brazo
Por ser esclavo de unos ojos
bellos. | |