A UNA ESTRELLA |
en AZUL... |
por Rubén Darío |
A UNA ESTRELLA |
¡Princesa del divino imperio azul, quién besará tus labios
luminosos!
¡Yo soy el enamorado extático que soñando mi sueño de amor,
estoy de rodillas, con los ojos fijos en tu inefable claridad, estrella mía, que
estás tan lejos! ¡Oh, cómo ardo en celos, cómo tiembla mi alma cuando pienso que
tú, cándida hija de la aurora, puedes fijar tus miradas en el hermoso Príncipe
Sol que viene de Oriente, gallardo y bello en su carro de oro, celeste flechero
triunfador, de coraza adamantina, que trae a la espalda el carcaj brillante
lleno de flechas de fuego! Pero no, tú me has sonreído bajo tu palio, y tu
sonrisa era dulce como la esperanza. ¡Cuántas veces mi espíritu quiso volar
hacia ti y quedó desalentado! ¡Está tan lejano tu alcázar! He cantado en mis
sonetos y en mis madrigales tu místico florecimiento, tus cabellos de luz, tu
alba vestidura. Te he visto como una pálida Beatriz del firmamento, lírica y
amorosa en tu sublime resplandor. ¡Princesa del divino imperio azul, quién
besará tus labios luminosos!
* * * |
Recuerdo aquella negra noche, ¡oh, genio Desaliento! en que
visitaste mi cuarto de trabajo para darme tortura, para dejarme casi desolado el
pobre jardín de mi ilusión, donde me segaste tantos frescos ideales en
flor.
Tu voz me sonó a hierro y te escuché temblando, porque tu palabra
era cortante y fría y caía como un hacha. Me hablaste del camino de la Gloria,
donde hay que andar descalzo sobre cambroneras y abrojos; y desnudo, bajo una
eterna granizada; y a oscuras, cerca de hondos abismos, llenos de sombra como la
muerte. Me hablaste del vergel Amor, donde es casi imposible cortar una rosa sin
morir, porque es rara la flor en que no anida un áspid. Y me dijiste de la
terrible y muda esfinge de bronce que está a la entrada de la tumba. Y yo estaba
espantado, porque la gloria me había traído, con su hermosa palma en la mano, y
el amor me llenaba con su embriaguez, y la vida era para mí encantadora y alegre
como la ven las flores y los pájaros. Y ya presa de mi desesperanza, esclavo
tuyo, oscuro genio Desaliento, huí de mi triste lugar de labor -donde entre una
corte de bardos antiguos y de poetas modernos resplandecía el dios Hugo, en la
edición de Hetzel- y busqué el aire libre bajo el cielo de la noche. ¡Entonces
fue, adorable y blanca princesa, cuando tuviste compasión de aquel pobre poeta,
y le miraste con tu mirada inefable y le sonreíste, y de tu sonrisa emergía el
divino verso de la esperanza, ¡Estrella mía, que estás tan lejos, quién besará
tus labios luminosos!
* * * |
Quería contarte un poema sideral que tú pudieras oír, quería ser
tu amante ruiseñor, y darte mi apasionado ritornelo, mi etérea y rubia soñadora.
Y así desde la tierra donde caminamos sobre el limo, enviarte mi ofrenda de
armonía a tu región en que deslumbra la apoteosis y reina sin cesar el
prodigio.
Tu diadema asombra a los astros y tu luz hace cantar a los
poetas, perla en el océano infinito, flor de lis del oriflama inmenso del gran
Dios.
Te he visto una noche aparecer en el horizonte sobre el mar, y el
gigantesco viejo, ebrio de sal, te saludó con las salvas de sus olas sonantes y
roncas. Tú caminabas con un manto tenue y dorado; tus reflejos alegraban las
vastas aguas palpitantes.
Otra vez en una selva oscura, donde poblaban el
aire los grillos monótonos, con las notas chillonas de sus nocturnos y rudos
violines. A través de un ramaje te comtemplé en tu deleitable serenidad, y vi
sobre los árboles negros trémulos hilos de luz, como si hubiesen caído de las
alturas hebras de tu cabellera. ¡Princesa del divino imperio azul, quién besara
tus labios luminosos!
* * * |
Te canta y vuela a ti la alondra matinal en el alba de la
primavera, en que el viento lleva vibraciones de liras eólicas, y el eco de los
tímpanos de plata que suenan los silfos. Desde tu región derramas las perlas
armónicas y cristalinas de su buche, que caen y se juntan a la universal y
grandiosa sinfonía que llena la despierta tierra.
¡Y en esa hora pienso
en ti, porque es la hora de supremas citas en el profundo cielo y de ocultos y
ardorosos oarystis en los tibios parajes del bosque donde florece el cítiso que
alegra la égloga! ¡Estrella mía, que estás tan lejos, quién besara tus labios
luminosos!
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Última Revisión: 1 de Noviembre del 2002 |
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