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El hombre acecha El hombre acecha}>

Miguel Hernández

El hombre acecha

(1937-1939)

    @§ 

    CANCION PRIMERA

    Se ha retirado el campo
    al ver abalanzarse
    crispadamente al hombre.

    ¡Qué abismo entre el olivo
    y el hombre se descubre!

    El animal que canta:
    el animal que puede
    llorar y echar raíces,
    rememoró sus garras.

    Garras que revestía
    de suavidad y flores,
    pero que, al fin, desnuda
    en toda su crueldad.

    Crepitan en mis manos.
    Aparta de ellas, hijo.
    Estoy dispuesto a hundirlas,
    dispuesto a proyectarlas
    sobre tu carne leve.

    He regresado al tigre.
    Aparta o te destrozo.

    Hoy el amor es muerte,
    y el hombre acecha al hombre. @§ 

    LLAMO AL TORO DE ESPAÑA

    Alza, toro de España: levántate, despierta.
    Despiértate del todo, toro de negra espuma,
    que respiras la luz y rezumas la sombra,
    y concentras los mares bajo tu piel cerrada.

    Despiértate.

    Despiértate del todo, que te veo dormido,
    un pedazo del pecho y otro de la cabeza:
    que aún no te has despertado como despierta un toro
    cuando se le acomete con traiciones lobunas.

    Levántate.

    Resopla tu poder, despliega tu esqueleto,
    enarbola tu frente con las rotundas hachas,
    con las dos herramientas de asustar a los astros,
    de amenazar al cielo con astas de tragedia.

    Esgrímete.

    Toro en la primavera más toro que otras veces,
    en España más toro, toro, que en otras partes.
    Más cálido que nunca, más volcánico, toro,
    que irradias, que iluminas al fuego, yérguete.

    Desencadénate.

    Desencadena el raudo corazón que te orienta
    por las plazas de España, sobre su astral arena.
    A desollarte vivo vienen lobos y águilas
    que han envidiado siempre tu hermosura de pueblo.

    Yérguete.

    No te van a castrar: no dejarás que llegue
    hasta tus atributos de varón abundante,
    esa mano felina que pretende arrancártelos
    de cuajo, impunemente: pataléalos, toro.

    Víbrate.

    No te van a absorber la sangre de riqueza,
    no te arrebatarán los ojos minerales.
    La piel donde recoge resplandor el lucero
    no arrancarán del toro de torrencial mercurio.

    Revuélvete.

    Es como si quisieran arrancar la piel al sol,
    al torrente la espuma con uña y picotazo.
    No te van a castrar, poder tan masculino
    que fecundas la piedra; no te van a castrar.

    Truénate.

    No retrocede el toro: no da un paso hacia atrás
    si no es para escarbar sangre y furia en la arena,
    unir todas sus fuerzas, y desde las pezuñas
    abalanzarse luego con decisión de rayo.

    Abalánzate.

    Gran toro que en el bronce y en la piedra has mamado,
    y en el granito fiero paciste la fiereza:
    revuélvete en el alma de todos los que han visto
    la luz primera en esta península ultrajada.

    Revuélvete.

    Partido en dos pedazos, este toro de siglos,
    este toro que dentro de nosotros habita:
    partido en dos mitades, con una mataría
    y con la otra mitad moriría luchando.

    Atorbellínate.

    De la airada cabeza que fortalece el mundo,
    del cuello como un bloque de titanes en marcha,
    brotará la victoria como un ancho bramido
    que hará sangrar al mármol y sonar a la arena.

    Sálvate.

    Despierta, toro: esgrime, desencadena, víbrate.
    Levanta, toro: truena, toro, abalánzate.
    Atorbellínate, toro: revuélvete.
    Sálvate, denso toro de emoción y de España.

    Sálvate. @§ 

    RUSIA

    En trenes poseídos de una pasión errante
    por el carbón y el hierro que los provoca y mueve,
    y en tensos aeroplanos de plumaje tajante
    recorro la nación del trabajo y la nieve.

    De la extensión de Rusia, de sus tiernas ventanas,
    sale una voz profunda de máquinas y manos,
    que indica entre mujeres: Aquí están tus hermanas,
    y prorrumpe entre hombres: Estos son tus hermanos.

    Basta mirar: se cubre de verdad la mirada.
    Basta escuchar: retumba la sangre en las orejas.
    De cada aliento sale la ardiente bocanada
    de tantos corazones unidos por parejas.

    Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos
    has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente,
    y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos,
    como a un inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente.

    De unos hombres que apenas a vivir se atrevían
    con la boca amarrada y el sueño esclavizado:
    de unos cuerpos que andaban, vacilaban, crujían,
    una masa de férreo volumen has forjado.

    Has forjado una especie de mineral sencillo,
    que observa la conducta del metal más valioso,
    perfecciona el motor, y señala el martillo,
    la hélice, la salud, con un dedo orgulloso.

    Polvo para los zares, los reales bandidos:
    Rusia nevada de hambre, dolor y cautiverios.
    Ayer sus hijos iban a la muerte vencidos,
    hoy proclaman la vida y hunden los cementerios.

    Ayer iban sus ríos derritiendo los hielos,
    quemados por la sangre de los trabajadores.
    Hoy descubren industrias, maquinarias, anhelos,
    y cantan rodeados de fábricas y flores.

    Y los ancianos lentos que llevan una huella
    de zar sobre sus hombros, interrumpen el paso,
    por desplumar alegres su alta barba de estrella
    ante el fulgor que remoza su ocaso.

    Las chozas se convierten en casas de granito.
    El corazón se queda desnudo entre verdades.
    Y como una visión real de lo inaudito,
    brotan sobre la nada bandadas de ciudades.

    La juventud de Rusia se esgrime y se agiganta
    como un arma afilada por los rinocerontes.
    La metalurgia suena dichosa de garganta,
    y vibran los martillos de pie sobre los montes.

    Con las inagotables vacas de oro yacente
    que ordeñan los mineros de los montes Urales,
    Rusia edifica un mundo feliz y trasparente
    para los hombres llenos de impulsos fraternales.

    Hoy que contra mi patria clavan sus bayonetas
    legiones malparidas por una torpe entraña,
    los girasoles rusos, como ciegos planetas,
    hacen girar su rostro de rayos hacia España.

    Aquí está Rusia entera vestida de soldado,
    protegiendo a los niños que anhela la trilita
    de Italia y de Alemania bajo el sueño sagrado,
    y que del vientre mismo de la madre los quita.

    Dormitorios de niños españoles: zarpazos
    de inocencia que arrojan de Madrid, de Valencia,
    a Mussolini, a Hitler, los dos mariconazos,
    la vida que destruyen manchados de inocencia.

    Frágiles dormitorios al sol de la luz clara,
    sangrienta de repente y erizada de astillas.
    ¡Si tanto dormitorio deshecho se arrojara
    sobre las dos cabezas y las cuatro mejillas!

    Se arrojará, me advierte desde su tumba viva
    Lenin, con pie de mármol y voz de bronce quieto,
    mientras contempla inmóvil el agua constructiva
    que fluye en forma humana detrás de su esqueleto.

    Rusia y España, unidas como fuerzas hermanas,
    fuerza serán que cierre las fauces de la guerra.
    Y sólo se verá tractores y manzanas,
    panes y juventud sobre la tierra. @§ 

    LA FÁBRICA-CIUDAD

    (En una ciudad de la U.R.S.S. -Jarko- he asistido al nacimiento multiplicado, numeroso, rápido del tractor.)

    Son al principio un leve proyecto sobre planos,
    propósitos, palabras, papel, la nada apenas,
    esos graves tractores que parten de las manos
    como ganaderías sólidas con cadenas.

    Se congregan metales de zonas diferentes,
    prueban su calidad los finos probadores,
    la fundición, la forja, los metálicos dientes.
    Y empieza el nacimiento veloz de los tractores.

    Id conmigo a la fábrica-ciudad: venid, que quiero
    contemplar con los pueblos las creaciones violentas,
    la gestación del aire y el parto del acero,
    el hijo de las manos y de las herramientas.

    La fábrica se halla guardada por las flores,
    los niños, los cristales, en dirección al día.
    Dentro de ella son leves trabajos y sudores,
    porque la libertad puso allí la alegría.

    Fragor de acero herido, resoplidos brutales,
    hierro latente, hierro candente, torturado,
    trepidando, piafando, rodando en espirales,
    en ruedas, en motores, caballo huracanado.

    Una visión de hierro, de fortaleza innata,
    un clamor de metales probados, perseguidos,
    mientras de nave en nave se encabrita y desata
    con dólmenes de espuma, chispazos y rugidos.

    Es como una extensión de furias que contienen
    su casco apasionado sobre desfiladeros,
    contra muros en donde se gastan, van y vienen,
    con llamas de sudor y grasa los obreros.

    Chimeneas de humo largo, sordo, grasiento,
    acosan con penumbras a la creadora masa,
    a la generadora masa que obra el portento,
    el tractor con los dientes sepultados en grasa.

    Hornos de fogonazos: perspectivas de lumbre.
    Irradian los carbones como el sol, las calderas,
    los lavaderos donde llega la muchedumbre
    del metal que retiene sus escorias primeras.

    Laten motores como del agua poseídos,
    hélices submarinas, martillos, campanarios,
    correas, ejes, chapas. Y se oyen estallidos,
    choques de terremotos, rumores planetarios.

    Leones de azabache, por estas naves grises,
    selvas civilizadas, calenturientas moles,
    relucen los obreros de todos los países
    como si trabajaran en la creación de soles.

    En la sección de fraguas y sonidos más puros,
    se hacen más consistentes las domadas fierezas.
    Y el tornillo penetra como un sexo seguro,
    tenaz, uniendo partes, desarrollando piezas.

    Veloz de mano en mano, crece el tractor y pasa
    a ser un movimiento de titán laborioso,
    un colosal anhelo de hacer la espiga rasa,
    fértiles los baldíos, dilatado el reposo.

    Ya va a llegar el día feliz sobre la frente
    de los trabajadores: aquel día profundo
    en que sea el minuto jornada suficiente
    para hacer un tractor capaz de arar el mundo.

    Ya despliega el vigor su piel generadora,
    su central de energías, sus titánicos rastros.
    Y los hombres se entregan a la función creadora
    con la seguridad suprema de los astros.

    La fábrica-ciudad estalla en su armonía
    mecánica de brazos y aceros impulsores.
    Y a un grito de sirenas, arroja sobre el día,
    en un grandioso parto, raudales de tractores. @§ 

    EL SOLDADO Y LA NIEVE

    Diciembre ha congelado su aliento de dos filos,
    y lo resopla desde los cielos congelados,
    como una llama seca desarrollada en hilos,
    como una larga ruina que ataca a los soldados.

    Nieve donde el caballo que impone sus pisadas
    es una soledad de galopante luto.
    Nieve de uñas cernidas, de garras derribadas,
    de celeste maldad, de desprecio absoluto.

    Muerde, tala, traspasa como un tremendo hachazo,
    con un hacha de mármol encarnizado y leve.
    Desciende, se derrama como un deshecho abrazo
    de precipicios y alas, de soledad y nieve.

    Esta agresión que parte del centro del invierno,
    hambre cruda, cansada de tener hambre y frío,
    amenaza al desnudo con un rencor eterno,
    blanco, mortal, hambriento, silencioso, sombrío.

    Quiere aplacar las fraguas, los odios, las hogueras,
    quiere cegar los mares, sepultar los amores:
    y se va elevando lentas y diáfanas barreras,
    estatuas silenciosas y vidrios agresores.

    Que se derrame a chorros el corazón de lana
    de tantos almacenes y talleres textiles,
    para cubrir los cuerpos que queman la mañana
    con la voz, la mirada, los pies y los fusiles.

    Ropa para los cuerpos que pueden ir desnudos,
    que pueden ir vestidos de escarchas y de hielos:
    de piedra enjuta contra los picotazos rudos,
    las mordeduras pálidas y los pálidos vuelos.

    Ropa para los cuerpos que rechazan callados
    los ataques más blancos con los huesos más rojos.
    Porque tienen el hueso solar estos soldados,
    y porque son hogueras con pisadas, con ojos.

    La frialdad se abalanza, la muerte se deshoja,
    el clamor que no suena, pero que escucho, llueve.
    Sobre la nieve blanca, la vida roja y roja
    hace la nieve cálida, siembra fuego en la nieve.

    Tan decididamente son el cristal de roca
    que sólo el fuego, sólo la llama cristaliza,
    que atacan con el pómulo nevado, con la boca,
    y vuelven cuanto atacan recuerdos de ceniza. @§ 

    LOS HOMBRES VIEJOS

    -- I --

    Nacen puestos de gafas, y una piel de levita,
    y una perilla obscena de culo de bellota,
    y calvos, y caducos. Y nunca se les quita
    la joroba que dentro del alma les explota.

    Pedos con barbacana, ceremoniosos pedos,
    de su senil niñez de polvo enlevitado,
    pasan a la edad plena con polvo entre los dedos,
    sonando a sepultura y oliendo a antepasado.

    Parecen candeleros infelices, escobas
    desplumadas, retiesas, con toga, con bonete:
    una congregación de gallardas jorobas
    con callos y verrugas al borde del retrete.

    Con callos y verrugas, y coles y misales,
    la dignidad del asno se rebela en la enjalma,
    mirando estos cochinos tan espirituales
    con callos y verrugas en la extension del alma.

    Alma verruguicida, callicida la vuestra.
    Habéis nacido tiesos como los monigotes,
    y vivís de puntillas, levantando la diestra
    para cornamentar la voz y los bigotes.

    Saludáis con el ano, no arrugáis nunca el traje,
    disimuláis los cuernos con laureles de lata.
    No paráis en la tierra, siempre vais de viaje
    por un pais de luna maquinal, mentecata.

    Nacéis inventariados, morís previa promesa
    de que seréis cubiertos de estatuas y coronas.
    Vais como procesados por el sol, que procesa
    aquello que señala delito en las personas.

    Os alimenta el aire sangriento de un juzgado,
    de un presidio siniestro de abogados y jueces.
    Y concedéis los pedos por audiencia de un lado,
    mientras del otro lado jodéis, meáis a veces.

    Herís, crucificáis con ojos compasivos,
    cadáveres de todas la horas y los días:
    autos de poca fe, pastos de los archivos,
    habláis desde los púlpitos de muchas tonterías.

    Nunca tenga que ver yo con estos doctores,
    estas enciclopedias ahumanas, aplastantes.
    Nunca de estos filósofos me ataquen los humores,
    porque sus agudezas me resultan laxantes.

    Porque se ponen huecos igual que las gallinas
    para eructar sandeces creyéndose profundos:
    porque para pensar entran en las letrinas,
    en abismos rellenos de folios moribundos.

    Sentenciosas tinajas vacías, pero hinchadas,
    se repliegan sus frentes igual que acordeones,
    y ascienden y descienden, tortugas preocupadas,
    y el corazón les late por no sé qué rincones.

    No se han hecho para estos boñigos los barbechos,
    no se han hecho para estos gusanos las manzanas.
    Sólo hay chocolateras y sillones deshechos
    para estas incoherencias reumáticas y canas.

    Retretes de elegancia, cagan correctamente:
    hijos de puta ansiosos de politiquerías,
    publicidad y bombo, se corrigen la frente
    y preparan el gesto de las fotografías.

    Temblad, hijos de puta, por vuestra puta suerte,
    que unos soldados de alma patética deciden:
    ellos son los que tratan la verdadera muerte,
    ellos la verdadera, la ruda vida piden.

    La vida es otra cosa, sucios señores míos,
    más clara, menos turbia de folios, de oficinas.
    Nadan radiantemente sus cuerpos en los ríos
    y no usan esa cara de múltiples esquinas.

    Nunca fuisteis muchachos, y queréis que persista
    un mundo aparatoso de cartón estirado,
    por donde el cartón vaya paticojo y turista,
    rey entre maniquíes de pulso congelado.

    Venís de la Edad Media donde no habéis nacido,
    porque no sois del tiempo presente ni del ausente.
    Os mata una verdad en el caduco nido:
    la que impone la vida del siempre adolescente.

    Yo soy viejo: tan viejo, que el primer hombre late
    dentro de mis vividos y veintisiete años,
    porque combato al tiempo y el tiempo me combate.
    A vosotros, vencidos, os trata como a extraños. @§ 

    -- II --

    Trapos, calcomanías, defunciones, objetos,
    muladares de todo, tinajas, oquedades,
    lápidas, catafalcos, legajos, mamotretos,
    inscripciones, sudarios, menudencias, ruindades.

    Polvos, palabrería, carcoma y escritura,
    cornisas; orinales que quieren ser severos,
    y se llevan la barba de goma a la cintura,
    y duermen rodeados de siglos y sombreros.

    Vilmente descosidos, pálidos de avaricia,
    lo que más les preocupa de todo es el bolsillo.
    Gotosos, desastrosos, malvados, la injusticia
    se viste de acta en ellos con papel amarillo.

    Los veréis adheridos a varios ministerios,
    a varias oficinas por el ocio amuebladas.
    Con el sexo en la boca canosa, van muy serios,
    trucosos, maniobreros, persiguiendo embajadas.

    Los veréis sumergidos entre trastos y coños
    internacionalmente pagados, conocidos:
    pasear por Ginebra los cojones bisoños
    con cara de inventores mortalmente aburridos.

    Son los que recomiendan y los recomendados.
    La recomendación es su procedimiento.
    Por recomendación agonizan sentados
    donde la muerte cómoda pone su ayuntamiento.

    Cuando van a acostarse, se quitan la careta,
    el disfraz cotidiano, la diaria postura.
    Ante su sordidez se nubla la peseta,
    se agota en su paciencia la estatua más segura.

    A veces de la mala digestión de estos cuervos
    que quieren imponernos su vejez, su idioma,
    que quieren que seamos lenguas esclavas, siervos,
    dependen muchas vidas con signo de paloma.

    A veces son marquesas íntimas de ambiciones,
    insaciables de joyas, relumbronas de trato:
    fracasadas de título, caballares de acciones,
    dispuestas a llevar el mundo en el zapato.

    Putonas de importancia, miden bien la sonrisa
    con la categoría que quien las trata encierra:
    políticas jetudas, desgastan la camisa
    jodiendo mientras hablan del drama de la guerra.

    Se cae de viejo el mundo con tanto malotaje.
    Hijos de la rutina bisoja y contrahecha,
    valoran a los hombres por el precio del traje,
    cagan, y donde cagan colocan una fecha.

    Van del hotel al banco, del hotel al paseo
    con una cornamenta notable de aire insulso.
    Es humillar al prójimo su más noble deseo,
    y el esfuerzo mayor le hacen meando a pulso.

    Hemos de destrozaros en vuestras legaciones,
    en vuestros escenarios, en vuestras diplomacias.
    Con ametralladoras cálidas y canciones
    os ametralllaremos, prehistóricas desgracias.

    Porque, sabed: llevamos mucha verdad metida
    dentro del corazón, sangrando por la boca:
    y os vencerá la férrea juventud de la vida,
    pues para tanta fuerza tanta maldad es poca.

    La juventud, motores, ímpetus a raudales,
    contra vosotros, viejos exhombres, plena llueve:
    mueve unánimemente sus músculos frutales,
    sus máquinas de abril contra vosotros mueve.

    Viejos exhombres viejos: ni viejos tan siquiera.
    La vejez es un don que cederá mi frente,
    y a vuestro lado es joven como la primavera.
    Sois la decrepitud andante y maloliente.

    Sois mis enemiguitos: los del mundo que siento
    rodar sobre mi pecho más claro cada día.
    Y con un soplo sólo de mi caliente aliento,
    con este soplo dicté vuestra agonía. @§ 

    EL VUELO DE LOS HOMBRES

    Sobre la piel del cielo, sobre sus precipicios
    se remontan los hombres. ¿:Quién ha impulsado el vuelo?
    Sonoros, derramados en aéreos ejercicios,
    raptan la piel del cielo.

    Más que el cálido aceite, sí, más que los motores,
    el ímpetu mecánico del aparato alado,
    cóleras entusiastas, geológicos rencores,
    iras les han llevado.

    Les han llevado al aire, como un aire rotundo
    que desde el corazón resoplara un plumaje.
    Y ascienden y descienden sobre la piel del mundo
    alados de coraje.

    En un avance cósmico de llamas y zumbidos
    que aeródromos de pueblos emocionados lanzan,
    los soldados del aire, veloces, esculpidos,
    acerados avanzan.

    El azul se enardece y adquiere una alegría,
    un movimiento, una juventud libre y clara,
    lo mismo que si mayo, la claridad del día
    corriera, resonara.

    Los estremecimientos del valor y la altura,
    los enardecimientos del azul y el vacío:
    el cielo retrocede sintiendo la hermosura
    como un escalofrío.

    Impulsado, asombrado, perseguido, regresa
    al aire al torbellino nativo y absorbente,
    mientras evolucionan los héroes en su empresa
    inverosímilmente.

    Es el mundo tan breve para un ala atrevida,
    para una juventud con la audacia por pluma;
    reducido es el cielo, poderosa la vida,
    domada y con espuma.

    El vuelo significa la alegría más alta,
    la agilidad más viva, la juventud más firme.
    En la pasión del vuelo truena la luz, y exalta
    alas con que batirme.

    Hombres que son capaces de volar bajo el suelo,
    para quienes no hay ámbitos ni grandes ni imposibles,
    con la mirada tensa, prorrumpen en el vuelo
    gladiadores, temibles.

    Arrebatados, tensos, peligrosos, tajantes,
    igual que una colmena de soles extendidos,
    de astros motorizados, de cigarras tremantes,
    cruzan con sus bramidos.

    Ni un paso de planetas, ni un tránsito de toros
    batiéndose, volcándose por un desfiladero,
    darán al universo ni acentos más sonoros
    ni resplandor más fiero.

    Todos los aviadores tenéis este trabajo:
    echar abajo el pájaro fraguador de cadenas,
    las ciudades podridas abajo, y más abajo
    las cárceles, las penas.

    En vuestra mano está la libertad del ala,
    la libertad del mundo, soldados voladores:
    y arrancaréis del cielo la codiciosa y mala
    hierba de otros motores.

    El aire no os ofrece ni escudos ni barreras:
    el esfuerzo ha de ser todo de vuestro impulso.
    Y al polvo entregaréis el vuelo de las fieras
    abatido, convulso.

    Si ardéis, si eso es posible, poseedores del fuego,
    no dejaréis ceniza ni rastro, sino gloria.
    Espejos sobrehumanos, iluminaréis luego
    la creación, la historia. @§ 

    EL HAMBRE

    -- I --

    Tened presente el hambre: recordad su pasado
    turbio de capataces que pagaban en plomo.
    Aquel jornal al precio de la sangre cobrado,
    con yugos en el alma, con golpes en el lomo.

    El hambre paseaba sus vacas exprimidas,
    sus mujeres resecas, sus devoradas ubres,
    sus ávidas quijadas, sus miserables vidas
    frente a los comedores y los cuerpos salubres.

    Los años de abundancia, la saciedad, la hartura,
    eran sólo de aquellos que se llamaban amos.
    Para que venga el pan justo a la dentadura
    del hambre de los pobres aquí estoy, aquí estamos.

    Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,
    los que entienden la vida por un botín sangriento:
    como los tiburones, voracidad y diente,
    panteras deseosas de un mundo siempre hambriento.

    Años del hambre han sido para el pobre sus años.
    Sumaban para el otro su cantidad los panes.
    Y el hambre alobadaba sus rapaces rebaños
    de cuervos, de tenazas, de lobos, de alacranes.

    Hambrientamente lucho yo, con todas mis brechas,
    cicatrices y heridas, señales y recuerdos
    del hambre, contra tantas barrigas satisfechas:
    cerdos con un origen peor que el de los cerdos.

    Por haber engordado tan baja y brutalmente,
    más abajo de donde los cerdos se solazan,
    seréis atravesados por esta gran corriente
    de espigas que llamean, de puños que amenazan.

    No habéis querido oír con orejas abiertas
    el llanto de millones de niños jornaleros.
    Ladrábais cuando el hambre llegaba a vuestras puertas
    a pedir con la boca de los mismos luceros

    En cada casa, un odio como una higuera fosca,
    como un tremante toro con los cuernos tremantes,
    rompe por los tejados, os cerca y os embosca,
    y os destruye a cornadas, perros agonizantes.

    -- II --

    El hambre es el primero de los conocimientos:
    tener hambre es la cosa primera que se aprende.
    Y la ferocidad de nuestros sentimientos,
    allá donde el estómago se origina, se enciende.

    Uno no es tan humano que no estrangule un día
    pájaros sin sentir herida en la conciencia:
    que no sea capaz de ahogar en nieve fría
    palomas que no saben si no es de la inocencia.

    El animal influye sobre mí con extremo,
    la fiera late en todas mis fuerzas, mis pasiones.
    A veces, he de hacer un esfuerzo supremo
    para acallar en mí la voz de los leones.

    Me enorgullece el título de animal en mi vida,
    pero en el animal humano persevero.
    Y busco por mi cuerpo lo más puro que anida,
    bajo tanta maleza, con su valor primero.

    Por hambre vuelve el hombre sobre los laberintos
    donde la vida habita siniestramente sola.
    Reaparece la fiera, recobra sus instintos,
    sus patas erizadas, sus rencores, su cola.

    Arroja sus estudios y la sabiduría,
    y se quita la máscara, la piel de la cultura,
    los ojos de la ciencia, la corteza tardía
    de los conocimientos que descubre y procura.

    Entonces solo sabe del mal, del exterminio.
    Inventa gases, lanza motivos destructores,
    regresa a la pezuña, retrocede al dominio
    del colmillo, y avanza sobre los comedores.

    Se ejercita en la bestia, y empuña la cuchara
    dispuesto a que ninguno se le acerque a la mesa.
    Entonces sólo veo sobre el mundo una piara
    de tigres, y en mis ojos la visión duele y pesa.

    Yo no tengo en el alma tanto tigre admitido,
    tanto chacal prohijado, que el vino que me toca,
    el pan, el día, el hambre no tenga compartido
    con otras hambres puestas noblemente en la boca.

    Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser fiera
    hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente.
    Yo, animal familiar, con esta sangre obrera
    os doy la humanidad que mi canción presiente. @§ 

    EL HERIDO

    Para el muro de un hospital de sangre.


    Por los campos luchados se extienden los heridos.
    Y de aquella extensión de cuerpos luchadores
    salta un trigal de chorros calientes, extendidos
    en roncos surtidores.

    La sangre llueve siempre boca arriba, hacia el cielo.
    Y las heridas sueñan, igual que caracolas,
    cuando hay en las heridas celeridad de vuelo,
    esencia de las olas

    La sangre huele a mar, sabe a mar y a bodega.
    La bodega del mar, del vino bravo, estalla
    allí donde el herido palpitante se anega,
    y florece y se halla.

    Herido estoy, miradme: necesito más vidas.
    La que contengo es poca para el gran cometido
    de sangre que quisiera perder por las heridas.
    Decid quién no fue herido.

    Mi vida es una herida de juventud dichosa.
    ¡Ay de quien no está herido, de quien jamás se siente
    herido por la vida, ni en la vida reposa
    herido alegremente!

    Si hasta a los hospitales se va con alegría,
    se convierten en huertos de heridas entreabiertas,
    de adelfos florecidos ante la cirugía
    de ensangrentadas puertas.

    -- II --

    Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
    Para la libertad, mis ojos y mis manos,
    como un árbol carnal, generoso y cautivo,
    doy a los cirujanos.

    Para la libertad siento más corazones
    que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
    y entro en los hospitales, y entro en los algodones
    como en las azucenas.

    Para la libertad me desprendo a balazos
    de los que han revolcado su estatua por el lodo.
    Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
    de mi casa, de todo.

    Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
    ella pondrá dos piedras de futura mirada,
    y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
    en la carne talada.

    Retoñarán aladas de savia sin otoño
    reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
    Porque soy como el árbol talado, que retoño:
    porque aún tengo la vida. @§ 

    CARTA

    El palomar de las cartas
    abre su imposible vuelo
    desde las trémulas mesas
    donde se apoya el recuerdo,
    la gravedad de la ausencia,
    el corazón, el silencio.

    Oigo un latido de cartas
    navegando hacia su centro.

    Donde voy, con las mujeres
    y con los hombres me encuentro,
    malheridos por la ausencia
    desgastados por el tiempo.

    Cartas, relaciones, cartas:
    tarjetas postales, sueños,
    fragmentos de la ternura,
    proyectados en el cielo,
    lanzados de sangre a sangre
    y de deseo a deseo.

    Aunque bajo la tierra
    mi amante cuerpo esté,
    escríbeme a la tierra,
    que yo te escribiré.


    En un rincón enmudecen
    cartas viejas, sobres viejos,
    con el color de la edad
    sobre la escritura puesto.
    Allí perecen las cartas
    llenas de estremecimientos.
    Allí agoniza la tinta
    y desfallecen los pliegos,
    y el papel se agujerea
    como un breve cementerio
    de las pasiones de antes,
    de los amores de luego.

    Aunque bajo la tierra
    mi amante cuerpo esté,
    escríbeme a la tierra,
    que yo te escribiré.


    Cuando te voy a escribir
    se emocionan los tinteros:
    los negros tinteros fríos
    se ponen rojos y trémulos,
    y un claro calor humano
    sube desde el fondo negro.

    Cuando te voy a escribir,
    te van a escribir mis huesos:
    te escribo con la imborrable
    tinta de mi sentimiento.

    Allá va mi carta cálida,
    paloma forjada al fuego,
    con las dos alas plegadas
    y la dirección en medio.
    Ave que sólo persigue,
    para nido y aire y cielo,
    carne, manos, ojos tuyos,
    y el espacio de tu aliento.

    Y te quedarás desnuda
    dentro de tus sentimientos,
    sin ropa, para sentirla
    del todo contra tu pecho.

    Aunque bajo la tierra
    mi amante cuerpo esté,
    escríbeme a la tierra,
    que yo te escribiré.


    Ayer se quedó una carta
    abandonada y sin dueño,
    volando sobre los ojos
    de alguien que perdió su cuerpo.

    Cartas que se quedan vivas
    hablando para los muertos:
    papel anhelante, humano,
    sin ojos que puedan serlo.

    Mientras los colmillos crecen,
    cada vez más cerca siento
    la leve voz de tu carta
    igual que un clamor inmenso.
    La recibiré dormido,
    si no es posible despierto.
    Y mis heridas serán
    los derramados tinteros,
    las bocas estremecidas
    de rememorar tus besos,
    y con su inaudita voz
    han de repetir: te quiero. @§ 

    LAS CÁRCELES

    -- I --

    Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,
    van por la tenebrosa vía de los juzgados:
    buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,
    lo absorben, se lo tragan.

    No se ve, que se escucha la pena de metal,
    el sollozo del hierro que atropellan y escupen:
    el llanto de la espada puesta sobre los jueces
    de cemento fangoso.

    Allí, bajo la cárcel, la fábrica del llanto,
    el telar de la lágrima que no ha de ser estéril,
    el casco de los odios y de las esperanzas,
    fabrican, tejen, hunden.

    Cuando están las perdices más roncas y acopladas,
    y el azul amoroso de las fuerzas expansivas,
    un hombre hace memoria de la luz, de la tierra,
    húmedamente negro.

    Se da contra las piedras la libertad, el día,
    el paso galopante de un hombre, la cabeza,
    la boca con espuma, con decisión de espuma,
    la libertad, un hombre.

    Un hombre que cosecha y arroja todo el viento
    desde su corazón donde crece un plumaje:
    un hombre que es el mismo dentro de cada frío,
    de cada calabozo.

    Un hombre que ha soñado con las aguas del mar,
    y destroza sus alas como un rayo amarrado,
    y estremece las rejas, y se clava los dientes
    en los dientes del trueno.

    -- II --

    Aquí no se pelea por un buey desmayado,
    sino por un caballo que ve pudrir sus crines,
    y siente sus galopes debajo de los cascos
    pudrirse airadamente.

    Limpiad el salivazo que lleva en la mejilla,
    y desencadenad el corazón del mundo,
    y detened las fauces de las voraces cárceles
    donde el sol retrocede.

    La libertad se pudre desplumada en la lengua
    de quienes son sus siervos más que sus poseedores.
    Romped esas cadenas, y las otras que escucho
    detrás de esos esclavos.

    Esos que sólo buscan abandonar su cárcel,
    su rincón, su cadena, no la de los demás.
    Y en cuanto lo consiguen, descienden pluma a pluma,
    enmohecen, se arrastran.

    Son los encadenados por siempre desde siempre.
    Ser libre es una cosa que sólo un hombre sabe:
    sólo el hombre que advierto dentro de esa mazmorra
    como si yo estuviera.

    Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero.
    Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma.
    Son muchas llaves, muchos cerrojos, injusticias:
    no le atarás el alma.

    Cadenas, sí: cadenas de sangre necesita.
    Hierros venenosos, cálidos, sanguíneos eslabones,
    nudos que no rechacen a los nudos siguientes
    humanamente atados.

    Un hombre aguarda dentro de un pozo sin remedio,
    tenso, conmocionado, con la oreja aplicada.
    Porque un pueblo ha gritado, ¡libertad!, vuela el cielo.
    Y las cárceles vuelan. @§ 

    PUEBLO

    Pero ¿:qué son las armas: qué pueden, quién ha dicho?
    Signo de cobardía son: las armas mejores
    aquellas que contienen el proyectil de hueso
    son. Mírate las manos.

    Las ametralladoras, los aeroplanos, pueblo:
    todos los armamentos son nada colocados
    delante de la terca bravura que resopla
    en tu esqueleto fijo.

    Porque un cañón no puede lo que pueden diez dedos:
    porque le falta el fuego que en los brazos dispara
    un corazón que viene distribuyendo chorros
    hasta grabar un hombre.

    Poco valen las armas que la sangre no nutre
    ante un pueblo de pómulos noblemente dispuestos,
    poco valen las armas: les falta voz y frente,
    les sobra estruendo y humo.

    Poco podrán las armas: les falta corazón.
    Separarán de pronto dos cuerpos abrazados,
    pero los cuatro brazos avanzarán buscándose
    enamoradamente.

    Arrasarán un hombre, desclavarán de un vientre
    un niño todo lleno de porvenir y sombra,
    pero, tras los pedazos y la explosión, la madre
    seguirá siendo madre.

    Pueblo, chorro que quieren cegar, estrangular,
    y salta ante las armas más alto, más potente:
    no te estrangularán porque les faltan dedos,
    porque te basta sangre.

    Las armas son un signo de impotencia: los hombres
    se defienden y vencen con el hueso ante todo.
    Mirad estas palabras donde me ahondo y dejo
    fósforo emocionado.

    Un hombre desarmado siempre es un firme bloque:
    sabe que no es estéril su firmeza, y resiste.
    Y los pueblos se salvan por la fuerza que sopla
    desde todos sus muertos. @§ 

    EL TREN DE LOS HERIDOS

    Silencio que naufraga en el silencio
    de las bocas cerradas de la noche.
    No cesa de callar ni atravesado.
    Habla el lenguaje ahogado de los muertos.

    Silencio.

    Abre caminos de algodón profundo,
    amordaza las ruedas, los relojes,
    detén la voz del mar, de la paloma:
    emociona la noche de los sueños.

    Silencio.

    El tren lluvioso de la sangre suelta,
    el frágil tren de los que se desangran,
    el silencioso, el doloroso, el pálido,
    el tren callado de los sufrimientos.

    Silencio.

    Tren de la palidez mortal que asciende:
    la palidez reviste las cabezas,
    el ¡ay! la voz, el corazón la tierra,
    el corazón de los que malhirieron.

    Silencio.

    Van derramando piernas, brazos, ojos,
    van arrojando por el tren pedazos.
    Pasan dejando rastros de amargura,
    otra vía láctea de estelares miembros.

    Silencio.

    Ronco tren desmayado, envejecido:
    agoniza el carbón, suspira el humo
    y, maternal, la máquina suspira,
    avanza como un largo desaliento.

    Silencio.

    Detenerse quisiera bajo un túnel
    la larga madre, sollozar tendida.
    No hay estaciones donde detenerse,
    si no es el hospital, si no es el pecho.

    Silencio.

    Para vivir, con un pedazo basta:
    en un rincón de carne cabe un hombre.
    Un dedo solo, un solo trozo de ala
    alza el vuelo total de todo un cuerpo.

    Silencio.

    Detened ese tren agonizante
    que nunca acaba de cruzar la noche.
    Y se queda descalzo hasta el caballo,
    y enarena los cascos y el aliento. @§ 

    LLAMO A LOS POETAS

    Entre todos vosotros, con Vicente Aleixandre
    y con Pablo Neruda tomo silla en la tierra:
    tal vez porque he sentido su corazón cercano
    cerca de mí, casi rozando el mío.

    Con ellos me he sentido más arraigado y hondo,
    y además menos solo. Ya vosotros sabéis
    lo solo que yo voy, por qué voy yo tan solo.
    Andando voy, tan solos yo y mi sombra.

    Alberti, Altolaguirre, Cernuda, Prados, Garfias,
    Machado, Juan Ramón, León Felipe, Aparicio,
    Oliver, Plaja, hablemos de aquello a que aspiramos:
    por lo que enloquecemos lentamente.

    Hablemos del trabajo, del amor sobre todo,
    donde la telaraña y el alacrán no habitan.
    Hoy quiero abandonarme tratando con vosotros
    de la buena semilla de la tierra.

    Dejemos el museo, la biblioteca, el aula
    sin emoción, sin tierra, glacial, para otro tiempo.
    Ya sé que en esos sitios tiritará mañana
    mi corazón helado en varios tomos.

    Quitémonos el pavo real y suficiente,
    la palabra con toga, la pantera de acechos.
    Vamos a hablar del día, de la emoción del día.
    Abandonemos la solemnidad.

    Así: sin esa barba postiza, ni esa cita
    que la insolencia pone bajo nuestra nariz,
    hablaremos unidos, comprendidos, sentados,
    de las cosas del mundo frente al hombre.
    Así descenderemos de nuestro pedestal,
    de nuestra pobre estatua. Y a cantar entraremos
    a una bodega, a un pecho, o al fondo de la tierra,
    sin el brillo del lente polvoriento.

    Ahí está Federico: sentémonos al pie
    de su herida, debajo del chorro asesinado,
    que quiero contener como si fuera mío,
    y salta, y no se acalla entre las fuentes.

    Siempre fuimos nosotros sembradores de sangre.
    Por eso nos sentimos semejantes del trigo.
    No reposamos nunca, y eso es lo que hace el sol,
    y la familia del enamorado.

    Siendo de esa familia, somos la sal del aire.
    Tan sensibles al clima como la misma sal,
    una racha de otoño nos deja moribundos
    sobre la huella de los sepultados.

    Eso sí: somos algo. Nuestros cinco sentido
    en todo arraigan, piden posesión y locura.
    Agredimos al tiempo con la feliz cigarra,
    con el terrestre sueño que alentamos.

    Hablemos, Federico, Vicente, Pablo, Antonio,
    Luis, Juan Ramón, Emilio, Manolo, Rafael,
    Arturo, Pedro, Juan, Antonio, León Felipe.
    Hablemos sobre el vino y la cosecha.

    Si queréis, nadaremos antes en esa alberca,
    en ese mar que anhela transparentar los cuerpos.
    Veré si hablamos luego con la verdad del agua,
    que aclara el labio de los que han mentido. @§ 

    OFICIALES DE LA VI DIVISIÓN

    Dejad los mapas y los cartapacios,
    y ese color caído de estudiantes.
    Es hora de entregar a los espacios
    vuestra imaginación de comandantes.

    Ya sois los oficiales de la vida
    en esta Sexta División; dorada,
    por avasalladora y decidida;
    verde, por joven; por hiriente, espada.

    Sed, por encima de los meridianos,
    las latitudes y los hemisferios
    las ametralladoras y los planos,
    hombres alegres, pero yunques serios.

    El enemigo del herrero ataca,
    con una sed armada de invasores,
    la región donde vence la albahaca:
    marchad al contraataque hasta con flores.

    Que nadie os haga nunca prisioneros,
    si no es tierra triunfante y española
    aconsejada por los limoneros,
    la libertad, un sueño de amapola.

    No vea entre nosotros ni un vencido,
    y que por vuestro arrojo constelado
    llevéis al pecho un cielo anochecido
    con todos los luceros del soldado.

    Porque nadie pondrá más luz en ellos,
    para vosotros la mujer y el día
    con su vasto dominio de cabellos,
    su juventud y su topografía.

    Cuando los impotentes cañonazos
    detengan los retumbos y las ruinas,
    vuestros serán las bocas y los brazos,
    y todas las miradas femeninas.

    Con vosotros vendrá la primavera
    de la herida cerrada y de los panes.
    Y ha de alabarse el vientre y la cantera
    de donde habéis nacido capitanes. @§ 

    18 DE JULIO 1936-18 DE JULIO 1938

    Es sangre, no granizo, lo que azota mis sienes.
    Son dos años de sangre: son dos inundaciones.
    Sangre de acción solar, devoradora vienes,
    hasta dejar sin nadie y ahogados los balcones.

    Sangre que es el mejor de los mejores bienes.
    Sangre que atesoraba para el amor sus dones.
    Vedla enturbiando mares, sobrecogiendo trenes,
    desalentando toros donde alentó leones.

    El tiempo es sangre. El tiempo circula por mis venas.
    Y ante el reloj y el alba me siento más que herido,
    y oigo un chocar de sangres de todos los tamaños.

    Sangre donde se puede bañar la muerte apenas:
    fulgor emocionante que no ha palidecido,
    porque lo recogieron mis ojos de mil años. @§ 

    MADRID

    De entre las piedras, la encina y el haya,
    de entre un follaje de hueso ligero
    surte un acero que no se desmaya:
    surte un acero.

    Una ciudad dedicada a la brisa,
    ante las malas pasiones despiertas
    abre sus puertas como una sonrisa:
    cierra sus puertas.

    Un ansia verde y un odio dorado
    arde en el seno de aquellas paredes.
    Contra la sombra, la luz ha cerrado
    todas sus redes.

    Esta ciudad no se aplaca con fuego,
    este laurel con rencor no se tala.
    Este rosal sin ventura, este espliego
    júbilo exhala.

    Puerta cerrada, taberna encendida:
    nadie encarcela sus libres licores.
    Atravesada del hambre y la vida,
    sigue en sus flores.

    Niños igual que agujeros resecos,
    hacen vibrar un calor de ira pura
    junto a mujeres que son filos y ecos
    hacia una hondura.

    Lóbregos hombres, radiantes barrancos
    con la amenaza de ser más profundos.
    Entre sus dientes serenos y blancos
    luchan dos mundos.

    Una sonrisa que va esperanzada
    desde el principio del alma a la boca,
    pinta de rojo feliz tu fachada,
    gran ciudad loca.

    Esa sonrisa jamás anochece:
    y es matutina con tanto heroísmo,
    que en las tinieblas azulmente crece
    como un abismo.

    No han de saltarle lo triste y lo blando:
    de labio a labio imponente y seguro
    salta una loca guitarra clamando
    por su futuro.

    Desfallecer ... Pero el toro es bastante.
    Su corazón, sufrimiento, no agotas.
    Y retrocede la luna menguante
    de las derrotas.

    Sólo te nutre tu vívida esencia.
    Duermes al borde del hoyo y la espada.
    Eres mi casa, Madrid: mi existencia,
    ¡qué atravesada! @§ 

    MADRE ESPAÑA

    Abrazado a tu cuerpo como el tronco a su tierra,
    con todas las raíces y todos los corajes,
    ¿:quién me separará, me arrancará de ti,
    madre?

    Abrazado a tu vientre, ¿:quién me lo quitará,
    si su fondo titánico da principio a mi carne?
    Abrazado a tu vientre, que es mi perpetua casa,
    ¡nadie!

    Madre: abismo de siempre, tierra de siempre: entrañas
    donde desembocando se unen todas las sangres:
    donde todos los huecos caídos se levantan:
    madre.

    Decir madre es decir tierra que me ha parido;
    es decir a los muertos: hermanos, levantarse;
    es sentir en la boca y escuchar bajo el suelo
    sangre.

    La otra madre es un puente, nada más, de tus ríos.
    El otro pecho es una burbuja de tus mares.
    Tú eres la madre entera con todo su infinito,
    madre.

    Tierra: tierra en la boca, y en el alma, y en todo.
    Tierra que voy comiendo, que al fin ha de tragarme.
    Con más fuerza que antes, volverás a parirme,
    madre.

    Cuando sobre tu cuerpo sea una leve huella,
    volverás a parirme con más fuerza que antes.
    Cuando un hijo es un hijo, vive y muere gritando:
    ¡madre!

    Hermanos: defendamos su vientre acometido,
    hacia donde los grajos crecen de todas partes,
    pues, para que las malas alas vuelen, aún quedan
    aires.

    Echad a las orillas de vuestro corazón
    el sentimiento en límites, los afectos parciales.
    Son pequeñas historias al lado de ella, siempre
    grande.

    Una fotografía y un pedazo de tierra,
    una carta y un monte son a veces iguales.
    Hoy eres tú la hierba que crece sobre todo,
    madre.

    Familia de esta tierra que nos funde en la luz,
    los más oscuros muertos pugnan por levantarse,
    fundirse con nosotros y salvar la primera
    madre.

    España, piedra estoica que se abrió en dos pedazos
    de dolor y de piedra profunda para darme:
    no me separarán de tus altas entrañas,
    madre.

    Además de morir por ti, pido una cosa:
    que la mujer y el hijo que tengo, cuando pasen,
    vayan hasta el rincón que habite de tu vientre,
    madre. @§ 

    CANCIÓN ÚLTIMA


    Pintada, no vacía:
    pintada está mi casa
    del color de las grandes
    pasiones y desgracias.

    Regresará del llanto
    adonde fue llevada
    con su desierta mesa,
    con su ruinosa cama.

    Florecerán los besos
    sobre las almohadas.

    Y en torno de los cuerpos
    elevará la sábana
    su intensa enredadera
    nocturna, perfumada.

    El odio se amortigua
    detrás de la ventana.

    Será la garra suave.

    Dejadme la esperanza.